Carmel: volver al pasado para reconocernos distintos
Hace unos días, el diario El País de Madrid cometió un error, ampliamente comentado en las redes sociales, tan insólito como sintomático. En un artículo sobre el documental de Netflix que repasa el caso María Marta García Belsunce, un redactor confundió el nombre de la víctima con el del country donde ocurrió su asesinato. "El día de su muerte, Carmel había jugado al tenis y esperaba en casa al masajista. Su marido la encontró en la bañera con la cabeza abierta. Dos médicos dijeron que fue por un golpe, pero un mes después la sacaron de la tumba: tenía 5 balas en la cabeza", describía un posteo del medio español en Twitter, que generó una ola de aclaraciones. Es que el interés voraz por Carmel: ¿Quién mató a María Marta, la miniserie documental producida por Vanessa Ragone y dirigida por Alejandro Hartmann, ha trascendido largamente las fronteras del país, uno de los objetivos de Netflix al pautar su estreno.
En un tiempo en que cualquier "hit del momento" en las plataformas de streaming se convierte en el territorio al que todos deseamos huir para dejar de lado la pesada realidad, la revisión del también llamado "crimen del country" y del proceso judicial que le siguió ha sido en las últimas semanas el tema de conversación inevitable en los primeros escarceos sociales que permitió el fin de la cuarentena. Y como en aquellos ahora lejanos días de principios de siglo, cuando también para escapar de otra dura realidad devorábamos cada novedad del caso difundida por los diarios y la televisión, cada uno tiene su teoría y su propio veredicto. Es lo que generan los casos policiales cuando adquieren ribetes literarios, con abundancia de coloridos personajes, dineros ocultos y secretos de familia. Los novelistas clásicos los ambientaban en mansiones victorianas, en cruceros por el Nilo o a bordo de un tren expreso. La crónica policial argentina encontró el suyo en un barrio cerrado del desigual conurbano bonaerense.
Pero si para la literatura los buenos elementos de un policial parecen inalterables aunque cambien las geografías y las épocas, al hipnotizarnos otra vez con el caso Belsunce encontramos los matices que en las crónicas periodísticas ha introducido, en estos últimos años, una nueva conciencia colectiva. En el documental se hace evidente cómo en aquel tiempo (el asesinato ocurrió el 27 de octubre de 2002) era aún común la tipificación mediática de "crimen pasional" como una forma de describir esas muertes puertas adentro en el que el drama vincular debía prudentemente ser tapado por el telón de la sobriedad pública. Solo el interés que pudo generar un apellido tradicional y un barrio de clase alta rescató del destino de noticia breve que seguramente le hubiera cabido, en otras circunstancias, a la muerte de una mujer en la bañera de su casa con el marido como principal sospechoso. Era lo habitual. Las estadísticas de la violencia de género, invisibles por entonces, se engrosaban con las muertes de mujeres anónimas sin que apenas las registráramos.
La propia palabra femicidio no era parte de nuestro vocabulario y ni siquiera del de la Justicia. Tan solo el morbo alimentaba algunas coberturas cuando las hipótesis sobre la conducta de la víctima atraían la atención. María Marta también lo padeció, y cuando ninguna teoría sobre su crimen parecía cerrar firmemente, enseguida surgían infundados rumores sobre su vida amorosa o su círculo íntimo. Solo cuatro años después, el caso Nora Dalmasso repitió casi idénticas conductas.
Las muertes de mujeres no han disminuido, hoy lo sabemos porque sí hay estadísticas públicas. Desterramos el justificativo "pasional" para cubrir crímenes de género y en la mayoría de los casos ya no es la víctima la investigada, en gran medida, porque el público está ahí para velar por eso. Las penas para los femicidas son más duras y, ocurran en barrios cerrados o en descampados marginales, las muertes toman estado público y nos movilizan. Marchamos, reclamamos, gritamos. La violencia no ha disminuido, pero la sociedad ya no la contempla con pasividad. No somos los mismos quienes hoy volvemos a ver a las amigas de María Marta pedir Justicia solas contra la burocracia judicial y una opinión pública ávida de morbo. El despertar de nuestras conciencias ha servido de algo.
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