Transpirando con los pantalones cortos y las zapatillas puestas, o como meros espectadores enfrente de la tele y zampándonos una picada extralarge, el deporte es muchas veces liberador: de emociones, de endorfinas y hasta de nosotros mismos. Ya lo dijo el escritor mexicano Juan Villoro: "Vamos al estadio para tomarnos vacaciones de nosotros". Otras veces, en cambio, el deporte es una cárcel de prejuicios. Que solo un atleta argentino de alto rendimiento, el voleibolista Facundo Imhoff, haya contado que es homosexual define un ambiente homofóbico y arcaico como los Picapiedras. Salirse del molde es un problema hasta en la alimentación: hay futbolistas vegetarianos que deben ocultar que no comen carne para no recibir la crítica de los hinchas ante su primer error, del estilo: "Y qué querés, si es vegetariano".
En tiempos en que ya se puede hablar de marihuana con nuestros abuelos, el deporte de alto rendimiento fue relativamente pionero: desde hace ya un puñado de años, en 2013, comenzó a abrirse el uso del cannabis para los deportistas profesionales.
Desde 2013, la Agencia Mundial Antidoping subió 10 veces la dosis permitida de THC en sangre, y en enero de 2020 quitó de la lista de sustancias prohibidas el cannabidiol, conocido como CBD.
Olvidémonos de los deliberados sistemas de doping. De los más sofisticados, como la transfusión de sangre, la EPO, la testosterona y los corticoides, y también de los más viejos: efedrina y anfetaminas. Incluso olvidémonos de los tramposos sistemáticos como el ciclista estadounidense Lance Armstrong, múltiple campeón del Tour de France, y de las políticas de Estado de Alemania del Este en los 80 –¿y de Rusia en la actualidad?–, que salvo interpretaciones muy laxas y bastante provocadoras, son casos en los que el doping debe ser sancionado. Ni siquiera por moral o por justicia deportiva: básicamente por salud.
Pongamos la lupa de la marihuana en un escenario bien cercano, el fútbol argentino. Desde que en 2013 la Agencia Mundial Antidoping (AMA en español, WADA en inglés) subió 10 veces la dosis permitida de THC en la sangre de un deportista (pasó de 15 nanogramos de sustancia por milímetro de sangre a 150), la AFA ya no detectó positivos de marihuana. Y esa mayor concesión marcó un antes y un después visible.
Hasta entonces, cada vez que se hablaba de un doping positivo por "droga social", en las redacciones se apostaba si había sido causado por marihuana o cocaína. La FIFA incluyó el cannabis como sustancia prohibida en el Mundial 98 y el primer caso en Argentina se detectó tres años después, el de Walter Cáceres, arquero de Nueva Chicago. Desde entonces, y hasta que en 2013 la AMA cambió su reglamento y mostró su cara más amable, en el fútbol argentino hubo más de 10 suspendidos por marihuana, uno por año, algunos bastante recordados como los de Ariel Garcé en Olimpo, Rodrigo Archubi en River y el doble caso en 10 meses de Carlos Daniel Cordone en San Lorenzo.
Era una etapa muy restrictiva en los controles y con sanciones ridículas, de hasta dos años en el caso de Cordone, si se tiene en cuenta que esos 15 nanogramos suponían una búsqueda casi detectivesca de marihuana. Al futbolista que fumaba el miércoles, sin intención de mejorar su rendimiento para el partido del domingo, le saltaba un positivo en el control del fin de semana. Con el cambio de ley en 2013, y el nuevo límite en 150, ya no hubo positivos por THC en el fútbol argentino ni en los grandes eventos deportivos del mundo.
Hay deportes en los que la marihuana nunca estuvo prohibida, por ejemplo en la NBA. Son esos raros casos en el que se corre a la misma velocidad que el resto de la sociedad.
Hay deportes en los que la marihuana nunca estuvo prohibida, por ejemplo en la NBA. Alguna vez el New York Times publicó que el 60% de los basquetbolistas de la liga más famosa del mundo fumaba cannabis, pero, por uno de los logros de su sindicato, los muchachos nunca estuvieron expuestos a una sanción. Lo mismo ocurre en el tenis: el control antidoping del circuito no busca restos de THC en la sangre, aunque sí es cierto que los basquetbolistas y los tenistas entran en las generales de la ley cuando participan en los Juegos Olímpicos. El caso más famoso y extremo fue el de Michael Phelps, que en 2008 fue fotografiado en una fiesta y la federación de natación de Estados Unidos lo sancionó tres meses en una época en que no había competencias.
Y si el deporte se había sacado gran parte de los prejuicios en 2013, en enero de 2020 terminó su tarea cuando la AMA quitó de la lista de sustancias prohibidas el cannabidiol, conocido como CBD. Desde inicios de este año, ya ningún deportista profesional puede ser sancionado por acudir a la marihuana para calmar sus dolores, siempre y cuando el aceite que consuma (o la vaporización) no tenga THC, la molécula psicoactiva del cannabis. Son esos raros casos en que el deporte sale a correr a la misma velocidad que el resto de la sociedad.
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