Caniggia y Fabbro: de qué hablamos cuando decimos "violencia de género"
En los últimos días la denuncia televisiva que Mariana Nannis realizó sobre la violencia de género sufrida en su matrimonio con Claudio Paul Caniggia en los últimos 30 años, ubicó como tema principal de las noticias la violencia ejercida desde el varón hacia la mujer. Más allá de las particularidades de este caso que deberá ser tratado en la Justicia, es una oportunidad para visibilizar un tema muy sensible de nuestra sociedad.
Estadísticamente muere una mujer cada 30 hs como resultado de un femicidio o feminicidio, que se refiere al homicidio producto de su condición femenina en manos de un hombre desde su "odio" hacia la mujer. Se presenta como el modo extremo de la violencia de género, que atañe también a todo tipo de maltrato físico, psicológico y económico que algunos hombres ejercen sobre las mujeres.
Se trata de una problemática social que debe ser atendida desde el Estado, que debe proteger a la gran cantidad de mujeres que se encuentran en esta situación; implica a su vez una lectura que considere la incidencia de la cultura patriarcal sobre la constitución psíquica de quienes se vinculan de este modo violento, y que naturaliza una mirada social que avala muchas situaciones de violencia; y una lectura sobre lo que sucede en la particularidad de la pareja en cuestión.
Como tema cultural, el movimiento femenino en busca de la igualdad de géneros va en contra del imaginario social que entiende los roles femeninos y masculinos desde una lectura patriarcal, en la cual ser hombre, "macho", implica la identificación con el poder, la fuerza física, la dominación, el sostén económico; mientras que el rol femenino se identifica con la pasividad, el ser dominada, dependiente, mientras se ocupa de los afectos, lo familiar y lo doméstico. Este imaginario influye sobre la constitución psíquica habilitando esta diferenciación de roles que puede llevar a la violencia de género como resultado de los papeles que cumple cada miembro de la pareja, cuando se trate de psiquismos que se constituyan de modo fallido. Y el movimiento femenino está cuestionando y modificando este imaginario social y cultural. A la vez que ésto sucede observamos día a día un incesante número de femicidios. Tal vez podríamos asociar la "crisis de la sociedad patriarcal" al incremento de femicidios como si fuera una "resistencia" a la decadencia del poder masculino sobre la mujer, siempre teniendo presente que para que esta aberración suceda debe tratarse de personas insanas que viven de modo patológico la relación de pareja.
Cuestiones conscientes e inconscientes de ambos partenaires inciden en la relación enferma. El acto violento del hombre se debe a un desborde de la pulsión de dominio que encuentra como objeto a la mujer, que queda despojada de su condición de sujeto, de su condición de mujer, y es transformada en un objeto sobre el cual descargar la pulsión. Este despojo es vivenciado y actuado por la víctima que "se presta" para la descarga de esa violencia que le impide ser, que la reduce a un cuerpo maltratado, herido o matado. Vínculo patológico que se suele sostener en el tiempo, que va y vuelve de peleas a reconciliaciones sin parar, hasta que encuentra el trágico final.
Encontramos ciertas características comunes en la mujeres maltratadas, si bien cada caso debe ser pensado en su singularidad. Baja autoestima, pérdida de identidad, dependencia emocional y económica, que a lo largo de la relación violenta que se prolonga en el tiempo van en aumento, debilitándola cada vez más.
El perfil psicológico del hombre golpeador se relaciona con personalidades narcisistas, borderlines, paranoides, celotipias, uso o abuso de drogas y alcohol, baja autoestima y una inseguridad muy grande que los lleva a la idea de un posible abandono por parte de la mujer que es vivenciado de modo catastrófico, lo que los impulsa al triste desenlace violento.
Lamentablemente esta situación también es generacional, muchos hombres violentos han sido violentados en su infancia, y el daño de la violencia hacia la mujer repercute negativamente sobre los hijos que pertenecen a ese circuito familiar violento.
Se trata de relaciones patológicas en las que la pulsión de muerte, de dominio, el masoquismo, la inaccesibilidad a la palabra como posibilidad elaborativa de las emociones, la cultura histórica patriarcal incidiendo en la constitución psíquica, llevan a la violencia que toma distintas formas, emocional, física, económica, etc. y que frecuentemente termina con la vida, física y/o psíquica, de la mujer.
La autora es licenciada en psicología
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