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Lo heredado la había llevado, de alguna manera, a recorrer caminos que no estaban en sus planes. Pero esa tarde, mientras recorría el barrio de Colegiales y se topó con el local de una esquina que la dejó cautiva, supo que finalmente había llegado el momento de trazar el sendero propio.
Criada entre Morón y Ramos Mejía, en la zona oeste de la provincia de Buenos Aires, Rocío Schiavoni dio sus primeros pasos entre helados. De padre y hermanas heladeras, es la menor de una familia que comparte hace más de 38 años la pasión por el buen helado. “Mi papá fundó Bianca, la primera heladería de la familia, en 1983, en San Justo. Así que, desde que tengo memoria, estoy vinculada con el mundo de los helados”.
“Siempre me pedía un cucurucho de dulce de leche”
Cursó sus estudios primarios en una escuela de Ramos Mejía. “Cuando éramos chicas, mi mamá nos llevaba a la heladería a ver a mi papá. Mientras mi papá trabajaba, nosotras nos pedíamos helado. Yo siempre elegía lo mismo: un cucurucho todo de dulce de leche, y el encargado nos contaba historias para entretenernos. Como íbamos las cuatro, también jugábamos entre nosotras en la parte de afuera del local”.
A esa etapa le siguió la secundaria en el colegio Paideia, en Villa Crespo. Cuando llegó el momento de elegir carrera universitaria, se inclinó por Letras en la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, el crecimiento del negocio familiar hizo que, lentamente, se alejara de los espacios académicos para dedicarle cada vez más tiempo al funcionamiento de la empresa que la había visto crecer.
“Desde muy joven trabajé en la parte administrativa de las heladerías de mi familia y también en dos de las sucursales: unos años en la de Ramos Mejía y otros años en la de Castelar. Durante toda la década de mis veinte, mi rutina consistió en trabajar y en ir a la facultad -pasé también por la carrera de Edición de Libros pero no pude completar mi formación de grado ya que el trabajo absorbía la mayoría de mis horas”.
“Desde los 23 años quise tener mi propia heladería”
Aunque era joven, la cultura del trabajo, el esfuerzo y el compromiso con las responsabilidades la llevaron a vislumbrar un futuro propio también ligado a los helados. “Desde que tengo 23 años quise tener mi propia heladería. Pero fue recién a mis 30, gracias a la ayuda de mi papá, que pude encarar el proyecto y animarme a dar el salto”.
Todo comenzó cuando en diciembre del 2020 Rocío tuvo la idea de expandir la venta de helados Bianca únicamente para delivery en capital. Con ese objetivo en mente, empezó a buscar un depósito donde pudiera concretar aquella idea. “Una tarde me topé con una esquina hermosa en el barrio de Colegiales y sentí que había llegado mi momento. No lo pensé mucho pero decidí abrir una heladería y cafetería porque el local -y también el barrio- lo ameritaba”.
“Llené el local de plantas y agregué sabores nuevos a la carta”
Con el know how de su familia, se animó a poner su impronta en el negocio y armarlo en lo que había sido una casa familiar de techos altos y variedad de recovecos. “No quería que el local fuera la típica heladería con nombre italiano. Una de mis mejores amigas me ayudó a elegir el nombre y me sugirió llamarla Nausicaä, como la película de Hayao Miyazaki (1984). A partir de ahí todo se dio de manera orgánica: elegí cuadros de artistas argentinos con impronta oriental para decorar el local, lo llené de plantas y agregué sabores diferentes a la carta de Bianca: el Matcha sembrado con chocolate blanco, el mousse de chocolate con frutos rojos o el maíz morado con api, son algunas de las nuevas propuestas”.
Con un estilo nipón, en Nausicaä hoy conviven una propuesta de sabores clásicos y experimentales y el espíritu oriental del ikigai -la satisfacción y la felicidad de vivir-, para hacer de la heladería un espacio único. “También ofrecemos los sabores de Bianca que siempre han sido muy bien recibidos por los clientes. Es el caso del de lavanda con arándanos -uno de los más pedidos y que creé yo misma cuando era chica con ayuda mi papá que estudió química y le encanta experimentar con combinaciones-. Además son muy buscados los sabores de ananá con albahaca, limón menta y jengibre y té hibiscus con arándanos”. Otras estrellitas en la carta es la vainilla con aceto, la remolacha con manzana verde -vegano- y el Helka rosé (un sabor de vino rosado al agua).
Rocío confiesa que fue afortunada en formar un equipo de trabajo sólido y comprometido. “Todos los clientes saben que si vas a la mañana te vas a encontrar a Juan -quien me conoce desde que estaba en la panza de mi mamá porque empezó a trabajar con mi papá a sus 18 años- y a Julián. Atienden siempre con una sonrisa. Y a la tarde te podés encontrar a Andre -que habla japonés a la perfección y le encanta preguntarles a los clientes que compran helado cómo se llaman para anotarles su nombre en japonés en la tapa del envase-. También están Nahue, Guille -que se caracteriza por estar siempre de buen humor-, Vale y a nuestro compañero más joven, Alejandro”.
Con respecto a la confitería, la carta tiene opciones de desayunos y meriendas, tortas (red velvet, carrot cake, torta oreo, lemon y key lime pie, etc), alfajores (la estrella es el alfajor de pistacho de la marca Butter queen) y tostados con pan artesanal. “Hay opciones veganas y, además, el lugar es pet friendly. Mi perro Pedrito, que ya es una extensión mía, está siempre en el local acompañándome”.
“Mis papás ya no comen tanto helado...”
Pedrito es una parte fundamental del día a día del local. El staff lo considera parte del equipo y, gracias a su buena conducta, el perro se convirtió en referente para los amigos de cuatro patas que quieren acompañar a sus humanos a tomar un café o degustar un helado.
“Suele quedarse en un rinconcito del local durmiendo. También les pide jamón a los chicos que trabajan en la cocina ya que lo huele cuando están sacando un tostado. Pero sin duda alguna, en el barrio es conocido por su especialidad -que aprendió solito-: agarrar su propia correa e ir de mesa en mesa pidiendo mimitos a los clientes”.
Por otro lado, cada seis meses Rocío convoca a artistas locales y emergentes para que intervengan las etiquetas de los potes de helado. Asimismo, organiza muestras de arte en la planta superior del local, que incluyen banda en vivo y vino. Las obras quedan colgadas por dos meses y los clientes tienen la posibilidad de comprar los cuadros. “Mis papás suelen venir a estas muestras que organizo. También se acercan algún fin de semana a tomar café porque claro, helado ya no comen tanto. Es que en casa de herrero...”.
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