Tenían menos de 21 años cuando jugaron el partido decisivo del torneo de reserva en 1958. Hoy, con más de 80, vuelven a reunirse para celebrar su amistad
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Ninguno recuerda con precisión cuándo -en qué fecha- sucedió el partido que celebran periódicamente desde hace 63 años. Juan Cruz Varela, segunda línea de CASI, ni siquiera se acuerda de cómo terminó el marcador. ¿Acaso importa? Sabe que le tocó perder, que su equipo no marcó ningún punto y que hoy tiene una mesa llena de amigos. “Somos los sobrevivientes de la final del campeonato de Reserva de 1958″, se presenta Eugenio Holmberg, medio scrum de CUBA.
Son 14 amigos, ex jugadores de rugby, tienen entre 82 y 84 años. “Al principio nos juntábamos cada dos o tres años, pero cuando descubrimos que éramos cada vez menos, aumentamos la frecuencia. Ahora nos vemos todos los años”, cuenta Rodolfo Travers, tercera línea de CUBA. En el tiempo que transcurría entre estas reuniones, se casaron, estudiaron, tuvieron hijos, llevaron a sus hijas al altar, se recibieron de abuelos. Algunos, incluso, murieron. A “los que no están” le dedican un brindis antes de cada comida y los recuerdan en mil anécdotas (que, inexorablemente, se cuentan en presente).
¿Qué celebran? La excusa que los reúne, en principio, es revivir un match de trascendencia menor para el rugby nacional pero que, según parece, resultó el partido de sus vidas: CUBA-CASI, la final del campeonato de reserva de 1958. No se trata de “la celebración de un triunfo histórico” ya que alrededor de la mesa hay vencedores y vencidos. Es imposible reconocer a qué equipo pertenece cada uno: se sientan mezclados y se tratan con idéntica hermandad.
Jorge “El negro” Fernández Ramallo, tercera línea y capitán del CASI, dice que es fácil diferenciarlos: “Nosotros somos los caballeros de la mesa. Si ganaban ellos, los cubanitos, todo este festejo, todos estos años de encuentro, no se hacían (ríe). Hay una frase famosa de Enrique IV que dice ‘París bien vale una misa’. Bueno, nosotros decimos, la amistad de estos señores bien vale perder un partido… ¡y lo festejamos desde hace más de seis décadas”, insiste.
La “Sputnik”, una reserva de leyenda
Ante todo, un poco de contexto. Se llamaba Reserva a lo que hoy es Menores de 21, la última categoría con límite de edad en el rugby argentino. Después solo quedan la primera división, donde juegan los mejores de cada club, y la intermedia, que reúne a los mayores que no alcanzan el nivel para primera.
En 1958 el rugby se jugaba sin suplentes. Si un jugador salía lastimado, su equipo debía continuar con uno menos. Por ese motivo, los planteles eran cortos, de 18 o 19 jugadores. Un try valía 3 puntos, mientras que los penales y las conversiones sumaban de a 2 puntos. No se podía levantar a un compañero en el line y tampoco estaba muy “regulado” el scrum. Luis Fernández, pilar izquierdo de CUBA, que a último momento quedó fuera de aquella final “de leyenda”, suplía su falta de kilos formando muy bajo, algo que hoy está prohibido.
El partido que los reúne cada año se jugó en Gimnasia y Esgrima, sección San Martín, la sede que está en Figueroa Alcorta, frente a los lagos de Palermo. Pese a no haber sido un match estelar, tuvo ribetes épicos. CASI era el dueño absoluto de la categoría: había ganado los últimos tres torneos y llevaba un rosario de partidos invicto. Ese año CUBA presentó dos reservas: una buena, que reunía a los jóvenes que tenían “pasta” para primera y otra no tan buena, que concentraba al resto de los jugadores del club. La A jugaba los sábados y la B, los domingos. Pero sucedió lo que nadie imaginaba: las dos reservas de CUBA se enfrentaron en una semifinal y la reserva ‘mala’, por la que nadie daba dos mangos (a la que sus técnicos, Germán Latuada y Jorge El Gallego Quian quisieron sostener con un poco de mística y la bautizaron “Sputnik” en honor al primer satélite ruso), le ganó a la reserva ‘buena’.
CASI llegó a la final confiado, con la seguridad de quien se reconoce superior al rival, como quien va a cumplir un trámite. Marcelo de Elizalde, wing de CUBA, admite: “Estábamos absolutamente convencidos de que perdíamos. Habíamos empezado bien el torneo, fuimos superando a los rivales con bastante facilidad, incluso a nuestro ‘cuco’, que era Escuela Naval, de Río Santiago. Ganamos el torneo de los domingos y nos tocó contra el CASI, que había ganado los sábados. Nadie tenía dudas de que ellos eran mejores. Esa camada del CASI nos había ganado siempre en las otras divisiones”. Pero, otra vez, sucedió lo impensado.
La crónica de La Nación –que sirve para llenar todos los baches en la memoria de los protagonistas- le pone fecha cierta al partido: domingo 21 de septiembre de 1958. Además, ofrece un relato contundente: “La reserva ‘mala’ de Universitario (la B que no resultó tan mala) se clasificó campeón de la categoría al vencer a un desteñido Atlético de San Isidro por holgado y excesivo score”, comienza. Y en el segundo párrafo, con un vuelo más poético, describe: “La lógica rodó por el suelo, víctima de un tackle certero de la Diosa Fortuna, frecuentemente entremezclada en el accionar de los jóvenes campeones”.
Al final, refleja la progresión del score y el nombre de los goleadores... pero ese es un cuento que suena mejor en la voz de sus protagonistas.
“El partido de nuestras vidas”
Jorge Alberto Ibáñez estaba haciendo la conscripción en el Cuartel Maestre, piso 11 del Edificio Libertador. El domingo de la final lo convocaron a “los servicios”, que quedaba en la calle Migueletes. Eran las 12, faltaban dos horas para el partido, y no lo largaban. “Yo tomé la decisión de rajarme, de escaparme de la colimba. Imaginé que me pondrían mil días de arresto, pero qué me importaba. ¿Cuántas veces iba a jugar una final así?”, recuerda. Además, no tenía forma de comunicarse con su equipo, de avisarles que estaba demorado. Si no llegaba a tiempo, los obligaría a presentarse con 14 jugadores, sin uno de sus wines. Estaba planeando la fuga cuando recibió la venia de salida. Voló hasta su casa en San Isidro, recogió el bolso y se sumó al plantel justo cuando se preparaban para salir a la cancha. Tuvo una actuación aceptable. “Lo mejor que hice en el partido fue taclear a Horacio Pintos cuando volaba en palomita para marcar el tercer try de su equipo. Apoyó la pelota, pero lo desarmé en el aire, cayó desparramado, le arruiné la foto. ‘Vos me arruinaste el lucimiento’, me decía él en cada encuentro”, cuenta Jorge.
Adrián Beccar Varela, el otro wing de CASI, había terminado la colimba unos meses antes. “Tuve muchos problemas en el ejército porque no me gustaba que me reten. Me metieron 123 días de arresto y me dieron dos meses de recargo. Ojo, me lo gané, hice muchos disparates: le robé el uniforme a un coronel, le comí el cordero de Navidad a un general…”, recuerda con una gran sonrisa. No formaba parte del equipo de reserva porque había sido promovido a primera a los 19 años. “Pero el día que se jugaba esa final, no sé qué problema tenían con uno de los wines y me invitaron a mí. Fue el único partido que jugué con la reserva y tuve que comerme esta gallina”, explica. Habla con estilo campechano y del partido recuerda especialmente a un jugador que se llamaba de apellido Morteo: “Ya murió, era el fullback de nuestro equipo. Pateaba los penales con maestría, no falló una conversión en su vida, pero ese día pateó tres penales, uno abajo de los palos, y erró todo. No había penal más fácil; si lo tiraba con la mano, lo embocaba”, dice.
Adolfo Olivera, segunda línea de CUBA, se emociona cuando recuerda aquellos años. “Soy un viejo, tengo el llanto fácil”, se disculpa. Ya en el primer tiempo, se había convencido de que el referí los estaba bombeando. Cuando cobró “el cuarto o quinto penal en contra”, tomó una decisión que podría haberlo sacado de las canchas por varios años: “Yo estaba enceguecido y resolví que después de que los rivales pateasen el penal le iba a dar una piña al referí. Afortunadamente, Morteo la hace rebotar en un poste. ¡Pum! Me salvé de una suspensión de por vida”.
Juan Cruz Varela, tercera línea del CASI, fue uno de los cuatro expulsados que tuvo el partido. Si bien reconoce que era “un desaforado” jugando, jura que no recuerda porqué lo echaron. Dice que fue a tacklear a Eugenio Holmberg, medio scrum de CUBA, con mucha vehemencia y, tras la expulsión, lo suspendieron dos años.
-Algo tuvo que haber hecho para merecer semejante castigo.
Varela: No me acuerdo. Pero a Eugenio qué le voy a pegar, si es mi amigo. No sé por qué me echó el petiso Laguna. Preguntémosle a Eugenio… Che, Eugenio, perdón, una consulta: ¿vos te acordás porqué me echaron?
Holmberg: Porque me cagaste a trompadas.
Varela: No, si sólo te tacleé… ¿De verdad te pegué una piña? No sé… Perdón.
Holmberg: Ya prescribió. Concretamente, me levanté con la pelota para salir corriendo y me di contra la barriga de un tipo que estaba muy nervioso y empezó a pegarme trompadas.
Los otros tres expulsados fueron José Ramón Bullrich (pariente de Patricia), el “Abuelo” Linares y Guillo Torres. La expulsión de Bullrich es el reflejo de la época. Era uno de los pilares de CUBA, lo llamaban Bubú y todos lo recuerdan como “un cabrón de aquellos”. Ya ha muerto. Como tenía la nariz torcida, siempre le decían “Bubú, salí del vidrio”. En la final, formaba enfrentado a Torres, pilar de CASI, quien se había propuesto que echaran de la cancha a Bubú. Tenía un plan, que puso en práctica durante el primer scum del segundo tiempo: recién formados, cuando estaban amarrados, Guillo comenzó a cantar “Bubú es peroniiiista/ Bubú es peroniiiista”. La reacción de Bullrich fue inmediata, se produjo un cruce de trompadas y los dos quedaron afuera de la cancha. Sus amigos, entre risas, intentan explicar tanto enojo: “El padre de Bubú formó parte de la Junta Consultiva Nacional que impuso la Revolución Libertadora”.
El primer tiempo, en el que CASI tuvo dominio del juego, terminó empatado 0 a 0. CUBA marcó sus cuatro tries en la segunda etapa. Primero apoyó Eugenio Holmberg; después, José María “el Oveja” Caferatta, gran apertura, y cerraron la cuenta los dos insides universitarios: Horacio Pinto y Marcelo Elizalde. Solo uno de los cuatro tries fue convertido. El resultado final fue 14 a 0.
Esa misma noche de domingo, aún sin saberlo, ganadores y perdedores fundaron un ritual que sostendrían por 63 años. Los dos equipos celebraron juntos en casa de Martín Achával, de CUBA, en Uruguay y Córdoba. “Ya la tenían organizada, así que no les creas tanto eso que dicen que nos respetaban…”, insiste Fernández Ramallo. Podrían haber ido a Reviens, L’Hirondelle (“donde íbamos a ver si enganchábamos algo, pero nunca enganchábamos nada”), Marquise (“que era un poco más pesado, adonde iba Hugo Pratt”), Caprice ó Sunset, donde solían encontrarse por las noches.
Los recuerdos de aquella fiesta fueron nublados por el paso del tiempo, pero, sobre todo, por el alcohol. Una de las pocas certezas, en la que todos coinciden, es que dos matrimonios nacieron de esta celebración memorable: Eduardo González del Solar, que jugaba en la primera del CASI y era crack, conoció a Malena Moura, con quien terminaría casándose; y Ludovico Ortelli, jugador de la reserva A de CUBA, conoció a “la hermana de uno de los muchachos” (perdón, pero acá flaqueó la memoria) y esa relación también terminó en el altar.
“Mucho más que amistad y espíritu de rugby”
Algunos de los chicos que aparecen en la foto de LA NACION están presentes esta tarde en el comedor de CUBA. Tienen algunos años más, nada más. Sobre el final del encuentro, antes del último brindis, se suceden tres discursos. El cierre queda en manos de Eugenio Holmberg, a quien el cronista deportivo que cubrió la final destaca como “la mejor figura de la cancha”. Sus palabras:
“Estuve meditando acerca de esta amistad, esta camaradería prolongada, de 63 años, que va más allá de lo que se habla sobre el espíritu del rugby. Todo eso es verdad, aunque ahora haya algunos problemas. Yo les voy a compartir una pequeña reflexión. Cuando tenía 19 años, hice un viaje por el África, una cosa rara y especial. Iba en un barco, en tercera, donde había muy poca gente. Ahí me hice amigo de un muchacho italiano que se llamaba Giuliani. A fuerza de no tener nada que hacer, era un barco carguero, charlamos mucho. Me contó que iba a un lugar que sólo conocía de nombre y que de la familia no le quedaba nada, solo un suéter tejido por su madre. Me dio mucha tristeza. Este hombre no tenía nada, ni siquiera una casa adonde volver. Era una hoja en la tormenta. Yo reflexioné y me di cuenta de que tenía todo lo que a él le faltaba: una familia, una casa, un club… Tengo todo, y lo tengo por ningún mérito. Yo lo considero natural, pero en realidad es un privilegio. Yo extiendo este razonamiento al mirarme en un espejo y ver cuán privilegiado soy por haber pertenecido al mundo del rugby, que me brindó tantas cosas buenas. Este grupo y esta reiteración de reuniones celebra algo más que amistad y espíritu del rugby: celebra sencillamente la vida prodigiosa, privilegiada, que hemos tenido y tenemos los que estamos acá. Tenemos todo. Y yo, por lo menos, no merezco nada de lo que tengo. Lo tengo por la gracia de Dios. Así que les agradezco a todos. A los que ya partieron, los tenemos siempre en el corazón y les decimos: “Chicos, hasta cualquier momento”.
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