Producción y fotos: Laura Peirano | Texto: Verónica Mariani.
El sol no amanece solo en el arroyo Felicaria del delta de Tigre. Adrián Snajder ya lo está esperando con algo para hacer. Por lo general, carga sus herramientas de trabajo a su canoa y rema hasta el primer parque que espera sus expertas manos jardineras. También puede que vaya al puerto de Tigre continental para vender sus macetas, o que lo encontremos formando los cimientos de una nueva casa de madera que le encargaron construir. Este carpintero (como su abuelo) y hombre de la tierra (como su padre) hace lo que aprendió mejor y vuelve a elegir su oficio cuando despunta el sol, cada día.
Como buen intermediario de la naturaleza, Adrián tiene raíces profundas. Es nieto de inmigrantes italianos y checoslovacos, de quienes aprendió de forma directa –así como a través de sus padres– el amor por el oficio. Nació en Campana, rodeado de pinos plantados por la colonia checoslovaca para emular los paisajes de su tierra, y creció con el ejemplo de su padre arando con el caballo y su madre cuidando de su huerta.
Con el tiempo, llegó el Tigre, la casa construida con sus propias manos que hoy comparte con sus dos hijos adolescentes, y su taller, El Hornero, bautizado así por una ofrenda (un cartel de chapa) que un día le trajo la marea. Casi, casi como si lo conociera.
LA NACION