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Caminos ancestrales
LNR participó de la Ruta Quetzal, una expedición que desde hace 26 años convoca a jóvenes de todo el mundo
LIMA.– Los 225 chicos hablan distintos idiomas. Hay rubios, morenos, pelirrojos, algunos de ojos rasgados, todos visten igual y desplegaron las 52 banderas de sus países. En el Salón del Comedor del Palacio Presidencial, con sus balcones de estilo morisco y una araña de 175 lámparas de cristal, la más grande de Perú, esperan al presidente Alan García, en la bienvenida oficial a la Ruta Quetzal BBVA. Un viaje iniciático, académico y de aventuras que desde hace 26 años reúne a jóvenes de 16 y 17 años de todo el mundo.
Lo que sigue es una introducción perfecta, a cargo del mandatario peruano, de lo que viene: durante 15 días se visitará Lima; la costa desértica del Norte, poblada desde hace más de 12.000 años; los santuarios de Pachacamac y Chan Chan; la fortaleza prehispánica de Kuélap, y habrá conferencias con especialistas y largas caminatas por la selva amazónica hasta las cataratas de Gocta (771 metros), de las más altas del mundo, descubiertas en 2006.
García habla de un país dentro de muchos países, y de un Perú antiguo, profundo y desconocido: el de las 66 culturas que Pizarro encontró cuando llegó a estas costas. "Muchas de estas sociedades, que conocerán en los próximos días, estuvieron bajo el dominio de los incas, pero nunca fueron totalmente sometidas. También hay un Perú actual, complejo por su geografía, como un papel arrugado, con valles ocupados desde hace miles de años por grupos humanos con culturas muy distintas."
El correntino Christian Sosa, uno de los cuatro argentinos participantes, que se ganó un lugar aquí por su investigación sobre la cultura moche, está entusiasmado con la conferencia del presidente. "Te dan muchas ganas de conocer ese otro Perú", sostiene el joven, que comparte la carpa con dos españoles. "Casi no tuvimos tiempo de charlar. Estaba cansadísimo por el viaje, pero no me quejo, estoy feliz."
Para Miguel de la Quadra Salcedo, de 79 años, fundador y director de la Ruta, que tomó el nombre de Quetzal por el pájaro de las húmedas selvas de México y América latina, símbolo de libertad para mayas y aztecas, la esencia del viaje es el conocimiento. "Un camino de ida y vuelta entre España y América para consolidar una fuerte identidad iberoamericana. Pero para eso debemos conocernos profundamente. De eso se trata", asegura este hombre, que sigue buena parte del viaje con las ganas de siempre.
El primer contacto con las culturas prehispánicas se da al día siguiente, 36 kilómetros al sur de Lima, en el museo de Pachacamac con sus máscaras, platos, textiles y quipus, una serie de cordeles anudados y de distintos colores que fueron el principal sistema de registro de información de la administración inca. "Es uno de los santuarios más importantes de la costa. Construido en adobe, albergó a las culturas lima, wari, ychma e inca", explica el guía, antes de la caminata de dos kilómetros hasta el Templo del Sol, levantado por los incas, con vista al mar, al valle de Lurín y al desierto. "Estos tres conceptos eran muy importantes para ellos. Creían que aquí se unían esos tres mundos, que aquí era el final y el comienzo de algo nuevo, en una concepción circular de la vida."
La visita concluye con el pago a la tierra. En plena ceremonia, el chamán ofrece hojas de coca para mascar, arroja maíz molido sobre las cabezas de todos e invita a dejar ofrendas sobre dos mantas. La eslovaca Juliana Dubovska está a punto de llorar: "Todo esto tiene un sentido muy profundo, rituales ancestrales que sobreviven a los tiempos. Me siento muy bien, los latinos son abiertos, afectuosos, tienen más contacto físico que nosotros. Sí me conmovió la pobreza".
De regreso al campamento, en un club de caballos peruanos de paso, en las afueras de Lima, el primer baño después de ¡tres días!, al aire libre y con traje de baño. Con el pelo mojado, el porteño Alan Almuiña Fernández reconoce que le tenía un poco de miedo a la convivencia. "Pero está todo bien –dice–. Por Facebook conocí a algunos chicos de Bolivia, España y Chile, y con Rocío –otra de las argentinas– nos juntamos en Buenos Aires antes del viaje." Y agrega sonriente: "El baño estuvo buenísimo, pero mucha limpieza no se puede pretender".
En grupos y coordinados por los llamados monitores, todos comienzan a entender cómo funciona el campamento. "La primera meta es la cohesión entre los chicos, que vienen de culturas muy distintas. El grupo hace que el campamento funcione bien. El primer día tuvieron problemas para armar las carpas, pero el último las montarán en menos de tres minutos", asegura Jesús Luna, a cargo del campamento.
Al Norte
Esta mañana los seis ómnibus ponen rumbo a Huanchaco, a poco más de 500 kilómetros al norte de Lima. Lo mismo hace el móvil de la prensa y el camión con material didáctico, folletería e instrumentos de Libélula, que pone música a la expedición. Un despliegue logístico que funciona a la perfección. La comida está a cargo de caterings locales, salvo en Kuélap, donde cocinarán los padres de la escuela local para recaudar fondos y reacondicionar el edificio escolar. En total son unos 4500 kilómetros en América y casi 2500 entre España y Portugal, donde además hay un tramo navegable en un barco de la armada española. ¿El presupuesto?, 1.400.000 euros.
Por la Panamericana Norte se descubre un Perú distinto, lejano del casco histórico de Lima, impecable, y de sus barrios más acomodados, Miraflores y San Isidro. Si bien es uno de los países de mayor crecimiento en América latina en los últimos años, aún hay marcadas brechas sociales: aparecen los suburbios y los humildes poblados, pegados al Pacífico. Huanchaco recibe a todos en el muelle con la danza de los diablos y sus personajes vestidos de rojo y negro. "Cada cinco años la diablada acompaña a la Virgen del Socorro hasta Trujillo. Son siete jornadas en una tradición de 500 años", explica uno de los músicos, después de mostrar cómo se toca esa quijada de burro con dientes flojos que suenan al ritmo de sus golpes.
Cae la noche y la expedición se encamina hacia el nuevo campamento, a pocos kilómetros del centro. Sin embargo, para llegar hasta allí es necesario hacer un rodeo: una ola muy grande obligó a cerrar parte del malecón. "Hasta hace unos años teníamos 70 metros de playa, pero el oleaje se los fue comiendo. Algo está cambiando en el mar", comenta preocupado Bily, en su pintoresco bar con vista a la playa.
Ya amaneció en el complejo Huacas de Moche, capital de los mochicas del sur, ocupada desde los inicios de nuestra era hasta el año 850 d.C., que llegó a tener 20.000 habitantes y dos construcciones principales con forma de pirámides truncas. Una de ellas, la Huaca de la Luna, en la ladera del cerro Blanco, tiene cinco edificios superpuestos, de los cuales sólo dos se pueden visitar. Tuvieron una vida útil de unos cien años y fueron enterradas y selladas con ladrillos de adobe siguiendo un calendario ritual.
"Una de las causas de la decadencia del reino mochica fueron los efectos de El Niño, que provocó, con intermitencias, lluvias durante 30 años. Después, estos territorios fueron dominados por los chimú y, finalmente, por los incas", explica el guía en la zona donde, antes del hallazgo de este enorme tesoro bajo tierra, los lugareños se divertían lanzándose con sus tablas por los médanos. A unos 500 metros, la Huaca del Sol seguirá bajo esa montaña de tierra (se estima que puede conservar hasta nueve pisos superpuestos) hasta que se obtengan los fondos necesarios para profundizar los estudios.
La luz de las estrellas
A los periodistas se les recomienda pasar, al menos, una noche en el campamento. Llegó el momento. Sin privilegios, hay que levantar la carpa, algo que para muchos, sin práctica y de noche, se convierte en una tarea ardua. Jesús Luna reúne a sus colaboradores para ajustar detalles: "Hoy algunos chicos fueron a almorzar sin su vaso, otros estaban jugando a las cartas. Esto es una cadena y si un eslabón falla, todo se demora más de la cuenta", dice antes de que los generadores, cerca de las antenas satelitales que permiten tener acceso a la Web, se apaguen.
A las 6.50, la voz de Luna se entremezcla con el sueño de todos: Arriba, arriba, un nuevo día comienza . La mañana es fría en Huanchaco, junto al mar, y de a poco los chicos salen de las carpas. Para despabilarse y entrar en calor, una agitada clase de aerobic, a cargo de la monitora Silvia, que derrocha energía desde un médano. Después, a una de las seis duchas, divididas por juncos y con agua fría. Mucho tiempo no hay: apenas tres minutos que alcanzan para mojarse la cabeza, algo de jabón y listo, que pase el que sigue.
"Vivo en Rosario y extraño un poco el río, pero el paisaje es genial. No me gusta mucho acampar sobre la arena y por ahora no tuve tiempo de lavar ropa. A las duchas voy a ir con lo puesto. Me lavaré yo y la ropa", se ríe la argentina Paula Messina Torrecilla. Rocío Novoa, de Quilmes, también está haciendo su experiencia: "A la noche siempre nos quedamos en la carpa con las españolas hablando hasta la 1, pero después nos cuesta levantarnos. Acá aprendés a valorar cosas a las que antes no les dabas bola, como la ducha caliente y el tiempo que te quedás bajo el agua".
Una larga fila se forma frente a una olla enorme. Es el desayuno, típico de la zona: avena con papa picada, canela, clavo de olor, pasas de uvas secas, agua y leche. Además, dos sándwiches de queso y una banana. "En España espero que me den mucha paella, me encanta", comenta un peruano, con la mente en el tramo europeo, posterior a esta experiencia.
Pero estamos en Huanchaco, donde el nuevo día encuentra a Rafael con agua hasta las rodillas, en una poza de totoras, la planta utilizada por los pescadores de esta zona desde tiempos prehispánicos para construir sus canoas. "Esta técnica se transmite de padres a hijos, pero hoy ellos prefieren otros trabajos o estudiar", reflexiona el pescador, que lleva 30 años en este oficio, sin mencionar el crecimiento urbano de Huanchaco, que también está haciendo peligrar a este recurso natural.
Una vez cortados, los juncos demoran unos 15 días en secarse. Con dos fardos ya secos y un cordel, Rafael, a la vista de todos, no demora más de treinta minutos en construir un caballito de totora, llamados así por los colonizadores cuando vieron a los lugareños montados en las canoas, que tienen una vida útil de uno a tres meses. Ya en la playa, los lugareños llevan a los ruteros a dar un paseo corto hasta la punta del muelle. "Se lo colocamos para que tenga más estabilidad y durabilidad", reconoce un pescador con la vista en el interior de su canoa, que tiene varias capas de telgopor, en una versión siglo XXI que le resta algo de romanticismo al momento, que de todas formas vale la pena.
La jornada sigue en Chan Chan, capital de los chimú, que tuvo plazas de 6700 metros cuadrados y albergó a unas 35.000 personas, y termina en la plaza principal de Trujillo (1534) y en su pintoresco centro histórico.
El sexto día, el último de esta cobertura, encuentra a la expedición a poco más de 200 kilómetros al norte, en Chiclayo, en el predio del Museo de las Tumbas Reales del Señor de Sipán, donde se instalará el tercer campamento en lo que va del viaje. "Este museo presenta las reliquias de uno de los tesoros culturales más importantes de Perú: las Tumbas Reales del Señor de Sipán", explica su director, Walter Alva, a cargo del hallazgo, dado en el momento justo. "Cuando intervenimos la zona, el momumento ya había sido saqueado, como seguramente ocurrió con la tumba del padre del Señor de Sipán. Las piezas estaban siendo ofrecidas en el mercado negro, en Estados Unidos, por 1.600.000 dólares. Pero logramos infiltrarnos con el FBI y recuperarlas", cuenta el especialista, seguro de que estas tumbas tuvieron el mismo significado que la Piedra de Rosetta.
Afirma que fueron clave para entender esas imágenes en objetos y murales que se creían inventadas por esta cultura, conocida como los griegos de América por la increíble belleza de sus retratos. "Todo empezó a ordenarse como un rompecabezas. Ni siquiera teníamos conocimiento de la existencia del Señor, que fue enterrado con un séquito de ocho cuerpos, entre ellos un niño, dos llamas y un perro. Cada joya o representación de animales y seres míticos tuvo un profundo significado para los mochicas, como para los cristianos lo tiene la cruz", asegura.
Quedan muchos kilómetros de esta experiencia, que encontrará a los chicos el último día, el del adiós, como todos los años, entre abrazos y lágrimas interminables.
AMPOLLAS Y FE
A seis días del inicio del viaje aparecen algunas afecciones. "Ya hemos atendido a unos 80 chicos y con las caminatas largas aparecerán las ampollas", explica el doctor Alfonso Camacho, a cargo del equipo de salud, que se completa con un traumatólogo y dos enfermeras. "A veces, más que atención sanitaria, los chicos buscan contención emocional. Entonces, es el momento de hacer un poco de padres", sostiene. De eso sabe el jesuita Jesús Garrido Suárez, Chucho, que en la primera misa se gana el afecto de todos. "Ciertos ritos debemos cumplir, pero aquí habrá total libertad, y que la misa dure lo que hablemos...", dice, sin prejuicios. Después, se suman las peticiones: se habla de padres, novios y amigos, y no faltan los deseos por un mundo más equitativo.
PLAN ACADEMICO
La edición 2011 siguió los pasos del obispo navarro Baltasar Jaime Martínez Compañón, que llegó a Lima en 1768, fundó 20 pueblos y construyó 54 escuelas, seis seminarios, cuatro casas de educación para indios, 39 iglesias y 180 leguas de caminos. Además, fue autor de Trujillo del Perú , una colección de nueve volúmenes y 1411 dibujos y descripciones sobre las poblaciones, la economía, la flora y la fauna. "Fue pionero en el mundo en hacer excavaciones arqueológicas, un hombre que dio unidad al mundo andino: la selva, la costa, la sierra, y que dejó un gran legado. Sin embargo, su tarea necesita ser reivindicada", expresa Andrés Ciudad, catedrático de la Universidad Complutense especializado en el mundo maya, subdirector de la Ruta y responsable del proyecto académico.
La expedición 2012 piensa llegar a China tras 26 años en tierra americana. Sólo resta que Pekín dé el visto bueno antes de septiembre. El plan B es Colombia, que nunca recibió a los expedicionarios, salvo una breve incursión en Cartagena de Indias.