Nadie sabe a ciencia cierta cómo sobrevivieron. Hipótesis hubo varias. Pero lo cierto es que esa mañana de fines de abril, en plena pandemia mundial, una intensa lluvia en Rosario, en la provincia de Santa Fe, produjo una crecida repentina del arroyo Ludueña, sobre la desembocadura al río Paraná. El fenómeno provocó destrozos y un hallazgo inesperado. Porque, además de llevarse varias embarcaciones, trajo consigo unos 104,5 milímetros de agua -lo mismo que en todo un mes- y un enorme cerdo de unos 250 kilos.
Las escenas que sucedieron a continuación fueron emitidas por la cámara del canal El Tres que cubría lo que la inundación había dejado a su paso. "Fue una ola de agua que arrasó con lo que había, una creciente repentina de un metro y medio", le dijo el encargado del Club Náutico Malvinas al periodista Juan Pedro Aleart. Además, describió y mencionó al pasar al cerdo gigante que había atravesado el largo tubo rodeado de hormigón y bajo tierra del Ludueña.
Fue entonces cuando dos jóvenes que aguardaban al cerdo en la costa se aceraron al animal. Uno de ellos era un albañil que tenía un lazo en mano con el objetivo de llevarse 250 kilos de carne. A los pocos minutos llegaron más personas. Vecinos, changarines, buscas y curiosos. Algunos empezaron a tirarle piedras al animal. El periodista no perdió tiempo, pidió aire y El Tres transmitió en vivo el intento de cacería, a metros del shopping Alto Rosario. La escena se interrumpió cuando llegó la policía. Los agentes le pidieron el lazo al albañil y terminaron enlazando al chancho con apoyo de Defensa Civil. Luego subieron al animal por la barranca que da al arroyo.
"La Policía actuó de oficio con ayuda de Defensa Civil. Como no existe un lugar específico para llevar a estos animales, se activaron grupos para encontrar un espacio transitorio donde ubicarlos", cuenta la abogada Angélica Miotti, de la organización civil Amparo Animal, creada para iniciar causas administrativas y penales sobre diferentes hechos que afecten a los animales y a la Biodiversidad. Su política es el trabajo colectivo y en equipo (con otras asociaciones), estratégico y Antiespecista.
Cansado y en shock, así estaba el cerdo ya pasado el mediodía mientras las autoridades hacían su trabajo. Miotti solicitó a la Justicia que oficiara al Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) para que comunicaran un listado de criaderos de la zona y posibles denuncias sobre lugares ilegales ya que nadie había reclamado al animal, que tampoco presentaba marcas.
Mientras, los rescatistas empezaron a buscar un lugar de urgencia para trasladar al cerdo. Pero había un problema. "Los cerdos no son salvajes ni domésticos; son para consumo y no hay refugios para ellos". Cuando finalmente encontraron una granja donde transitarlo, surgieron otros asuntos que atender. Había que arreglar el cerco para que no se escapara y hacía falta comida.
Dos son multitud
Pero el rescate no iba a terminar allí. Cuatro días más tarde apareció una chancha en la misma zona del Ludueña, frente al hospital de Niños Zona Norte. Al macho, que le calcularon unos cinco años, lo llamaron Prometeo. Y a ella, de dos, la bautizaron Amadea. Decidieron juntarlos en el mismo recinto y para ello hubo que castrar Prometeo para que la convivencia fuera armoniosa.
Dejado atrás el estrés de los ataques y solucionados los problemas del cerco y el espacio, los chanchos finalmente se relajaron. Así lo destacó el informe veterinario que se realizó a los pocos días cuando aclaró que los animales habían logrado conectarse entre ellos y con su entorno a través de juegos con ramas. Es que los cerdos son muy sociables y tienen la inteligencia de un niño de tres años. En libertad, empezaron a saltar y jugar entre ellos pero tienen unas patitas muy cortas. Y a la chancha se le quebró una rodilla.
"Cuando están en la línea de producción, los mantienen quietos y prácticamente sin capacidad de moverse. En su tránsito, por el contrario, cuando advirtieron que estaban con espacio y libres, comenzaron a jugar y correr. En una de esas corridas, su peso -que está genéticamente modificado para la industria de consumo de carne- resultó ser excesivo para las cuatro patitas cortas que tienen. Por eso Amadea se quebró. Hubo que ponerla a dieta porque amputarla no era una opción y tampoco existen protocolos de tratamiento para estos casos. En cautiverio, cuando un cerdo se lastima, simplemente se lo sacrifica", relata Miotti.
Mientras, quienes colaboraban en la causa no descansaron hasta encontrar un lugar definitivo donde los cerdos pudieran vivir en libertad. Hasta que dieron con un emprendimiento privado en Lavalle, Mendoza, el Ecoparque (de Edith Bunjeil). En estos días las abogadas que llevan la causa se encuentran tramitando los permisos para cruzar el país en medio de la pandemia y están trabajando para acondicionar los trailers necesarios para el traslado. Se iniciará así el tramo final del operativo de rescate. "Para nosotros es necesario que esto tenga un final feliz. Se trata de defender que todos somos seres vivos. ¿Por qué adoptamos y queremos a los perros pero matamos y nos comemos a los chanchos? Es momento de empezar a preguntarnos no ya qué comemos sino a quiénes nos comemos. Los cerdos son animales que el sistema calificó de consumo. Si sabemos que sienten dolor, que tienen conciencia, que tienen la inteligencia que un nene de tres años, que consumir animales está provocando crisis climáticas, que nos estamos enfermando por quiénes comemos, creo que ya no hay lugar para, al menos, no cuestionarlo y empezar a hacer algún cambio de hábito en lo individual y en lo colectivo", concluye Miotti.
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