De Lomas de Zamora a la costa argentina. Un proyecto que empezó como una aventura de fin de semana y viró hacia un estilo de vida.
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Cuando Valeria Acevedo comenzó con las refacciones de la que sería su casa de fin de semana, jamás imaginó que aquel lugar guardaba planes para ella. De esos que todavía no estaba preparada para entender. Y mucho menos visualizar. Había conocido a Juan en la primaria. Ambos vivían en Burzaco, una pequeña localidad del sur del Gran Buenos Aires. “Él, un año más grande que yo, siempre terrible. Vivía parado en la puerta de la dirección. Yo era de las que usaba el guardapolvo con tablitas almidonado y era escolta de la bandera. Durante la adolescencia, lo miraba pasar en moto con su pelo largo, pero él no me registraba”.
Pasaron unos años, Valeria empezó la facultad, se casó, tuvo dos hijos y se recibió de contadora. Pero, lamentablemente en 2013 sufrió un accidente en la ruta: su primer marido y su hijo de cinco años fallecieron. Sobrevivieron ella y su hijo mayor. “Desde ahí empecé a ver la vida de otra manera, a valorar lo simple”.
Un encuentro inesperado
Quiso el destino que un día, mientras se despejaba con las fotos que veía en Facebook, se topara con un comentario de Juan, su compañero de primaria. Hablaron, se encontraron y recordaron muchos momentos de la infancia, de la escuela, de las maestras y amigos en común. “Él no estaba pasando un buen momento en cuanto a lo laboral y yo seguía muy dolida por las pérdidas. Es así que nos apoyamos mutuamente y salimos adelante. Con el tiempo nació Valentino, nuestro hijo. Nos casamos y aprovechamos la licencia por matrimonio para restaurar la que ahora es nuestra casita, siempre con la idea de venir a vivir en un futuro, cuando mi hijo mayor se independizara y el chiquitín arrancara la primaria”.
Cuando decidieron compartir sus vidas, Juan se mudó a Lomas de Zamora y comenzó a trabajar en relación de dependencia en una empresa de seguridad, aprendiendo a instalar cámaras y alarmas. Con el tiempo se hizo muy ducho en el tema y pudo independizarse. Valeria es contadora, pero cuando nació Valentino hizo el tramo pedagógico para poder dar clases, ya que había empezado como ayudante en la facultad y le encantaba enseñar.
Ambas actividades les brindaban la posibilidad de manejarse por cuenta propia, sin horarios ni jefes a los que responder. Por eso aprovecharon su situación para equipar una casa que tenían en Monte Hermoso, a 100 km de la ciudad de Bahía Blanca. La equiparon sin vaciar la que ocupaban en Buenos Aires. En ese momento, la idea era viajar de vez en cuando y mantener los vínculos con la familia y los amigos.
Pero la realidad era que un día típico en Lomas de Zamora implicaba vivir a las corridas y esperar ansiosos que llegara el fin de semana o un feriado largo para alejarse del caos. “Recuerdo que cada vez que tenía que entrar el auto a la cochera daba varias vueltas previas para chequear que no hubiera nadie rondando. Siempre estábamos atentos a las cámaras de casa y nunca olvidábamos poner la alarma, sobre todo cuando salíamos. Lo paradójico era que mi marido trabajaba con la seguridad, y eso mismo que generaba miedo e incertidumbre, era a su vez lo que nos proveía trabajo”.
Sin mirar atrás
Fue en ese contexto que, en una de esas escapadas, decidieron que ya no querían más aquella vida que los ataba al miedo. “En unas vacaciones, volviendo de Bariloche, pasamos por Monte Hermoso, donde yo solía pasar las vacaciones antes del accidente, pero que por dos años emocionalmente no pude volver. Y cuando estuvimos acá, mi marido me dijo este es el lugar. Monte Hermoso tiene lagunas, mar y playas enormes, y también bosquecitos al estilo Patagonia; además está muy cerca de Sierra de la Ventana y de Bahía Blanca. Es ideal para los que buscamos el mix perfecto y la combinación justa”. Así se instalaron en Monte Hermoso y ya no regresaron más. Al poner en la balanza sus prioridades, optaron por empezar en esa ciudad, de nuevo.
“Acá todo es diferente, mis alumnos dejan sus bicis sin atar incluso cuando están en clase. Podés salir a caminar de noche por la rambla sin ningún peligro y la ciudad está tan limpia y tranquila que da gusto estar viviendo en Monte. No quisimos alejarnos más porque sentimos que nuestro lugar de pertenencia es Argentina. Amamos nuestro país y sobre todo la calidez que nos caracteriza como nación, pero nos dimos cuenta que permanecer en el conurbano nos generaba mucho estrés e inseguridad. Por eso decidimos cambiar confort por calidad de vida. Acá encontramos aire puro, actividades recreativas y tranquilidad, entre otras cosas. Pudimos armar nuestra propia huerta y dedicar tiempo a lo que nos gusta. Nada es imposible y sabemos que de a poco vamos a ir logrando todo lo que nos propongamos”.
Valeria asegura que en Monte Hermoso el auto muchas veces queda afuera y hasta con la llave puesta. O que va a comprar o a la escuela y las bicicletas están estacionadas, sin atar, o los vidrios bajos de los vehículos y nadie toca nada. Ella y su marido trabajan felices: Valeria como docente y Juan haciendo instalaciones eléctricas y mantenimiento en complejos vacacionales o casas de fin de semana.
“Acá hay menos consumo y se disfruta a pleno de la naturaleza. Valentino, nuestro hijo, se cría libremente, juega en la plaza que tenemos enfrente y realiza varios deportes. ¿Qué perdimos? Quizás algunas cosas materiales ya que en este lugar se vive simple. ¿Qué ganamos? Calidad de vida, tranquilidad, libertad y tiempo. Juan adora pescar, en el mar o en la laguna. A mí me encanta hacer yoga, salir a caminar por la rambla y andar en bici por los senderos y Valen disfruta de su niñez como debe ser, sin miedo y de una manera sana”.
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