Carrozas de fuego. A 40 años del film olímpico por excelencia
La historia detrás de la multipremiada película de Hugh Hudson, basada en la vida de dos corredores que sorprendieron al mundo en los Juegos de París de 1924
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Estrenada en Londres en 1981 y considerada un ícono del cine, Carrozas de fuego cumplió 40 años. Ambientada en los Juegos Olímpicos de París en 1924 y basada en la vida y las hazañas de dos atletas británicos, Eric Liddell y Harold Abrahams, obtuvo un inesperado y enorme éxito mundial, que la llevó a ganar numerosos premios, entre otros, cuatro de los siete Oscars a los que fue nominada, incluido el de Mejor película. En este año Olímpico, a la espera del comienzo de los Juegos de Tokio, LA NACION revista propone una mirada sobre la historia de una verdadera joya cinematográfica basada en aquellos Juegos que, además, tuvieron un gran impacto en la Argentina.
Una de las escenas más emblemáticas de la historia del cine es aquella en la que se ve a un grupo de jóvenes corriendo descalzos por la playa. Esos chicos son el equipo de atletas británicos, estudiantes que iban a representar a su país. La escena es acompañada de una música que le brinda una armonía sublime.
Carrozas de fuego es para muchos la película olímpica por excelencia. Atrapante por varios motivos, “resalta muy buenos valores, los mejores valores humanos”, dijo su director, Hugh Hudson; esos valores que son la esencia del deporte, la competencia sana y leal, y la fórmula más eficaz para el éxito: trabajo, esfuerzo y dedicación. El otro elemento que hace tan especial a este film es su música. Compuesta y arreglada por el griego Evangelos Odysseas Papathanassiou, más conocido como Vangelis, apareció casi de casualidad, cuando el film estaba terminado. Inesperadamente, el productor, David Huttman, recibió un llamado de Vangelis, quien llegó con su cassette. Huttman confiesa que la magia que emanaba esa música le puso los pelos de punta. Por otra parte, la inclusión de la música de Vangelis constituyó una audacia sin precedentes, una mixtura que le dio el touch definitivo: un film ambientado en los años 20 musicalizado con los sonidos electrónicos de pianos y sintetizadores, marca registrada de los 80. Juntas, película y música iban a trascender en el tiempo. El título del film fue aportado por el guionista, Collin Welland, tras escuchar un verso del poema “Jerusalén”, de William Blake: “Bring me my Spear: O clouds unfold! Bring me my Chariot of Fire!” (¡Traedme mi lanza! ¡Oh nubes, abríos! ¡Traedme mi carroza de fuego!)
En 2012, en ocasión de los Juegos Olímpicos en Londres, Carrozas de fuego fue la invitada de honor. La película, remasterizada digitalmente, fue reestrenada en una gran premiere con alfombra roja. Además, llegó al West End adaptada como obra de teatro por idea de Hugh Hudson, quien fue el coproductor, y se lanzó un documental muy interesante, The Real Chariots of Fire, presentado por Nigel Havers, quien en el film interpretó a un aristócrata saltador de vallas. Como muestra el backstage de la película, Havers va tras los pasos de Liddell y Abrahams, con la colaboración, entre otros, de uno de los protagonistas, Ben Cross; el director, Hugh Hudson, y el productor, David Puttman; el periodista Sir Trevor McDonald; la medallista olímpica británica Dame Kelly Holmes, y Sue Pottle y Patricia Russell, hijas de Abrahams y Liddell, respectivamente. En la ceremonia inaugural, la Orquesta Sinfónica de Londres interpretó la icónica música de Vangelis, con la desopilante participación de Rowan Atkinson, y su entrañable Mr. Bean.
Pero, ¿cómo surgió hacer una película sobre unos Juegos Olímpicos tan lejanos y unos atletas que quizá nadie recordaría? Todo comenzó a partir de una idea de Hudson, quien estaba interesado en llevar a la pantalla la historia de esos dos atletas británicos que fueron grandes estrellas de los Juegos de París en 1924. Hudson, que en los 60 había fundado una compañía de documentales con amigos, conoció al productor David Puttman, a través de Alan Parker, con quien había trabajado en Expreso de medianoche (1978). Puttman aceptó inmediatamente sumarse al proyecto (detalle no menor: la producción ejecutiva estuvo a cargo de un tal Dodi Al Fayed), y junto con Hudson salieron a la caza de los actores que iban a interpretar a los dos atletas; la búsqueda se centró en actores jóvenes y desconocidos.
Ian Charleson, nacido en Edimburgo, en 1949, fue Eric Liddell, un devoto predicador cristiano, fiel a sus principios y su religión. Charleson, que también era cantante con registro de tenor, se destacó como intérprete de obras de William Shakespeare. Sir Ian McKellen, el actor de Shakespeare por excelencia, dijo de él que “interpretaba tan bien Hamlet que parecía haber ensayado ese papel durante toda su vida”. Ian estaba al tanto de la búsqueda, y se propuso ser Eric Liddell. Su preparación incluyó leer la Biblia completa.
Ben Cross interpretó a Harold Abrahams. Nacido en Londres en 1947, había realizado varios oficios hasta que a los 22 años decidió ser actor. Ingresó en la Royal Academy of Dramatic Arts (RADA), el mismo lugar donde se iniciaron artistas de la talla de John Gielgud, Glenda Jackson y Anthony Hopkins. Tuvo un pequeño papel en la icónica serie inglesa Los profesionales como agente de CI5 mientras se destacaba en el teatro, en el West End. Hudson lo descubrió en 1979, cuando personificaba al abogado Ben Flynn, en Chicago.
Dos grandes actores secundaban a los jóvenes Charleson y Cross. Ian Holm fue Sam Mussabini, el prohibido entrenador profesional de Harold Abrahams. Como Cross, se había formado en la RADA y debutó en el teatro en 1954, con Otelo; hasta Carrozas de fuego, Holm había actuado en casi todas las obras de Shakespeare, algunas obras clásicas y contemporáneas, además de diversas películas para cine y televisión, entre ellas Jesús de Nazaret (1977), de Franco Zeffirelli; María, reina de Escocia (1971) y El joven Winston (1972); y el enorme Sir John Gielgud tuvo un pequeño rol como maestro de Trinity College. En los papeles secundarios más relevantes estaban Nigel Havers como Lord Andrew Lindsay; Alice Kriege fue Sybil, la cantante de ópera y fiel novia de Harold, y Cheryl Campbell interpretó a Jenny, la hermana de Eric. Dennis Christopher y Brad Davis (Expreso de medianoche) se encargaron de darles vida a los destacados corredores estadounidenses Charlie Paddock y Jackson Scholz, respectivamente.
Las dos caras de una moneda
En el documental The Real Chariots of Fire, Ben Cross describe a Eric Liddell y Harold Abrahams como “las dos caras de una misma moneda” (“yo era el competidor, él era el caballero”, decía Cross, hablando de su personaje y el de Ian Charleson).
¿Quiénes fueron Liddell y Abrahams, las dos caras de una misma moneda? Nacido en Tianjin, China, el 16 de enero de 1902, donde sus padres eran misioneros, Eric Henry Liddell era miembro de la Iglesia Reformada de Escocia. Eric y su hermano Robert se educaron en Eltham College, un internado para hijos de misioneros, en Londres, y luego partieron a estudiar a la Universidad de Edimburgo, en Escocia. Allí Eric se destacó como un veloz corredor y jugador de rugby, un deportista excepcional con una personalidad cautivante que le permitió llegar a lo más profundo de la gente cuando predicaba el evangelio; su misión era servir a Dios, no solo como predicador, sino a través del deporte; Dios lo había hecho veloz, y cuando corría sentía que lo complacía. Humilde y sencillo, Liddell es hasta el día de hoy un emblema de Escocia; una persona que se hacía querer por todos, especialmente entre los chicos, que lo consideraban su ídolo.
Harold Maurice Abrahams nació en Bedford, Inglaterra, el 15 de diciembre de 1899; su padre era un inmigrante de origen judío proveniente de Lituania, un exitoso financista que había hecho una pequeña fortuna, lo que le permitió enviar a sus hijos a los mejores colegios. Adolphe y Sydney, hermanos mayores de Harold, fueron grandes atletas. Animado por sus hermanos, Harold arrancó con el atletismo a los 10 años. En 1920 participó en los JJ.OO. de Amberes, corriendo los 100 y 200 metros; pero pese a destacarse como atleta mientras estudiaba en Cambridge, sus resultados fueron muy pobres. El talento de Harold chocaba con un gran problema que hacía trizas su capacidad mental y física, y su autoestima: el creciente antisemitismo en la sociedad británica de entonces. Por eso se esforzaba hasta el límite para contrarrestar esos prejuicios y demostrar que él también podía ser alguien.
Los caminos de Liddell y Abrahams se cruzan por primera vez en 1923, en una competencia en Londres, en lo que es hoy el estadio del Chelsea. Allí se enfrentan en una carrera en la que Harold cae derrotado frente a la superioridad de Eric, provocando un duro golpe a la ya baja autoestima de Harold, quien ve cada vez más lejos su sueño: ganar una medalla olímpica. Es entonces cuando, y en una época en que el deporte olímpico era totalmente amateur, llega a su vida Sam Mussabini, uno de los más reconocidos entrenadores de su tiempo, quien se encarga de trabajar sobre el potencial deportivo de Harold y sobre todo, fortalecer su mente, en durísimos entrenamientos, concentrándose sobre todo en los 100 metros.
Los atletas seleccionados parten hacia París; en la película, un periodista interroga a Eric, mientras sube al barco, sobre su participación en las eliminatorias de los 100 metros, el domingo siguiente. A Eric se lo ve desconcertado, no sabe qué responder, porque competir un domingo iba en contra de sus creencias religiosas. La realidad es que, si bien es cierto que no corrió ese domingo, Eric no se enteró subiendo al barco, sino a último momento. Fiel a sus principios, no solo decidió no participar, sino que ni siquiera estuvo en el estadio; ese domingo fue a predicar a una sede de la Iglesia Reformada de Escocia en París.
Mussabini acompañó a Harold a París para completar su preparación desde las sombras. Lo dejó con la suficiente autoestima y fortaleza física y mental para salir a la pista a enfrentar en las finales de los 100 metros al americano Charlie Paddock, conocido por ese entonces como “el hombre más veloz del mundo”. Harold recordó el consejo de Mussabini: “pensar solo en el disparo de largada y la cinta de llegada”. El durísimo trabajo en los entrenamientos y la táctica de Mussabini dieron sus frutos; Harold fue la gran sorpresa al vencer en los 100 metros al Usain Bolt de los años 20. Tras ganar la medalla de oro, en la película se ve a Abrahams guardar sus cosas y retirarse de los vestuarios solo y en silencio.
La hazaña Eric Liddell ocurrió un día viernes. Ante una multitud, el film muestra la estremecedora imagen de Liddell llegando a la meta “con la cabeza hacia el cielo, mirando a Dios”, como explica Nigel Havers en The True Chariots of Fire. Es el momento en el que el bate el record mundial en 400 metros y que finaliza con Liddell subido en andas por sus compañeros, frente al palco real, donde es aplaudido por el Presidente del Comité Olímpico Internacional y el Príncipe de Gales.
La vida después
Eric Liddell y Harold Abrahams, en la vida real, siguieron caminos completa
mente diferentes. Luego de su hazaña en París, Eric volvió a Escocia a retirar su título en Ciencias Exactas de la Universidad de Edimburgo, y fue recibido como un héroe por sus compañeros. Pero su destino estaba consagrado a Dios y pronto retornó a su lugar, China, para misionar en Tianjin. Allí se casó con Florence Mackenzie, con quien tuvo 3 hijas. En 1941, al estallar la guerra entre China y Japón, la embajada de Gran Bretaña les aconsejó que volvieran. Liddell decidió quedarse a ayudar en China y envió a su esposa embarazada y a sus dos hijas pequeñas a Canadá, sin saber que nunca volverían a verse (y que no iba a conocer a su tercera hija). En 1943 fue enviado a un centro de detención por las tropas japonesas; se dice que Winston Churchill intervino para facilitar su liberación, pero Liddell se negó y le dejó su lugar a una mujer embarazada. Eric Liddell tenía apenas 43 años cuando s
e murió en prisión, el 21 de febrero de 1945, a causa de un tumor cerebral. Su vida post París 1924 se puede ver en la película On Wings of Eagles, con Joseph Fiennes.
Abrahams continuó compitiendo hasta que una lesión en el pie le hizo abandonar su carrera deportiva. Finalizó sus estudios y se recibió de abogado en Cambridge, pero dedicó su vida a su pasión, el atletismo. En 1934 se casó con la cantante de ópera Sybil Evers, a quien conoció mucho después de 1924, aunque en el film se los ve juntos ya en ese tiempo y se la menciona como Sybil Gordon. Harold fue comentarista y periodista deportivo de la BBC, y en pleno apogeo del régimen nazi, en 1936, trabajó en los Juegos Olímpicos de Berlín. Posteriormente fue presidente de la Federación Británica de Atletismo y se convirtió al catolicismo. Murió el 14 de enero de 1978, a los 79 años; su funeral, en Londres, es el flashback con el que arranca Carrozas de fuego.
En cuanto a los actores, ambos continuaron con sus carreras, pero también con diferentes destinos. Ian Charleson siguió interpretando obras de Shakespeare y participó en otra película ganadora del Oscar, Gandhi, de 1982, con Ben Kingsley en la piel del Mahatma; Charleson fue Charles Andrews, un sacerdote de la Iglesia de Inglaterra, gran activista por la independencia de la India y (como Eric Liddell) un misionero. Al igual que Eric, Ian Charleson se murió muy joven, con 40 años, el 6 de enero de 1990, a causa del sida.
Ben Cross se dedicó al teatro y al cine. Se destacó como el Dr. Andrew Manson en The Citadel (1983), basada en el libro de A. J. Cronin; Capitán Nemo en 20.000 leguas de viaje submarino (1997), y el Rey Salomon en Solomon (1997). Fue Rudolf Hess en la producción de la BBC de 2006, Nuremberg, Nazis on Trial, y en 2007 se puso las orejas puntiagudas para representar a Sarek, padre del Mr. Spock, en Star Trek. En 2012 estuvo junto a Nigel Havers, David Hutton, Alice Kriege y Vangelis en la premiere del reestreno de Carrozas de fuego, en Londres. Ben Cross falleció tras una corta enfermedad a los 72 años, en Viena, el 18 de agosto de 2020. Ian Holm, Comendador de la Orden del Imperio Británico y ganador del Oscar a Mejor actor de reparto por su inolvidable Sam Mussabini, había fallecido un par de meses antes que su pupilo, el 19 de junio de 2020, a los 88 años, a raíz de complicaciones del mal de Parkinson.
Como bonus track, y aunque no tenga nada que ver con la película, los Juegos Olímpicos de 1924 en París fueron muy importantes para la Argentina. Porque fue en París donde el polo le dio a la Argentina su primera medalla de oro olímpica de la historia. La hazaña hizo que se comenzara a gestar lo que es hoy el espléndido Campo Argentino de Polo, en Palermo, la Catedral. Pero esa es otra historia.
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