Café y arte en la Fondazione Prada
La paleta cromática en verde pistacho, marrón y rosa que en el apogeo del neo mal gusto predicado por Miuccia Prada a comienzos de 1990 irrumpió desde faldas monacales hasta recreaciones del cheongsam, parece replicarse varias temporadas más tarde. Está presente en los tonos imperantes en los sillones con pupitres de fórmica, las mesas y los exhibidores del Café Luce diseñados para tomar capuchino, celebrar al capitán Zissou –el personaje del film Mundo Acuático protagonizado por Bill Murray– o el corto Castello Cavalcanti desde flippers temáticos.
Semejante apuesta ideada por Wes Anderson por encargo de la fundación de moda y arte, con la arbitrariedad estética de “crear un bar de estilo años cincuenta al que me gustaría ir a diario a leer y escribir el guión de alguna de mis películas”. Entre copas de helado, aperitivos y ristrettos, el café funciona cual living y sala de encuentro en la Fondazione Prada de Milán –que como la sede de la fundación con base en Venecia, fue desarrollada por el arquitecto holandés Rem Koolhaas, creador del estudio Oma, que reunió sus obras rupturistas y sus proyectos arquitectónicos rechazados en un libro gordo apodado S, M, X y XL–.
Se impone agregar que el tono pistacho se aprecia, además, en los exhibidores con dulces, los sillones y las paredes de mármol del nuevo proyecto Prada-Marchesi (ideado por el ojo sagaz de Patrizio Bertelli, el marido de Miuccia) para fusionarse con la firma de pastelería original de 1820 y sumarla a su holding de atracciones de moda, arte y gastronomía.
Puertas adentro de la Fondazione Prada, las recepcionistas, las guías que abundan en cada sala y las operarias del guardarropa visten uniformes confeccionados por Prada en azul marino con telas de avión y, en conjunto, simulan una pasarela arty. La colección permanente admite la exquisita instalación Cell Clothes, de Louise Bourgeois, una celda–corralito con puertas de madera y vidrio -que deja apreciar una arbitraria selección de ropajes que dialoga con obras de Robert Gobers, que aluden a la infancia y al cuerpo.
También cuenta con la retrospectiva de Edward Kienholz, con su calesita bizarra habitada por jirafas con muletas, flippers con alusiones al porno, una secuencia de dressoirs con televisores disfuncionales y la célebre instalación Five Car Stud, que fue exhibida a comienzos de 1970 en Documenta y remite a un espacio de arena que oficia cual set de una película de terror iluminado por las luces de cinco autos cuyos personajes parecen remitir al film The Texas Chain Saw Massacre.
Como contracara, ya en el sector Cisterna, la montaña mágica y pirámide iluminada de verde por la artista Pamela Rosenkranz sugiere un clima más espiritual. Por esos días, desde la pasarela literal en la semana de la moda de Milán, Prada cautivó con su rescate del corderoy (una textura que ya exaltó en la última colección masculina como emblema de la simpleza), las faldas lápiz con estampas de chicas pin up, variaciones del estilo esquimal chic, y un set que recreó posters de cine.
Es vox populi que antes de remozar la firma familiar, en 1970 Miuccia Prada estudió Ciencia Política en la Universidad de Milán, al tiempo que militaba en el Partido Comunista, se distinguía entre sus camaradas por salir a repartir panfletos vestida con originales Dior o Balenciaga.
Una bitácora sobre su estilo no puede omitir su gusto por el coleccionismo de joyas ni tampoco su definición sobre la belleza esgrimida en ocasión de la muestra Conversaciones Imposibles, que vinculó los diseños de Elsa Schiaparelli con los de Prada en el Met: “Convertí lo feo en atractivo. La mayor parte de mi trabajo tiene que ver con la destrucción –o al menos deconstrucción– de la idea tradicional de belleza” .