Víctima del maltrato de sus compañeros de primaria y secundaria por no ajustarse a los moldes establecidos le causó un gran dolor que pudo cambiar gracias a mantener una gran pasión: los libros
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“Se reían de mi pelo, de que a veces llevaba la colita muy baja y como no era como las demás chicas, que se peinaban y se veían re lindas, yo era parte de una burbuja de rechazo. A ellas todo les quedaba bien y por eso los pibes las respetaban. A veces, me faltaban cosas o si dejaba alguna galletita o algo super importante en mi banco, cuando iba a buscarlo alguien lo tenía en la mano y se hacía el tonto para no devolvermelo. No había un momento exacto, lo hacían siempre. En medio de una clase, antes de que llegue el profesor, en el recreo, en el pasillo, en el grupo de WhatsApp, o cuando justo me tocaba responder algo se reían si me equivocaba”.
Así relata Sofía Cavalanti (20) el calvario que sufrió durante, aproximadamente, 10 años en los que fue víctima de bullying por parte de sus compañeros del primario y del secundario.
El hostigamiento, que también incluía la agresión verbal, comenzó cuando Sofi tenía apenas ocho años en la escuela a la que iba en Concordia (Entre Ríos). “Me sentía muy mal, me afectaba mucho que no me dejaran ser libre, que no pudiera disfrutar de la etapa escolar porque siempre había alguien esperando que hiciera algo mal para echármelo en cara”, rememora.
Al ser tan cerrada, cuenta, le costaba mucho poder expresar en su casa todo lo que estaba viviendo por lo que, prácticamente, sus padres no conocían lo que estaba aconteciendo. Sin embargo, pasado un tiempo se fueron enterando e intentaron ayudarla, más allá de que les costaba entender qué era lo que realmente pasaba. Y Sofi trataba de preocuparlos lo menos posible.
“Mi vida era horrible”
Para Sofi, la procesión iba por dentro. De hecho, sentía que aquello que le ocurría todos los días era lo que le había tocado y que no le quedaba otra que hacerle frente.
“Me volvía caminando a casa triste y sabiendo que me iban a preguntar cómo me fue o por qué estoy así. Solo me salía decirles que estaba todo bien y cuando me sentaba a comer y recordaba que me decían gorda no quería hacerlo, no quería ser esa gorda. Mi vida era horrible, mi familia intentaba ayudarme o darme herramientas, pero yo solo pensaba en que todo sería mejor si no estuviera más acá. Cuando estaba en casa, no quería comer, no quería salir; sólo quería cerrar los ojos y no vivir más”.
De esa forma vivía Sofi todo lo que le estaban haciendo sus propios compañeros de clase. Y como suele pasar en estos casos, su autoestima y su autovaloración se encontraron, literalmente, por el piso. “¿Para qué seguir sufriendo? Si no valgo nada, si nadie me ama, ¿Para qué vivir? Si nadie me elige en los juegos grupales, si no tengo compañero de banco o de trabajo grupal por el simple hecho de ser Sofí, ¿De qué me sirve vivir?”, se preguntaba durante esos momentos en que la angustia, la soledad, la tristeza y las pocas ganas de vivir se fueron apoderando de esa adolescente que solo deseaba estudiar y poder obtener buenas notas.
“Los angelitos de la guarda”
Uno de los pocos lugares que oficiaba como refugio dentro de la escuela era la biblioteca, donde los libros y la lectura, confiesa, fueron sus grandes cables a tierra, aquello que la mantuvo viva.
Sofi cuenta que leyó cinco veces El diario de Ana Frank, aunque estaba abierta a cualquier tipo de género como las novelas policiales, el suspenso y lo romántico. “Mi sueño siempre fue leer todo lo que había en la biblioteca. Si bien no lo cumplí, por lo menos ayudé a la encargada de ese momento a limpiar o acomodar. Era el lugar donde podía ser yo misma, imaginarme un mundo diferente al que estaba viviendo a partir de lo que leía. Junto con la escritura, me llevaban a otro lugar lindo y acogedor”, se emociona.
En la historia de superación de Sofi ocupan un lugar muy importante algunos de sus profesores a los que ella llama “los angelitos de la guarda”. “Siempre intentaron ayudarme y acompañarme con todo lo que iba viviendo, me enseñaban a no quedarme callada y a hablar. Algunos intentaban, en ese momento, intervenir, pero otros solo me escuchaban. Yo sé que querían hacer un cambio en todo esto pero, a la vez, no había muchas herramientas para sobrellevar todo lo que significa ser víctima del bullying en un colegio con miles de estudiantes. Nadia, Cris, Vir, Marga y Floren fueron mis angelitos”.
En esos momentos tan difíciles en los que Sofi se autolesionaba porque odiaba su cuerpo y no quería vivir más, precisamente fue su profesora Virginia, durante Tercer Año, la primera persona que le hizo ver que su vida valía la pena y que la quería ver bien siendo ella misma. Y de esa forma se transformó en un pilar muy importante. “Virginia me daba herramientas y de a poco, sin darme cuenta, pude contarle lo que me pasaba a otras personas porque sabía que ella sola no podía con esto, que también tenía su vida y no quería ser una carga. Siempre fue muy amable y cariñosa conmigo. Se preocupaba en serio”, agradece, a la distancia.
A raíz de toda esa experiencia traumática, Sofi dice que aprendió a quererse, a hacerse valer y, especialmente, a no dejar que nunca más alguien la haga sentir inferior.
Un presente feliz y un futuro lleno de sueños
Una vez que terminó la secundaria, se mudó a Rosario (Santa Fe) para estudiar Filosofía y Letras y dice que en la facultad conoció “personas hermosas”, con quienes actualmente sigo coincidiendo, aunque de manera virtual por la pandemia. “Me impresionaba que no hubiera maldad, al contrario, me respetaban, amaban mi forma de ser y, sobre todo, me querían por quién era. No tenía que usar una máscara ni esconderme de los malos tratos. Cambié mucho mi personalidad, me centré en amarme y cuidarme; y respetar mis tiempos. Es muy hermosa la relación con ellos. Ya somos grandes y libres de expresarnos como queramos, porque nadie nunca nos va a juzgar”.
Desde 2019 Sofi vive en una residencia, junto con otros chicos, y sueña con recibirse para poder trabajar como docente y convertirse en escritora. “Soy feliz, encontré el amor en una persona que armó todos los pedazos rotos de mi corazón y cada día me enseña que, en medio de todo el caos de mi cabeza, las cosas son más simples de lo que parecen”, cuenta.
A la hora de brindarles unas palabras de aliento a los chicos y chicas que se encuentran viviendo el bullying en primera persona, Sofi está convencida que en esos casos lo más importante es recibir un abrazo. “Les diría que no se guarden nada. Hablen. Griten si es posible, pero no dejen de expresarse. Escriban. Dibujen. Hagan algo que les apasione. No dejen nunca que nadie les diga cómo tienen que vestirse, qué tienen que hacer o dejar de hacer solo porque se creen que tiene más poder”.
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