A finales de la década del 60, los hermanos bifari, hijos de inmigrantes italianos y oriundos de Mataderos, decidieron probar suerte en la costa oeste de Estados Unidos, donde sobraban las oportunidades para quien tuviera un oficio. El papá de Mike era chapista y pintor de autos y se instalaron en el legendario barrio de Venice Beach, en Los Ángeles. En ese entonces, Mike no era Mike, sino Miguel Ángel y tenía 6 años.
Mike Bifari nació en Mataderos, pasó su infancia en Los Ángeles y, a los 58 años, es una suerte de leyenda del movimiento cannábico.
"Tengo recuerdos muy lindos", dice Mike, 52 años después de aquella mudanza, sentado en la cocina de su casa, en el barrio hippie por excelencia de Capilla del Monte, Faldeo del Uritorco. Aunque la mayor parte del tiempo vive en Colombia, algunas semanas al año se instala acá para ver a sus hijas y a su nieto. Mira por la ventana y sigue con los recuerdos de esa vida de iniciación en pleno furor del flower power: "A los 11 años vi la marihuana por primera vez. El papá de un amigo alquilaba habitaciones y un día entramos a una y encontramos un cofre lleno de marihuana. Nunca había visto, era algo prohibido; la levanté, la olí… Estábamos maravillados, pero no fumamos".
Probó a los 16 años en una ronda de amigos y pasó a ser lo que hoy llama el último eslabón de la cadena narco: "Yo era el que conseguía y distribuía entre los amigos. Es lo que hacés para poder tener y fumar vos". Hasta que sus padres le encontraron una bolsita; pensaron que la costa oeste no era un buen lugar para un adolescente y lo mandaron de vuelta a Argentina, a vivir con su abuela: "Plena época de los milicos", remarca.
El camino hacia el autocultivo
El paisaje de libertad, porro, música disco y patinetas trocó en su antítesis: al gris opaco de la nocturna del Colegio Nacional 9 de Buenos Aires. Lo que no cambió fue eso que los padres de Mike pretendieron erradicar. De fumar mota contrabandeada desde México por chicanos en California, pasó a fumar paragua contrabandeado desde Paraguay por vaya a saber quién en Buenos Aires. En ese camino, el autocultivo se le aparecía como la decisión más inteligente. Solo faltaba que llegara la primavera democrática para que en el patio de la casa que compartía con su expareja –la madre de sus dos hijas– en Buenos Aires florecieran las primeras camadas de marihuana home-made, crecidas de las semillas que venían en el prensado paraguayo.
Cuando hablamos de la prohibición, o promoción, de la marihuana, siempre tenemos que hablar de Estados Unidos
La aridez de los 90 los encontró en las sierras de Córdoba, donde Mike, además de ganar experiencia en el cultivo, juntaba unos pesos dando clases de inglés, vendiendo pan, o lo que hiciera falta. En las puertas de la debacle del 2001, recaló en Ámsterdam por sugerencia de un holandés que había conocido en Córdoba. "Acá, sobran los trabajos y están los famosos coffee shops", le dijo. Cuando Mike repite coffee shops, los ojos se le iluminan y se ríe como quien evoca una travesura infantil.
Si en ese entonces Ámsterdam era la meca internacional de los "marihuanos", fue precisamente en un coffee shop donde Mike moldeó sus años por venir: allí conoció a Elmo Sholtën, un holandés que había diseñado un vaporizador artesanal. Juntos mejoraron el modelo y crearon el que todavía se conoce como el "Mercedes Benz de los vapos".
En California se asoció con un cordobés, el Chirri, para establecer cultivos legales en Oregón y Washington. El dúo ganó reputación acerca de la calidad óptima de los cogollos que cultivaban y se convirtieron en proveedores de materia prima para la creciente industria farmacéutica cannábica.
Volvió a Argentina con las piezas necesarias para seguir fabricándolos desde Capilla del Monte para el mundo, pero los costos altos y las dificultades para venderlos frustraron el negocio. Así que armó una valija con los vaporizadores que le quedaban y volvió al origen, California. Allí se vinculó con algunos de los referentes mundiales del movimiento cannábico, que, de algún modo, lo adoptaron: los norteamericanos Jorge Cervantes y Casper Leicht, los canadienses Don Wirtshafter y Marc Emery y el holandés Ben Dronkers. Mike los describe como "una camada de viejos hippies, que son los que cortan el bacalao en todo este nuevo mundo de cannabis legal en Estados Unidos".
A esta altura ya tenía una visión clara del rumbo que estaba tomando el tema en el país del norte. Así que se asoció con un cordobés, el Chirri, para establecer cultivos legales en Oregón y Washington. Allí el dúo se ganó una reputación, que para Mike "es un poco exagerada", acerca de la calidad óptima de los cogollos que cultivaban: se convirtieron en proveedores de materia prima para la creciente industria farmacéutica cannábica.
En Estados Unidos hacen la mejor calidad de cannabis, tienen la mayor industria y la mayor cantidad de encarcelados en el mundo por posesión.
Experto en marihuana
Lo que siguió fueron viajes en calidad de experto. En Uruguay, asesoró al gobierno cuando este se disponía a llevar la pequeña República a ser el primer país del mundo en legalizar el cannabis y todos sus derivados. En Chile, trabajó para el Museo del Cáñamo con sede en Ámsterdam y Barcelona, investigando y documentando la rica historia que tienen en el país vecino con el cultivo de cáñamo. "El cáñamo fue objeto de la mitad de las leyes y ordenanzas de los primeros gobiernos chilenos –cuenta Mike–. De cáñamo se hacían las velas de los barcos, las sogas, los uniformes de los militares, las sábanas de los hospitales y hoteles. Hasta que llegó el nailon, y la tremenda presión de la industria petroquímica y, posteriormente, del gobierno estadounidense llevaron su ridícula prohibición a todo el globo: cuando hablamos de la prohibición, o promoción, de la marihuana, siempre tenemos que hablar de Estados Unidos, porque es quien lleva la batuta. Hacen la mejor calidad de cannabis, tienen la mayor industria y la mayor cantidad de encarcelados en el mundo por posesión".
Su experiencia más potente hoy se da en Colombia, donde el cannabis medicinal y el consumo están despenalizados. Allí fue para organizar la ExpoWeed Medellín y se quedó trabajando con Don Wirtshafter y Jorge Cervantes, dos de los cultivadores más reconocidos.
Vamos a abrir la primera cátedra sobre cultivo de cannabis en Colombia. Nunca pensé que llegaría a enseñar sobre esto en una Universidad.
Pero su experiencia más potente, sin duda, hoy se da en Colombia, donde el cannabis medicinal y el consumo están despenalizados. Allí fue para organizar la ExpoWeed Medellín hace tres años y se quedó trabajando conDon Wirtshafter y Jorge Cervantes, dos de los cultivadores más reconocidos. "Con Don nos instalamos en la región del Cauca, en una zona gris, un territorio indígena que está en guerra desde hace 50 años. Allí está la llamada «Ciudad perdida de la marihuana»: como están cerca del Ecuador y solo hay 12 horas de día, ponen luces por la noche para poder extender los períodos vegetativos y regular la floración. Para el gobierno, estos cultivos son un problema porque abastecen al mercado ilegal, pero no los pueden sacar porque son el único medio de vida de las comunidades. Nosotros nos instalamos con la venia del gobierno, pusimos una producción y comenzamos a mejorar las prácticas locales para llevarlas hacia un camino de producción medicinal legal. Y, además, pusimos un hostal con un pequeño museo cannábico. La idea era generar con el turismo otro tipo de ingresos en una zona que estaba teñida de una historia conflictiva. Nos fue muy bien un tiempo, pero después nos golpeó una tragedia. Una guía, Mónica, que trabajaba con nosotros fue asesinada por unos disidentes de las FARC y eso fue muy duro para todos. Ahora estamos apuntando, junto con Jorge [Cervantes], a lo académico: vamos a abrir la primera cátedra sobre cultivo de cannabis en Colombia, en Popayán, la capital del Cauca. Nunca pensé que llegaría a enseñar sobre esto en una Universidad".
En Argentina casi nadie está pudiendo acceder al cannabis medicinal legal. La gente tiene que volcarse a conseguir lo que pueda de la calidad que sea en el mercado negro o producir ellos mismos.
–En Argentina, tenemos la ley de Cannabis Medicinal que va camino a cumplir cuatro años: ¿creés que es efectiva?
–Está muy bien para los aplausos. Es fantástica para llenar bloques de televisión sobre las maravillas de la marihuana. Pero, a la hora del acceso, este no existe. Casi nadie está pudiendo acceder al cannabis medicinal legal. Hay una sola marca, "Charlotte’s Web", que se puede traer a precios prohibitivos. Pero no es un aceite universal, funciona solo para algunos casos. Entonces, la gente tiene que volcarse a conseguir lo que pueda de la calidad que sea en el mercado negro, o producir ellos mismos.
–Pero el Estado sigue persiguiendo el autocultivo.
–Hacen eso y, por otro lado, le avalan el proyecto de cannabis al hijo de Gerardo Morales en Jujuy (Canabis Avatara), mientras persiguen a legítimos pacientes que están forzados a la ilegalidad y pagando altísimas consecuencias. Son derechos humanos los que vulneran. Eso es muy villano.
Considera que falta mirada estratégica por parte de los gobiernos locales para entender el cultivo de cáñamo y el potencial de las industrias verdes. En el mundo ya hay 35 países que lo abordan como cuestión de Estado.
–El gobierno anterior tampoco tuvo una política de legalización.
–No pudieron convencer ni siquiera a su propia tropa. Es un tema de ignorancia y de prejuicios. Había gente con mucho poder, como el mismo Aníbal Fernández, que abiertamente avalaba el fin de este sinsentido. Pero no cambiaron nada, como se sigue sin cambiar nada. Está la cuestión de los derechos, pero también es una falta de visión estratégica por parte de los dos gobiernos, el anterior y el actual, de nunca mirar el cultivo de cáñamo y sus industrias. Ya hay 35 países que sí lo hacen. En Israel, es una cuestión de Estado. El futuro son las llamadas "industrias verdes", que son más amables con el ambiente y que no utilizan la cantidad de agroquímicos que se aplican a los cultivos argentinos. La industria del cáñamo es parte de ese futuro. El potencial es enorme, pero se necesitan políticas de Estado.
Pensar que el THC no es medicina porque te hace reír es una estupidez.
–¿Creés que el debate está lo suficientemente maduro para que se introduzcan cambios reales?
–Muchos de nosotros hemos corrido y corremos riesgos enormes, y pagamos consecuencias. Pero con el tiempo ves que esos riesgos valieron la pena. Te doy un ejemplo: con mi socio el Chirri trajimos los primeros aceites de "Charlotte’s Web" y se los dimos a un grupo de madres de niños con epilepsia refractaria. Ese grupo terminó formando "Mamá cultiva", que ha sido una especie de revolución en el país. Toda esta madurez a la que hemos llegado fue porque hubo gente dispuesta a arriesgarse. Mucha gente. A su vez, creo que hay ciertas perversiones producto de la prohibición, como algunos productores de aceite que sostienen que ellos no están generando lucro por su trabajo, que lo hacen gratis, como si ser remunerado por tu trabajo fuera moralmente incorrecto porque estás tratando con cannabis o porque quien recibe ese cannabis tiene un problema de salud. Si el campesino recibe un pago por sus tomates, ¿por qué no vas a poder recibir un pago por cultivar marihuana, por producir un aceite? Es un argumento denigrante. Como si tener esa especie de resguardo moral te mantuviera de alguna manera a salvo, y no es así. Otra cosa que viene de la misma lógica es la separación que se hace entre los pequeños y los medianos distribuidores o cultivadores que caen presos. Como cuando van a las villas y meten en cana a madres o abuelas o pibes con equis cantidad y, desde el movimiento cannábico y desde gran parte de la sociedad, se los mira como si fueran ellos los narcos, y no es así. Observá a esa gente y te vas a dar cuenta de que muchas veces son pobres entre pobres. No son narcos. Están sobreviviendo con lo que pueden y como pueden.
–¿Estás de acuerdo en la diferenciación entre el uso medicinal y el personal?
–Es una línea muy fina muy difícil de determinar. Hay muchos consumos que son claramente medicinales. Si tenés cáncer, epilepsia, VIH, glaucoma, ese consumo está claro. Es medicinal. Pero qué pasa con el tipo que después de laburar toda la semana, llega el viernes, y se fuma un porro para enterrarse en el sillón. Para salir de ese estado mental del trabajo, de las obligaciones. ¿Quién puede afirmar que ese uso no es medicinal también?
Muchos de nosotros hemos corrido y corremos riesgos enormes, y pagamos consecuencias. Pero con el tiempo ves que esos riesgos valieron la pena.
–Algo de esa lógica hay en la moda de hablar del CBD, el componente narcótico y analgésico, pero no psicoactivo, casi como si fuera algo aparte del cannabis en sí.
–Hace más de cien años se estableció que el CBD genera una serie de efectos distintos a los del THC, que es el componente psicoactivo. Desde hace relativamente poco se lo puede separar y tiene un mercado. En quienes padecen epilepsia, de diez pacientes, tres reaccionan positivamente solo al CBD, otros tres lo hacen solo al THC y cuatro reaccionan a una mezcla de ambos, que es lo que generalmente se encuentra en la mayoría de las genéticas y de los tratamientos. Pensar que el THC no es medicina porque te hace reír es una estupidez.
–¿Cuál creés que es el próximo paso que debería darse acá?
–Ahora, lo que tenemos es una demanda tremenda de cannabis medicinal. Y eso ha producido esta especie de caos en el que cualquiera puede seguir algunos pasos en YouTube, hacerse un aceite y dárselo a la viejita de al lado que está sufriendo. Y, por más que a veces esos productos sean sucios –no es lo mismo lo que podés hacer en la cocina de tu casa que en un laboratorio–, la gente ve que funcionan. A veces mejor, a veces peor, pero funcionan. Entonces, lo que necesitamos urgente es poder organizar eso, crear dispensarios, licencias. Y soy optimista al respecto.
Ignacio Conese
LA NACION