El 8 de octubre de 1967, hace 55 años, el militar boliviano Gary Prado detuvo a Ernesto Che Guevara; desde entonces, escribió un libro y es constantemente buscado por periodistas y agentes de inteligencia
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Gary Prado, de 84 años, tiene casi cien cuadros colgados en las paredes de su estudio, pero en ninguno aparece una foto del “Che”. Periodistas, colegas y amigos le han preguntado, sorprendidos, por qué no atesora ninguna imagen del argentino, si fue él quien lo capturó, fue él quien le conversó por última vez antes de que fuera ejecutado y también fue él quien, durante más de una década, guardó el reloj Rolex del guerrillero más famoso del Siglo XX. Pero le baja el tono a esa gesta: “La captura del Che es apenas un incidente pequeño de media página en los libros de historia”, dice para LA NACIÓN. Y añade: “He hecho cosas más importantes”.
“Este tema no termina más, pero uno se acostumbra”, descarga. Es que, a pesar de que hace días se cumplieron 55 años del día en el que él y su pelotón pusieron fin a la aventura del Che en Bolivia al detenerlo, el tema lo rodea como si hubiera ocurrido ayer. Cada aniversario redondo -lustros, décadas-, miles de periodistas lo llaman para entrevistarlo. Siempre dice que sí. A veces, el asunto lo arrastra hacia situaciones más complejas. Un día, unos diplomáticos de la embajada cubana en La Paz lo visitaron en su casa; se habían hecho pasar por noteros de un canal cubano. “Solo querían hablar”, recuerda, “me querían evaluar, nomás tenían curiosidad”.
Prado decidió que quería entrar al Ejército boliviano cuando tenía apenas 15 años, y nunca imaginó que a los 28 años sería el líder del pelotón que acorralara a Guevara en la selva de La Higuera. Lo recuerda triste, desnutrido y rendido. Mucho menos pensó que luego tendría la oportunidad de preguntarle por su excursión por África, o de dialogar sobre táctica militar con él y conocerlo un poco mientras le ofrecía un cigarrillo y un café. Pero fue eso lo que le tocó.
Años más tarde, sufrió un intento de asesinato por esos hechos. También fue herido de bala en una confusa situación (quedó en silla de ruedas) y hasta fue preso durante el gobierno de Evo Morales, quien llegó a acusarlo de ser el que fusiló al guerrillero a sangre fría. “Fue una corrección política, un montaje disparatado”, explicará más adelante. Incursionó en la política y fue embajador boliviano en el Reino Unido y en México. Pero tampoco en esas etapas de su vida se salvó de los intentos de escrache o los ataques violentos “por ser el que capturó al Che”.
En 1952 su padre, que también era militar, fue enviado como agregado a la embajada de Bolivia en Londres, Inglaterra. Viajó toda la familia y vivieron allí dos años, durante los cuales asistieron a numerosos eventos de gala y almuerzos diplomáticos. “Fue el año que más me marcó. Me impactó mucho ver a esa Inglaterra recién salida de la Segunda Guerra Mundial. Imaginate, todavía había racionamiento de comida”, cuenta. Todavía faltaban unos meses para regresar a Bolivia, pero Prado, de apenas 13 años, ya sabía qué quería hacer de su vida: ingresar al colegio militar. Y allí fue.
Una vez graduado tuvo un breve intento de especialización en el área hípica del ejército. “Practicábamos bastante y competíamos en los concursos hípicos que había en la fuerza”, explica. Pero las urgencias lo llevaron a hacer carrera en inteligencia. “En 1962 vino a Bolivia una comitiva estadounidense para darnos un curso de operaciones contra las guerrillas como preparación para lo que se veía venir en el continente”, cuenta. Prado nunca se consideró acérrimo odiador de la guerrilla. Pero sí la veía como una invasión extranjera. Desde el día 1, su trabajo fue combatirla, con mucho desconocimiento y mil desventajas.
-¿Estaban al tanto de la estrategia con la que la guerrilla planeaba ingresar al Che a Bolivia?
-Absolutamente no. El ejército fue sorprendido cuando unos trabajadores de una compañía petrolera vieron salir del río a tres hombres barbudos con armas que sacaban plata y la ponían a secar al sol. El Che ya estaba en Bolivia.
“Nosotros usábamos armamento de la guerra del Chaco”
“Al principio hubo tres emboscadas fatales. Teníamos tropas sin preparación, soldados locales que no habían tenido una instrucción especializada. Bolivia era un país pobre, no teníamos posibilidades de renovación de material militar. Seguíamos usando el armamento de la guerra del Chaco mientras que ellos tenían armas automáticas. Había un desequilibrio muy fuerte”, recuerda.
-¿Cuáles fueron las primeras medidas que tomaron los altos mandos?
-La primera decisión fue aislar la zona que ellos ocupaban. Pero no era fácil, la “zona” eran 40 mil hectáreas de puro monte y selva. Luego, el gobierno dialogaba con los campesinos del Chaco. Les enseñaba que había una invasión externa, comunista y que el país no quería eso, y que los bolivianos tenían que pelear contra los comunistas.
-En su libro usted describe que Guevara tenía mucha dificultad para reclutar a los campesinos bolivianos de la zona. ¿Por qué sucedía eso?
-Por las características psicosociales de los campesinos. Eran muy bolivianos de corazón y habían peleado en la guerra del chaco. Y eran muy cercanos al presidente René Barrientos, que los visitaba mucho. Después, el Che les hablaba de recuperar sus tierras, pero ellos ya eran propietarios de esas tierras desde hacía años... En esos 9 meses de operaciones, la guerrilla no consiguió un solo recluta. Eso demuestra la poca capacidad de convocatoria que tenían. Además los guerrilleros querían darles clases de quechua a las personas de esos pueblos, y ellos hablaban guaraní o español, no estaban interesados.
“No me maten, soy el Che”
Con el correr de los meses y los años, el Che y sus soldados fueron perdiendo fuerza. Llegaron a ser menos de 50 hombres deambulando por la selva ”sin rumbo”, de acuerdo con Prado, comiendo caballos, mulas y lo que hubiese para cazar y mendigándole a los campesinos de la zona por refugio y abrigo. El revolucionario, en su bitácora, escribía: “Los últimos días de hambre han mostrado una debilitación del entusiasmo”.
Prado describe esto en La Guerrilla Inmolada, su libro, en el que reconstruyó los últimos días del revolucionario argentino hasta el 9 de octubre de 1967, el día en el que fue fusilado en La Higuera. Lo capturó el batallón del militar boliviano en la quebrada del Yuro, luego de bloquearles todas las salidas y superarlos ampliamente en número. “Ellos eran 16, nosotros 650″, detalla.
El guerrillero narró en su diario que, a veces, cuando se cruzaban con civiles, debían apresarlos o convencerlos de una manera u otra que no los delatasen. Una línea de lo que escribió el 7 de octubre de 1967 -un día antes de que lo atrapasen- contaba: “Una vieja que iba pastoreando sus chivas entró en el cañón en el que habíamos acampado y hubo que apresarla [...] Se le dieron 50 pesos con el encargo de que no fuera a hablar ni una palabra, pero con pocas esperanzas de que cumpla a pesar de sus promesas”.
Una día después, Prado envió a una patrulla en búsqueda de los guerrilleros. Un campesino llamado Pedro Peña había notificado que vio pasar a los partisanos. Aproximadamente a las 9 de la mañana, dos soldados que ubicó estratégicamente para bloquear el escape, le gritaron “¡Aquí tenemos dos!”. Uno era Guevara, el otro era ‘Willy’ Cuba. En ese momento, el argentino utilizó la reconocida frase “No me maten, soy el Che; les valgo más vivo que muerto”.
El comandante a cargo de esos dos soldados debía asegurarse de que, en efecto, ese fuese el Che. Entonces le pidió que extendiese la mano izquierda, donde, tal como les habían sugerido, se observaba una cicatriz que se había indicado como una señal de identificación. El combate continuó hasta la media tarde. Mientras, los capturados fueron llevados 20 metros monte abajo, al puesto de comando.
-El Che escribió en su diario que varios de sus soldados estaban mal de ánimo y que él tenía comienzos de edemas en las piernas. ¿Notó todo eso?
-Efectivamente. Estaba prácticamente al límite de sus capacidades físicas. Tenían poca comida; se comían caballos, mulas de la zona, salían a cazar pero en esa zona no había nada para cazar, la vida silvestre estaba reducida.
-¿Llevaban muchas cosas con ellos? ¿Qué les extrajeron?
-Tenían una cámara fotográfica y varios rollos de película sin revelar. Hicimos un inventario. También había una pistola 9mm, dos libros sobre socialismo, 3000 dólares y 8000 pesos bolivianos que dividimos entre los soldados por orden del comandante, mapas, ollas con huevos... Y claro, el diario del Che.
Un diálogo que nunca olvidará
Momentos después del combate, los dos guerrilleros fueron llevados a la escuelita de La Higuera. Se ubicó a Juan Pablo Chang en un aula y a Guevara en otra, en solitario. Gary Prado fue el último hombre que dialogó con él. En La Guerrilla Inmolada reconstruyó esas conversaciones, que, según recuerda, “fueron varias charlas de 5 minutos cada una”. A continuación, algunos fragmentos destacados.
Gary Prado: -¿Cómo se siente?
Ernesto Guevara: -Bien, me pusieron una venda y aunque siento algo de dolor, no se puede evitar, ¿no?
GP: -Lamento que no tengamos un médico con nosotros, pero de todas maneras mañana a primera hora vendrá el helicóptero y será llevado a Vallegrande, donde podrá ser atendido mejor.
EG: -Gracias; me imagino que deben estar ansiosos por verme allí.
GP: -Seguramente. ¿Hay algo más que pueda hacer por usted?
EG: -Sí. Hay algo más, pero no sé cómo decirlo.
GP: -Dígalo, no tenga reparos.
EG: -Tenía conmigo dos relojes que fueron quitados por los soldados... Uno es mío y el otro de Tuma, uno de mis compañeros.
GP: -Acá los tiene. Guárdelos. Nadie se los quitará.
Guevara le pidió a Prado que se los cuidara porque eran muy notorios y se los podrían quitar nuevamente. Prado aceptó.
GP: -Me interesa conocer de primera mano el por qué de esta acción tan disparatada...
EG: -Desde su punto de vista, tal vez...
GP: -Tengo la impresión de que se equivocó desde el principio al elegir Bolivia para su aventura.
EG: -La revolución no es una aventura [...] Tal vez fue un error elegir Bolivia. La decisión no fue totalmente mía, otros compañeros también participaron.
GP: -¿Fidel?
Guevara no quiso ahondar. Se limitó a responder: “Otros compañeros y otros niveles”.
Después, Prado debió ir a atender diligencias. Cuando volvió al día siguiente, el guerrillero había sido fusilado. El certificado de defunción, firmado por los doctores Moisés Baptista y José Martinez, indicó que el cuerpo había llegado a la localidad de Vallegrande el 9 de septiembre a las 5.30 de la mañana con “múltiples heridas de bala en el tórax y las extremidades”. Sus restos fueron trasladados en helicóptero, en una camilla que iba atada entre los patines de aterrizaje.
-Prado, ¿se quedó con ganas de seguir la charla?
-Yo estaba con sentimientos de alivio. Tenía 29 años, esposa, hijos. Quería que se acabara eso, volver a mi casa. Había corrido mucho riesgo, muchos oficiales habían muerto. “¡Basta, no quiero más!”, pensaba.
-¿Qué pudo saber sobre el momento del fusilamiento?
-En la escuela, el comandante de la división recibió la orden y encaró a los siete suboficiales presentes: “Necesito voluntarios”, les dijo. Todos levantaron la mano. “Usted, allá”, señaló a Mario Terán Salazar (fallecido en marzo de este año). Lo mandó al aula donde estaba el Che. Terán Salazar disparó, sin más. No hubo discursos de despedida como se llegó a decir, nada de eso.
-¿Habló con Terán alguna vez?
-Sí. Le pedí que nunca hiciera publicidad ni entrevistas. ¿Para qué se iba a amargar la vida?
“Ejecutémoslo, yo asumo la responsabilidad”
-En anteriores entrevistas usted dijo que fue un error matar al Che porque eso permitió que “naciera el mito”. ¿Sigue sosteniendo esa opinión? ¿Cree que se podría haber hecho algo distinto?
-No había posibilidades... Yo conversé esto años después con el general Alfredo Ovando, el jefe de las fuerzas armadas de ese entonces. Yo estaba escribiendo mi libro y le pregunté cómo se había tomado esa decisión. Me dijo que se reunieron el presidente, el jefe de Estado Mayor y él. Analizaron la situación y primero pensaron en un juicio. Aunque luego recapacitaron: “Va a ser un alboroto”, concluyeron. “Va a terminar condenado a 30 años de cárcel, porque acá no hay pena de muerte“. Tampoco había dónde ponerlo, no había cárceles de máxima seguridad en Bolivia. El presidente dijo “ejecutémoslo, yo asumo la responsabilidad”.
-Años más tarde, cuando usted fue embajador de Bolivia en México, sufrió una agresión por haber capturado a Guevara. Le tiraron una copa de vino en la cara.
-Sí, ocurrió en la presentación del libro de un amigo mío. Fue un incidente menor y fabricado, montado por un pequeño grupo de exiliados profesionales. En Bolivia había democracia desde hacía 20 años, pero ellos seguían allá.
-¿Es cierto que lo quisieron matar en Brasil?
-Sí, es verdad. Yo estaba haciendo un curso en la Escuela de Estado Mayor en Río de Janeiro. Estaba en un colectivo, volviendo a casa con un compañero de curso, un militar alemán. Él vivía cerca de mi casa. Él se bajó una parada antes que yo y le siguieron tres hombres y lo mataron a balazos. Una de las hipótesis de la policía fue que me buscaban a mí y que se confundieron. Años después, dos de ellos murieron, y, el que quedó vivo, confesó. Pertenecía a una célula ligada a movimientos socialistas.
-Unos años después recibió un supuesto disparo accidental y quedó en silla de ruedas.
-Sí, eso fue un accidente. Había unos miembros de la falange socialista de Bolivia en el monte. Fuimos a pedirles que entregaran las armas, ellos no podían estar ahí. Uno de ellos manejó mal su arma en el momento de entregarla y se produjo un disparo no intencional.
-Y, más luego aún, durante la presidencia de Evo Morales, usted fue preso. ¿Qué ocurrió?
-Eso fue un disparate total. Una corrección política. Decían que yo era parte de un grupo que quería partir el territorio boliviano. Me acusaban de ser el “instructor de artes marciales” de ese grupo de personas. Ahora, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos insiste en que se haga un juicio a los que inventaron eso. Fue un montaje. Fueron 11 años de arresto domiciliario.
“Han pasado 55 años. Ya basta”
-¿Usted cree que el Che tenía chances concretas de crear una revolución a escala regional?
-En la últimas semanas quedaban él y su grupo de 16 personas. Empezaron a cuestionarse sus movimientos, no sabían hacia dónde iban a ir. Pero él les decía que tenían que seguir, que la lucha continuaba, parecía una marcha hacia el sacrificio... La conclusión a la que yo llegué es que el Che estaba perdido y sin opciones. ¿A qué país podría haber ido? Nadie lo iba a recibir.
-Hoy en día se realizan homenajes al Che en Vallegrande. Usted llegó a definir eso como un “Circo”.
-No faltan los fanáticos. Si usted ve las manifestaciones de la central obrera boliviana, que sería el equivalente a la CGT argentina, ve que las banderas tienen el logo del Che. Yo les he preguntado por qué tienen su cara ahí. “Porque representa al trabajador”, me respondieron. “¿Cuándo ha trabajado el Che?”, les dije yo. Hay un despiste general, hoy la juventud no sabe quién era Guevara, pero se ponen la remera con su cara…
-Es el mito del que habla usted.
-Han pasado 55 años. Ya basta.
-Ese día, el 9 de octubre de 1967, ¿estaba convencido de que la captura determinaría el fin de la guerrilla?
-Por supuesto, luego de eso ya no hubo más guerrilla. Hubo un intento, años después, una locura de un grupo de jóvenes que sin ninguna preparación se internó en el monte. Pero el foco guerrillero a nivel mundial quedó desarticulado. Y lo que ocurrió en Argentina en los 70 fue con otras características. Eso era terrorismo, la guerrilla se transformó en terroristas.
-¿Qué pasó con los dos Rolex del Che y de Tuma?
-Ese 9 de octubre, cuando me encontré con que ya estaba ejecutado, pasaron los días y le comenté a mi comandante de batallón. Le di uno de los relojes, yo me quedé con el de Guevara. Años después, yo había ascendido a General y se habían reestablecido las relaciones diplomáticas con Cuba. Entonces me visitó el cónsul de Cuba en La Paz. Charlando, le conté lo de los relojes. Se los di, le pedí por favor de que se los hiciera llegar a la familia. No supe qué sucedió con ellos. No sé si llegaron o no.
-Usted no tiene ninguna foto y ningún recuerdo de su “hazaña”, pero manifiesta que “eso no termina más”. ¿Por qué?
-Le cuento una anécdota. Un día me llamó de La Paz una amiga y me dijo que había dos periodistas cubanos que me querían ver. Yo le respondí “¿Cuáles cubanos, los de la isla o los de Miami?”. Me dijo que de la isla. Acepté que vinieran. Pero, cuando los vi, me di cuenta de que no eran periodistas, eran de la embajada. Querían charlar, solo por curiosidad. Ellos no podían creer que yo no tuviera fotos del Che en mi casa, yo les dije que en mi vida había logrado cosas más importantes que la captura del Che. Se quedaron con esa palabra.
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