Queremos remontarnos a un viaje que hicimos hace mucho y del que guardamos recuerdos entrañables. En las afueras de Cachi, Salta, a partir de un venerable molino de granos construido por los padres Mercedarios que conservaba sus dependencias de recepción y depósito, la arquitecta Virginia Durand proyectó y dirigió una obra de ampliación en donde aplicó fielmente las tradiciones constructivas heredadas del pasado. A medida que se observan los detalles, van encontrándose pruebas de la fusión entre lo español y lo autóctono, como las tejas acanaladas dispuestas sobre el techo de torta de barro.
En Hispanoamérica, la Conquista dio lugar a una estética nueva y, dentro de ésta, a una arquitectura que recibió un apellido obvio: ‘colonial’. En las diferentes regiones, este fenómeno generó mezclas muy diversas, que en la actualidad constituyen por sí solas un sello de estilo propio de cada lugar. Así, el Noroeste argentino se nutrió de las culturas andinas, mientras que lo español provenía no tan directamente desde Europa, sino que se filtraba en mayor grado a través del Alto Perú. Hoy Cachi muestra orgullosa, además de sus antiguas casas coloniales, esta apartada posada que protege el molino -cuyo noble espíritu proveedor aún sigue convocando a visitantes y lugareños- al que, durante siglos, la gente acudió para transformar en alimento el fruto de sus cosechas.
De forma alargada, el patio central que divide dos cuerpos de habitaciones da la sensación de estar en medio de un pequeño caserío de otro tiempo. En uno de estos cuerpos están el molino, la cocina y el living.
El adobe se utilizó para fabricar los ladrillos con los que se levantaron las gruesas paredes y para dar forma artesanalmente a las molduras en columnas y dinteles. Se emplearon varias maderas, como los tirantes de álamo y el algarrobo. Las chimeneas, algunos muros y escaleras exteriores se cubrieron con piedras de formas redondeadas.
El piso del cuarto del molino conserva los centenarios tablones de nogal.
Por su función estrechamente vinculada al sustento, el sector que alberga el molino siempre estuvo abierto a la comunidad y aún hoy puede visitarse. Varios siglos han pasado y se mantiene la tradición –ya devenida simbólica– de traer a triturar aquí a precio de regalía los granos de la cosecha que cada año dan de comer durante el invierno.
El piso en el interior es de cerámicos artesanales de la localidad de San Carlos, secados al sol.
Muchas de las técnicas aplicadas a la construcción de la actual posada fueron ingenios para mitigar las adversidades del clima y potenciar sus bondades: inviernos templados y veranos ardientes a más de dos mil metros de altura, en las cercanías de bellísimos cerros y fértiles valles.
Los ladrillos de adobe secados al sol durante un mes se aparejan con barro, al que puede agregarse yeso o cal. Éstos se levantan en hiladas de al menos un metro por día, para que se asienten por su propio peso.
En los dormitorios, las ventanas invitan a contemplar los altos cerros que abrazan la región de los Valles Calchaquíes.
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