Cassandro, el luchador exótico mexicano
MAR DEL PLATA
Apenas se despierta, se desprende de sus pies. Mira el altar improvisado que ha montado en la habitación del hotel y agradece a la Virgen de Guadalupe. La panorámica resplandece: unas espigas de lavanda, la foto de su madre, su bata de combate intacta en la percha. Ha visto una mariposa amarillenta posarse cerca de él y eso lo emociona. Durante 30 años se ha identificado con el movimiento de sus alas, el papaloteo, como un modo de bailar en el cuadrilátero. Mueve sus pies, como un repiqueteo, y recuerda sus primeros andares, riesgosos y lúdicos, que ha dado en su temprana adolescencia, a mediados de los ochenta. Si bien Saúl Armendáriz nació en El Paso – Texas, su educación se forjó en las calles de Ciudad Juárez, infierno mexicano de femicidios y narcotráfico, territorio donde, parafraseando al poeta Jaime Sáenz, "la noche propicia para perderse y desaparecer, para renacer y morir, en oscuridades que te hablan y te señalan". Las cantinas fueron los escapes de la opresión hogareña, y las prostitutas, sus nannys y consejeras. Mientras las notas de Versace Crystal refuerzan su presencia, Saúl se pone los tacos aguja, se seca las lágrimas y avanza por el corredor. Lamenta no estar en la ceremonia por la muerte de su abuelo. Como desde hace décadas, cauteriza todos sus dolores con espiritualidad. Saúl es Cassandro, un referente en la lucha libre mexicana, primer exótico gay en ser campeón mundial, que visitó Mar del Plata para presentar su película biográfica. "Nunca quise ser luchador –le cuenta a LA NACION revista –. Yo hacía aerobics en el gimnasio, pero era habitual ver en televisión a los luchadores, eran famosos. Me inspiraban los cuerpazos, las mujeres fuertes. Una amiga me invitó al gimnasio y yo le dije ‘estás loca’. Cuando fui a la clase de lucha libre, algo se despertó en mí, me gustó. Era muy fuerte, los entrenamientos son duros, pero me di cuenta de que tenía valor para hacerlo. Yo vengo muy lastimado por los hombres y en ese momento dije ‘hasta que no me desquite, no me voy a ir’. Y lo hago hace 30 años, porque la lucha libre nunca para".
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Cada mes, el panteón es una fiesta. Los arreglos florales brillan, la intensidad de etílica siempre está a punto de comenzar y los vitoreos honran a las ausencias. Los mariachis se acercan y entonan "La borracha": Esa mujer que hoy miran borracha / por las cantinas tomando y coqueteando / no lo han de creer ayer era una santa / solo en su casa la miraban trabajando.
Esa escena es una de las postales memorables del film Cassandro, el exótico!, de la francesa Marie Losier, una de las tres biopics que se han basado en él, junto al trabajo homónimo de Michael Ramos Araizaga y a la producción de la BBC Cassandro - Queen of Lucha Libre."Cuando mi madre se divorció de mi padre, después de 19 años de casada, fue uno de sus días más felices, porque él era un cabrón, un infierno. Mi mamá empezó a salir a bailar. Era tequilera. Su amor fue incondicional: siempre supo que su niño era diferente, pero ella nunca me avergonzó, nunca me señaló. Mi familia siempre ha sido muy abierta, somos seis hermanos, tres somos gays. No batallo frente a eso. Después de su muerte, fui compasivo con mi padre, lo necesitaba y reconecté con él".
En 1988, la empresa patrocinadora de lucha libre buscaba un exótico, una minoría dentro del grupo de peleadores, aquella que jerarquizaba su producción estética y se diferenciaba de los corpulentos machos. Un comercial anunciaba la presentación del "hijo de Juan Gabriel". Su madre miraba atenta la transmisión sin saber que se trataba de él. En su primera pelea, el nombre de guerra de Saúl fue Rosa Salvaje, en honor a la telenovela que protagonizaba Verónica Castro. Vestía una blusa de lentejuelas que le había robado a su madre, una falda rumbera confeccionada con la cola del vestido de quince de su hermana y una malla, regalo de una amiga prostituta. No quería caer en ningún tipo de vulgaridad. Renuente al ocultamiento, decidió no usar máscara, insignia de los competidores y disfraz omnipresente en las festividades mexicanas, y realzar su maquillaje. Su seudónimo no lo convencía y le pidió ayuda a su maestro, que le sugirió Cassandra. Cuando explica el origen del nombre, su mirada reluce: "Me contó la historia: era una prostituta que se metía con políticos y hacía mucho dinero. Con todo ese dinero, hacía casas para mujeres golpeadas y albergues para niños de la calle. Me llamó la atención eso. Cuando hago mi primera gira en Tijuana, que era de unos 15 días, pero terminó siendo un año, la visitamos. Ya estaba muy viejita, pero me dio la bendición. Por respeto a las mujeres y a ella en particular, me empecé a llamar Cassandro".
En la tradición de este deporte, que tiene más de ochenta años, los exóticos siempre fueron objetos de burla, los jotos, los afeminados. La primera señal de reconocimiento que tuvo Cassandro fue en 1991, cuando le permitieron pelear con El Hijo del Santo. Rodolfo Guzmán Huerta (1917 -1984), El Santo, es uno de los ídolos populares más relevantes de México, referente no solo por su trayectoria en las esquinas, sino también por su participación en películas de culto como Santo vs. Las mujeres vampiro, Santo en el museo de cera y El Santo contra los zombies, entre otras. Pese a la derrota, un año después pudo alcanzar el título mundial.
Cassandro hizo de su estética, una mística. "Cuando lucho con mis contrarios, trato de meter un baile para sacarlos, que me vean, que digan ‘esta loquita empieza a bailar’, a veces los desafío con un beso. Es parte del show, del entretenimiento", dice. Mientras se consolidó como un exótico resiliente frente a la tradición, las disputas con El Hijo del Santo tuvieron sus vaivenes: como no lo podía desenmascarar, en 2007 le rapó completamente la cabeza; en 2009, hicieron una exhibición en el Museo del Louvre y en 2011, le dedicó un programa televisivo completo. Además de showman, el emperador lo legitimó como uno de los mejores contendientes.
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Está por comenzar la rueda de prensa por la presentación de la película. Una mujer renguea, se detiene y le dice algo al oído. Cassandro llora. "Me dijo que dejara de lastimar mi cuerpo. Sentí que era el abrazo de mi abuela." En esos momentos en los que confluyen el dolor físico y la parálisis, producto de varias cirugías, y las cicatrices emocionales que se generan por distintas adicciones, se sintió en el abismo, sin barreras de protección, con depresiones intensas, aislamientos e intentos de suicidio.
Fue vital, en un primer momento, la terapia de los doce pasos, pero luego se conectó con la comunidad Kalpulli Tolteca. Sabía de las reverencias ancestrales a Tonantzin –diosa de la fertilidad–, pero nunca había sido parte. En 2011, un amigo lo invitó a participar de una ceremonia. La noche anterior, había tenido una lucha extrema, aquellas en las que literalmente vale todo: además de las llaves y los revolcones, pueden usarse púas, chinches, tubos fluorescentes, cutters y otros materiales sin discreción. Con el pelo chamuscado y el cuerpo resquebrajado, Cassandro se acercó al ritual. El camino era largo y se hacía solo a pie. De lejos se escuchaban los instrumentos de percusión, latidos que lo acercaban al terreno. Su espíritu vibró con los ayoyotes, esos cascabeles que traían en las piernas los bailarines. Cassandro menciona a los Kalpulli como su familia espiritual y de la danza Azteca Omecoatl como la forma de vida por la cual pudo resurgir: "Nos sentamos en un círculo y la capitana de la danza, Gisela, corría la ceremonia. Era muy bonito eso, yo no sabía las canciones, pero mi corazón estaba cantando de alegría. Se me había olvidado lo de la noche anterior. Escuché gente muy sabia, abuelos, que hablaron de lo que representa la sanación, de lo que representa la tierra madre, de cómo cuidar el ambiente, de cómo llevar el autocuidado y el autoamor. Salí de ahí purificado".
Al año siguiente, se incorporó como tamborero a las celebraciones, y participó de la Danza del Sol, ritual de cuatro de días de purificación y desintoxicación, en los que también conecta con sus antepasados. El baile, para Cassandro, siempre fue un desafío. Cada luchador tiene su himno, talismán sonoro que lo acompaña para entrar al cuadrilátero. En los inicios de su carrera, se presentaba con una canción que decía "no me toques el cucu" y buscaba desestabilizar así a su rival. Luego de varias lesiones, eligió I Will Survive", de Gloria Gaynor, como manifiesto biográfico y horizonte prospectivo: "Tengo un don: conecto con la gente, que me motiva y se motiva. Antes no tenía dirección, me presentaba y luchaba. Pero llegó un momento que después de tanta injusticia social que miraba, me di cuenta del poder de la boca, de cómo la usamos para lastimar. Me propuse usarla para el bien, aunque hasta no sanarme, no lo hice... Supe que podía dejar las drogas y de que había otra forma de vivir. Hoy puedo hablar con aquel que me escribe por redes sociales o en conferencias. Ojalá pueda seguir siendo un instrumento para quien lo necesite".
Cassandro enfatiza que la lucha libre es bendita y en ese grito, enmarca su destino: "Mi madre quería un diploma y lo tuvo. Me recibí de administrador y asistente de médico, pero la especialidad era geriatría y no podía ver a los ancianos morir". Héroe melodramático y sensual, lleva en su cuerpo un mapa de ambiciones y desdichas. Por eso, la empatía nunca se acaba. Uno de los árbitros más respetados en México, Rafael Olivera, ha emparentado la lucha libre con el tango, tanto sea por su desprestigio inicial, por las tramas que narra, como así también por la contundencia de sus movimientos. Marie Losier eligió para el cierre de su película La Payanca, un tango escrito en 1906: El fuego del corazón / en mi cantar supe poner, /por eso fui rey del amor / ¡Rey del amor!
Figuras, pausas, llaves, contrallaves. No importa de qué pista se trate: el baile de Cassandro siempre renace.