Yésica Zavala y Nicolás Marzoratti son los impulsores de “Santuario Libertad”, un proyecto financiado íntegramente por ellos; una fuerte convicción ideológica los llevó a invertir todas sus energías en los animales que han quedado en la periferia
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Ambos son profesionales. Arquitecto él, abogada ella. Ambos oriundos de La Plata. Los dos recorrieron un camino largo en sus respectivas carreras, y eran felices. Pero, con el rabillo del ojo, no perdían de vista un proyecto que anhelaban en común y la espera no se podía extender más. El amor por la fauna más una profunda convicción por la defensa de todos los seres vivos los llevaron a crear un santuario de animales en la provincia de San Luis. Dejaron sus trabajos, invirtieron todos sus ahorros y adquirieron un campo de 60 hectáreas para que perros, gatos, cerdos, pollos, vacas y caballos paseen por ahí y vivan en iguales condiciones con los humanos. “Hasta el día de sus muertes naturales”, precisan. Él ya está instalado allí, viviendo de momento en una carpa de campaña militar mientras se construyen las instalaciones básicas. Ella piensa seguir sus pasos sobre finales de este año.
Yésica Zavala (35) y Nicolás Marzoratti (37) son amigos y la inquietud por las cuestiones ambientales los une desde jóvenes. Hoy, con esta iniciativa, piensan realizar un cambio hondo. Se apoyan en una fuerte -y ya conocida- convicción filosófica: el veganismo. Ellos lo abordan desde la cuestión ética. Propugnan no utilizar a los animales: no comerlos, no comercializarlos, no explotarlos, no vestirse con sus pieles y no hacerlos trabajar. Se trata de una postura que rechaza cualquier actividad que los lastime. “Son seres sintientes”, dice Yésica para LA NACION. Ella encuentra muy inspirador el caso de Sandra, la histórica orangután del viejo zoológico porteño, quien fue reconocida por la justicia argentina como una “persona no humana”.
-¿Cómo se gestó esta idea? ¿La iniciaron ustedes?
-Sí, sí, fue nuestro plan. Nicolás es quien propuso la idea del espacio físico. Nuestro único objetivo de vida era ayudar a los animales. Pero, al principio, teníamos otra intención. Él iba a adquirir una propiedad, fuera de Buenos Aires, para hacer un emprendimiento turístico. Eco-amigable, pero quizás de cabañas, para personas. No obstante, eso fue mutando. “¿Y si dejamos un espacio chico para los animales?”, dijimos. Pero al final todo quedó descartado, y surgió el tema del proyecto, que se enlazó con lo que veníamos haciendo.
Yésica conoce la rutina de estos lugares. Alguna vez, ella fue voluntaria en uno. En 2019 viajó a España con la idea de recorrer el país durante 3 meses. Sin embargo, decidió a último minuto sumarse al santuario GAIA, de reconocida trayectoria. “Trabajaba en la alimentación de los animales, en los cuidados (por si alguno necesitaba atención especial) y en su limpieza. Nos dedicábamos todos el día en dos turnos a eso, y, una vez a la semana nos daban un día libre. El lugar tenía diferentes casas, y había una específica para voluntarios”, dice.
-Contame sobre el recorrido profesional que hizo cada uno antes de llegar a este punto. ¿Dónde estudiaron? ¿Eran muy sedentarios?
-Nico se recibió en la Universidad de Morón. Estuvo trabajando con un compañero de su carrera, de forma particular; nunca trabajó para ningún estudio. Cuando surgió la idea del emprendimiento turístico, se planteó no ejercer la profesión (al menos, en la provincia de Buenos Aires). Pero sí existe la posibilidad de hacerlo más adelante en la construcción de las casas. En el lugar no había agua, y ahora no hay luz… Si el proyecto lo permite, ojalá recibamos ayuda externa y él pueda dedicarse a su profesión. Yo, por mi lado, estudié en la UNLP. Soy de Ensenada, y todavía vivo en La Plata. Ahora estudio en la UBA, curso la especialización en derecho penal, de forma virtual. También estoy en el Instituto de Derecho Animal del Colegio de Abogados de La Plata y mi carrera se está abocando hacia defender los derechos de los animales. Siempre trabajé de forma particular y, desde la pandemia, dije “esto es lo que quiero”.
-¿Pensás mudarte al santuario, pronto?
-Sí, mi idea es ir a vivir ahí sobre finales de 2022 o principios de 2023.
-Con tanto por diseñar, parecería que Nicolás va a poder trasladar su trabajo hacia el santuario. Y seguramente vos también, una vez que el lugar necesite un gestor legal.
-Sí, es como si se hubiese dado todo junto. Nico está ahí. Ahora están haciendo una pequeña casa para voluntarios y un galpón que va a servir de espacio de acopio de herramientas. Anexado, claro, habrá un espacio para los animales que tenemos en Buenos Aires, que son aproximadamente 20, y que hay que trasladar durante el año. Ya llevamos perros, faltan casi 20 más.
-¿Qué animales son?
-Gatos, perros y una tortuga.
-Cuando adquirieron el terreno, un medio local les hizo una nota. Allí se puede leer que también van a alojar animales autóctonos, como pumas y boas.
-Noo. Eso, en realidad, fue un malentendido. A la fauna local la vamos a dejar vivir en paz. La idea es que nuestro santuario intervenga lo menos posible.
-¿Por qué San Luis? ¿Averiguaron en otras provincias?
-La verdad que fue imposible (económicamente) encontrar en Buenos Aires algo que se ajustara a las características que buscábamos. Queríamos un campo grande, que tuviera monte y, como mínimo, 40 o 50 hectáreas. Imposible. En San Luis, Córdoba y Catamarca los precios eran más accesibles, y además se ajustaba el entorno: eran campos más naturales, no tan planos.
-¿Pudieron comprarlo íntegramente con su dinero o tuvieron que pedir un préstamo?
-No, préstamos a una entidad financiera no. Sí nos ayudaron familiares, pero el proyecto fue financiado expresamente por nosotros. Por eso buscamos difundir lo que hacemos, porque necesitamos de ayuda externa.
-¿Está llegando, de a poco, esa ayuda externa?
-Hemos contactado empresas, pero por ahora no hemos recibido nada. Al principio no pedíamos plata, solamente materiales para la construcción. Hasta ahora, la única que respondió es REX. Dijeron que iban a analizar nuestra propuesta.
-¿Han hablado con el gobierno provincial o alguna municipalidad?
-Por ahora, no. Pero sí estamos en proceso de constituirnos como una fundación. Cuando nos den la personería quizás tengamos otro respaldo. Ahí sí esperaremos que el gobierno de San Luis nos ayude.
Nicolás ya vive en el predio, pero no está solo. Lo acompaña Matías López, otra de las personas que impulsó esta iniciativa. Como todavía el predio no cuenta con instalaciones formales de luz, agua y electricidad, se acomodan en una reducida tienda de campaña. A pesar de la austeridad tienen cocina, colchones, cuchetas y utensilios básicos. “Es de forma provisoria. Las gestiones con la empresa proveedora del servicio público de electricidad empezaron hace un año. Todavía no nos instalaron nada. supuestamente en enero iban a hacerlo, pero se demoró todo. Hicimos la obra, que fue carísima, y la empresa no nos dio el servicio. Falta que vaya el inspector y dé el O.K para que nos den la luz”, dice Yésica. Y añade: “La falta de inspecciones está demorando las construcciones. La construcción de la casa estaba prevista para marzo, pero está demorada porque no nos dieron la luz”.
-En previsión de una situación en la que un animal se enferme o se lastime… ¿Se han asesorado sobre cómo proceder? ¿Van a contratar veterinarios fijos?
-Nosotros investigamos mucho sobre tema santuarios, sobre centros que rescatan fauna autóctona y que brindan mucha info sobre cuidados de los animales. No obstante, como ahora estamos en una etapa exclusivamente de construcción, los animales van a llegar más adelante. Cuando ya tengamos la infraestructura adecuada, sí, vamos a incorporar a una veterinaria, un biólogo. Queremos abrir una convocatoria.
-Respecto a los voluntarios… ¿Les llegan muchos pedidos? ¿Estarían trabajando de manera fija o rotarían?
-En enero abrimos una convocatoria. Llegaron muchísimas solicitudes. Han participado algunos, pero otros se echaron para atrás por las condiciones, ya que todavía no hay una casa propiamente dicha. No es lo mismo: hoy no es tan cómodo. La idea es que vayan rotando, que vengan, como mínimo, una semana y máximo 3 meses.
“Es de ensueño”, reflexiona Yésica sobre este árido campo virgen que acaba de adquirir junto con Nicolás. Intentarán intervenirlo lo menos posible. Intentarán, hasta donde la geografía se los permita, brindarles comodidad a los animales más necesitados, dándoles las mismas comodidades que tendrán ellos. De igual a igual.
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