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Fueron meses que pasó sin dormir. Las charlas internas, profundas y de madrugada, en las que se preguntaba una y otra qué decisión debía tomar, se volvieron moneda corriente. El miedo, la incertidumbre y la mirada de su padre y su madre que solo le decían que se estaba equivocando al dejar el “salario que le aseguraba estabilidad”, no la dejaban descansar con tranquilidad. Hasta que una tarde, cuando regresó agotada del trabajo y su hijo de un año puso su paciencia a prueba con una travesura que la llevó al límite de sus nervios, entendió que había tocado fondo. Esa misma noche tomó la decisión que tanto miedo le generaba.
Aunque guardaba recuerdos alegres y de mucho aprendizaje de los años que había trabajado como abogada, la realidad era que en el último tiempo las sensaciones con las que se identificaba eran de caos y agotamiento. “Me encanta ayudar a la gente. Había descubierto en el derecho laboral un camino, una veta donde sentirme bien a través del ejercicio de la profesión. Pero también comenzaron a hacerse cada vez más frecuentes las peleas con mi padre, las jornadas repletas de negociaciones, los plazos siempre al límite y la sensación de moverme en un contexto hostil cada vez que caminaba por Tribunales y tenía que relacionarme con otros colegas, jueces o clientes”.
“Mis amigas también habían estudiado una carrera tradicional”
Criada entre Almagro y Villa Crespo, Romina Iscoff, pasó su infancia con juegos en la vereda, paseos en bicicleta, días de campamento y de disfrutar en el club con amigos. Cuando terminó la escuela secundaria, su padre -abogado de profesión- le ofreció transitar el verano en la oficina para que evaluara si se sentía a gusto con la práctica de la abogacía. “Siempre me dijo que estudiar la carrera, y trabajar de abogada eran muy diferentes. Por ello antes de meterme en la carrera, me propuso que experimentara la práctica. Es así que terminando el verano del 1998, decidí inscribirme en la Universidad de Buenos Aires ya que me había gustado lo que había podido aprender y ver en esos pocos meses”.
Se recibió de abogada con 24 años y se mantuvo firme en el propósito de su carrera: ayudar a quien se presentara en el estudio en el que trabajaba. Su vida en aquel entonces era muy ordenada. “Me fui a vivir sola al finalizar la carrera de abogada. Trabajaba en el estudio jurídico de mi padre. Luego estudié un máster para finalmente ingresar a trabajar en un sindicato, empleo ideal para mí, una abogada laboralista. Tenía mi grupo de amigas de toda la vida, que también habían estudiado alguna carrera tradicional”.
“Todo se puso en jaque”
La vida independiente y la posibilidad de tener su propio departamento habían despertado su curiosidad por la decoración y el Feng Shui. “Pero sería años más adelante con la llegada de mi primer hijo, que todo se puso en jaque definitivamente. Un día regresé del trabajo -recuerdo muy bien la escena- y por una travesura, lo reté fuerte. Le grité de mala manera. Esa misma noche no dudé en tomar la decisión de renunciar. En el sindicato ya era insostenible ir a trabajar y me habían solicitado volver al horario normal que cumplía antes de ser madre. No era una cuestión menor para mí, ya que no deseaba ver a mi hijo a partir de las seis de la tarde todos los días de mi vida. A partir de allí, el camino de exploración interna fue frondoso, arduo y por momentos muy angustiante. Pero siempre sintiendo que estaba haciendo bien las cosas por primera vez en mi vida”.
Pensó que el camino sería la profesión independiente. Por eso continúo vinculada a la profesión con algunos casos jurídicos. Sin embargo, al poco tiempo, entendió que ese ya no era su lugar. Para ese entonces ya era fanática de la decoración, pero deseaba ir un poco más profundo. Investigó sobre diferentes alternativas y sintió que la formación de Consultora Profesional de Feng Shui era una disciplina que deseaba conocer. “Me enamoré por completo. Comencé entonces a realizar varios cursos de capacitaciones afines. Luego me animé a dar talleres de Feng Shui y asesorías a particulares y profesionales como arquitectos, diseñadoras de interiores, entre otros. Avanzaba en ello y mi espíritu inquieto supo que se me había abierto una puerta enorme que iría más allá del Feng Shui”.
“Pude liberarme de mucho sufrimiento”
La llegada de forma prematura de su segundo hijo (que hoy tiene cuatro años), transitar en cuerpo y espíritu el tiempo y espacio de la internación en neonatología y todo lo que ello la llevó a vivenciar, le permitió conocer la disciplina de Mindfulness. “Gracias a la terapia y mindfulness logré salir de aquella situación angustiante, sentía que había quedado encerrada. Tanto fue así que decidí cursar la formación como instructora de Mindfulness. Fue un camino transformador en lo personal. Pude liberarme de mucho sufrimiento guardado y hacer lugar a la aceptación y la transformación. Estoy profundamente agradecida por toda la sanación y el autoconocimiento que me regaló la práctica”.
Como instructora de Mindfulness acompaña a quien desea iniciar el camino de la meditación vipassana, para cultivar la atención plena a su mundo interior. “Muchos se acercan por recomendación de profesionales, por cuestiones de estrés y ansiedad. Esta disciplina se puede convertir en una herramienta en el día a día. Tanto me atravesó lo vivido en neonatología, que fue el motor para crear grupo de mindfulness de mujeres en etapa perinatal (embarazo y puerperio). Quería poder ayudar desde la disciplina a las mujeres a transitar juntas ese momento tan especial pero de tanto cambio físico y emocional; a desromantizar esa etapa que la han teñido de rosa y sin embargo conlleva amplia gama de colores. La idea es aprender a relacionarse de forma saludable con todo ello; desde el reconocimiento y aceptación. También realizo entrenamiento de mindfulness en equipos de trabajo ( organizaciones ) para concientizar que el bienestar también puede y es necesario en la vida laboral”.
Hoy Romina trabaja a través de lo que llama “decoración consciente”, y que va más allá de tendencias de moda y estilos. Trabaja realizando asesorías de Feng Shui, disciplina que re-descubre cliente a cliente. “A través del año de construcción del lugar y orientaciones puedo armonizar los espacios desde lo energético, acompañando a cada cliente a elegir una decoración partiendo con la toma de conciencia de quién es cada cual. Me permito mezclar ambas disciplinas si hay apertura desde quien me contrata”.
“Estaba en piloto automático”
Criada con el legado de que las “profesiones tradicionales son las que te van a dar un futuro de éxito“, Romina había interiorizado y naturalizado esas creencias. “Pero nunca me di la pausa para repensarlas ni mucho menos para repensarme. Estuve varios años en piloto automático. Pero nunca con mi voz interior apaga definitivamente”.
Asegura que con su cambio de vida ganó en volver a ser ella, en su autenticidad plena; que aprendió a aceptarse como un todo: abogada, instructora y consultora y a estar agradecida con todo lo vivido desde lo más profundo. “Gran compañero en toda estas crisis y transformaciones fue Nicolás, quien aceptó mis cambios, que no solo fueron laborales. Llevamos doce años juntos. Vio pasar a las múltiples Rominas, que conforman mi todo. Trato de transmitirles a mis hijos que siempre es el tiempo perfecto, que siempre se puede y que la confianza en uno mismo es el valor más grande que podemos cultivar. Estos fueron mis cimientos para animarme a dar el gran salto”.
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