Casas vacías y dos desayunos
En su flamante faceta de actriz, cada vez más consolidada, la cantante interpretará a la diseñadora en la tercera entrega de la serie American Crime History
En enero mis clientes suelen irse de vacaciones y dejarme al cuidado de sus piletas de manera absoluta. Aún los más celosos de ellas, los que se ocupan con gran dedicación (acaso a tiempo completo) de que cada producto que agregan al agua sea el mejor, el más específico, de que las dosis sean las precisas, de que nunca le falte ni le sobre nada al agua, me dicen: "Félix, dejo todo en tus manos". Así que ahí voy, a intentar igualar con mi modesta visita semanal la performance de ellos, a intentar que el agua no muera en mis manos, que sobreviva lo mejor posible hasta que ellos vuelvan bronceados y felices.
Hay que decir: no es tan difícil. Si las piletas no se usan, su manutención es simple, el agua está relajada, mansa, se deja cuidar como los bebés, como los perros. Me gusta entrar a esos jardines vacíos y ver los restos de vida que quedan por todas partes. Una remera olvidada sobre el respaldo de una silla, un par de ojotas al borde de la galería, una pelota hundida en el cerco, una canilla que gotea en un balde que rebalsa para que el perro, que quedó solo, pueda tomar agua mientras espera que venga la persona que se ocupa de darle de comer una vez al día. Si entrar en una casa a limpiar una pileta es entrar en el tiempo del agua, adaptarse a su ritmo, a su delicado vaivén, entrar a una casa vacía es entrar a un tiempo doblemente distorsionado: a la distorsión que produce el agua se agrega la del mundo fantasmal que se para sobre tus hombros y te habla al oído en susurros poco claros, tan ambiguos como la sed, que va y viene, bajo el sol.
Este mes de enero ya me tocaron cuatro casos de éstos. Casa sola y todo para mí. Lo habitual, y el número seguramente crecerá. Uno imagina a esas familias en la playa, o vaya uno a saber dónde, y de golpe ve la pileta y piensa que acá también dejaron su pequeña playa privada. ¿Para qué buscar otra playa? ¿Para qué ESTA playa? ¿Para qué la casa? ¿Para qué el jardín? ¿Para qué el perro? Y en ésta en la que estoy ahora, puntualmente: ¿para qué los dos vasitos servidos con café y espuma, los dos pares de tostadas con mermelada en sendos platos azules, los dos vasos de jugo de naranja, sobre la mesa de la galería? ¿Para olvidarlos? ¿Siempre hay que olvidar algo, o solo cuando uno se va de vacaciones? ¿Hace cuánto que está ese desayuno para dos servido en esa mesa? Deben haberse ido hace poco. Si así no fuera, ya habría moscas o bichos alrededor. Así, mientras limpio la pileta, pienso: pensaron en mí, me dejaron dos desayunos servidos. Me ven flaco, deben saber que necesito comer por dos. La idea es absurda, pero crece, como el hambre, y cuando termino de limpiar estoy completamente convencido de ella. Miro la hora. Hay tiempo de sentarme en la galería y ser el dueño de casa desayunando por él y por mí. El perro me mira, la cabeza levemente inclinada, orejas alertas. ¿Me va a delatar? Le doy las dos tostadas de mi desayuno extra: las revoleo y él las atrapa en el aire con maestría impecable.
El café no creo que le guste, ni el jugo de naranja. Así que acá estoy, lleno de cafeína y vitamina C para seguir con mi día. Por suerte, en el lavadero de la parrilla quedaron esponja y detergente.
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