El ruido de las máquinas cubre todo. Debajo, el agua que proviene de uno de los brazos del Río de La Plata se amontona, ingresa a chorros golpeando en las dársenas y filtrándose por las compuertas de la planta de YPF. Alrededor, cruzando los alambrados, los pastizales quemados por el sol dividen la zona: de un lado, Baradero; del otro, Berisso. La luz de la tarde cae, ilumina algunos pedazos del suelo de hormigón dibujando sombras de vigas, válvulas, caños, torres y cables. Una camioneta 4x4 se acerca. Estaciona despacio al borde de una de las entradas subterráneas. Soledad Cuesta baja del vehículo. Le hace una seña a uno de sus ayudantes y se dirige a la parte trasera de la camioneta, acompañada por la vista del buzo de seguridad, quien levanta su mano saludándola. Mantiene medio cuerpo afuera, mientras revuelve un bolso y se sostiene el casco de protección. Unos segundos después, saca un traje de buceo rojo. Comienza a desabrocharse el overol de trabajo, que tiene estampado en letras doradas: Pedro Cuesta & Cia. Una vez que termina, se coloca una remera térmica y un polar, arriba de la ropa que trae puesta. Allá abajo, los últimos días, el agua llegó a estar a 10 grados.
Lentamente, el traje adquiere la forma de su cuerpo. Cuando los brazos, las piernas y el torso se amoldan, uno de sus compañeros la ayuda con el cierre que tiene en la espalda. Nadie dice nada. Soledad se mira las manos. Los tatuajes de los peces cerca de donde nacen sus dedos gordos, las uñas pintadas, la cicatriz de un corte que le dejó su último trabajo en la cisterna. Sin perder mucho tiempo, se calza los guantes y camina pesado, como si fuera una astronauta. Se sienta sobre la entrada al túnel. Las piernas le cuelgan. Frente a ella, una escalera apoyada. Luis, su ayudante, la empieza a asistir: le coloca el cinturón con los lastres que hacen de contrapeso, le recoge el pelo (largo y lacio) y finalmente cubre su cabeza con una máscara. Soledad sostiene los brazos a media altura, con las palmas mirando hacia el cielo. Tiene los ojos perdidos en la nada. Luis abre la luneta trasera de la camioneta. Enciende un equipo de comunicación y levanta su pulgar. "¿Se escucha bien?", la voz de una mujer se acopla desde los parlantes del artefacto. Su ayudante afirma con la cabeza. "Perfecto, voy a bajar", dice Soledad, pega una zancada hacia delante y queda aferrada de la escalera.
Un escalón por vez. A medida que avanza, una parte de ella desaparece en la oscuridad del túnel. El sonido del agua corriendo se mezcla con la respiración agitada. Luis se apura y desenrolla el umbilical –un tubo por donde se alimenta de aire al buzo– para darle mayor libertad de maniobra. Dentro de la tubería, el espacio es reducido y la visibilidad es nula, entonces el tacto define el rumbo. "Estoy avanzando, ya llego", se oye la correntada de fondo. En la orden del día se encuentra la inspección de una reja que permite la boca de entrada del río. Dicen que a veces las algas o los mejillones obstruyen el paso. Pero el óxido es lo que más complica porque devora el hierro. "Acá hay algo". Luis tira una soga. Espera sosteniéndola. Unos segundos después, siente que desde abajo tensionan y comienza a recoger el cabo hasta sacar un tubo de PVC atado a la punta, carcomido por el tiempo. "Listo, terminé", dice Soledad. El ayudante revolea hacia un costado el caño. Reemplaza la cuerda por umbilical. Mueve los brazos trayendo el tubo a tierra. Sus movimientos parecen pasos sincronizados. Soledad emerge de la oscuridad, levantando una muestra de agua, que más tarde será examinada. Cuando la escalera se termina, toma impulso con las piernas para volver a quedar sentada. Del otro lado, Luis la observa sonreír. Como cuando era una niña y su padre era el único buzo de la familia.
Trabajo silencioso
Los buzos profesionales intervienen silenciosamente en muchas escenas de la vida cotidiana. Ya sea al abrir una canilla de agua, encender una hornalla, prender la luz o cargarle nafta a un coche, siempre están involucrados en esa cadena de eventos. Empresas como Aysa suelen tener a muchos de ellos trabajando en túneles, dentro de las tomas que alimentan y abastecen de agua potable a los hogares. Otros espacios en los que operan son las cloacas, donde verifican el funcionamiento de las bombas y el mantenimiento de las rejas. En las plataformas submarinas, también ocurre lo mismo. Son los encargados de unir gasoductos e intervenir en procesos que permiten la elaboración de combustible. Incluso hasta tienen una participación relevante en centrales nucleares como la de Atucha o la de Embalse de Río Tercero. Sin contar que ofician de custodios de una parte importante del sistema en grandes represas como la de Yaciretá, permitiendo la transformación de la energía hídrica en eléctrica.
Así, la profesión contempla una diversificación que va de lo simple a lo más técnico, tanto sea para que se realicen inspecciones en muelles, chequeos de barcos (examinan hélices y timones) o controles en plantas de producción de alimentos. Aunque eso, muchas veces, implique envolverlos en situaciones insólitas.
Néstor Andersen, secretario general de la Asociación de Buzos Profesionales (ABP), comenta con algo de gracia: "Una vez me tocó bucear en una planta de cerveza, en un lugar cerca de Buenos Aires. Se les había roto una compuerta o un revolvedor. Entonces, tuvimos que meternos literalmente en cerveza pura. Es como que vos te querés quedar a vivir ahí adentro –se ríe y hace un aplauso corto, enfatizando el chiste–. Pero, bueno, a veces nos tocan las cloacas de desechos o el Riachuelo. Uno sabe que tiene que estar preparado para todo tipo de trabajo".
Actualmente, la comunidad de buzos, que se dedica enteramente a esta actividad, reúne entre 180 y 200 integrantes, nucleados principalmente dentro de la ABP, distribuidos por todo el país.
"Existen clasificaciones, según la ordenanza 04 del año 2008 de la Prefectura Naval Argentina, por las cuales tenés buzos de primera, segunda y tercera categoría. ´De acuerdo con el nivel, se permite la profundidad y, por ende, el tipo de trabajo. Por eso, no todos pueden acceder a la producción offshore, lo cual implica creación y reparación de plataformas submarinas, correspondientes a 70/80 metros de inmersión. Son buzos de gran profundidad, que estarían en la modalidad de saturación. Tienen que vivir en habitáculos que nosotros llamamos cámaras hiperbáricas –dentro de los barcos– durante 28 días, en un ambiente presurizado. El nitrógeno que contiene el aire, en este caso, se reemplaza por el helio. Tres de esos días se utilizan para descomprimir y así llegar a la superficie con el menor riesgo posible", cuenta Néstor Andersen.
Cuando se realizan grandes inmersiones, el riesgo de contraer una enfermedad aumenta con cada metro que se adquiere. Se denomina bends al dolor articular o muscular que se produce por una mala descompresión, aunque con frecuencia se utilice como sinónimo de cualquier componente del trastorno. Ya sea una burbuja de gas que no se disolvió en el torrente sanguíneo y que, por una ley física de presión y volumen, varía su tamaño, pudiendo ocasionar una embolia. O por la famosa narcosis nitrogenada, conocida vulgarmente como la borrachera del buzo, que ocasiona una pérdida de conciencia momentánea. Por estas razones, se priorizan las observaciones en los buzos antes de que regresen a sus hogares.
Los buzos profesionales deben estar matriculados, y responder a los requerimientos que la Prefectura Naval Argentina dicta como órgano rector. Para ello realizan diferentes clases de cursos. Las capacitaciones les permiten conocer el medio acuático y subacuático, con los inconvenientes y limitaciones que de allí se desprendan. Se relacionan con estudios sobre física del buceo, derecho y reglamentación marítima, medicina del buceo, acuatización y educación física.
Para poder desarrollar trabajos, las empresas habilitadas para ofrecer servicios de buceo necesitan, más allá de declarar cuestiones específicas que atañen a la labor, presentar un plan de contingencia y un team básico que garantice la seguridad. Según la magnitud de la obra varía la nómina con la cantidad de personal. De esta manera, puede encontrarse un buzo supervisor (quien está a cargo de la tarea y maniobra), buzos operarios, asistentes y buzos de seguridad.
En los últimos años, con el impulso de la profesión, se empezó a promover una ley de buceo que implica mejoras en las condiciones laborales y un reconocimiento frente al Anses, que permitiría un correcto registro previsional. "La realidad es que hoy estamos luchando para poder tener una jubilación acorde. Toda la vida trabajamos de esto, amamos lo que hacemos y les llevamos el pan a nuestras familias con esta actividad. Eso hizo que nos juntemos y, de a poquito, estemos sumando para que hoy se dignifique nuestra tarea. Que nos conozcan como buzos, que es lo que somos", concluye Andersen.
Una vida bajo el agua
Soledad Cuesta arrancó como buzo profesional a los 19 años, en la década del 90. Tras rendir el examen en la Prefectura Naval Argentina, en 2003 pasó a pertenecer a la segunda categoría, la cual le permite realizar trabajos a una profundidad máxima de 30 metros.
"Al principio, cuando comencé a laburar, lo que más me preocupaba era la profundidad. Antes de arrancar, siempre hacía la misma pregunta: ¿cuántos metros hay? Entonces, yo calculaba, deben de ser cerca de cuatro o cinco personas, más o menos. O como ir desde acá hasta allá de manera vertical (traza una línea imaginaria con la mano). Nunca estás a media agua, casi siempre te fondeás. Y las distancias las sentís diferente, porque trabajamos en espacios confinados, sin visibilidad. Con lo cual, no sabés dónde está la salida, o, más bien, cuánto te falta. Si son diez o cinco metros o si estás en la dársena. Tampoco sabés si sobresale algún fierrito de la construcción de la armadura y te vas a enganchar. Pasan muchas cosas en este trabajo. Una vez, por ejemplo, un bagre me robó el guante. Pasó rápido y me dejó la mano limpia, a la intemperie. Con el paso del tiempo, uno se adapta a todo", afirma Soledad.
Si bien no es la única mujer dentro de ese ámbito, es una referente. Su trayectoria y vigencia fue continua por décadas hasta nuestros días. Al respecto, Soledad reflexiona: "Soy de las pocas que se sostuvo durante tantos años. Hay muchas que por diversos motivos no lo soportan. También es cierto que existe una cuota de machismo en la profesión, lo cual provoca que muchas veces no te llamen. De algún modo, te empujan".
Su extensa trayectoria la ha llevado a diversos escenarios: el puerto de Buenos Aires, la central nuclear Embalse de Río Tercero, el astillero Río Santiago, la central térmica San Nicolás, el reflotamiento de una draga en Barranqueras, Chaco, entre otros, donde empresas de la talla de Shell o Exolgan han confiado en ella. En la actualidad, se encuentra a cargo del mantenimiento de la planta de agua que YPF tiene en Buenos Aires, fortaleciendo la cadena productiva de los procesos industriales.
"Este es un laburo muy solitario. No es para cualquiera. Yo no me banco los ruidos, el agite. A veces no veía la hora de estar ahí abajo. Me pasó estando embarazada, donde, por un lado, te sentís tironeada por la maternidad y, por el otro, por ese reencuentro con vos, de manera introspectiva, en el agua. Creo que bucear te lleva a un estado profundo. De hecho, es donde más pienso. No existe el tiempo. Es reloco, pero a mí se me vuela la cabeza. Más allá de que hay lugares que a uno no le gustan. Que son incómodos. Por el frío, porque no tenés dónde cambiarte. La sensación que se vive es intensa. Como si fuera una metáfora de la vida, aprendés a hacer con lo que hay. No tengo una maza, pero traigo un plomo que uso como contrapeso para no nivelar la flotabilidad. Listo, golpeo con eso. Algo que después se traslada a cualquier situación que se presente", sostiene Soledad.
Su historia con el buceo tiene una explicación, que se remonta a su ADN. Algo que más tarde la llevaría a descubrir los secretos de la profesión junto con su padre. "Yo nací en esto. Mi viejo arrancó a bucear a los 20 años. Había una serie que se llamaba Casa submarina. Jamás vi un capítulo, ni mucho menos. Pero sé de un montón de personas que se sintieron cautivadas; fue una inspiración en ese momento. Algunos se fueron para el lado deportivo y otros, como el caso de mi papá, se profesionalizaron. Era una época en la que no existía nada. Iba con el arpón en la mano –se ríe–. No habían cursos. La modalidad de antes era un poco más rústica… Mi viejo ha ido a laburar solo –remarca esta palabra–, sin nadie. Es más, si mal no recuerdo, en Puerto Madryn se ató la manguera a uno de los pilotes, se tiró al agua y se puso a cortar. Estaba fascinada con ese mundo. Para mí, eran los distintos, los héroes. Tengo la imagen de mi viejo, en la playa, rodeado de personas escuchándolo. De chiquita me encantaba verlo trabajar. Por eso, cuando podía me llevaba. Tengo dos hermanas y a las tres nos identificaban con la actividad. Los oías decir, por lo bajo, son buzos. Y yo sentía por dentro que todo eso me gustaba. De alguna manera, necesitaba estar cerca de mi viejo. Entonces, me metí en su mundo".
Hace apenas un año la vida y las obligaciones dieron un giro doloroso y ella tuvo que hacerse cargo de la empresa familiar. "Estábamos en San Nicolás. Mi viejo venía con el tubo en la mano, recién había cargado aire, pero no podía respirar bien. Llamé a uno de nuestros compañeros, que también era guardavidas. Mientras esperaba, sentado en la camioneta, miraba el río. Y, cada vez, abría más grande los ojos, como si fuera un pez lejos del agua. Una ironía. Ese fue su último buceo", dice Soledad, y hace una pausa entre lágrimas. "Después de la muerte de mi papá, tuve que empezar a ocuparme de la parte administrativa y comercial. Me di cuenta de la infinidad de cosas compartidas, de todo lo adquirido en esta vida a su lado. La realidad es que siempre voy a elegir el buceo por encima de lo empresario. Sería más lógico estar fuera del agua que dentro, pero sigo sintiendo que mi lugar está allá abajo. Donde habita el silencio, donde no existen los números, las planillas, los contratos, las facturas y el teléfono. Sé que hoy me toca hacerlo, a pesar de que todavía no quiera abandonar mi traje de superhéroe".
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