Castillo Sniafa: la “maravilla” del conurbano que fue puro esplendor y hoy está devastada
Construida en Berazategui, la mansión tenía 32 habitaciones y estaba rodeada por un magnífico jardín con pileta y lagunas artificiales; hoy se encuentra en ruinas y más allá de cualquier salvación
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Hace 135 años comenzaba a edificarse una de las construcciones más lujosas de la zona sur bonaerense: la Mansión Ayerza, en Plátanos, Berazategui. La impactante propiedad, popularmente conocida como Quinta Grande, Castillo Ayerza o Castillo Sniafa, experimentó más de 60 años de esplendor, con un séquito de empleados domésticos y jardines diseñados con plantas, árboles exóticos, cisnes, peces, caballos y estatuas.
Pero, tras 20 años de abandono, un incendio terminó de destruir la residencia, y en la actualidad el inmueble es una auténtica ruina.
“No existe la posibilidad de poner la mansión en valor, porque es una ruina arquitectónica”, dice a LA NACION Liliana Porfiri, directora de Patrimonio y Políticas de Identidad de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Berazategui, quien trabaja desde hace 25 años en esa área.
La funcionaria señala que, para poder realizar una restauración de la propiedad, la pieza debería guardar un porcentaje de originalidad, algo que debido al incendio no fue posible. “La Mansión Ayerza guarda una historia maravillosa y como tal, uno la sigue recuperando desde otro lugar”, completa.
Hace un mes, el Castillo Sniafa se consagró como de una las 8 maravillas del conurbano bonaerense relevadas por la cuenta The Walking Conurban y sus desoladoras imágenes impactaron a todos.
Una residencia de verano
Cuando Alfonso Ayerza se casó con Helena Jacobé Iraola, inmediatamente se propuso organizar su “casa de veraneo” y el lugar elegido fue Berazategui. La zona era familiar para el terrateniente, quien solía cazar allí dado que, desde hacía tiempo, mantenía vínculos con los Pereyra Iraola, quienes ya tenían algunas estancias en la región.
Entonces, en 1886 Alfonso compró 140 hectáreas próximas a la estación ferroviaria, y así nació la estancia “Las hormigas”, que tardó 20 años en adquirir su aspecto final y que lleva su nombre por la proliferación de estos insectos que había en el lugar.
La mansión fue edificada por el arquitecto Joaquín Belgrano y, aunque no está confirmada la cantidad de metros cuadrados, se estima que en su época de esplendor medía 800 metros cuadrados. Se trata de una casa de tres plantas con “comodidades” y detalles ornamentales, como frentes de mármol y escaleras con maderas “extraordinarias”. De acuerdo con el libro Don Gregorio, de Ana María de Mena, citado en una tesis de la Universidad de La Plata, el casco de estilo francés tenía 32 habitaciones, baños, cocina y dependencias.
La edificación de la propiedad inició en 1887 y recién alcanzó su estructura final entre 1908 y 1910. “En esos años fueron incorporando construcciones según las necesidades, como las dependencias de servicio, los anexos, los galpones y la pileta”.
La casa tenía un sector para la familia Ayerza y detrás, un cuerpo para el personal de servicio. El staff ascendía a 30 empleados con trabajos puntuales, que vivían en la mansión, a los que se le sumaba una variedad de técnicos para otro tipo de tareas.
El diseño de los jardines
“Además de su capacidad como emprendedor y estanciero, Alfonso era un impulsor grande por lo estético y personalmente se ocupaba del diseño y del espacio”, describe Porfiri. Además de la imponente mansión estilo francés, el estanciero se dedicó a planear el terreno del predio, que parquizó con lagunas artificiales, plantas exóticas y animales.
“Hizo diseñar la forestación con la expresa intención de dejar dos claros entre las arboledas para poder ver, desde su casa, la Iglesia Santa María de Hudson y, hacia el otro lado, la iglesia Nuestra Señora de Luján en Villa España, en Berazategui”, observa Porfiri y añade que la familia era muy religiosa. Incluso, iban a misa diariamente y colaboraban con la comunidad para la organización de las fiestas patronales.
Para su parque, el patriarca hizo traer bulbos y plantas del exterior a las que se dedicaba a criar y estudiar. La variedad de especies florales era inmensa, así como la cantidad de árboles plantados, que sobreviven hasta la actualidad. Había eucaliptos, cedros, araucarias, pinos, cipreses, plátanos orientales y un árbol de cristal.
El diseño del parque se pensó para que hubiera espacios de jardines autónomos con coronas de novias y mantos de violetas, entre otras flores, además de pérgolas con rosales para visualizar y sitios para hacer recorridas. El predio incluía también pépinière, donde se cultivaban especias y se realizaba el cuidado particular de las plantas.
Asimismo, Alfonso construyó una pileta con pérgolas y lagunas artificiales que dotó con cisnes, peces de colores, patos exóticos y estatuas. Hasta se hizo traer réplicas formales de grandes obras de Europa, como la una réplica de La Venus de Milo que colocó en el arroyo Conchitas, que surcaba sus tierras. “La gente le decía ‘el arroyo encantado’. Era un ambiente natural hermosísimo, donde había paseos en bote, porque había un embarcadero”, detalla Porfiri.
El amor por las plantas y los animales que sentía Alfonso, a quien apodaron Jam, porque solía carraspear la garganta, quedó impregnado en todos los rincones de “Las hormigas” y en los relatos escritos de sus familiares. Incluso uno de sus nietos, César Bustillo, guardó en un libro una hoja de roble que decía: “Hoja de roble que Jam me regaló cuando plantamos el roble en ala este de la casa. Mide 12 metros y me dijo mi abuelo que él no lo iba a ver, pero yo sí”.
Alfonso es considerado un visionario. “Tiene esta iniciativa para generar un establecimiento que le permitiese disfrutar con su familia de una mansión francesa en medio de La Pampa. La construcción es impresionante. Al mismo tiempo, busca desarrollar un establecimiento ganadero con haras, con la introducción de caballos árabes para su cría”, sostiene Porfiri. En la estancia se criaban gallinas, vacunos y caballos árabes, y sus animales los llevaron a participar de las Exposiciones de Palermo, donde ganaron premios.
“Las hormigas”, además, era productiva. Allí se hacían desde lácteos hasta chacinados.
La meticulosidad: clave para el esplendor de la mansión
La familia Ayerza pasaba largas estadías en la estancia. Alfonso y Helena tuvieron ocho hijos, con quienes se instalaban en la mansión para las fiestas, y luego se retiraban en Pascuas. La mansión funcionaba como una quinta veraniega.
Si bien durante todo el resto del año la familia vivía en Buenos Aires, el patriarca realizaba un minucioso seguimiento diario de lo que sucedía en su casa de Plátanos. De hecho, solía enviarle al mayordomo que se quedaba viviendo allí a modo de casero, Gregorio Serventi, detalladas cartas con indicaciones que enviaba en el tren. La precisión y el interés para que todo lo que sucediera en “Las hormigas” fuera según su deseo se pueden leer en las misivas.
En una, por ejemplo, el estanciero le escribe para describir cómo debe realizar los injertos de las rosas. “Además de explicarle cómo hacerlo, le dibujó la manera exacta”, expresa Porfiri, quien tuvo acceso al material documental.
En las encomiendas, Alfonso enviaba semillas y bulbos, e indicaciones sobre cómo reforzar el embarcadero en la laguna artificial que había instalado. En otras cartas, puntualizaba la cantidad de alambre y los kilos de clavos que necesitará Serventi para levantar una estructura. “Le dice: ´Fíjese que la otra vez mandé y no alcanzó, pero la cuenta estaba bien hecha´, porque tenía una contabilidad minuciosa de todo”, afirma.
La meticulosidad de Alfonso queda evidenciada en cómo lo obsesionaban las huellas de los carruajes en los senderos de su propiedad. “A los cocheros, cuando los coches iban vacíos, los obligaba a correrse del camino de acceso al casco, que estaba cubierto con conchilla, hacia el pasto, para no dejar marcas. No aceptaba ver surcos en el camino. Entonces, cuando recorría el parque con visitantes ilustres, ya estaba todo en condiciones”, describe Liliana.
Inicio de la decadencia
Tras la muerte de Alfonso en 1942, su hija mayor, Blanca, heredó la mansión. La mujer estaba casada con el arquitecto Alejandro Bustillo, y la pareja intentó, durante un tiempo, seguir adelante con la estancia. Pero finalmente decidieron deshacerse del lugar y lotear el predio.
Blanca y Alejandro se quedan con parte del terreno, en tanto que “Las hormigas” es vendida a los jesuitas, quienes tenían intenciones de organizar allí un campo de deportes. Pero en esa época, los accesos a la zona eran ferroviarios o por caminos dificultosos y el proyecto de los religiosos no prospera, por lo que deciden volver a poner en venta la estancia.
El predio fue adquirido en 1949 por la empresa textil Sniafa, quienes deciden conservar el casco de la estancia, aunque sin mantenimiento. Además, el espacio verde comienza poco a poco a contaminarse por los materiales utilizados por la firma. “Ahí se genera un impacto ambiental enorme, porque se comienza a contaminar el arroyo”. Para completar la decadencia, en 1981 la empresa cerró y Sniafa abandonó el campo.
A partir de 2000, el espacio comenzó a sufrir cada vez más deterioros. Tras la crisis de 2001, el casco de estancia fue intrusado y la propiedad quedó devastada. Sin embargo, lo peor aún estaba por llegar: en 2002 hubo un incendio que terminó de destruir la histórica construcción.
Alrededor de esos años, la administración provincial adquirió la propiedad con la intención de recuperarla, pero ningún proyecto prosperó, hasta que finalmente fue adquirida por el municipio.
Actualidad
En 2004 se fundó en el predio el polo industrial de Berazategui y parte de los jardines se pusieron a disposición de la comunidad para un centro de recreación.
En la actualidad, la propiedad de lo que fue Las hormigas está en ruinas, pero de las dependencias y construcciones que se fueron agregando, aún se conserva la pileta, que hoy forma parte del complejo Los Privilegiados.
Aún es posible ver en pie las columnas alrededor del natatorio, que fueron construidas por Alfonso y disfrutar de la forestación plantada por él.
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