Se encontraron sin buscarse. Y se prometieron amarse más allá de la muerte.
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“No quiero hablar de la operación, porque vas a empezar a decirme cosas que no quiero escuchar. Yo estoy conectado con la muerte”, le dijo esa tarde. Acababan de salir del médico. La cirugía del corazón que le habían indicado ya era una realidad ineludible y, así, entre análisis, estudios y más visitas a diferentes profesionales, pasaron los meses. En ese momento ella supo que estaba cara a cara con el principio del fin.
A los 61 y 53 años respectivamente, Eduardo y Viviana se habían conocido en una página de chat para adultos. “Hacía muchos años que yo estaba divorciada y él también. Estábamos buscando el amor, pero no cualquier amor, queríamos dar con el amor de nuestras vidas. A esa altura del partido, ya conocíamos de fracasos o amores no correspondidos. Y el destino quiso que un 9 de mayo de 2014 nuestros caminos se cruzaran. Entré a esa página para borrar mi suscripción y lo vi. Le hablé y me contestó de inmediato. Fue una charla que no terminó nunca”, recuerda ella.
Un sí con sabor al Caribe
Eduardo era un caballero con todas las letras, de los antiguos: “de los que dan la mano para bajar del colectivo, de los que abren la puerta, de los que te dicen: estás muy linda. Era muy sabio y yo una rebelde. Apenas nos conocimos personalmente supimos que en ese momento empezaba nuestra historia, nos enamoramos como jóvenes, con la energía de ver la vida maravillosa pasando por sus intensos ojos azules. Nuestras caricias eran interminables, hacíamos el amor. Claro que sí, lo hacíamos mirándonos a los ojos y diciendo te amo, la cama nos esperaba con el ardor de la juventud y con el sosiego de la certeza. Ya no importaba llegar a ninguna parte, podíamos disfrutar cada paso en el camino”. Muchas veces Viviana se había preguntado qué era el amor. Había leído abundante bibliografía e investigado conceptos pero no logró descubrir el significado hasta que sucedió lo inesperado.
Pronto decidieron casarse, les dieron fecha de matrimonio por civil el 6/12/2019 y fueron momentos de suma felicidad. “¡Preparamos nuestra boda como se nos dio la gana! Era una fiesta pensar en esa locura que teníamos. ¿Cómo nos vestimos? Bien caribeños, nada de trajes, ni de vestidos formales. Hicimos una tarjeta donde la idea era festejar, invitamos a los amigos a una pizzería linda. Fue todo disfrute, sueltos, contentos, alegres, dimos el sí, hasta que la muerte nos separara”.
Más allá de la vida
Pero fue necesario retomar los estudios médicos. A veces se amargaban, a veces se reían, trataban de sobrellevar la situación. En marzo, la pandemia los tomó por sorpresa y, aunque estaban casados, cada uno decidió conservar su casa. Eduardo permaneció con su padre de 93 años para poder cuidarlo y Viviana se quedó en la suya. “Vivimos el encierro pero no nos desconectamos un instante. Teléfono, WhatsApp, fotos y mensajes y así sentíamos que estábamos totalmente conectados”.
Finalmente, en mayo, llegó la confirmación para la operación. Los dos lo sabían, no lo decían, pero reconocían que ya no había tiempo. El día anterior a la cirugía fueron al médico en la mañana para ultimar detalles y en la vuelta a la casa se despidieron, sin hablar de lo que venía, solo disfrutando el momento, de estar juntos, de besarse y abrazarse. “Fue increíble. La conexión era plena, sin miedos”.
Un mensaje escrito con el corazón
Eduardo entró a las siete de la mañana al quirófano. La intervención finalizó a las 17 h. Pero el pronóstico no era alentador. Tenía daño cerebral y en sus riñones. “No puede hacer nada, váyase a su casa”, le dijo el médico a Viviana. Pero decidió quedarse y acompañarlo, así se lo había prometido. Unos minutos después, Eduardo entró en paro cardiaco, lo resucitaron con maniobras por media hora.
— No podemos seguir, sentenció nuevamente el médico
— Y tuve que tomar la decisión… Era como que todo estaba paso a paso escrito.
Luego de su muerte, Viviana no encontraba consuelo. “Una noche lo sueño: y lo veía igual que en terapia intensiva y le decía Edu hablame. Me desperté gritando esa frase. Al rato, una amiga me llama y me dice: ¿no tenés ganas de pintar? Quiero pintar mariposas, pero no encuentro el material para hacerlas, le dije”.
Entonces salió a comprar los materiales y a mitad de camino los encontró, en el suelo, era lo que necesitaba. Había unas imágenes y letras en aquellos cartones, pero no les dio importancia. “Miré nuevamente las letras y decía: ¡vive y ríe! Hice un cuadro con mariposas, la frase, y completé el dibujo. Edu me había hablado a través de mi pasión, el arte. Supimos cuándo nuestro amor empezaba y cuándo terminaba. Nos despedimos con todas esas cosas maravillosas que tiene el amor, nos pudimos decir cuánto nos amábamos en una última charla. Nos prometimos seguir hablándonos con un wifi mas allá de la vida. Y estamos conectados, aunque parezca loco”.
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