Él era todo lo que buscaba en un hombre: atento, buen amante y compartía sus gustos. Pero ¿era algo real o tan solo una fachada?
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Ese jueves, apenas entró al bar, lo vio, con su pelo ensortijado y esos ojos brillantes. “Tiene mirada de nene, pero creo que debe tener más de cuarenta años, ¡me encanta!”, le comentó Silvana a Caro, su mejor amiga y cómplice de sus locuras.
Caro venía de una separación dolorosa y miraba al amor con recelo. Tal vez algún día pudiera confiar de nuevo, se solía decir, pero le parecía bastante improbable. Silvana, en cambio, era una idealista eterna y pasaba los días buscando esa conexión mágica, las mariposas y el gran y perfecto amor.
Se llamaba Juan, aunque no parecía un hombre tan común como su nombre. Ellas se habían acercado a la barra y él, como no podía ser de otra forma, enseguida percibió la luz verde en la mirada de Silvana, se acercó y le preguntó qué estaba bebiendo y le invitó el trago. Atento, también se percató cuando, sin darse cuenta, ella comenzó a bailar levemente al ritmo de Duran Duran: “Veo que te gusta el pop de los ochenta”. “En realidad este tema es de los noventa”, corrigió ella y así, sin más, conversaron acerca de la música, los viajes, el arte y la cocina francesa, y el cine durante la noche, ¡todo lo que fascinaba a Silvana! Quedaron en salir a la semana siguiente y ella se fue a dormir feliz.
Un amor... ¿perfecto?
“¡Es él!”, le aseguró a Caro. “Sí, claro”, contestó la amiga, fiel a su estilo sarcástico, “como lo eran Pedro, Matías y Nicolás”. “No, no, es él. Tenemos los mismo ideales, gustos, es lindo, atento, trabajador, divertido, ¡todo!”
Habían salido el jueves y Silvana, mientras lo escuchaba hablar, ya imaginaba qué lugares del mundo visitarían, cómo sería la boda en Francia y los rulos de sus futuros hijos.
Las siguientes citas fueron igual de fantásticas, aunque a Caro le parecía un poco raro que siempre fueran el jueves, nunca un viernes o un sábado. “Tenés que estar atenta a las alarmas”, aconsejaba, pero para Sil, la herida del pasado de su amiga la había vuelto una desconfiada. “De las caídas se aprende, nena, yo solo te digo”.
Ya habían intimado maravillosamente y en él, Silvana encontró a un hombre tierno y apasionado. No podía pedir más. Sentía que ya había confianza y le preguntó por qué siempre jueves y nunca un fin de semana. “Mi padre está en el hospital hace mucho, con un cuadro irreversible, y la paso con él y con mi madre”. El corazón de Silvana se inundó de amor. Y, con el tiempo, él sumó algún martes y, hasta una vez, un sábado por la tarde. A los dos meses le dijo que la amaba y ella se sintió en el paraíso.
Un viaje casi maravilloso
“No confío en él”, sentenció Caro. “Usa zapatos muy lustrados, te regala demasiadas flores, siempre tiene una hazaña para contar, pero a mí me evade la mirada y, aparte, ¿dónde están sus amigos?”
Pero Silvana seguía acusándola de ser una descreída, ella lo veía hablar con amigos por teléfono, había tenido una infancia dura, tenía un presente difícil de sobrellevar y había que ponerse en su lugar. Aparte, pronto se irían tres días de viaje juntos a la playa. La relación mostraba ser sólida. “No sé, cuidate”, soltaba Caro.
El viaje fue maravilloso, o casi. Una noche llegaron al hotel y en la recepción le dijeron que lo había llamado, una mujer. Silvana lo miró extrañada y él dijo que seguro era su madre. “¿Pero por qué no llamó a tu celular? Tal vez, se lo olvidó o se quedó sin batería, ¿no?”, se auto respondió ella de inmediato. “Claro”, replicó Juan y, aunque todo parecía estar resuelto, esa noche, él comenzó a discutir por una nimiedad por primera vez y, en sus ojos había ira. Silvana estaba ante un desconocido.
El amor es ciego
Silvana decidió ignorar las alarmas, incluso las propias que emergieron, nítidas. Angustias inexplicables, sensaciones de ahogo. Pero, cuando no se ponía raro, él era lo más dulce que había conocido jamás. Aparte la incorporaba en las novedades de su padre, le mostraba informes médicos y le aceptó su ayuda monetaria, cuando le contó que tenían que afrontar el pago de un medicamento costoso.
“¡¿Qué!? Estás tan ciega de amor que no te das cuenta que hay gato encerrado y te está usando”, le dijo Caro. “No, no, vos no lo conocés, es un tierno”. Para Silvana, nada estaba mal, incluso, a veces, ya se quedaba a dormir con ella los fines de semana hasta el lunes por la mañana.
Un narciso y la verdad
Fue justamente un lunes a la mañana, camino al trabajo, que Silvana decidió volver a casa porque no se sentía bien. Juan estaba ahí, le dijo que ese día entraba más tarde a su oficina. Ella ingresó al hogar y se percató que él estaba en el baño. Apenas llegó a soltar las llaves, cuando sonó el teléfono.
“Una mujer, del otro lado, pedía por Juan”, cuenta Silvana hoy, tal como lo hizo con su terapeuta. “Cuando le pregunté de parte de quién, me dijo que era la esposa. El mundo se paró completamente, empecé a temblar y le dije que no podía ser, porque yo era su mujer. Fue terrible. Él salió del baño, me zamarreó el teléfono, empezó a inventar historias a los gritos, todo un drama”.
“La verdadera mujer, que hoy está divorciada, puso las piezas en su lugar: ella, Mariana, tenía al padre enfermo y en el último tiempo se había quedado los fines de semana en el hospital, ya que la situación había empeorado. Juan, que trabajaba de forma independiente, le dijo que los lunes por la mañana lo hacía desde las oficinas de un nuevo cliente, cuando normalmente lo hacía desde su casa. Todas mentiras de las que ella también sospechaba, por eso le pidió el número de línea, que él con gusto le dio (al igual que el número del hotel de su `viaje de trabajo´), porque yo en la semana me iba de 8 a 19 hs. Pero las mentiras a la larga salen a la luz”.
“Mi terapeuta me explicó que estuve en una relación con un narcisista mitómano, que tienden a mostrarse perfectos, creerse perfectos, que buscan `presas´ que suelen ser idealistas, vulnerables y empáticas por demás, para sacar algún provecho, ya sea llenar sus vacíos emocionales o por cuestiones monetarias concretas”, continúa pensativa.
“Lo lindo de esta historia, es que Caro encontró un amor imperfecto y sano, y yo aprendí a no idealizar el amor”, concluye.
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