Capote, el cronista
Con su novela A sangre fría convirtió el periodismo en un género literario. A punto de estrenarse en la Argentina una película que cuenta su historia, el escritor Pablo De Santis recorre sus trabajos y días
Uno de los relatos favoritos de Truman Capote era La leyenda de San Julián el hospitalario, de Gustave Flaubert. Admiraba la pericia técnica, la distancia emocional con que Flaubert había construido la historia, pero a la vez se identificaba con el personaje. Julián, hijo único y malcriado, se entretiene en matar con su arco tantos animales como puede. Un día, sin querer, mata a sus padres; horrorizado por su crimen, inicia un camino de expiación hasta que encuentra un leproso que le pide que le bese los labios. Cuando Julián acepta, el mendigo se revela como Dios. La identificación de Capote con el santo no llegaba hasta esta última instancia. Como escribió en el texto final de Música para camaleones: "Pero todavía no soy santo. Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio."
Capote se reconocía en la figura del cazador insaciable: había partido de cacería con sus lápices, y en el camino había dejado heridos a amigos y conocidos: tal había sido el resultado de su libro Plegarias atendidas, que prometió durante años y del que finalmente escribió unos pocos capítulos que están lejos de ser lo mejor de su obra.
En todos sus libros hay una identificación entre la escritura y la captura de algo que pertenece al orden de la vida y no sólo de la imaginación. Capote empezó a escribir a los ocho años, sin ningún estímulo familiar. Probó con toda clase de historias (aventuras, crímenes, dramas satíricos), pero descubrió que lo que mejor le salía era transcribir de memoria diálogos familiares, comentarios al pasar, murmullos. A la vez que ejercitaba la escritura (quizá por su educación en un medio completamente no literario, estaba obsesionado con el dominio técnico) entrenaba la memoria: Capote jamás grababa a sus entrevistados ni tomaba nota, para no arruinar la charla. Lo que hacía, en realidad, era disfrazar una entrevista como una charla informal, de manera que el entrevistado se confesara sin advertirlo; Marlon Brando jamás le perdonó la nota que escribió tras una charla de ocho horas y donde habló del alcoholismo de su madre.
Truman Capote nació en Nueva Orleáns el 30 de septiembre de 1924. Su verdadero nombre era Truman Streckfus Persons; cuando empezó a publicar, el escritor decidió utilizar el apellido del esposo de su madre, Joseph García Capote. Su padre, Arch Persons, era un aventurero siempre implicado en asuntos dudosos, y a quien no veía casi nunca. El último relato que publicó en vida, Una Navidad (1984), es un desolador recuerdo de un viaje con su padre a Nueva Orleáns. En una de sus últimas escenas, el narrador, criado en un pueblo del Sur y acostumbrado a andar descalzo, quiere sacarse los zapatos. "Un dolor agobiante me hería por todas partes. Pensé que, si me sacaba los pesados zapatos de ciudad, auténticos monstruos torturadores, aquella agonía remitiría. Me los quité, pero el misterioso dolor no me abandonó. En cierto modo, nunca más me abandonó, nunca más lo hará."
Su madre hizo su vida lejos de él; criado por familiares, Capote estudió en colegios del Este y en la academia militar de St. John: difícil imaginar peor elección pedagógica para un chico como Capote. El relato de esos días constituye el momento más triste de la excelente biografía que escribió Gerald Clarke (Ediciones B, 1996), que consta casi exclusivamente de momentos tristes. Los episodios de infancia le sirvieron a Capote para escribir sus dos primeras novelas, Otras voces, otros ámbitos, que fue un éxito, y El arpa de hierba; textos marcados por los rasgos de la tradición sureña: la naturaleza asfixiante, las comunidades cerradas, el pasado omnipresente, la lejanía del mundo.
A los diecisiete años se consideró hecho como escritor y comenzó a enviar cuentos a todas las revistas; recibió tres aceptaciones el mismo día y además consiguió trabajo como corrector en The New Yorker. Pronto sus colaboraciones en revistas le bastaron para dedicarse por completo a la escritura. Hasta el fin de su vida, siempre estuvo vinculado al periodismo. Ya convertido en escritor famoso, no permitía que leyeran un cuento o una entrevista hasta que se lo aceptaban: almorzaba con el editor de la publicación, cerraban el trato, y sólo después entregaba el trabajo.
En el prólogo de Música para camaleones (1980), Capote, al repasar su obra, distingue cuatro etapas: sus relatos juveniles, su paso a la novela (Otras voces, otros ámbitos y Desayuno en Tiffany’s), su descubrimiento de la non-fiction (Se oyen las musas, A sangre fría) y su último período (Música para camaleones) que, según Capote, se caracterizaría por la mezcla de todos sus conocimientos: la novela, el relato, el periodismo, el guión cinematográfico.
Pero no se debe creer del todo a un escritor cuando se convierte en sagaz crítico de sí mismo. Esta división en cuatro etapas procuraba ocultar que A sangre fría (1967) había sido el antes y el después de su carrera; le dio a Capote su fama mayor, y su lugar definitivo en la literatura norteamericana. El veía el germen de esa gran novela en un libro anterior, que no tuvo mayor resonancia, Se oyen las musas (1956), un trabajo periodístico sobre la primera gira de un grupo teatral estadounidense por la Unión Soviética (se trataba de un elenco de intérpretes negros que representaba la ópera Porgy and Bess). "El periodismo como arte era un campo casi virgen por la sencilla razón de que muy pocos artistas literarios han escrito alguna vez periodismo narrativo, y cuando lo han hecho ha cobrado la forma de ensayos de viaje o de autobiografía".
Capote se jactaba de haber tenido una carrera con altos y bajos. "Creo que lo más difícil del mundo es sobrevivir a décadas de trabajo creativo, trabajando creativa y coherentemente, tratando de hacer lo que uno quiere y sobrevivir. Míreme a mí. Me construyen, me derriban, me construyen, me derriban, arriba, abajo, arriba, abajo."
El éxito de A sangre fría hizo que cualquier otra cosa que escribiera después pareciera pobre y floja; obsesionado con superarla, imaginó Plegarias atendidas, versión novelística de sus diarios. Los asesinos seriales y las figuras de la política y de la alta sociedad (en particular los miembros del clan Kennedy) eran su obsesión; había dedicado A sangre fría a los asesinos, ahora les tocaba el turno a los ricos & famosos. Después de promesas y cuantiosos adelantos, publicó unos pocos capítulos, que no bastaron para el elogio, pero sí para el escándalo. Los nombres estaban cambiados, pero los hechos eran auténticos y la clave, transparente: sus viejos amigos le cerraron la puerta para siempre.
Para curarse de esta decepción, de la gran novela de su vida que no había tenido su lugar, publicó Música para camaleones (1980). Parecía a primera vista un rejunte de textos diversos que no podían igualar el impacto de una novela, una especie de premio consuelo. Le agregó un prólogo que sonaba a fanfarronada y a justificación. Y sin embargo, el hombre que había prometido y mentido, esta vez dijo la verdad: Música para camaleones es su obra maestra, una de las más intensas experiencias de lectura que ofrece la literatura norteamericana. Hay cuentos perfectos, como el que le da el título al libro; hay conversaciones recuperadas por la memoria (Marilyn Monroe, asesinos seriales, un hombre cuya vida cambia a partir del hallazgo en la playa de una botella con un mensaje en su interior). Y, además, entre sus páginas está la nouvelle Ataúdes tallados a mano, un brillante estudio sobre la fascinación del mal.
Sus últimos años estuvieron marcados por la ruptura de su relación con John O’Shea –que había compartido su vida durante largo tiempo– y por las drogas y el alcohol. Los episodios alucinatorios y las largas internaciones no pudieron acabar del todo con su escritura, y a los bloqueos les seguían etapas de trabajo intenso. Arriba, abajo, arriba, abajo. Todo lo que escribió en los últimos años es extraordinario. Aunque su vida se hiciera pedazos, aunque alucinara y agonizara, su escritura era límpida, cada vez más clara y precisa. El 2 de agosto de 1984 fue internado con una sobredosis. El 24 de agosto murió.
Entrevistado por el crítico Charles Ruas en 1980, Capote comparó la vida de los narradores norteamericanos con una carrera de caballos, una por cada generación. Cientos de escritores que largan, pero de los que quedan, al cabo de los años, unos pocos... Nombraba como competidores a Norman Mailer, J. D. Salinger, Gore Vidal y William Styron. "Quedan cinco o seis años más de carrera, y este último, largo y terrible tramo. ¿Quién ganará la carrera? Bien, presiento que yo ganaré. Porque tengo un as en la manga, y no creo que ninguno de estos caballeros lo tenga."
El as en la manga de Capote se limitó a las pocas páginas del relato Una Navidad, una obra maestra de la concisión y la transparencia. La última escena de ese cuento, y de la literatura de Capote, es el hallazgo, entre los papeles de su padre muerto, de la postal que él le había enviado: una fotografía del niño a bordo de un avión rojo. "Hola papá espero que estés bien como yo y estoy aprendiendo a pedalear muy rápido en mi avión y estaré pronto en el cielo así que mantén los ojos abiertos y sí te quiero Buddy." Al cabo de los años de perfeccionamiento técnico, ésa es la despedida de Capote: en el dorso de una vieja fotografía, la escritura de un niño.
El autor es periodista y escritor, autor, entre otras, de la novela El caligrafo de Voltaire
Sin medias tintas
Por Federico Jeanmaire *
Sospecho que los mejores maestros que uno ha tenido, a lo largo de su vida, no son aquellos que más sabían acerca de la disciplina que enseñaban, sino aquellos otros, más humildes en sus conocimientos, pero que sabían contagiar la pasión por eso que amaban. Truman Capote parece una rara excepción a esta regla. Por un lado, parece haber contenido dentro de sí todo el conocimiento acaparable por un solo ser humano sobre el arduo oficio de escribir, y, por el otro lado, supo contagiar, quizá como ningún otro escritor del siglo XX, su incontenible pasión por el arte de hacer libros. Un maestro completo. Un escritor que enseña de una manera muy sencilla, muy fácil. Entre otras cosas, creo que me ha enseñado a entrar en una historia en dos o tres líneas y no demorarme durante páginas, y también me ha enseñado a escuchar cómo deben dialogar los personajes entre sí o a eliminar de un plumazo cualquier tipo de transición amable para con el lector. Un grande, Capote. Un tipo sin secretos y sin medias tintas. Dos virtudes difíciles de encontrar en el mundo de la literatura. Muy difíciles de encontrar.
* Escritor
Diecisiete líneas sobre Truman Capote
Por Guillermo Martínez *
Si bien Truman Capote se hizo famoso sobre todo por A sangre fría, creo que lo mejor de su obra está repartido entre Desayuno en Tiffany´s y algunos de los relatos de Música para camaleones. Hay allí uno en particular, Ataúdes tallados a mano, que por mucho tiempo no pude volver a leer por la razón más pueril: me había dado miedo de verdad, una clase de miedo que no sentía desde la infancia, como si me hubiera expuesto a una forma insidiosa e irreversible del mal. Lo empecé en la circunstancia más desprevenida: estaba tumbado en la playa, el sol era amable y mi hija hacía flancitos de arena a mi alrededor. Cuando terminé, sólo veía sombras, como si el sol se hubiera apartado, y no conseguía que se me borrara la risa triunfante de Quinn, al borde del río, después de haber llenado sus siete ataúdes. El cuento lleva como subtítulo Relato real de un crimen americano, pero se especula que Capote quería repetir el éxito de A sangre fría y fingió para los lectores que había detrás una historia documentada. Recién ahora, diez años después, porque lo invoco dentro de una novela propia, pude volver a leerlo, como quien desarma, con el temor de ser lastimado, una antigua trampa. El filo está intacto: el cuento daña.
* Escritor
El talento y la derrota
Por Juan Martini *
Capote nació tres años antes de que la BBC de Londres emitiera, en 1927, las primeras imágenesde televisión. Hacia 1950 la comunicación masiva, el éxito instantáneo y el culto de la imagen eran los soportes de una transformación cultural sin antecedentes. Y en 1958 Truman Capote era ya una celebridad: sus relatos breves habían consagrado a un escritor sorprendente y a un personaje transgresor y mundano que pagaría caro la osadía de convertirse en un cronista impiadoso de la sociedad literaria, del mundo del espectáculo y de la violencia de su tiempo. Capote encarnó, quizá como ningún otro escritor del siglo XX, la consagración fulminante y la caída sin remedio. Cuando murió, a los 60 años, se había convertido en una incomodidad para todos y en un escándalo sin fin. Como una paradigmática figura de consumo, hizo de su vida y de su obra una sola cosa. Sus crónicas retrataron a personajes legendarios y pusieron a la vista los mecanismos letales de una época. Los libros El duque en sus dominios, A sangre fría y Música para camaleones reflejan su talento y su derrota. Nadie supo como él confesarse imperdonable: "Soy homosexual, soy alcohólico, soy drogadicto, soy un genio", escribió. Pero ya nadie lo aplaudía.
* Escritor
Arte de capotar
Por Juan Sasturain *
No hace mucho leía una sobria y tontísima nota de Rosa Montero en la que hablaba del devastador efecto del alcohol y de otros excesos sobre algunos grandes escritores yanquis –o sajones en general– del siglo: Faulkner, Fitzgerald, Hemingway, enumeraba entre los cultores de la cultura del escabio. Dorothy Parker, Chandler, Lowry, Hammett, agregaría yo. Y Capote, claro. Supongo que la idea es que si no hubieran tomado (o se hubiesen maltratado) tanto, seguro que hubieran escrito (durado) más. Y no es así: el lujoso, insoportable Capote, flotó y capotó intransferiblemente a su manera. No se lo puede ni pensar diferente de cómo fue. A Kerouac, que jugaba a hacerse el loco y el raro escribiendo como quien hace dedo en la ruta, lo trató de dactilógrafo. Bien hecho. Escribir es otra cosa. En él, las novelas, los cuentos, todo sirve de modelo de escritura. Pero me quedo con dos cosas chiquitas: Un día de trabajo, el texto en que narró su día acompañando la rutina de Mary Sánchez, la señora que le hacía la limpieza. Está en Música para camaleones y es –como todo el libro– una maravilla, su último esfuerzo. Después, la idea (ni siquiera el texto) de Plegarias atendidas, ese fracaso, esa postergación ad infinitum, con la cita de Santa Teresa que lo justifica. Un monstruo, literalmente.
* Escritor
Música para Capote
Por Marcelo Birmajer *
Mi libro preferido de Truman Capote es Música para Camaleones. En ese libro lleva a la cima su alquimia con los géneros. Convierte el reportaje a Marylin Monroe en un cuento duro, tierno y perdurable, a la vez que podría incluirlo en cualquier revista de modas, de entonces o de ahora; nos aterroriza, de modos muy distintos, con dos relatos truculentos: el de terror clásico, Ataúdes tallados a mano, y el de terror psicológico, Hola, desconocido. Capote lograba lo que todo escritor serio busca: retomar el romanticismo o el terror de los clásicos, darles un sello personal y único, y echarlos al ruedo como si acabara de inventarlos. Lo cierto es que hasta ahora, a mi entender, nadie ha logrado hacer lo propio con los inventos de Capote. Aunque muchos lo seguimos intentando. Yo le adapté un cuento, Un día de trabajo, en un film con el título Un día con Angela, de la directora Julia Solomonoff, que ganó el premio al cortometraje del Incaa en 1993. Sospecho que esta película sobre un episodio de su vida y de su obra habría sido música para sus oídos. Dondequiera que esté, se lo merece.
* Escritor
El ejemplo de Capote
Por Fderico Andahazi *
Las clasificaciones son siempre arbitrarias y no tienen para mí ningún valor académico; sólo les otorgo alguna importancia en términos de utilidad. Siempre he dicho que clasifico a los autores en dos grandes grupos: por un lado están aquellos que, como London y Arlt, demuestran que escribir es una actividad posible; en el extremo opuesto se encuentran, por ejemplo, Joyce y Borges, quienes nos hacen ver que escribir es una tarea poco menos que imposible, sólo reservada a los genios. Creo que los escritores debemos hacer equilibrio en esa angosta cornisa que divide lo posible de lo imposible. Sospecho que Capote constituye la síntesis de ambas instancias: aquella en la que, a la genialidad natural, se suma el afán inagotable por alcanzar la perfección. "Así como algunos jóvenes practican el piano o el violín cuatro o cinco horas diarias, igual me ejercitaba yo con mis plumas y papeles", decía, y agregaba: "Hay que aprender tanto, y de tantas fuentes: no sólo de los libros, sino de la música, de la pintura y hasta de la simple observación de todos los días". Ese es, precisamente, el ejemplo que intento seguir en el arduo oficio de la literatura.
* Escritor
La primera novela
Hace poco apareció el manuscrito de la primera novela de Capote, titulada Summer Crossing, que se creía que había sido destruida por su autor. Al parecer, el propio Capote, jovencísimo entonces (de 19 años) y periodista de The New Yorker, había decidido no publicarla. Hoy, desempolvada y vuelta a leer por los expertos, que aseguran que se trata de Capote en estado puro, ha sido publicada por Random House.
A sangre fría: literatura sin ficción
Una mañana de noviembre de 1959, Capote leyó en The New York Times la siguiente noticia: "Rico agricultor y tres miembros de su familia asesinados". Viajó entonces a Holcomb, un pueblo de Kansas, para escribir sobre el caso. Lo acompañaba su gran amiga Nelle Harper Lee, la autora de Matar a un ruiseñor. El proyecto inicial, modesto, pronto se hizo más ambicioso. Antes de fin de año, la captura de los asesinos, Perry Smith y Dick Hickcock, dio un golpe del timón a sus planes: ahora había que esperar el juicio. En 1960, los asesinos fueron sentenciados a muerte, pero la ejecución se demoró hasta 1965. Poco después, la primera versión de la novela apareció en las páginas de The New Yorker.
Los años que mediaron entre el asesinato y la publicación del libro (1967) son los más oscuros en la vida de Capote. Hay una doble oscuridad: por un lado, el conflicto entre su simpatía por quienes conocieron a la familia Cluttler y la relación que establece con los criminales (sobre todo con Perry Smith); por otro, la tensión entre su "amistad" con los asesinos y su deseo de que la horca haga por fin su trabajoy le permita terminar el libro. Acaso esas tensiones subterráneas sean la causa de la incomodidad que produce la novela, y que está en el centro de su grandeza literaria.
A sangre fría no es literatura sólo porque es periodismo bien escrito. Es un trabajo hecho con impecable técnica, pero cuyo tema es un asunto sin actualidad, sin real importancia: apenas un caso más entre tantos casos de asesinato. Es la escritura de Capote lo que convierte el asunto en literatura: su voluntad de arrancar el caso del veloz olvido y convertirlo en retrato de una región y una época. Además, la novela plantea la cuestión de la verdad como hecho estético. La certeza del lector de que lo que se narra es verdadero es fundamental para la apreciación estética de la novela. En periodismo, las dos nociones fundamentales son la de la relevancia y la de la verdad; Capote respeta la verdad, pero acaba con la relevancia: es así como convierte una crónica periodística en literatura.
DE PUÑO Y LETRA: "Hasta una mañana de mediados de noviembre de 1959, pocos americanos –en realidad pocos habitantes de Kansas– habían oído hablar de Holcomb. Como la corriente del río, como los conductores que pasaban por la carretera, como los trenes amarillos que bajaban por los raíles de Santa Fe, el drama, los acontecimientos excepcionales, nunca se habían detenido allí. Los habitantes del pueblo –doscientos setenta– estaban satisfechos de que así fuera, contentos de existir de forma ordinaria. Trabajar, cazar, mirar televisión, ir alos actos de la escuela, a los ensayos del coro y a las reuniones del club 4-H. Pero entonces, en las primeras horas de esa mañana de noviembre, un domingo por la mañana, algunos sonidos sorprendentes interfirieron con los ruidos nocturnos normales de Holcomb... con la activa histeria de los coyotes, el chasquido seco de las plantas secas arrastradas por el viento, los quejidos lejanos del silbido de las locomotoras. En ese momento, ni un alma los oyó en el pueblo dormido... cuatro disparos que, en total, terminaron con seis vidas humanas. Pero después, la gente del pueblo, hasta entonces suficientemente confiada como para no echar llave por la noche, descubrió que su imaginación los recreaba una y otra vez... esas sombrías explosiones que encendieron hogueras de desconfianza, a cuyo resplandor muchos viejos vecinos se miraron extrañamente, como si no se conocieran."
(Fragmento de la novela A sangre fría, de Truman Capote, Editorial Bruguera, 1980)
La película
El show de Truman
"Ver cómo el actor Philip Seymour Hoffman –de enorme cabeza, figura corpulenta, voz grave y estentórea– logra encarnar al escritor Truman Capote –de rostro pequeño, frágil cuerpo, extraña voz de bebé– en la película Capote es suficiente para despertar las ganas de entregarle cuanto premio a la interpretación exista, y quizás un par de medallas olímpicas también." La apreciación pertenece al periodista David Edelstein, de The New York Times. La película, dirigida por Bennett Miller, que en la Argentina se estrena el próximo 2 de marzo, es una firme candidata a llevarse el Oscar a la mejor película, además de valerle a Hoffman la consagración definitiva como actor. Esta interpretación, según la crítica, va más allá de la mera imitación. Capote, el film en cuestión, retrata los seis años de la vida del genial escritor durante los cuales estuvo abocado al proyecto literario que lo llevó al pináculo de su carrera y, de alguna manera, lo empujó a su ruina interior. Por dar a luz A sangre fría, la obra maestra de no-ficción que relata el salvaje asesinato de toda una familia en Kansas, Capote tuvo que pagar un precio demasiado alto. Para conseguir la información que necesitaba, trabó un vínculo especial con uno de los asesinos, Perry Smith, con quien encontró demasiados puntos de contacto. Philip Seymour Hoffman, el hombre de 38 años que nació en Farport, Nueva York, es considerado uno de los intérpretes más versátiles y camaleónicos de Hollywood. Para la preparación de este papel, el actor de Magnolia se concentró en las líneas emocionales y psicológicas que tenía que actuar. "Me esforcé por no imitarlo –reconoció en una entrevista al mencionado diario norteamericano–. Me llevó muchos meses trabajar esos temas antes de sentir al menos un poco de confianza en lo que debía hacer. También tuve que bajar 20 kilos aproximadamente.""Truman era un hombre ingenioso, inteligente, divertido e intuitivo –reconoce Hoffman–. Su principal defecto y su destrucción fue la falta de amor." El actor dice que no piensa en el Oscar, pero reconoce que está disfrutando el momento, que ya le valió el Globo de Oro al mejor actor dramático. Por lo pronto, ya se sabe que después de Capote se lo verá en la piel del villano en Misión Imposible 3, junto a su buen amigo Tom Cruise.