Desde que tiene memoria, Camila Sosa Villada -que acaba de recibir el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz- le pidió a la virgen unos pechos. Unos de esos bien bonitos, con peso, sin surco en el medio, y esos pezones que de tan hermosos parecen sobrenaturales. La virgen, sin embargo, se tomó su tiempo. De nada sirvieron los ruegos y las súplicas. Una áspera gomaespuma tuvo que hacer de relieve. Igualmente, Camila no perdió la fe. Tal vez porque en su familia, o para ser más precisos en la familia de su madre –la "Grace" como le dice ella–, los santos nunca estuvieron para bromas.
Todas las navidades se reunían en la casa que tenía la abuela en el barrio de Los Boulevares en las afueras de la ciudad de Córdoba, y el piso se llenaba de baldes. Baldes de todos los colores, bien aseados con lavandina, así podían volcar en ellos la fruta cortada en cubos que con el vino blanco oficiaba de elixir para esperar la llegada del niño Jesús. Mientras tanto, arremangadas, Grace y sus cuatro hermanas contaban las mismas historias, una y otra vez, de cómo unos primos habían sobrevivido a la muerte gracias a la promesa que su madre le hizo a san Antonio; o de cómo una de sus hijas llegó a tener una trenza tan pero tan larga que convenció a todos que así se curaría de una enfermedad mortal; o de un tío que de chico había aprendido el lenguaje de los pájaros y dormía con un tero al pie de su mesa de luz mirándolo por las noches.
"
Tal es así que cuando la Grace y Don Omar, el padre de Camila, supieron que su hija vendía placer por las calles de la ciudad tampoco lo dudaron. Se fueron a dejarle una medallita a la Difunta Correa. Y el milagro ocurrió, porque al año siguiente, Camila estrenó su primera obra de teatro y pudo dejar la prostitución.
Diez años más tarde, Camila es directora, actriz de cine, teatro y televisión, y se ha convertido en una de las autoras más leídas en Argentina. Su libro Las malas, por el que acaba de recibir Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, lleva en el país ocho ediciones, fue publicado en España, México, Colombia, Chile y Uruguay, y está siendo traducido al francés, alemán, italiano, noruego y croata. Antes había publicado la autobiografía El viaje inútil y Tusquets acaba de reeditar su libro de poesía La novia de Sandro. En su casa solo queda un hermoso altarcito hecho por el director de arte Sebastián Rosés con el cuerpo de una Barbie, la cara de Ken y unos girasoles naranja fuego que lo coronan. Ya no quedan vírgenes. El año pasado Camila decidió guardarlas en una caja. Lo hizo con mucho cuidado. Primero la del Valle, después la Difunta... una a una fueron a parar bajo llave. No sabe si será para siempre, pero por ahora ya les ha pedido demasiado. Es tiempo de que sus vírgenes descansen.
–Ay, perdóname tú la facha. Suelo preocuparme más por estar presentable, pero llegó un momento en el que me rendí. Me dije ya está, no puedo estar tan decente todo el tiempo.
Son las dos de la tarde. Camila, ángulos hermosos, cabello dorado avellana, deja ver un jogging rojo a través de la pantalla. Habla mientras sostiene un cigarro armado con sus manos gráciles. Su voz no es su voz, más bien parece un acento de novela mexicana, pero que en ella suena tan encantador que resulta imposible reprochárselo. Tiene una simpatía del magnetismo de un níquel.
–En realidad, no volví al gimnasio porque me tengo que operar en unas semanas, así que me quiero cuidar.
–¿De qué?
–Me voy a poner tetas (se ríe con felicidad). Las malas me regalaron unas tetas.
Me detengo en la oración. La virgen parece seguir dando sus frutos. Pero no es eso lo que llama mi atención. Sino que hable de Las malas en plural.
–Después de dos años, me compré las mejores. Son inglesas y tienen garantía de por vida. En realidad, me las podría hacer por el artículo 11 (se refiere a la Ley de Identidad de Género), pero lo cierto es que acá en Córdoba eso no ocurre. Creo que hay una sola endocrinóloga, en el Hospital Rawson. Y como ahora tengo el dinero, no me gusta perder el tiempo con esas argucias que solo sirven para prolongar tu agonía. Me lo pago yo solita.
En 10 años este universo tal como lo conocemos no va a existir. Tenemos que vivir hechas unas bombas, como se nos antoje.
–Imagino el placer de poder realizar el deseo propio…
–Mira, eso mismo hablábamos con la Lola, y eia me decía io fui travesti sin tetas durante años y recién a los 50 io me las puse. En mi caso, la mera verdad es que desde hace unos tres años empecé a tener como un proceso de embellecimiento. Comencé a cantar con un músico cordobés muy guapo, y es como si me hubiera contagiado de su energía. Y ahí empecé a hacer tratamientos, me puse los brackets, y ahora que estábamos en pandemia, ahí me dije "me las pongo ahora", porque si no, después no voy a tener tiempo. Porque encima tiene una recuperación muy larga…
–¿Te da algún tipo de temor?
–No, pero si io creo que nos merecemos tooodo. Porque en 10 años este universo tal como lo conocemos no va a existir. Creo que van a pasar cosas mucho más terribles que el coronavirus, entonces tenemos que vivir hechas unas bombas, pechugonas o como se nos antoje.
–Podría decirse que este año igualmente arrancó bien. No parás de cosechar con Las malas…
–Pero la cosecha es desde mucho antes. Las malas vienen a ser las pepas de oro que nunca se acaban. Pero no son las malas las que cosechan, sino un trabajo de hace años... –vuelve a hablar de Las malas en plural, y pienso en el efecto que genera eso, es como si las hiciera sonar ya no como el título de un libro, sino como un verdadero sustantivo–. Igualmente, las cosas fueron dándose una por una. Yo nunca tuve prisa, nunca me arrebaté. Y a mí todo esto me pesca grande y cansada. A veces siento que hubiera sido distinto si hubiera sido más joven y no hubiera tenido que llegar a tanto. Me pesca un poco el síndrome Madame Bovary.
–¿?
–Y porque ahora estoy contenta porque todo sale bien, y es como que me pasan cosas así todo el tiempo, cosas que una chica trans de pueblo nunca hubiera imaginado. Es decir, esa que yo fui jamás hubiera pensado que podía terminar así, pero sí que es un poco tarde, ¿no?
Yo siento ese cansancio. Tal vez porque el tiempo para las travestis es un poco injusto.
–¿38 años es tarde?
–Pero es que yo estoy muy cansada, siento ese cansancio. Tal vez porque el tiempo para las travestis es un poco injusto.
Hago una pausa.
–¿Y qué lugar le cabe a la escritura en ese tiempo?
–Era el lugar donde mis padres nunca se atrevían a entrar. Era el único lugar donde podía tener absoluta distancia de ellos y del mundo. Nadie se atreve a entrar a la vida de una escritora y los que tienen el coraje de penetrar en las costumbres de un animal como somos las que escribimos lo pagan caro. Io lo veo con mis padres. Mi madre cuando leyó Las malas me dijo: "Yo no sabía que tú habías vivido tanto".
Y entonces desaparece el acento y aparece la voz de Camila, una voz que se quiebra, que se rinde al encanto y deja ver esa verdad que uno adivina porque entiende lo que en su vida ese "tanto" significa, o acaso puede imaginárselo. Ni siquiera el dolor o el miedo. Tanto en la vida de Camila significa demasiado o, como ella lo define con su poesía, tanto es ese tiempo que en ella y las travestis se vuelve infinitamente injusto.
Antes de su nombre, Camila se llamó Cristian Omar. así la inscribieron cuando nació un 28 de enero de 1982. Faltaba poco para que terminara la dictadura, y en una Argentina devastada todo era promesa. Sin embargo, en la casa de los Sosa, el destino parecía condenado. Unos años antes, a Don Omar lo habían echado de la fuerza policial tras pelearse con su comisario y, luego de un negocio frustrado con una concesionaria, se puso a vender posters de Jesús en la vereda. Camila lo ayudaba como podía.
No recuerda cuándo comenzó a sentirse mujer, acaso fue de toda la vida. Cada vez que no la veían, aprovechaba para robarle a la Grace su ropa y su maquillaje. Primero en el baño, después en el cuarto. Cuando arrancó la adolescencia, ese límite le resultaba chico, y salió a la calle. Pero no fue fácil. Mina Clavero era un pueblo de 6000 habitantes, y aquel valle de sierras encantadas y aguas diáfanas no estaba preparado para una travesti. Mucho menos los Sosa, que habían visto nacer a un niño. Tardaron años en enterarse. Cuando lo hicieron, Don Omar no le ahorró dolor a su hija. "Un día van a venir a golpear esa puerta para avisarme que te encontraron muerta, tirada en una zanja", le dijo.
Camila, sin embargo, no se resignó. Dejó el pueblo y se fue a estudiar Comunicación Social a la Universidad de Córdoba. Pero las cosas allí fueron más difíciles aún. Alquiló un cuarto en una pensión y, como no podía pagarlo, limpiaba a cambio la casa. Semanas y semanas intentó buscar trabajo, y aunque fuese para repartir volantes resultó imposible: en el mejor de los casos, le daban alguna excusa amable. Hasta que una noche la invitaron a subir a un auto. Ella dudó. Dudó y aceptó, y ahí nomás, mientras se subía, en esa calle vacía y el silencio de una madrugada que la volvía invisible, sintió por primera vez cómo las palabras de su padre comenzaban a tomar el peso de un maleficio que la seguiría por años.
En América Latina, la expectativa de vida de las personas travestis ronda los 35 años. En nuestro país no hay cifras oficiales, pero La Rosa Naranja, una de las organizaciones que lleva un seguimiento, dio cuenta de que solo en los primeros seis meses del año hubo 42 travestis y trans fallecidas. Muchos son crímenes de odio. Pero también se conjugan la falta de vivienda, la imposibilidad de acceso al sistema de salud y un mercado laboral que las expulsa todo el tiempo. Un informe elaborado en 2017 por el Programa de Género y Diversidad Sexual del Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad de Buenos Aires, junto con el Bachillerato Popular Trans Mocha Celis, expuso cómo solamente el 9% de las encuestadas tenía un trabajo formal. El relevamiento, realizado sobre 169 travestis y mujeres trans de 18 a 65 años, da cuenta de cifras que resultan inapelables: el 70% de las entrevistadas debió elegir la prostitución como principal fuente de ingresos. Es más, el 51% de ellas nunca tuvo un trabajo, el 70% ni siquiera pudo acceder a una entrevista y el 30% reconoció haber ingresado a esa actividad entre los 11 y 13 años de edad.
En septiembre, el gobierno nacional publicó en el Boletín Oficial el Decreto 721/2020, que establece el 1% de representación trans, travesti y transgénero en el sector público nacional. Durante los debates en la Cámara Baja, la diputada Mónica Macha eligió citar a Camila para cerrar la sesión. Retomó lo que tantas veces ella planteó, la importancia de que las travestis comiencen a decirse ellas mismas. En ese proceso, la literatura trans se abre camino.
No me gustaría pasar por esa normalización que veía en mis compañeros, en mis amantes. Esa normalización los atrapa.
Hoy, los ejemplos parecen multiplicarse. Las malas se ha vuelto uno de los más paradigmáticos. Pero también están Carolina Unrein, con Pendeja, diario de una adolescente trans y Fatal, o la pionera Susy Shock, con sus poemas… Libros que en la trama del lenguaje ya no se construyen como espacio de resistencia, sino como verdadera revolución, tejiendo nuevas imaginaciones, derribando el límite impuesto por los estereotipos y asumiendo la voz más bella de todas: la voz propia, que no es dicha por otros.
–En una entrevista, mencionabas que la escritura te había servido para poner un límite a las personas. ¿Por qué?
–Porque era lo que más rechazo causaba, pero el rechazo de los demás a mí me daba mucho gusto. Yo estuve condenada a una soledad desde muy pequeña, pero eso me dio la cabeza que tengo hoy. Si hubiera tenido que constatar mi conocimiento o aceptar esa sociabilización que se les exige a las personas normales, o a las que aspiran a serlo, yo no estaría hoy escribiendo los libros que escribo, o haciendo las obras de teatro que hago. No me gustaría pasar por esa normalización que veía en mis compañeros, que vi en mis amantes, en los hombres que más cerca tuve en mi vida. Esa normalización los atrapa, y a mí el hecho de ser travesti me eximió de eso. Es como un arma de doble filo, puede ser dañino, pero también puede ser una bendición.
–¿Un silencio que significa libertad?
–En verdad, el silencio de mi infancia era el silencio impuesto por mi papá. Recuerdo a mi madre escuchando música y cuando sentía el auto de mi papá, iba y la apagaba… Yo estoy convencida de que las travestis nacemos en las familias que nos necesitan. Son las mujeres de las familias las que nos piden y nos hacen. Luego está que a veces no lo soportan, y a veces sí… Pero no importa eso creo ya, importa que tuve que vérmelas con ese silencio. Y aprender a escuchar la televisión muy baja o detectar cuándo mis padres dormían para escaparme por la ventana y salir al pueblo vestida de chica me agudizó el oído, ¿sabes? Entonces, más allá de si el silencio fue una opción que elegí o no, esta señorita que tú ves aquí es la consecuencia.
–¿Y qué huellas ha dejado el teatro en ese camino?
–Bueno, en realidad, mi aprendizaje creo que terminó cuando conocí a Paco Giménez. Fue fascinante ser su alumna. Y yo en sus clases me mataba, era muy buena improvisando. Pero cuando hacía las cosas mal, él era muy riguroso conmigo. De hecho, me hizo rendir la materia, y cuando la estaba dando, me dijo algo que no me voy a olvidar jamás…
–¿Qué?
–Me dijo: "Que no apruebes fue un error mío porque yo no sabía cómo decirte esto. Creo que vos tenés que trabajar y hacerte conocida. Pero la gente no va a ver una actriz, va a ver a un chico disfrazado de chica, y le va a costar mucho verte de otra forma. Por eso, vas a tener que ser muy buena, para que ellos puedan apreciar lo que vos hacés" –Camila se quiebra en llanto–. Me habló con esa franqueza… Pienso también que fue un poco duro. Pero…
–¿Pero?
–Por primera vez sentí que alguien me estaba mirando.
El mundo fue solo de los dos
Y para los dos
Su hogar y unas nubes teñidas al sol
Camila escucha José Luis Perales mientras pisa con sus tacos la hierba seca. Corre el año 2000 y Córdoba, al igual que el resto del país, huele a goma quemada. Hace tan solo unos meses familias tomaron el palacio donde funciona el Ministerio de Desarrollo para pedir planes de comida y de vivienda.
Para entonces, el Parque Sarmiento, en el centro de la ciudad, se ha transformado en algo así como la pesadilla lumpen de Carlos Thays, otro de los tantos intentos del francés, financiado por Sarmiento, con el que buscó proyectar las fantasías de la generación del 80, y terminó convertido en 11 manzanas, con cinco escuelas, una pista de patinaje, un zoológico y hasta un teatro griego. Pero por las noches, en esos años de hambre y desencanto, se llena de criaturas, de todos los colores, tamaños y estaturas…
Él se fue
Los cabellos pintados de gris
Ella dejó de cuidar las flores del jardín
Camila aprieta los dientes, está muerta de miedo, pero la sostiene una certeza: si sigue trabajando sola se va a cumplir la profecía de Don Omar. Esa intuición la condujo a esas travestis, que la adoptarán enseguida y, años más tarde, servirán de ADN para su novela Las malas. Con ellas, Camila teje una amistad. No de esas amistades que perduran, en las que se habla de novios y se festejan cumpleaños, sino de una que le sirvió para aprender cuánto cobrar y a quién, o para llevar en la cartera una Gillette envuelta con una gomita en un jabón por si la cosa se ponía fea. Camila lo cuenta en una charla, sin acento de novela y con voz trémula. Y describe esas noches en el libro como si fueran tardes en Macondo. No por hacer disimular a sus travestis. Mucho menos por afán de realismo mágico. Sencillamente lo hace porque esa noche –uno adivina al escucharla– en aquel parque, arriba de sus tacos y escuchando Perales, descubrió una nueva forma de amor.
–El misticismo con el que construís las travestis en Las malas también es una forma de empoderarlas, de deconstruir ciertos estereotipos…
–No, más que sacarlas de un imaginario, yo las veo así. Esa es la verdad. El recuerdo que tengo de ellas es ese... Viéndolas trepar a los árboles con tacos muy altos o rodar por debajo de los autos para que la policía no las viera y quedarse así, acostadas en un charco de agua sucia. Recuerdo tirarnos en una zanja y ver en el reflejo de los árboles cómo se iba la luz azul, o noches y noches sin dormir con la cocaína para evitar sentir frío a pesar de estar desnudas en una madrugada de invierno… Yo las veo así, ellas son eso para mí. Y sería tan maravilloso que las personas pudieran vernos. Pudieran ver todos los colores, todos los rostros, todas las formas, las procedencias, las alturas de las personas travestis. Si de algo tuve la suerte fue de conocer un mundo de travestis donde cada una era de una especie distinta. Y había algo del orden de la generosidad, del cuidarnos. Es una sensibilidad que nunca volví a ver con tanta nitidez. Es como un saber compartido pensado en ayudar a la otra, como…
–¿Como…?
–Como el amor de una madre que te enseña a hacer un arroz con leche.
Y, entonces, uno imagina a la Tía Encarna de Las malas levitando mientras le da de mamar a su bebé, y la puede pensar a Camila, resplandeciente, con sus tetas de hada y tono de novela, riéndose y llorando de esa vida de hechizo, que finalmente pudo burlar a la muerte y ahora goza su destino de mujer.
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