Canning, la Pilar del Sur
De gran crecimiento en los últimos años y sin perder su ritmo de pueblo, esta localidad bonaerense es un nuevo polo de desarrollo que atrae especialmente a parejas jóvenes
"La idea de tener un hijo en un lugar más tranquilo, más verde, sonaba tentadora", recuerda Jerusalén Ottalagano, de 31 años, que hace cuatro años dejó el porteño barrio de Caballito, donde vivía junto a su marido Damián Migueles, para instalarse en Canning, provincia de Buenos Aires, a donde llegó embarazada de Teo. "Me atrajo la experiencia previa de mi papá, que había venido hace unos años, primero con una casa de fin de semana, y luego finalmente para vivir acá. Me gustaba la zona y como tenía un acceso rápido a Capital decidimos venir a probar", agrega Jerusalén, quien por estos días está a unas semanas de volver a ser madre.
El camino que recorrió la familia de Jerusalén da cuenta del explosivo cambio que experimentó en los últimos años esta localidad del sur del conurbano bonaerense. A sólo media hora de Capital, establecida a ambos márgenes de la ruta 52, Canning ofrecía hasta hace 10 o 15 años la fisonomía de un entorno semirrural, salpicado aquí y allá por algunos countries que recibían a sus habitantes los fines de semana. Pero la búsqueda de "un lugar más tranquilo, más verde" que refiere Jerusalén, junto con la necesidad de mayor seguridad, dio lugar al nacimiento de numerosos barrios cerrados en los que sus habitantes -en su mayoría, parejas jóvenes con hijos- viven de lunes a lunes.
"El gran crecimiento de Canning se dio con parejas jóvenes con nenes chiquitos, en busca de un mejor lugar para vivir, con mayor seguridad y cerca de Buenos Aires", confirma Marina Zabala, de 46 años, a cargo de la comunicación de Sabe La Tierra, mercado de productos orgánicos y sustentables que acaba de abrir aquí su primer espacio en zona sur. Marina vive desde hace 13 años en Canning, y ha sido testigo de su cambio: "El crecimiento en la última década es fenomenal. Sin dudas es la localidad de zona sur de mayor crecimiento -asegura-. Cuando yo llegue había un sólo supermercadito de barrio. Hoy hay dos hipermercados y una decena de supermercados". Y, también, tres shoppings -que además de locales comerciales, restaurantes y servicios, albergan un teatro y un complejo de seis cines, 3D incluido-, un hotel 4 estrellas, un golf, cuatro colegios, un centro médico... "En los últimos 10 años se pasó de poco más de diez grandes emprendimientos inmobiliarios a 30, y ese crecimiento explosivo fue acompañado luego por un crecimiento de los comercios y servicios en la zona", comenta Gastón Mazzei, gerente de ventas de Mazzei Propiedades, inmobiliaria que ha establecido varias de sus sucursales en Canning.
Y si bien en las horas pico de la semana, como las de la salida y la entrada de los chicos de la escuela, la 52 se llena de autos, Canning no ha perdido ni la tranquilidad ni el paisaje abierto que atrajo a sus más recientes habitantes. "Acá se vive una vida de pueblo", asegura Gonzalo Biaño, de 35 años, comerciante que vive y trabaja en Canning desde 2012. "Vivía en Capital, cerca de Parque Rivadavia, y cuando vine acá pensé que nunca me iba a acostumbrar. Pero a la semana ya estaba con la cabeza en otro lado, en otra revolución, caminando más despacio".
“En Canning encontré mi lugar en el mundo, pues a pesar de su crecimiento sigue teniendo ciertas virtudes de un pueblo. Me encanta la tranquilidad que encuentro aquí”, afirma Marina, que vino a vivir a Canning en 2003, al poco tiempo de haber sido madre: “Vivía en Colegiales, trabajaba todo el día en una compañía y una señora cuidaba de mi bebe. A los seis meses del parto decidí el cambio de vida y me vine definitivamente acá en busca de criarla yo, rodeada de verde”.
Desde entonces, el desarrollo inmobiliario y comercial no ha alterado significativamente el paisaje de esta localidad que se encuentra parte dentro del partido de Ezeiza y parte dentro de Esteban Echeverría, con la ruta 52 (también conocida como avenida Mariano Castex) como línea divisoria entre ambos. La pequeña y más antigua zona comercial de Canning, ubicada dentro de Esteban Echeverría, se mantiene tal cual desde años, mientras que la nueva zona comercial con sus shoppings se estableció a lo largo de la ruta, pero sin escalar en altura.
Basta con internarse en cualquiera de sus transversales para recuperar, a tan sólo una cuadra del centro comercial, las calles arboladas y las libustrinas que protegen la intimidad de las chacras y de –hoy en mayor proporción– los nuevos condominios, clubes de campo y barrios cerrados.
De fácil acceso
El crecimiento de la zona fue impulsado inicialmente por los proyectos inmobiliarios que vieron una veta en la fácil conexión que ofrece la autopista Ezeiza-Cañuelas (que luego se continúa en la ruta 52 que atraviesa Canning), y que permite ir y venir de la Ciudad de Buenos Aires en no mucho más de media hora (y del aeropuerto de Ezeiza, en tan sólo 10 minutos). “El acceso a Capital, todo por autopista, fue uno de los factores claves del desarrollo, sumado a que la inversión inmobiliaria en Canning era muy rentable entonces”, agrega Mazzei.
El boom inmobiliario generó la necesidad de dar respuesta a un número creciente de personas que ya no venía sólo de visita los fines de semana. Así comenzaron a surgir los centros comerciales: se estableció Brisas Canning Shops, que resulta pequeño frente a su vecino Las Toscas Shopping con su complejo de cines (3D incluido), o más aún ante Plaza Canning, que incluye un teatro, oficinas y el hotel 4 estrellas Plaza Central Canning.
El crecimiento de la oferta de servicios que fue impulsado por el boom inmobiliario se refleja en las dos etapas del vínculo de César Giuggioloni con Canning, primero como constructor y luego como creador de uno de sus shoppings. “A fines de 1998 vinimos con mi mujer, la arquitecta Liliana Olivieri, a ver la posibilidad de hacer un emprendimiento con una inmobiliaria de la zona. Ese día conocimos Canning y no nos fuimos más. Nos encantó hasta el punto tal que nos vinimos a vivir con nuestros dos hijos chiquitos y decidimos dedicarnos a la construcción de casas”, recuerda el empresario de 64 años.
“Juntos construimos más de 30 casas acá –continúa–. Pero luego de estudiar un poco el mercado de Canning encontré que tenía un perfil similar al de Pilar en aquellos momentos, y me atreví a hacer el primer complejo comercial, creyendo en el potencial de la zona. Y no me equivoqué. En 2006 inauguramos la primera parte del proyecto, Canning Desing, y en 2008 empezamos a contruir la segunda parte, para luego inaugurar, en 2012, todo junto bajo el nombre de Plaza Canning”.
Las callecitas empedradas que recorren este shopping, que con sus puentes de piedra y sus balcones floridos devuelven la imagen de la Toscana italiana, es una de las postales más emblemáticas del nuevo Canning. Sus distintos restaurantes y cafés, que en días de clima amable sacan sus mesas a las calles interiores, son lugar de encuentro de los lugareños, pero también de visitantes de localidades vecinas como Monte Grande, Ezeiza, Tristán Suárez y San Vicente.
El perfil de los nuevos habitantes de Canning, parejas jóvenes que buscan para sus hijos un mayor contacto con la naturaleza, atrajo recientemente el desembarco de Sabe La Tierra, mercado que reúne a productores de alimentos orgánicos y sustentables. “Llegar a la zona sur de GBA era una deuda que teníamos”, cuenta Angie Ferrazzini, fundadora de Sabe la Tierra, y agrega: “Hemos trabajado durante varios meses en la identificación de productores primarios de la zona y estamos muy felices con la gran cantidad de emprendimientos que encuentran en Sabe la Tierra su espacio de visibilidad, venta, relacionamiento y crecimiento”.
Así es como los sábados, de 10 a 18, en el primer piso de Plaza Canning, el mercado de Sabe La Tierra resulta uno de los paseos para las familias vecinas, que se encuentran con otros vecinos de zona sur: unos 30 productores de frutas y verduras sin agroquímicos, pollos pastoriles, huevos de campo, panificados integrales, quesos, cereales, dulces y conservas, miel, jugos, aceites y tés, entre otros productos, además de puestos de comida macrobiótica, vegetariana o raw.
Pronto, Canning sumará una feria callejera que se montará los fines de semana entre las dos hileras de árboles cuyas ramas “techan” los cuatrocientos metros del pasaje que une a Las Toscas con Plaza Canning, y que corre paralelo a la ruta. También está ya avanzada la construcción de una iglesia, la primera de esta localidad, que ha sido levantada en la plaza que se encuentra junto a la –desde hace años inactiva– estación de tren de Canning que, hoy restaurada, luce su fachada original.
Pero el crecimiento de Canning no se detiene, al punto que alcanza hoy a su vecina San Vicente. “En los últimos diez años se han creado más de 190 barrios privados en la zona, y todavía hay muchas cosas para desarrollar y poder hacer”, asegura Giuggioloni.
El sueño de no viajar
“El 95 por ciento de mi semana transcurre en Canning”, cuenta Gonzalo Biaño. Padre de Olivia, de 4 años, Gonzalo es propietario de la librería The Pencil Store y asegura que evita viajar a la ciudad todo lo posible. “Si tengo que ir a Capital, me organizo para ir una sola vez a la semana; trato de hacer todo junto en una mañana, y si me quedan cosas pendientes, las dejo para la semana siguiente”, asegura.
El resto de sus actividades –laborales, sociales, familiares– también transcurre en Canning. “Salimos a comer por acá, trabajamos por acá, los chicos van al colegio por acá, y cuando salen del colegio, si está lindo, van a tomar un helado al Plaza, que es como el centro del pueblo”, cuenta y describe así la rutina ideal de buena parte de los nuevos pobladores.
“Si bien algunos de los que han venido a vivir a Canning en los últimos años siguen trabajando en sus lugares de origen, la tendencia es que quienes vienen buscan desarrollar algún emprendimiento o actividad cerca de sus nuevos hogares”, afirma Marina Zabala. Jerusalén Ottalagano coincide: “Apenas me mudé acá me surgió la idea de arrancar con algún emprendimiento, aprovechando que es una zona en constante crecimiento”.
Jerusalén hoy está al frente de su local de muebles de diseño Teodora Deco. “Cuando uno llega, trata de hacer su vida diaria sin tener que ir a Capital, y así busca el médico cerca, el colegio de los chicos cerca, tener el trabajo cerca, los proovedores cerca... Y hoy eso es posible, no como hace diez años, cuando vinieron mis viejos, que ni siquiera había un supermercado –dice–. Mi marido es comerciante, pero sigue manteniendo su trabajo en Merlo, y sufre un poco menos que los que tienen que ir todos los días a Capital.”
Como afirma Marina, el sueño de vivir y trabajar a minutos de distancia es uno de los puntos en común entre quienes vienen a Canning. “Mi marido conocía la zona, por eso a los dos años de habernos casado, vinimos a ver un barrio que había publicado un aviso, y nos quedamos –cuenta Bárbara Gorodner, de 41 años–. Fue un cambio enorme en materia de calidad de vida, pero el problema es que los dos seguíamos trabajando en Capital. Por eso, después de tener a nuestra primera hija, decidí un nuevo cambio de vida, para estar más con ella: abrí un local de diseño y decoración en Canning, y de ahí pasé a la producción integral de eventos. Con el tiempo, incluso mi marido decidió abandonar la vida corporativa, dejó su trabajo en Capital y se sumó al proyecto.”
Akende es el nombre de su productora de eventos, los que se realizan mayormente en la zona sur. “Ahora los dos vivimos y trabajamos en Canning, y evitamos todo lo posible ir a Capital”, asegura Bárbara, que cuenta que su jornada se reparte entre su oficina (que funciona en su hogar), el galpón donde se encuentra la parte logística de su empresa y las casas de los clientes. Y se completa con las idas y venidas a Nuestra Tierra, el colegio al que van sus hijas Agustina y Paloma, y que queda a menos de 10 minutos de su casa.
“Vivir acá no sólo me dio la posibilidad de estar tranquila en un lugar con mucho aire y mucho verde; también permitió mi desarrollo laboral”, concluye Bárbara.
Produccion de Gabriela Ballesi
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