El azul, el negro y el anaranjado de los grafitis cubren las paredes de ese reducido estudio de arte en el barrio de Bushwick, Brooklyn, a 25 minutos en subte de Lower Manhattan. “Ya se registraron unos 500 artistas”, dice entusiasmada Aniela Coveleski, de 29 años, a los voluntarios convocados en la reunión. Aniela es parte de Arts in Bushwick , la asociación que organiza el evento Bushwick Open Studios, en el que los artistas del barrio abren al público las puertas de los espacios donde trabajan. Desde su primera edición en 2006 –con solo 50 participantes–, este evento se ha convertido en uno de los mayores de Estados Unidos, creciendo al mismo tiempo que el barrio, en el que hoy vive una gran comunidad de artistas jóvenes.
Bushwick fue un barrio de trabajadores, donde a mediados del siglo XIX los inmigrantes alemanes establecieron la industria cervecera. Después de la Primera Guerra Mundial, llegaron los italianos y el barrio siguió creciendo, hasta que las fábricas buscaron menores costos, fuera de Nueva York. En los 70 se instaló una gran población de inmigrantes hispanos. Ese sabor latino hoy se puede percibir al escuchar a las vecinas sentadas en la vereda conversando en un español con acento caribeño o en la plaza principal del barrio –María Hernández Park–, donde se juega al vóley, un deporte poco común en Nueva York, pero muy popular en países latinos.
Al norte del parque, ese paisaje comienza a cambiar. Cerca de la estación Jefferson, ya no hay carteles en español y los nuevos bares invitan a locales y turistas a tomar sidra tirada. Frente a uno de los bares de la calle Troutman, un monstruo rechoncho y simpático saca la lengua y parece perseguir a otra criatura redonda, que les sonríe a los visitantes. En medio de fábricas y edificios, habitan los personajes más extraños. Tags, stencils, bubble style, wild style y murales de 15 metros cuadrados transformaron la zona en una de las galerías de arte a cielo abierto más grandes del mundo.
Su creador es Joe Ficalora, dueño de una de las fábricas y vecino histórico del barrio. Ficalora fue testigo de la época de mayor violencia en la zona. En medio de una crisis económica en 1977, Bushwick fue uno de los focos de incendios, robos y destrozos en Nueva York. En los años posteriores continuó el nivel de violencia al incrementarse la venta de drogas. En 1991, el propio padre de Ficalora fue asesinado en un intento de robo. Casi 20 años después, falleció su madre de cáncer y Ficalora decidió transformar todo ese dolor en un mural homenaje. Así nació el proyecto The Bushwick Collective, en el que Joe oficia de vínculo entre los dueños de las fábricas que permiten utilizar legalmente sus paredes y los artistas callejeros. Hoy, cerca de la esquina de Troutman y St. Nicholas, se pueden ver obras de artistas reconocidos, como los estadounidenses Jeff Henriquez, Patch Whisky, Nychos, el legendario Ron English, e internacionales como Sipros (Brasil) y Michel Velt (Holanda).
Al mismo tiempo, el barrio recibió cada vez más artistas jóvenes. Entre ellos está Aniela, que se mudó en 2007 siguiendo a otros compañeros del School of Visual Arts. Los grandes espacios a bajo precio eran ideales para ellos. “Cuando me mudé, pagaba 600 dólares por una habitación en un departamento con living y cocina muy grandes. Muchos de los que nos mudamos éramos artistas y formamos una especie de comunidad”, recuerda Aniela.
Los índices de criminalidad bajaron drásticamente entre 2001 y 2010 y más jóvenes siguieron a los artistas. La población creció un 13% entre 2000 y 2012, aunque se estima que en los últimos cuatro años esta cifra se incrementó mucho más. La cantidad de habitantes con título universitario aumentó un 19% y el sueldo promedio subió un 16% en cuatro años, datos que reflejan la llegada de nuevos jóvenes profesionales.
Arte y alquileres
En una ciudad cuya característica principal es la de transformarse continuamente, no es la primera vez que los artistas revalorizan un barrio en Nueva York. En los 70, los edificios con grandes ventanales –que habían albergado a la industria del vestido en lo que hoy se llama Soho– estaban completamente abandonados. Muchos artistas se mudaron allí aun cuando no estaba permitido el uso residencial y construyeron cocinas y baños. De a poco, más gente se fue animando a vivir al sur de la avenida Houston. Cuando los alquileres comenzaron a subir, el gobernador John Lindsay estableció que la zona gozaría de precios limitados en lo que llamó el distrito Arts in Residence. A fines de los 80, el polémico Rudolph Giuliani flexibilizó esta política y el barrio se convirtió en uno de los lugares más cotizados de Manhattan.
“Los artistas siempre somos los primeros que vamos a esos barrios que parecen abandonados. No tenemos miedo y nos animamos. Después, de repente, el resto no lo ve tan mal y se mudan”, confirma Gail Mitchell, artista plástica, restauradora y vecina de Bushwick. Con 46 años, Gail vivió a fines de los 80 en el East Village, Manhattan, y trabajó en la famosa galería Pace. Recuerda que en la zona de ese barrio que llaman Alphabet City –las avenidas A, B y C– veía muchas personas durmiendo en la calle, drogas y violencia, aunque también lo vivió como una época de mucha experimentación: “Se hacían fiestas, performances artísticas, se pintaban veredas. Hoy, muchas de esas cosas no se podrían hacer porque dirían que es ilegal, pero en ese entonces no tenías los ojos de la gente encima tuyo, con los celulares y las redes sociales. Eso permitía un ambiente de mucha creatividad”. Alphabet City hoy tiene restaurantes, bares y tiendas para turistas. Muy cerca, en la avenida Houston, se ven varios edificios en plena construcción que dan cuenta de la revalorización de la zona.
En 1993, Gail se mudó a Williamsburg, en Brooklyn. Los alquileres habían aumentado y muchos artistas decidieron cruzar el East River. “Me mudé a una calle donde se vendía mucha droga. La primera vez que vi un auto incendiado me asusté. Cuando vi que pasaba una y otra vez, entendí que no era un accidente, que eran robados”. Gail pagaba US$600 por 90 metros cuadrados. Era una buena superficie para trabajar y nadie se quejaba por los ruidos. Solo había un bar cerca, pero con los años eso fue cambiando. La zona fue más segura y se empezaron a construir nuevos edificios. “Cuando ves personas tan cómodas en el barrio como para hacer fitness en ropa deportiva es que ya cambió todo totalmente”, cuenta riéndose un poco del diagnóstico improvisado, pero cierto a la vez: la población en Williamsburg y Greenpoint aumentó un 152% de 2000 a 2015 y los precios de alquileres se incrementaron un 78%.
No es extraño que muchos hayan buscado nuevas opciones en Bushwick, a solo un par de estaciones más de subte. “Fue a partir de 2013 cuando se sintió que mucha gente se estaba mudando acá”, confirma Aniela. Las galerías de arte también siguieron los pasos de los artistas y su público. Koenig & Clinton, por ejemplo, una histórica galería que por 17 años estuvo en Chelsea –típico barrio de galerías en Manhattan–, se mudó a Bushwick en junio pasado.
Según el gobierno de la ciudad, en 1990 Bushwick era uno de los 15 barrios de Nueva York de ingresos bajos, pero en la última década experimentó un crecimiento del precio de los alquileres mayor que el promedio. Así define la ciudad el complejo proceso de “gentrificación” urbana.
Según el geógrafo escocés Neil Smith, el rent gap es la diferencia entre la renta que actualmente genera una propiedad y la que podría producir si la zona fuese desarrollada para nuevos habitantes. Si esta diferencia crece, los desarrolladores inmobiliarios ven un potencial e invierten. La suba consiguiente de los precios puede desatar la gentrificación al expulsar a vecinos y comercios.
En Bushwick, el valor promedio de alquiler de un monoambiente en agosto de 2009 era de 1.636 dólares, mientras que este año se elevó a 2.185, según la inmobiliaria local MNS. Aunque la cifra está por debajo del promedio de Brooklyn (2.687), la renta promedio en Bushwick aumentó un 44% desde los años 90 y forzó a vecinos históricos del barrio a mudarse. En la comunidad de grafiteros locales, también hay malestar por la llegada de tantos artistas callejeros famosos, y hasta de murales patrocinados por marcas internacionales que van ocupando más y más paredes.
Aniela es consciente de esta situación: “A veces, los artistas vivimos en una burbuja. Llegamos a un barrio, lo transformamos y no nos involucramos con la comunidad que vivía ahí hace muchos años”. En este contexto, apuesta a la comunicación con los vecinos: “Mi sueño es dejar Arts in Bushwick en manos de un artista local para que ellos lo continúen; estoy haciendo todo lo posible para que eso suceda”.
En ese pequeño estudio de Bushwick donde se lleva a cabo la reunión de voluntarios para el próximo Open Studios, ya hay un signo positivo de su esfuerzo: un joven artista callejero que vivió toda su vida en el barrio se presenta por primera vez y dice que va a convocar a más amigos. Aniela sonríe esperanzada.
ARTE Y NEGOCIO INMOBILIARIO
A fines de los años noventa, el barrio de Shoreditch, en Londres, fue elegido por muchos artistas debido a sus grandes espacios a bajo costo, en fábricas desocupadas. El ex alcalde de la ciudad, Boris Johnson, fomentó la radicación de empresas tecnológicas y desde 2009 el área creció al ritmo de las llamadas “industrias creativas”. Hackney Wick, con una interesante concentración de arte callejero, sigue el mismo camino.
Romina Blasucci
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