Camila Vallejo: la bella rebelde
Tiene 23 años y es la líder de los estudiantes que desde hace siete meses lucha por cambiar el sistema educativo de Chile. LNR habló con la chica que se convirtió en un fenómeno social
Camila Antonia Amaranta Vallejo Dowling. O, simplemente, Camila Vallejo, así la conocen todos. Así la conocen ahora todos. Hace un año, cuando asumía la presidencia de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh), ni la propia prensa local sabía escribir bien su apellido. Vallejos, decían las notas; así, Vallejos, con ese final.
Pero eso era antes, hace una eternidad, cuando Camila todavía podía responder el teléfono y era capaz de dar notas como quien cambia de abrigo. Ahora no. Ahora a la chica a la que le sobran nombres lo que le falta es tiempo. Concertar una entrevista con ella puede tomarte más de un mes, y una vez agendado el encuentro nada te asegura que vaya a cumplirlo. Es altamente probable que te suspenda por una asamblea de estudiantes, un plenario o una marcha. También podría plantarte porque la recibe el ministro de Educación o porque la espera una comisión en el Senado que discute el presupuesto que recibirá el área el próximo año.
"A la sede de la FECh le llegan entre 40 y 60 pedidos de entrevistas por día y de medios de todo el mundo." Esto lo cuenta Evelyn Cáceres, que desde hace tres años está a cargo del área de Comunicación de la FECh y jura que nunca pasó por algo igual: "Estamos absolutamente desbordados", sintetiza. Y se nota.
La cita con LNR iba a ser en la mañana, pero se reprogramó para la tarde. El cambio no sorprende: antes de este plantón ya habían sido cuatro las fechas canceladas y cinco los encuentros fallidos; el último lo produjo una repentina gira por Europa, cuando Camila llevó las demandas del movimiento estudiantil chileno hasta París, Ginebra y Bruselas. Viajó junto a otros dos dirigentes estudiantiles, y fue recibida en el Parlamento Europeo, la Unesco y las Naciones Unidas.
Cuando por fin nos reunimos en la oficina de la FECh, la líder del movimiento estudiantil del que habla el mundo entero conversa con tiempo, tranquila y sin prisa. Hace rato que está de vuelta de las notas que refieren a su belleza ("objetivamente soy bonita y no tengo problemas en decirlo", declaró en una entrevista) y tacha de previsible que el foco inicial haya sido su aspecto físico: "Acá son muy machistas, pero al final primó la idea. Una cara bonita no saca quinientas mil personas a la calle."
Es amable, clara y precisa al hablar. Le gusta pensar la palabra justa y busca el término exacto para decir aquello mismo que quiere decir y no otra cosa. Se ríe de sus propias ocurrencias y maneja cierto humor absurdo. Sus ojos verdes sostienen la mirada y gesticula mucho, mucho. Explica la política educativa del país y su mano va de acá para allá marcando puntos imaginarios sobre el escritorio: "El problema de la educación es un síntoma de un problema mayor, que es el modelo que se instaló a sangre y fuego durante la dictadura. Los ideólogos que sacaron de la Universidad Católica los llevaron a Chicago (se refiere a los Chicago Boys) y vinieron a experimentar un proyecto ideológico que es el modelo neoliberal, un modelo donde el Estado es subsidiante y no garante", explica Camila, de lo más didáctica.
Sobre una de las paredes de su oficina cuelga un gran retrato: Karl Marx mira desde detrás de un vidrio. Al lado de Marx, y pinchados sobre un corcho, hay recortes de prensa, fotos y panfletos. Toda la papelería se refiere a lo mismo: la protesta estudiantil que ella lidera, un reclamo que lleva siete meses de movilizaciones, tomas, marchas y paros; una lucha que ya volteó a un ministro, forzó la reorganización de un gabinete y sentó al gobierno en una mesa de diálogo. Este ha cedido poco y reprimido mucho, ha apostado al desgaste del movimiento y se prepara para cerrar un año, al decir de los analistas políticos, "absolutamente perdido".
El movimiento se volvió histórico ya con las cifras que fue capaz de convocar, pero a caballo del reclamo por una educación pública, gratuita y de calidad que sostienen los estudiantes se han sumado otras demandas sociales. El movimiento se ha vuelto incluso transversal y a veces hasta da la impresión de que al gobierno de Sebastián Piñera le cascotean el rancho desde todos los frentes. La sensación –y, ¡peor!, las encuestas, en un país que baila al ritmo del sondeo permanente– es que Piñera rescató del pozo a los mineros y de ahí a esta parte fue él mismo el que no hizo más que descender (la última encuesta de Adimark le otorga apenas un 31% de aprobación, y el mismo estudio revela que el 67% de los chilenos está a favor de las demandas de los estudiantes).
"La verdad es que nunca imaginamos que esto iba a estallar así, con esta magnitud. Jamás pensamos que iba abarcar a tantos ámbitos de la sociedad, que íbamos a tener manifestaciones con tanta convocatoria", reconoce Camila, que para muchos es, más que la voz que pide a gritos una reforma educativa, la voz en alto de dos generaciones enteras: la suya propia y la de sus otrora acallados padres.
Es curioso: de su paso por el colegio secundario –cuentan hoy sus profesores del colegio Raimapu, en la comuna de La Florida– lo que quedó fue la imagen de una chica introvertida, que se destacaba en artes plásticas y se interesaba por el teatro. Dicen que era tímida, que nunca fue dirigente y que era impensable prever que una chica así asumiría cargos.
Ella marca su punto de inflexión precisamente después de esa etapa: "Yo sabía que cuando entrara a la Universidad iba a participar en política. La militancia de mis padres habrá ayudado, es una formación, pero lo cierto es que yo tenía una convicción propia; yo veía que en la Universidad se me iba a abrir el mundo; sentía que al entrar ahí tenía que hacerme responsable de algo más aparte de estudiar. Entré en 2006 y ya en 2007 entré a militar en la Jota (Juventud Comunista). Y ahí me encontré con un proyecto político, con una propuesta de reforma. Después, todo lo demás se fue dando, es parte de un proceso."
Camila terminó la carrera de Geografía, pero tiene su tesis pendiente. Su hermana mayor milita en el Partido Comunista, al igual que hicieron sus padres cuarenta años atrás. Hoy su mamá, Mariela Dowling Leal, trabaja junto a su marido, Reinaldo Vallejo. Juntos tienen una pequeña empresa dedicada a la instalación de calefacción. Antes de los termostatos y los calefones, incluso antes de que Camila siquiera naciera, Reinaldo Vallejo tuvo un paso fugaz por el mundo del espectáculo: fue galán de telenovelas. En los videos que publica el sitio Web del Canal 13 chileno todavía se lo puede ver en los fragmentos de Alguien por quien vivir, la tira que la emisora puso en pantalla en 1982. Eso sí, la crítica de cabotaje aún hoy le sigue siendo esquiva: "Cuando llegó a ser mal actor, ya era malo", fue la gracia que lanzó un chileno durante una sobremesa.
Los padres de Camila acompañan a su hija a todas las marchas. La apoyan, la alientan y se preocupan por su seguridad: la cara más famosa de la revuelta estudiantil es también blanco de agresiones, insultos y amenazas, especialmente desde las redes sociales, donde alguno aseguró que su vida corría peligro y otro más filtró su dirección. Entonces Camila ahora marcha con custodia y va siempre acompañada. "No descarto que pueda pasarme alguna cosa", decía hace un par de meses. Ahora, en cambio, minimiza el tema: "No tengo miedo, porque seguro ahí hay mucha cobardía. Ninguno de esos tipos se va a atrever a agredirme físicamente. Es lo que creo yo; cualquiera que lanza una amenaza a través de un medio indirecto finalmente no lo hace. Para eso viene acá, directamente, se presenta, me lo dice y lo hace nomás."
Claramente, las millas a Camila le juegan a favor. Es astuta, cauta. Aprende rápido. Hay diferencias notorias entre un discurso de una marcha inaugural versus uno actual: ahora la chica de 23 años aparece (todavía) más desenvuelta que entonces; más locuaz, más firme y segura. Y esto en cualquier superficie, porque en pleno concierto de Calle 13 sube al escenario y exige frente a una multitud educación pública y gratuita con la soltura de quien está en el living de su casa. "¡Hasta la victoria siempre!", cierra esa arenga, micrófono en mano y puño cerrado en alto. El público la ovaciona.
La popularidad que alcanzó Camila es notable. En la calle y en los papeles. Según un sondeo reciente, Camila es la mujer chilena más admirada por las adolescentes de entre 14 y 18 años: según una encuesta de la Unidad de Estudios de Corporación Opción, el 43% de las jóvenes la prefirió a ella antes que a otras figuras públicas como Michelle Bachelet (32%) o Violeta Parra (27%). La ciudadanía en su conjunto también la respalda: integra el top 3 de las figuras políticas mejor evaluadas del país: alcanza un 71,3% de evaluación positiva frente a un 29,2 % del presidente Piñera (sondeo Bárometro Regional 2011, del Centro de Investigación Sociedad y Políticas Públicas de la Universidad de Los Lagos).
La exposición convirtió a Camila en lo que aquí llaman un rostro. Ahora es famosa y la fama –dice– le incomoda. "Es un tema supercomplejo, porque así como no me esperaba la magnitud del impacto del movimiento, no me esperaba la magnitud del impacto mediático que iba a tener yo. Todo esto ha repercutido en mi vida personal. Ahora soy una figura pública. Moverme es difícil, viajo en metro o camino por la calle y la gente me reconoce siempre. Y me dice cosas. Me piden fotos, me piden autógrafos, entrevistas, saludos grabados; me llegan cartas, me dan consejos, me piden cosas raras. La gente me demanda mucho y yo no tengo libertad de acción." Es la primera vez que la voz de Camila suena a queja. No exagera: la sesión de fotos para LRN causó un tremendo revuelo callejero y en cuestión de minutos se generó un tumulto. Hubo gritos de apoyo, pedidos de beso, fotos con los teléfonos celulares y suspiros masculinos. Hasta los carabineros de un camión hidrante que pasaba por ahí buscaron su risa y se acercaron hasta ella haciendo girar –en broma– el disparador. Ella no perdió el buen humor y se mostró, hasta donde se pudo, muy solícita.
"Yo agradezco a..., no sé a quién, porque en Dios no creo, pero agradezco a las circunstancias que a esta altura no esté reventada; estoy cansada, sí, pero no estoy con un nivel de estrés que haya afectado mi salud. Y tampoco ha cambiado mi personalidad. Hay muchos dirigentes que entran en un conflicto con los egos. Yo sigo tranquila, tratando de mediar, de ver todo en una perspectiva más global. Bueno, claro, eso no me asegura que no termine después loca en un manicomio", concluye entre risas.
Dentro del movimiento, Camila, señalada tantas veces desde la prensa internacional como la bella rebelde poco menos que prima hermana del Che Guevara, no es ni por asomo la más radical de los dirigentes. Forma parte, incluso, del ala moderada, cosa que le trajo más de un conflicto interno con otras agrupaciones: "Este trabajo al final es superingrato. Porque hay muchos logros de los que una se siente orgullosa porque el movimiento los ha instalado, pero es ingrato porque no toda la gente valora por igual el esfuerzo que una hace. La demanda en términos mentales es fuerte. Todo el tiempo tenés que estar pensando qué se dice, qué se hace; te tenés que anteponer a las circunstancias y, antes de tomar una decisión, hacer una lectura de todos los factores que están determinando los distintos escenarios. Uno siempre asume costos políticos, pero a veces son mayores los costos que las ganancias políticas, y esto es algo que tuve que aprender a la fuerza. Yo no venía con esa experiencia".
A la chica de jeans gastados, collares artesanales, anillos de alpaca y pañuelos tejidos no le gusta nada –nada– hablar de su vida privada. Sabe que la prensa está al acecho y siente el agobio. "La prensa ha buscado persona por persona queriendo identificar mi grupo familiar. Ubicaron a mi padre, mi tío, mi hermana; falta mi hermano menor y otro más. Yo he tratado de mantener mi vida personal lo más lejos posible, pero en un momento ya se hace insostenible. Porque los medios están ahí buscando, buscando y buscando. ¡Y el que busca encuentra, po!"
Tanto buscar y buscar para venir a encontrar, para decepción de tantos, un pololo. Un novio. Fue durante una marcha, cuando alguien advirtió que, entre toda la gente que la rodeaba, había uno que le hacía marca personal. Al día siguiente todos los medios hablaron de él: Julio Sarmiento. "El ángel guardián de Camila Vallejo", dijeron. No se animaron a confirmarlo en letras de molde, pero efectivamente era (y es) el novio de Camila desde hace al menos tres años. Incluso él mismo le pasó la posta un año atrás: Julio Sarmiento, nacido en Cuba y estudiante de Medicina, fue el presidente inmediato anterior que tuvo la FECh y también es comunista.
Cuando Camila se suelta en la charla actualiza datos: "Hasta el fin de semana pasado mi pololo estaba en las Juventudes Comunistas, ahora pasó al Partido". ¿Y es posible, con tan poco tiempo libre, llevar un noviazgo normal? "Bueno, nos vemos siempre en las marchas", responde entre risas. Dice que hay semanas enteras que no se ven, que todo esto cambió absolutamente su estilo de vida y que le gustaría tener más horas de descanso, más tiempo para ella: "A veces trato y me esfuerzo por encontrar un momento de relajo y quedar con mis compañeros para tomar una cerveza, pero en realidad nunca me libero de esto. Ojalá tuviera un lugar donde no se hable nada de política universitaria ni del movimiento, pero siempre sale el tema. No tengo ningún paréntesis. Antes hacía deporte o salía a bailar, pero ahora no".
Aquí son varios los que le auguran a Camila una promisoria carrera política. A ella la palabra carrera no le gusta. Prefiere expresarlo en términos de "ponerse al servicio de", pero no descarta para nada la misma idea: "Bueno, soy militante de un partido que ha planteado llegar a una verdadera revolución democrática a través de la vía electoral, así que no puedo descartar el hecho de que pueda ser candidata en algún ámbito municipal, parlamentario o etcétera, pero yo voy a estar a disposición siempre y cuando haya una decisión colectiva antes de tomar esa decisión".
CLAVES PARA ENTENDER EL CONFLICTO
SISTEMA. En 1981, y bajo la dictadura de Pinochet, las universidades oficiales chilenas pasaron a tener, además de un examen de ingreso, un costo. Para quien no puede pagarlo el Estado ofrece un crédito, constituyendo el alumno una deuda que debe empezar a pagar una vez egresado.
PRIVADAS. La otra opción de estudio superior universitario son las instituciones privadas, algunas de las cuales piden puntajes PSU para ingresar; sus aranceles son cada vez más altos y las hay de dos tipos: sin financiación del Estado (en teoría no pueden tener fines de lucro) o con subsidio estatal (se les permite el lucro y el subsidio es por alumno, pudiendo incluso ser asumido de forma compartida por los padres). Varias de esas casas de estudio privadas se sumaron además al proceso de selección oficial.
PROBLEMAS. Este esquema produjo al menos dos problemas importantes: un brutal endeudamiento, por un lado, y una enorme desigualdad, por el otro (estudia quien puede pagar o pedir un préstamo).
COSTO. En Chile, estudiar en la Universidad cuesta –promedio– más de 6000 dólares al año.
LA MAS CARA. Chile es el país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que tiene la educación superior pública más cara, y es también el país donde más pagan los estudiantes de su propio bolsillo (de cada cinco familias, sólo una puede pagar sin pedir préstamos).
ANTECEDENTE. Ya en 2006 hubo en Chile un importante movimiento estudiantil protagonizado por los secundarios (lo que se conoció como la Revolución pingüina), pero al final la lucha terminó siendo diluida hábilmente por el Poder Ejecutivo.
UNIFICADO. Esta vez, el reclamo unió a secundarios y universitarios, y las movilizaciones en las calles (ya más de 40) mostraron cifras récord para la historia de Chile.
CRONOLOGIA. La primera protesta estudiantil en las calles fue en abril. A fines de junio se registraron las mayores convocatorias, con 200 mil manifestantes en Santiago y 400 mil en todo el país (muchas culminan con focos de violencia y represión policial). Paralelamente fueron aumentando las tomas de colegios y universidades. Entre las demandas se incluía mayor gasto público en educación, modificación del sistema de acceso a la Universidad para garantizar igualdad de oportunidades, acabar con la financiación a las instituciones privadas que no están reguladas y hacer un aumento directo de financiación a la educación pública (lo que se llama aporte basales). Las conversaciones con el gobierno parecieron siempre un diálogo de sordos: unos buscando cambiar el modelo, otros respondiendo con un puñado más de becas. En julio asumió un nuevo ministro de Educación (Felipe Bulnes) y en agosto, Sebastián Piñera convocó a una mesa de diálogo con los principales actores sociales: él mismo participa, pero esta instancia también fracasa. Cerrando el año, la discusión sobre el Presupuesto 2012 copó el centro de la escena.
INICIATIVAS. Hasta ahora el gobierno envió al Congreso propuestas legislativas para rebajar el interés de los créditos de los estudiantes, ofrecer renegociación de morosos y ampliar las becas al 40% más vulnerable. También empujó el Plan Salvemos el Año Escolar, para que los estudiantes de los colegios tomados no perdiesen el año.
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