Cambio de vida: dejó España, se mudó a El Bolsón y construyó un estudio de grabación de barro y paja
En 2011, Josue Arias hizo las valijas y se instaló en la localidad de Mallín Ahogado con su familia; allí levantó un estudio de grabación totalmente natural con ayuda de los vecinos
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Una noche de mayo de 2011, Josue Arias decidió que quería irse de España. “Vivía haciendo cosas que no me gustaban para pagar hipotecas. Tenía todo, pero en un sentido no tenía nada, porque todo era mayormente del banco”, explica el músico y técnico de sonido madrileño a LA NACIÓN. Después de varias conversaciones con su pareja, ambos decidieron que la salida era por el aeropuerto: querían migrar a un lugar en el que comprar una casa fuera una posibilidad y donde la salud y la educación de calidad fueran más accesibles que su país. “Acababa de nacer nuestro primer hijo y queríamos tener todo eso, pero sin las deudas. Estábamos dispuestos a renunciar a algunas comodidades”, recuerda. Los dos querían, además, el contacto con la naturaleza, y el hemisferio sur se volvió el destino más atractivo para cambiar el estilo de vida de la familia.
En el piso superior de su casa de Santa María de la Alameda, en Madrid, Arias había montado un estudio de grabación con vista a las montañas en el que componía música para documentales, publicidad y series de TV. El trabajo en la industria audiovisual vino después de integrar la banda de rock Terapia nacional, que tuvo su pico de popularidad y premios durante la década de los 90 en España y México. Antes de instalarse en la Argentina, Arias pasó varias décadas mudándose cada vez más lejos de la ciudad y más cerca de la naturaleza pero, hace diez años, necesitó un poco más. “Una de las cosas que más nos importaba era nuestra alimentación. Comer orgánico en España es muy caro, y en el pueblo en el que vivíamos no podíamos plantar en el suelo ni tener animales porque no estaba permitido a pequeña escala. Legalmente encontrábamos muchas dificultades para tener una vida como la que deseábamos”, asegura.
Aquella noche, después de cenar, la pareja empezó a buscar su próximo destino en Google Maps. Australia y Argentina fueron las primeras consideraciones. “Australia pudo haber sido mejor en términos de trabajo, pero queríamos algo distinto”, cuenta. Primero pensaron en San Martín y Junín de los Andes, que terminaron descartando: “Queríamos estar en un lugar con mucho bosque y poca densidad poblacional”. En el término de dos horas, decidieron que Mallín Ahogado, en la localidad rionegrina de El Bolsón, era el lugar ideal y en menos de seis meses vendieron la casa, los autos y casi todas sus pertenencias. En noviembre de ese año, sin conocer el país al que migraban, Josue, su esposa y su hijo llegaron con nueve valijas a la Argentina mientras, en un barco, viajaban todos los equipos de su estudio de grabación. “La mitad de mi círculo me apoyó y entendió mi búsqueda”, dice. “La otra mitad me decía que estaba loco, que allá tenía todo y lo estaba abandonando. En realidad no tenía nada, porque no era nada de lo que yo quería”.
Kymátika: un estudio de grabación de madera, paja y barro
Al principio, una vez instalado en Mallín Ahogado, la idea de Arias fue construir un estudio para su propio recorrido como músico. “No era una cuestión egoísta, pero nunca lo pensé como una emprendimiento”, sostiene. Un año después de su mudanza, en febrero de 2012, empezó a levantar, con sus propias manos, un espacio para experimentar en lo electroacústico que terminó tres meses después. A diferencia de su viejo estudio en España, este iba a estar construido a base de tres materiales inusuales para un proyecto de estas características: madera, paja y barro. “Llevaba mucho tiempo interesado en la construcción con materiales naturales, pero al no estar homologados, en España no era un plan posible”, relata. En El Bolsón, en cambio, no solo estaba dada la posibilidad, sino que además tenía los materiales necesarios a mano: lo único que debió comprar fueron fardos de paja, que hoy son el principal elemento de las paredes, con medio metro de grosor.
Kymática está emplazado en una ladera y respeta la fisonomía del terreno. Gracias al revoque con barro semi grueso y poroso, tiene paredes altamente absorbentes. “Todo el perímetro actúa como una trampa de graves y las irregularidades de la superficie se convierten en difusores para el acondicionamiento acústico”, explica. Las paredes de barro tienen, además, la propiedad de mantener la temperatura casi constante: ya sea que se trate de un día de verano (36°C aproximadamente) o un día de invierno (de unos -16°C), el estudio se mantiene entre los 12°C y los 22°C sin ponerle ningún tipo de calefacción.
Vivir en comunidad
“Una de las cosas que más me fascinó cuando llegué a El Bolsón fue encontrar una calidad humana increíble”, describe Arias. Su integración a la comunidad sureña fue tan rápida que, en el primer año, compartió dos de los momentos más importantes del último tiempo con sus vecinos. El más agradable fue la construcción grupal de Kymática: “En mingas, que son ‘fiestas’, con comida, muchos amigos se sumaron a ayudarme a construir”. Él mismo, su esposa y su hijo también pusieron sus manos para terminar el estudio con una técnica de construcción que hasta entonces les era desconocida.
Pero además de las mingas, hubo otras situaciones en las que esa “calidad humana increíble” quedó manifiesta. Solo un año después de haber aterrizado en un país del que no sabían nada, Josue y su pareja recibieron a su primer hijo argentino, que enfrentó algunas complicaciones de salud. “De repente vimos que nuestros vecinos se acercaban a preguntarnos qué necesitábamos, se organizaban para ayudarnos con las tareas de la casa y cuidar a nuestro hijo mayor. Estábamos fascinados con la forma en que reaccionaron”, relata. “Una tarde le comenté a otro vecino cuánto nos había sorprendido eso. Me respondió: ‘Es que ustedes no estaban acostumbrados a que los traten como seres humanos’. Me dejó sin palabras, pero entendí que es cierto, el trato en las ciudades está muy deshumanizado”.
La vida en Mallín Ahogado es diferente todos los días. “No tengo una rutina fija y eso me encanta”, dice Arias. Aunque, en principio, su estudio iba a estar abocado a la experimentación, de a poco comenzaron a acercarse algunos músicos de la zona que sentían curiosidad por conocer Kymática. “Se dio de forma orgánica, de a poco decidí comenzar a abrirlo para otros músicos”, explica. Algunos lo descubren a través de las redes sociales y otros por el boca a boca, en su mayoría curiosos por conocer cómo es la sonoridad de un espacio construido con materiales naturales. “Al ser un lugar con paredes irregulares, el comportamiento del sonido es impredecible: en algunos rincones se logra algo más abierto, y en otros algo más íntimo. No puedes hacer cálculos, pero puedes probar”, agrega. “También ocurre que es un estudio en el que muchos se sienten más a gusto, ya que entrar a grabar suele ser intimidante, pero aquí hay una atmósfera que se presta más para la creatividad”.
La cuarentena no alteró su vida sustancialmente. La construcción más próxima a su estudio es su casa, ubicada a 60 metros, mientras que el vecino más cercano está a unos 300 metros, en el medio del bosque. “Cuando yo era pequeñito ya sabía que quería vivir en el campo y de forma inconsciente me fui acercando cada vez más a esa vida”, cuenta. “Las únicas cosas que sé que necesito son la música y la naturaleza, y hoy tengo las dos”. Después de marzo de 2020 y tras conocer a través de fotos cómo era el bosque patagónico al que Josue se había mudado, muchos de esos amigos que lo criticaban cambiaron de idea. “Antes de este rollo del coronavirus, yo tenía claro que es imposible hacer planes porque todo cambia constantemente”, afirma. “Con esta película, los que me creían loco luego me escribieron para decirme: ‘¡Cuánta razón tenías!’”.
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