Cartas para leerle entre sorbos de café
Me desperté con frío, una noche helada, muy oscura, afuera neviscaba y la calefacción de leña se había apagado. Ella dormía a mi lado, desnuda, boca abajo, como lo hacía siempre. Sabía que sobre la mesa de noche estaba la caja de fósforos largos. Los que uso para mis puros. Extendí mi brazo y, con cuidado, tomé uno y lo encendí. Aún dormido, prendí la vela de mi candelabro. Lo primero que vi a los pies de la cama fue la enorme y antigua bañadera enlozada con patitas. Sabía que el tanque intermediario estaría aún lleno de agua muy caliente y pensé en llenarla. Me levante perezoso y abrí la canilla; volví a la cama mientras se llenaba y comencé a leer el libro Letters of Note, una colección de 125 cartas -correspondencia que merece una audiencia, como dice su autor, Shaun Usher- que compila cartas de niños, presidentes, reyes, artistas, músicos. Cartas como escribíamos antes, pensando en alguien que estaba lejos. Hoy todo es repentino, por nada se aguarda. Gratificación instantánea. Me pregunto si ganamos tiempo o perdimos aquellos días y semanas que esperábamos una respuesta. Recuerdo que en 1979 escribí veintiún cartas a todos los restaurantes tres estrellas de Francia en las que pedía aprender. En los meses siguientes, una a una fueron llegando las respuestas. La gran mayoría, educadamente, se disculpaba por no poder recibirme, pero los pocos que me aceptaron cambiaron radicalmente mi vida. Un aliento de trabajo que nació de una veintena de estampillas rojas con la cara de San Martín. Recuerdo como si fuera hoy los sobres timbrados y el día que los despaché. Una ilusión de sueños y esperanzas dentro de un sobre, que con los años me regalaron un oficio y la hermosa cultura y condición de un país generoso y riguroso, con su historia llena de reflejos y pasión: Francia.
Encendí la estufa de kerosene y me sumergí en la bañadera, la vela se reflejaba en los espejos y ventanas, dormité con aquella serenidad de la madrugada invernal. Cuando abrí los ojos ella estaba parada dentro de la bañera, su pubis muy cerca de mis ojos. Lentamente se sumergió conmigo, siempre la luz de la vela la mostraba más bella, como si tuviera un secreto infranqueable. Vestida o desnuda. Poseerla no alcanzaba para llegar a su incógnito enigma clandestino; contrariamente, aquella unión de besos y cópulas acentuaba aún más su recato, produciendo una magia magnífica. Salí del agua, me puse un camisón y bajé a la cocina. Hice café y tostadas con manteca y dulce de naranja. Me senté en el sillón junto a la bañadera, y mientras comíamos con aquel café placentero le leí, una a una, muchas de las cartas del libro. Elvis Presley, Walt Disney, Marlon Brando o un niño de escuela.
¿Será inevitable que las lapiceras de tinta y papeles para misivas estén destinadas a ser olvidados por la veloz digitalización de los segundos que llenan nuestros días? Un año después de aquella magnifica y cuidada recopilación salió otro título, Lists of Note, donde otra vez editó una colección de 125 listas realizadas por personalidades como Marilyn Monroe, Newton, Kurt Cobain o Hemingway. Cada uno a su manera, hacen de estas listas y recordatorios una fotografía de la persona y sus obsesiones.
Como buen trotamundos, yo les dejo las listas de mis restaurantes preferidos: en Buenos Aires, Carlitos de la Boca; en París, Chez l'Ami Louis; en Nueva York, Prune; en Madrid, La Trainera, y en Londres, The River Cafe.
Pero en mi casa, la bañera llena de invierno y luz de vela; mi amante (la más bella palabra del diccionario), y un libro para leerle entre sorbos de café, deseo e ilusión en los confines de mi silencio.
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