Diez días en Tilcara y alrededores para conocer desde adentro esta fiesta andina y pagana que comienza con el desentierro del diablo y se celebra en toda la Quebrada de Humahuaca.
Melindrosos, abstenerse. Para vivir el Carnaval de Jujuy, especialmente el de la Quebrada de Humahuaca, hay que ingresar en el tiempo de la espuma, la chicha, el papel picado, el talco, la alegría desmesurada, la serpentina, el humo, el amor incierto… Y que todo vuelva a recomenzar una y otra vez durante diez días.
A lo largo de los 150 km de pueblos de este valle fluvial y angosto que serpentea el río Grande, desde San Salvador de Jujuy hasta Humahuaca, el tum tum de los tambores se escucha día y noche en los parajes tercos de calles de piedra y tierra, iglesias antiguas y cementerios que parecen casitas de muñecas. El centro de la movida está en Tilcara, a 83 km de la capital jujeña.
Se trata de una de las pocas fiestas que conservan su carácter popular y colectivo: en el Carnaval todos somos parte. A pesar de la incorporación de otras costumbres y la masividad creciente, las tradiciones andinas siguen vigentes. Fiesta de la alegría y el baile, las promesas y los agradecimientos se desarrollan en los mojones, montículos de piedras semejantes a las apachetas pero bastante más grandes, humeados con plantas del cerro, ofrendados ceremonialmente –chayados– con coca, bebidas, papel picado; eso sí, nada de comida. Antes, se pidió permiso a la Pachamama, la madre tierra que preside todos los actos de la vida. Los ritos se mezclan: la chaya es agradecimiento pero también pedido, sólo que no es la tierra la que abre su boca sino el improvisado altar que no tiene hambre; sólo sed.
Los mojones son lugares sagrados para las comparsas, grupos reducidos de personas bien organizados, cada una con sus diablos danzantes, sus músicos, y las banderas que se hacen año a año. Desde allí se desentierra el diablo, representado por un muñeco de tela relleno de lana o guata. Pero ¡guay! del que se ría del ritual. Para andar el Carnaval quebradeño hay que amigarse con la idea de que existen fuerzas ocultas que no se advierten a simple vista, espíritus profanos. Marca sus designios aquel que anda suelto desde el primer día, el Diablo –también llamado Pujllay o Supay– quien, una vez desenterrado, puede "endiablar" o "soplar" si no se lo respeta como es debido. El Supay juega con las almas, se dedica a hacer travesuras aquí y allá. En estos días de desenfreno no hay cielo o infierno: las deidades andinas no tienen deudas ni culpas cristianas.
Descenso de los diablos en Uquía
Este año el festejo comienza el 22 de febrero con el desentierro del diablo y culmina con su entierro y quema, el 1 de marzo. Se divide en Carnaval Grande, el primer fin de semana, que concentra la mayor cantidad de gente; y Carnaval Chico, un poco más íntimo. Antes sucedieron los llamados jueves de compadres y comadres, con grandes fiestas donde se juntan por separado mujeres y hombres para renovar los votos de parentesco real o de amistad.
Conviene diagramar la semana y entender que, una vez seleccionado el pueblo, hay que quedarse todo el día: trasladarse por la RN 9 –con una sola mano de ida y vuelta–, especialmente en los feriados, resulta una gesta heroica. También es bueno llegar un día antes a la Quebrada, o salir muy temprano el sábado del inicio del carnaval.
La capital de la provincia también es una gran fiesta en estos días, con festivales y mega cenas shows con grupos reconocidos como Los Tekis, entre otros. El ascenso por la RN 9, que dibuja su trazo sinuoso entre los cerros de colores, desnuda la belleza áspera del paisaje, comienzo del espectáculo y del viaje. Si va en vehículo, no ingrese a los pueblos. Las calles son angostas y no se puede circular. Y, de paso, evita los efectos de la espuma y otros elementos carnavalescos sobre el auto.
Es indispensable llegar temprano: avanza la tarde y cada vez se juntan más y más personas para ver el descenso. En improvisados puestos se venden tamales, humitas picantes y dulces, coca, cerveza, chicha. Hace un calor agobiante, la boca se seca. El sol intensifica los olores a comida, bebida, sudor… Las ollas de aceite dorado entregan empanadas calientes y chiquitas. Una buena base de operaciones es la hostería y restaurante Cerro Las Señoritas en Uquía. Olga Romero de Guzmán prepara empanadas, pastel de quinoa, humitas y sorrentinos de masa de harina de maíz morado. De postre, la torta de mousse con frambuesas de su huerta. Por fin la espera da sus frutos. Luego del descenso, llega la hora del desentierro. Un diablo retira el muñeco del mojón chayado y lo entrega al presidente de la comparsa. Todo es gritos y algarabía. Arranca más fuerte la música, la multitud baila sin tapujos. Unas horas después, la carnavaleada se retira y la gente la sigue.
Un día de comparsa
En Tilcara desfilan las comparsas más reconocidas y las fiestas duran hasta el amanecer. Ventajas y desventajas de dormir en Tilcara: lo positivo es que el centro del carnaval es este; lo negativo es exactamente lo mismo. El ruido es permanente, sobre todo en el centro, y se extiende durante muchos días hacia las laderas de los cerros. Durante los días del Carnaval Grande, descansar resulta una auténtica una utopía.
Si el carnaval llama –y sí que lo hace–, basta salir del hotel para encontrar por alguna calle angosta un ruido, seguirlo y pasar a formar parte de la procesión que va detrás de alguna de las comparsas. Si tiene suerte, tal vez persiga a los Caprichosos –los más famosos–, u otros como Pocos pero Locos, Los Viejos Choclos, Los Pecha Pecha o la Agrupación Puente de la Diversión, entre muchos otros. El cortejo se detiene cada tanto en una invitación frente a una casa particular. Allí se bebe de un tacho de plástico gigante adonde hay saratoga o chicha. Más vale no perder el vaso o improvisarlo con un envase plástico de botella recortada: algunos le suman un cordoncito para sumergirlo más profundo cuando la bebida empieza a escasear. Cuando la bebida se acaba, la banda de músicos empieza a tocar de una forma distinta que indica que hay que seguir camino hasta la próxima "invitación". Baja el sol, en algún momento las invitaciones finalizan y la multitud sigue camino hacia algún fortín, asociación o baile, donde se paga entrada y abonan las consumiciones. El agite no afloja nunca, es cuestión de uno decidir en qué momento dice basta.
De carnavales que amanecen
Cada pueblo celebra el carnaval con características que lo hacen único. En Maimará, por ejemplo, hay desentierros diversos. Las comparsas más antiguas como Los Ácidos, Casastchok, Unión Obrera o Avenida de Mayo tienen sus mojones algo más retirados, en las calles de tierra que dan al campo, con músicos en ronda tocando las anatas, flautas achatadas de madera. La Cerro Negro, en cambio, despliega en el cerro homónimo gran cantidad de diablos, como en Uquía. "Tanto las anatas como los disfrazados son costumbres que vienen de Bolivia, pero la frontera es una raya. Se trata de una misma cultura ligada a la cordillera. El carnaval nació en Europa, pero se adaptó al mundo andino. Es un festival de cosecha, de agradecimiento al Dios cristiano y a las deidades de la naturaleza que cobran vida,", explica Manuel Ortega, director de Cultura y Turismo de Maimará.
Teodora Apaza usa un sombrero negro decorado con albahaca, pollera de corderoy, aritos pequeños pero brillantes y un poncho de lana. Con 92 años, coquea y convida un trago de chicha a la Pacha. Pide la cajita que circula y empieza a coplear. Ella canta mientras los demás aplauden y bailan. "Pucha que soy desgraciada, pucha que soy infeliz, soy nacida en el campo, soy hija de una perdiz". Ríe y su risa se la lleva el viento, cerro arriba. El contrapunto no se hace esperar. Un hombre canta: "tengo las bolas hinchadas, de tanto mirar mujeres, son las bolas de mis ojos, no las que piensan ustedes". Se baila despacio, al ritmo de la caja.
Las coplas, producciones orales y musicales colectivas, nacen como forma de compartir experiencias y emociones. Cada región tiene su forma. Salta canta más estirado; en cambio, en Jujuy las coplas son más alegres y rápidas. Pueden ser de amor, agradecimiento o ya más picantes, a veces algo machistas. Todo depende del clima general y el contrapunto, diálogo ingenioso que se produce cuando se encuentran dos copleros. Los niños disfrazados de diablos corren, hacen guerra de espuma y juegan en la tierra yerma. Hay risas y trago que pasa de mano en mano: enciende la sed del carnaval y da paso a la danza. Hasta el último aliento: resistir también es carnavalear.
Final de fiesta
En los últimos días de Carnaval Chico la horda de turistas amaina. Vuelve lo ceremonial y también lo festivo con invitaciones aún más generosas, porque el convite se acaba y la cantidad de gente es menor. Fin de la celebración. Llega la hora del entierro. Ese día Los Caprichosos deambulan por todo Tilcara saltando de casa en casa proveedora hasta morir, también, el baile. Recién de madrugada sale la procesión de diablos, músicos, oficiantes, y público hasta el mojón, que se vuelve a chayar, carnaveleando hasta el final.
Siempre es penoso prender el fuego que se lleva el alma de la fiesta. Una vez que la fogata posee la fuerza suficiente los diablos la rodean. Se hace un silencio sepulcral: algunos lloran, otros sólo se entristecen, muchos queman sus trajes y sus promesas. Se reparten roles para el siguiente año; todos al unísono se sacan las caretas que queman junto con la ilusión de ser otro en este tiempo suspendido. El muñeco que representó el diablo se entierra en el mojón, para luego quemarse. Todo es quietud. Se acaba el jolgorio y el desborde del carnaval. Hasta su renacer, el año próximo.
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