Si las camisetas de fútbol siempre fueron un fetiche –muchos coleccionamos en nuestras casas remeras compradas hace ya décadas que se resisten a las mudanzas, las polillas y los reclamos–, en los últimos meses se ganaron, además, un espacio impensable: su propio nicho editorial. Las dos grandes casas de libros del país publicaron en agosto obras al respecto: Penguin Random House sacó al mercado Camisetas legendarias del fútbol argentino, de Eugenio Palópoli, Sebastián Ruggiero y Diego Silber, y Planeta contraatacó con su cuarta edición de Atlas de camisetas, de Cune Molinero y Alejandro Turner, que lleva vendidos 12.000 ejemplares, todo un best seller para la alicaída economía local.
Los hinchas de River saben cuál es la empresa que les confecciona la indumentaria desde 1983, los de Boca saben qué ocurrió con los números en la espalda en un partido contra Atlanta en 1984 y la lista podría seguir: el mundo de las camisetas es tan vasto que a estos dos libros, que diseccionan al milímetro la ropa que usaron y usan los clubes argentinos, se les podría sumar una tercera publicación sobre la vestimenta de las selecciones del resto del mundo. Y, en ese eventual libro, un capítulo debería estar dedicado a los países "antinacionalistas" o, dicho de otro modo, a los equipos nacionales que no respetan los colores de la bandera de su patria. Las selecciones de Alemania, Holanda, Brasil e Italia son orgullos nacionales, aunque jueguen con ropa "extranjera".
Las selecciones de Alemania, Holanda, Brasil e Italia son orgullos nacionales, aunque jueguen con ropa "extranjera".
Si fuese por la camiseta de su seleccionado, la bandera de Italia debería flamear azul en vez de la verde, blanca y roja instalada en la península desde 1797. Sin embargo, hasta quienes solo miran fútbol en los Mundiales saben que la Nazionale viste de azzurro: la explicación –menos conocida– es que el azul era el color emblemático de los Savoia, la familia real italiana entre 1861 y 1946, y que hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, es decir, antes de la proclamación de la República, la bandera tricolor llevaba incorporada en su centro el escudo de armas de los Savoia –que era azul–. Italia ya había ganado dos Mundiales, en 1934 y 1938, y a nadie le pareció buena idea cambiar el color.
Sin Mundiales ganados, pero con más razones políticas todavía actuales –el país sigue siendo una monarquía constitucional–, en Holanda ocurre el mismo caso: la bandera de los Países Bajos es roja, blanca y azul, pero sus seleccionados –y sus hinchas, cada vez que pueblan las tribunas– visten de naranja en honor a la familia real, la Casa de Orange-Nassau.
También en el pasado está la explicación de Alemania, que siempre vistió de blanco con leves detalles negros a pesar de su bandera roja, amarilla y negra. Entre 1867 y 1918, los colores de Prusia eran blanco, negro y rojo, por lo que, cuando la Federación Alemana de Fútbol fue fundada en 1900, blanco y negro era la elección natural. Con respecto a otra camiseta histórica alemana, la verde, a una teoría romántica –que nació como gesto de agradecimiento a Irlanda, una de las primeras selecciones que invitó a jugar a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo miraba de reojo a un país con mala reputación– se le contrapone otra explicación más sencilla: es el color de la Federación de fútbol nacional.
Los representativos deportivos de Australia siempre le dieron la espalda a su bandera inspirada en el escudo de armas de la Commonwealth y adoptaron los colores oficiales del país desde 1984, el verde y el oro. También Japón sobresale por su desobediencia: hasta 1990 su camiseta era roja con detalles blancos, como la insignia nacional, pero en las últimas décadas pasó al azul para diferenciarse de sus vecinos coreanos y chinos. Venezuela, claro, les da la espalda al amarillo, azul y rojo y se viste de granate. Pero si hay un país que decidió dejar de ser "antipatriótico" es Brasil: hasta el Maracanazo, su gran derrota en el Mundial que organizó en 1950, jugaba de blanco, un color que forma parte de su bandera solo en pequeños detalles. Entonces archivó esa camiseta, la tildó de portadora de mala suerte, no la usó nunca más y, tras una gran encuesta nacional, pasó a su verde y amarillo característico. Como si el fútbol se sintiera más cómodo con los nacionalismos, los brasileños embanderados ganaron cinco Mundiales.