De a poco las mujeres desembarcan en un oficio antes considerado territorio masculino; mientras crece la demanda de cursos muchas se animan a desarrollar sus propios emprendimientos
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Dedicar tiempo a los árboles puede ser una forma de superar el estrés, sostiene el poeta Tobias Jones, quien investigando para su libro Arbóreo: una colección de nueva escritura del arbolado (del que es coautor), descubrió el beneficio de vivir cerca de los bosques. “En los bosques te enfrentas a tus miedos. Además, el tiempo que empleas tratando de ser autosuficiente, cortando madera para calentarte, para fabricar mobiliario u otras cosas esenciales es terapéutico y pacífico. Hay algo acerca de que los árboles sean podados para regenerarse que hace que sea bueno para la salud mental y para entender el sentido de continuidad y de reconstrucción de nuestras vidas” agregaba.
Nada tan cierto. Esas silenciosas virtudes de la madera alimentan desde hace siglos el oficio de la carpintería, un territorio históricamente atribuido a los varones pero que ha sido reconquistado en la era del empoderamiento femenino. Si es cierto que los días de encierro motivaron a muchos hombres a adentrarse en el mundo de la costura (tanto que el New York Times dedicó un artículo a esta tendencia) miles de mujeres vieron la oportunidad para formalizar su amor por el taladro y el serrucho, derribando los últimos estereotipos e incluso desafiando un mercado laboral todavía prejuicioso en estas latitudes. Aunque siguen siendo minoría en las obras de grandes infraestructuras, la realidad está empezando a cambiar en todos los campos del metier, igual que en ámbitos como la albañilería y la plomería, donde ya existen iniciativas, asociaciones y cooperativas de trabajo. Cuestión es que quienes practicaban el hobby decidieron inaugurar su propio taller; las que ya tenían un espacio abrieron el juego a la fabricación de muebles y objetos a pedido, y aquellas dedicadas a la capacitación vieron explotada la demanda de cursos. Hacer con las manos, poder desarrollar un proyecto propio o simplemente resolver una necesidad doméstica son las principales motivaciones a la hora de experimentar con el más noble de los materiales que ofrece el planeta.
“La carpintería me llamó la atención desde muy chica. Mi padre tenía entre su biblioteca las colecciones de dos revistas que me abrieron las puertas a mundos fascinantes y fueron definiendo parte de la vocación que fui desplegando a lo largo de mi vida: la National Geographic y la Hágalo usted mismo” recuerda Marta García Terán, carpintera autodidacta y ahora a cargo de su propio emprendimiento. “La primera me invitaba a soñar con recorrer el mundo y la segunda me bajaba a la tierra, me decía que podía construir cosas con mis manos, ser creativa, arreglar la casa, darle personalidad a los ambientes. Yo intuía que por esos caminos iba a transitar, pero en ese momento no quería elegir. Con los años fui entendiendo que hay un tiempo para todo, que no es necesario elegir una cosa en pos de la otra”.
Al finalizar el colegio secundario estudió periodismo, profesión en la que trabajó hasta un mes antes de la pandemia, cuando quedó desempleada. Lejos de desanimarse, vio la oportunidad darle lugar a ese otro yo que había quedado pendiente. Invirtió en herramientas, habilitó la terraza de su casa para practicar, y como no podía tomar cursos presenciales, completó el aprendizaje de manera virtual. “A mi padre, que era auditor e investigador, siempre le gustó hacer cosas con las manos. Era creativo y compró varias de las herramientas -prensas, serruchos, gubias, formones, cinceles o masas- que hoy tengo en mi taller. En una época empezó a probar la talla en madera y recuerdo que tendría ocho o nueve años cuando agarré una gubia y la masa y empecé a darle a la madera sin tener la más mínima idea. No deben haber pasado más de dos minutos antes de que la gubia se me zafara y se hundiera en mi mano. A lo largo del tiempo fui aprendiendo distintas técnicas. Me ayudó muchísimo YouTube. Hay personas de todo el mundo dispuestas a compartir su experiencia y saber; después todo es ensayo y error. Practicar, practicar y practicar. Y una cosa fundamental: prudencia y respeto por las herramientas. Un momento de distracción te puede costar un dedo”.
Desde 2021 y luego una etapa realizando creando muebles y soluciones de impecable factura para su familia y amigos, descubrió las posibilidades del material aplicado al arte. Un damero de cortes de distintos tamaños conforman figuras que indagan en el op art, un lenguaje original que está dando buenos frutos. “Amo la madera. Además de ser un excelente material de construcción, biodegradable y reciclable, tiene una serie de atributos que podríamos disfrutar en una buena persona. La madera es confiable; es fuerte pero gentil; es noble y es humilde. Y, sobre todo, tiene una belleza que se deja ver en lo sencillo. Y como busco la conexión entre arte y carpintería, destaco su inmensa capacidad de expresión, porque te seduce a través de los sentidos. Yo la veo como el más femenino de los materiales de la construcción”.
Expertas en restaurar recuerdos
Marta Eichelmann es paisajista y también trae de la infancia el amor por la madera. Fundó El Galpón hace más de cuatro años, cuando logró encontrar un tiempo libre en la empresa familiar para dedicarse a lo que había aprendido de chica. Al emprendimiento se sumó su nuera Mariángeles Casolla, ingeniera agrónoma, con quien se decidió a alquilar un viejo galpón en las afueras de Colonia Caroya, Córdoba, donde viven, para transformarlo en laboratorio de restauración. “A mis padres siempre les gustó el trabajo en madera, incluso tenían un pequeño taller con herramientas donde me enseñaron a hacer mesas, sillas y otros muebles. Angie, en cambio, no tenía idea de nada. Se había quedado sin trabajo y la invité a darme una mano, pero enseguida desarrolló habilidades innatas, incluso charlando descubrimos que en Italia tenía ancestros con grandes aserraderos y carpinterías. Lo nuestro es básicamente intuición, prueba y error. Creo que lo principal en esto es aprender haciendo”cuenta, mientras el viento del norte cordobés le sopla la voz.
Fabricaban objetos con piezas de descarte hasta que el mercado local empezó a demandar tareas restauración, hoy la actividad principal del taller. Equiparon el taller con la maquinaria adecuada -aunque lo que hacen es 100% artesanal, aclaran-, recorren demoliciones buscando maderas de calidad para reemplazar otras y consultan a colegas artesanos para seguir aprendiendo el oficio que abrazaron con más fervor que sus profesiones. “Fabricar o diseñar implica tener bastante creatividad para poder salir del estándar, de lo que encontrás en todos lados. Por eso elegimos este camino; además la gente nos pedía ayuda para recuperar muebles familiares. Hoy tenemos lista de espera. Nos llegan trabajos permanentemente, y somos solo nosotras dos” dice Marta. La buena fama atrajo clientes no solo de Colonia Caroya sino también de Jesús María, Sinsacate, Córdoba capital y otros poblados del norte de la provincia donde abundan las estancias que en el pasado enhebraba el Camino Real. “A pesar de que hay estancias en la zona no nos llegan muebles tan antiguos. Casi siempre los mantienen en su estado original; lo que llega son piezas de los últimos 60 años y mucho clásico, como el provenzal. Pero todos tienen un fuerte vínculo afectivo: eran de la abuela, de los padres, o de la casa de campo. Los clientes buscan perpetuar ese recuerdo tratando de actualizarlos. Esa carga conlleva una gran responsabilidad al momento de ponerlos en valor. Nosotras devolvemos el mueble completamente restaurado desde lo estructural hasta lo estético, porque pueden estar muy bien por fuera pero cuando abrís una puerta o lo tocás, está todo flojo. Los desarmamos enteros para ponerlos de pie, tal como eran originalmente”.
Dicen que jamás sintieron que fuera un rubro excluyente, al contrario, notan respeto cuando demuestran cuánto saben de medidas, materiales y técnicas. “Si bien es cierto que hoy las máquinas manuales eléctricas son fáciles de manejar, en esto ponés fuerza física. A veces cuesta más mover muebles pesados o grandes, pero en esos casos un varón solo también necesitaría ayuda. Igual nos arreglamos entre las dos. Subimos y descargamos en la camioneta y, si hace falta, siempre hay alguien de la familia. Fundamentalmente creemos que, además de ser un trabajo terapéutico, la versatilidad de la madera es rotunda. Tiene una increíble capacidad para revertir el paso del tiempo. Siempre nos demuestra que hay segundas, terceras y cuartas oportunidades, que siempre se puede volver a dar vida a un mueble viejo. Esto nos genera un ingreso mínimo, pero el amor por la madera acá nos tiene, todas las tardes”.
Empoderar para cambiar
La prueba de que la próxima generación de carpinteras pisará fuerte en el mundo del arte y los oficios se observa en los talleres de capacitación, por ejemplo, en el de Mariana Landi hoy es difícil encontrar cupos disponibles. Su espacio tiene una demanda que ni ella misma imaginaba en 2017, cuando cerca de cumplir los treinta seguía sin encontrar una vocación o actividad con la que identificarse. Había empezado y abandonado varias carreras mientras trabajaba en la oficina de su padre, una corredora de cereales a la que renunció después de que una amiga le pasara el dato de un curso de carpintería de tres meses.
“Fue un despertar. Había conectado con algo mío que no conocía y que estaba dormido. Además, descubrí que era buena en eso y que tenía facilidad, algo que no me había pasado antes. Terminé ese curso y me quedé un año aprendiendo en un taller libre, desarrollando mis proyectos hasta que me propusieron dar clases ahí. Entonces descubrí que al enseñar podía explotar mucho más mi creatividad y guiar a otras personas en ese proceso. Si bien me gusta la parte motriz, trasmitir el oficio me resulta más nutritivo que hacer un perchero por encargo. Siento que mi aporte vale más” cuenta entre clase y clase. Esa experiencia como docente la impulsó a emprender. Compró un banco de trabajo y en la terraza de su casa empezó a fabricar muebles y objetos para amigos y conocidos; lo siguiente fue anunciar su primer curso.
“Para diciembre de 2018 la cosa se empezó a descontrolar. Estaba desbordada de pedidos, de alumnos, de gente interesada y mi casa se tapó de aserrín. Vivía con mi novio y tres gatos a los que no les gustaba nada el movimiento de gente entrando y saliendo... y tenían razón. A la vuelta de esas vacaciones mudé el taller a cinco cuadras, y de movida arranqué con 40 alumnos. Desde entonces los cupos están llenos”.
En la pandemia cerró unos meses hasta que volvió con todo, tanto que la cantidad de consultas fue determinante para inaugurar con una socia otro taller en el que dictan capacitaciones en tapicería, marcos, reciclado de muebles, encordado, talla de madera y otros más.
El 90% de la matrícula se compone de mujeres que llegan buscando desconectar, perder el miedo a las herramientas, resolver situaciones puntuales para la casa y muchas, sostiene, solo van por un espacio en el que sentirse cómodas entre pares. “Para mí hoy es muy importante ofrecer un lugar donde las mujeres puedan aprender este oficio, antes considerado masculino. Cuando yo empecé quizá no me hubiera sentido cómoda en un ambiente de hombres. Es como cuando vas a un taller mecánico y sentís que no te hablan de la misma manera o te subestiman porque no entendés de autos y motores, algo que a mí me pasaba. Más que devoción por la materia, que me encanta y disfruto de trabajar, hoy me conecto más con el empoderamiento, con el poder hacer algo que se suponía no podíamos”...
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