Sin huéspedes y acuciado por la crisis que desató la pandemia de coronavirus,
el emblemático Hotel Castelar anunció que cerrará sus puertas
. Por su exquisita arquitectura transcurrió una rica historia.Es que los edificios son lugares que albergan lo que sus habitantes decidan depositar allí. Sus vaivenes, historias, ambiciones, creencias, estímulos, pensamientos, direcciones. Todo un amasijo que se mueve para darles sentido a hormigones, ladrillos, mármoles, maderas y hierros que, en su conjunto, expresan eso que llaman arquitectura.
El Hotel Castelar encierra dos historias a la vez: la de su creador, el arquitecto italiano Mario Palanti, y la del gran poeta andaluz, protagonista de las peñas literarias que en el subsuelo convocaron a los escritores más renombrados.
El Hotel Castelar podría no haber sido el Hotel Castelar, sino un bello cine de época situado debajo de un conjunto de departamentos con vista a la Avenida de Mayo, quizá la más icónica de las avenidas de la Ciudad de Buenos Aires, que entre fines del siglo XIX y principios del XX se constituía como el símbolo de una incipiente opulencia. Si así hubiese sucedido, el histórico hotel no habría albergado a escritores, pintores, poetas, políticos, periodistas y demás especies que conformaban la escena porteña de la década del 30, una bohemia que atraía a personajes como Federico García Lorca –quien vivió durante seis meses en el Castelar– y Pablo Neruda, entre muchos otros artistas.
Así lo descubrieron los investigadores del Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana (Cedodal), quienes encontraron, entre los numerosos proyectos del arquitecto italiano Mario Palanti, una similitud muy grande entre el cine que había diseñado para el empresario italiano Luis Barolo y lo que finalmente se transformó en el hotel, propiedad de otro emprendedor italiano, Francisco Piccaluga. Ambos, revela la arquitecta e investigadora Virginia Bonicatto, especialista en la obra de Palanti, eran socios en diversos negocios vinculados a la industria textil. Con la muerte de Barolo, en 1922, el proyecto quedó a la deriva hasta que lo retomó Piccaluga, ya con la idea de convertirlo en un moderno hotel.
Fulgor porteño
La historia del Castelar resume lo que engendraron edificios tan emblemáticos como este: la cultura y la sociedad, expresadas en el arte, la arquitectura y la vida misma. Palanti fue el vehículo que interpretó ese momento particular de una Buenos Aires que avanzaba hacia la modernidad, con aires de grandeza. Dice Bonicatto que el arquitecto era un personaje insondable, autor de casi 40 obras en la capital (el propio hotel, el Palacio Barolo, la Nunciatura Apostólica de Buenos Aires, el Palacio Roccatagliata, entre otros) y de un sinnúmero de proyectos que jamás vieron un ladrillo. "Es digno de una serie de Netflix", bromea. "Palanti representa a un arquitecto formado a fines del siglo XIX en el norte Italia, y su obra la plasma en Buenos Aires, que le da la oportunidad de trabajar en una metrópolis, con la escala americana, el dinero, la especulación de ese momento. En Italia no construyó nada, solo el mausoleo de su familia. Era un tipo muy inquieto, inventaba todo el tiempo, jugaba con el hormigón armado... innovaba técnicamente, no paraba nunca, era excéntrico, perseverante, publicó 10 libros… era un hombre moderno", resume.
Al momento de la inauguración del Castelar, el 9 de noviembre de 1929, la Avenida de Mayo era el epicentro de la cultura porteña, una historia que había comenzado a finales del siglo XIX cuando la (entonces) municipalidad expropió y demolió 10 cuadras de edificios para comunicar la Casa Rosada y el Congreso, inspirados en el estilo parisino. El Hotel Castelar mantiene su fisonomía como testimonio de aquellas épocas. El arquitecto Justo Solsona ha descritoel diseño del edificio como de un "sobrio academicismo", que combinaba con ciertos detalles suntuosos del interior, donde luce revestimientos en mármol de Carrara."No es que despierte alguna sensación extraordinaria, no hay experimentación, no es el Palacio Barolo o el Roccatagliata, Palanti no despliega aquí toda la artillería. Es mesurada, pero tiene rasgos que denotan su calidad: hay elementos decorativos que refieren a su obra, el tratamiento de los arcos", señala Bonicatto. "Lo que más llama la atención es la mansarda, ese techo inclinado en el frente, que permite una especulación al máximo. No es un coronamiento, sino un remate pensado de otra manera: es una solución desde la economía", advierte la arquitecta, en relación con la emblemática fachada del hotel, que baja como una rampa hacia la avenida.
En un artículo firmado por las arquitectas Patricia Méndez y Marta García Falcó, señalan que si bien el "Excelsior (N de la R: nombre asignado al proyecto) no se convirtió en una obra paradigmática como el Barolo", es un edificio que supo combinar el "costo-beneficio" con un "criterio racional", considerando que el primer destino pensado para el inmueble era la venta de departamentos. En el interior, el entonces dueño, Piccaluga, innovó con ciertos toques de modernismo: el restaurante del Castelar fue pionero en el uso de una suerte de aire acondicionado. Con el tiempo, se sumaron baños turcos y una peluquería para mujeres (1955); hoy reconvertido en un spa con sauna, dispone de un servicio para las 160 habitaciones del hotel.
La habitación de Federico
Entre lujosas residencias, estudios de abogados, periódicos y cafés, en la Avenida de Mayo abrevaban personajes de todo tipo que le daban a Buenos Aires una suerte de vida propia: alta cultura, orillaje y oscuridad, baile y devoción. Quizás esa haya sido la atracción para un joven, y todavía de fama moderada, Federico García Lorca, quien llegó a Buenos Aires el 14 de octubre de 1933, invitado por Lola Membrives y su esposo, el empresario español Juan Reforzo, quien lo había contratado para presentar la obra Bodas de sangre y dirigir otros dos ensayos suyos, La zapatera prodigiosa y Mariana Pineda.
O quizá la elección de su lugar de hospedaje haya estado vinculada al nombre del hotel, que había sido elegido por Piccaluga debido a su admiración hacia Emilio Castelar y Ripoll, el primer presidente de la República de España, hoy reivindicado por el progresismo español. García Lorca fue fusilado un mes después del levantamiento de Francisco Franco contra la República, el 18 de agosto de 1936, acusado de "socialista y homosexual".
Buenos Aires tiene algo vivo y personal, algo lleno de dramático latido, algo inconfundible y original en medio de sus mil razas que atrae al viajero y lo fascina.
Buenos Aires fue un quiebre para la vida del escritor y poeta español. Según reconstruye Daniel Feliu (autor de García Lorca, el duende en Rosario), García Lorca había venido solo por unos días y se quedó por seis meses, en los que atravesó un verdadero boom de popularidad. "Tuvo que contratar un secretario porque la gente se agolpaba en la puerta de la habitación 704 del Castelar", cuenta. "Hasta ese momento, García Lorca gozaba de cierto éxito menor en España, pero lo que vivió acá fue inaudito", agrega el investigador, quien reconstruyó su historia en Buenos Aires y en Rosario gracias a una copiosa cantidad de artículos y crónicas que contaban las peripecias de la bohemia de esa época. Fue un lapso de poca escritura, pero de muchas vivencias para García Lorca. Desde su habitación escribió a sus padres, de quien todavía entonces dependía económicamente, que aquí gozaba de la "fama de un torero".Cuenta Feliu que gracias al dinero que ganó en Buenos Aires pudo al fin cortar esa dependencia. En esta misma ciudad, cayó preso en vísperas de unas elecciones junto al periodista e historiador Edmundo Guibourg. Cuando la policía le preguntó en la comisaría sobre su profesión, García Lorca contestó "poeta" y desató las carcajadas de los uniformados.
García Lorca hacía base en el Castelar: participaba de la peña Signo, en el subsuelo del hotel, y recitaba poesías con su voz gitana en la radio Stentor, ubicada también allí. "No se encontraron los archivos de audio de ese momento, solo hay una filmación sin sonido dando vueltas", advierte Feliu. El video está en YouTube: son 40 segundos en los que se lo ve sonriente, de mirada penetrante, engominado, saludando a cámara y enfundado en una polera con saco de traje, acompañado de Reforzo, a quien le hace entrega de un libro. "Buenos Aires tiene algo vivo y personal, algo lleno de dramático latido, algo inconfundible y original en medio de sus mil razas que atrae al viajero y lo fascina. Para mí ha sido suave y galán, cachador y lindo, y he de mover por eso un pañuelo oscuro, de donde salga una paloma de misteriosas palabras en el instante de despedida", escribió García Lorca antes de partir de regreso a España, donde lo encontraría la muerte poco tiempo después.
Oliverio Girondo, Alfonsina Storni, Raúl González Tuñón, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, David Siqueiros, Vicente Ruiz Huidobro y muchos más pasaron por la peña Signo. Eran largas tertulias, presentaciones, desafíos intelectuales y artísticos, bailes y hasta acaloradas trifulcas, muchas veces hasta con destellos pugilísticos, a pesar de que el escritor Ulyses Petit de Murat la describió como un lugar donde "reinó la paz de los poetas suaves, ensayistas amables y algún narrador tranquilo". Lorca era un entusiasta participante, que solía animar con encanto los encuentros hasta bien entrada la madrugada. El hedonismo chocó pronto con las expectativas de los dueños del hotel, que empezaron a hartarse de los bailes y los excesos, y decidieron clausurar las peñas. Hoy, allí funciona uno de los salones que se alquilan para fiestas y eventos.
Entrar al Castelar es encontrarse con ese esplendor melancólico de traje y gomina, piedra y madera, café y mozos de moño; pasillos anchos y señoriales, salones de luz tenue y olor a un tiempo en el que la elección de los materiales se hacía pensando en la eternidad. Un palacio que supo albergar personajes que elevaban el pensamiento hasta orillar la locura. "Irrumpe un griego / por sus ojos distantes. Un griego / que sofocan de enredaderas / las colinas andaluzas / de sus pómulos / y el valle trémulo / de su boca. Salta su garganta / hacia afuera / pidiendo / la navaja lunada / de aguas filosas", invoca el poema de Storni, dedicado a García Lorca.
¿Fueron el hotel y su belleza el ámbito que recreaba el hábitat perfecto para que resonaran estas personalidades avasallantes? ¿O fue el genio creativo que podía desenvolverse en cualquier lugar? Como sea, a la distancia, la simbiosis resume en perfección: solo resta imaginarse esa Buenos Aires donde las horas no se componían de minutos, sino de historias.