Crack. Es una tarde de sol a fines de la primavera. Es el año 2000 en una Argentina que 12 meses más tarde va a sufrir un colapso social, político y económico. El cielo de Ezeiza se empieza a cubrir cuando el grupo de 50 personas llega con los equipos –luces, cámaras, computadoras, máquinas de escribir, cables, etcétera–. Todo se vuelve oscuro. Negro. El bosque, que sirve de locación para la escena final, se convierte en una pesadilla. Después, la lluvia. Un diluvio de ficción se desata cuando la cinta empieza a girar. Hay un clima de tristeza y nostalgia. La escena –toda la escena– es triste, de un desenlace triste. Y alguien –un director, joven, inseguro y brillante– grita corte. Fin. Okupas se acaba de completar. La televisión argentina se acaba de partir. Crack.
Okupas
Escrita y dirigida por Bruno Stagnaro, Okupas se estrenó el 18 de octubre del 2000 por Canal 7. La serie, de 11 episodios, ganaría tres Martín Fierro: Mejor Unitario, Mejor Director y Actor Revelación. Ese impulso la llevó a ser emitida en tres ocasiones más: en 2001 por el canal del Estado –aprovechando el fuego caliente de los premios–, por América TV en 2002 y en 2005 por Canal 9, en ese entonces Azul TV. Con los años, los fans y la crítica se volvería una obra de culto, que hace más de una década se puede revisitar en YouTube en videos piratas de mala calidad. Videos que cada tanto son bajados por la plataforma y vueltos a subir por los usuarios. Su permanencia se da en loop, Okupas siempre vuelve. O siempre está ahí.
"Me gusta creer que toca alguna fibra que es muy propia de nuestra identidad", dice Stagnaro, vía Zoom, en plena pandemia y con la producción de El Eternauta –la serie que dirigirá para Netflix– detenida. "No sé si será la construcción de los personajes, la cosa medio de historia iniciática. Me gusta pensar que es por eso que perdura en el tiempo".
La serie planteó una nueva forma de hacer ficción en la televisión nacional. Era la bienvenida al nuevo cine argentino.
Okupas es la historia de Ricardo, un pibe de clase media que decide cortarse solo. Se va de la casa familiar, deja la Facultad y termina viviendo en una casona abandonada en el barrio de Abasto. Un pibe que elige descender para encontrarse y descubre, en ese camino, el submundo de la noche de Buenos Aires: la marginalidad, la subsistencia, lo bueno y lo malo. Ese marco es, a su vez, el reflejo de la Argentina en decadencia del inicio del nuevo milenio. Filmada en plena calle –en horas pico y en madrugadas– para tomar imágenes de la realidad, con registros hechos en cámara en mano –dando el toque documental– y con actores que se iniciaban, Okupas planteó una nueva forma de hacer ficción en la televisión nacional. Stagnaro hizo lo que hasta ese momento nadie había hecho –al menos con esa crudeza–, poner la cámara en la calle y meterla en un VHS.
Okupas es, también, la historia de un grupo de pibes callejeros. Un grupo de arquetipos –el clase media, el rollinga, el linyera, el del barrio picante– que entre sus miserias y bondades se hermanan. Okupas es un relato de vínculos.
Detrás de escena
Hasta que aparecieron estos fab four de la calle Corrientes, Alejandro Romay era el amo y señor de las historias de la tevé y las convertía en novelas. Cris Morena se agigantaba con sus universos de cuentos de hadas para las tardes, Pol-ka era apenas la apuesta de Adrián Suar y Marcelo Tinelli iba camino a convertirse en la figura máxima de la industria del entretenimiento televisado. Okupas llegó para romper eso. Para ofrecer algo diferente para su tiempo. Para inaugurar una nueva forma de contar en nuestra televisión. Fue el programa que le hizo conocer al público popular lo que estaba por venir y que meses antes había tenido su punto cero con Pizza, birra y faso, la ópera prima de Adrián Caetano y el mismo Stagnaro. Era la bienvenida vía televisión abierta al nuevo cine argentino.
"Era una historia muy cercana que generaba empatía al toque", dice Ariel Staltari, que interpretó a Walter, el rollinga paseaperros. "La gente flasheó al ver tamaño producto, algo que no se veía nunca, menos en la tele, con personajes y escenarios así de reales".
En el año 98, Bruno Stagnaro envió faxes compulsivamente a productoras. Necesitaba encontrar unos pesos que le permitieran terminar Pizza. En ese listado, uno de los números era el de Ideas del Sur, una productora joven con Claudio Villarruel como gerente de contenidos. No hubo respuesta hasta meses después del estreno de la película. Villarruel llamó y le preguntó a Bruno si tenía una historia similar para presentarle.
El día a día era un infierno, una presión de la maquinaria televisiva exigiendo que cumpliera con plazos imposibles. Por otro lado, sentía que eso le daba un frenesí al proceso que lo favorecía.
"Y ahí vuelvo sobre una vieja idea, la historia de estos pibes. Si se quiere con un enfoque más desde mi perspectiva, que era un tipo de clase media que entraba en contacto con todo este mundo", recuerda Stagnaro, que en ese momento tenía 26 años. "En Pizza son todos pibes más marginales y desclasados".
Villarruel leyó la idea. Le gustó, pero no pasó de ahí y al tiempo dejó la productora para empezar su camino en Telefe. Parecía que el proyecto no iba a salir de esas líneas, peroseis meses más tarde, Marcelo Tinelli –ya convertido en el señor Ideas del Sur– llamó a Bruno para hacer Okupas.
Tras un par de pequeñas reuniones arrancó el proceso de filmación. De filmación, escritura, montaje, entrega y aire. Todo al mismo tiempo. Todo ya. Stagnaro tenía su oportunidad en las grandes ligas y tenía que hacerlo todo a un ritmo demencial. Televisión de guerra.
"Tinelli quería hacer ficción y había llegado a Bruno por lo que había visto Villarruel. Entonces me pidió que me contactara con él", cuenta Damián Kizner, que en ese entonces comenzó a ocupar el cargo de gerente artístico de Ideas y ofició de una suerte productor ejecutivo de Okupas, el nexo entre la productora y Stagnaro. "Bruno me trajo una hojita, media carilla. Lo que sería la idea. Empezamos a conversar y avanzó. Era muy outsider de la tele y la tele tenía una lógica de demanda de capítulos tremenda".
En los inicios del proyecto Kizner fue el hombre en el que Marcelo Tinelli confió para supervisar la filmación, plazos y metodología de trabajo. Kizner, que tenía apenas seis años más que Bruno, tenía un recorrido por la televisión —Sorpresa y media, Juana y sus hermanas, Fugitivos, etc— que le hacía conocer los trucos de la industria.
Mientras se diagramaba la logística del proyecto, se definían los actores. Desde el arranque, Rodrigo de la Serna iba a ser Ricardo. "Lo había visto intermitentemente en Naranja y media y me pareció que tenía algo muy verdadero, como a punto de estallar", dice Stagnaro. "Era el único que tenía claro". El resto salieron entre castings y conocidos. A Franco Tirri –que sería El Chiqui, el linyera del grupo– ya lo conocía por su hermano. Diego Alonso –El Pollo– llegó por recomendación del padre de Bruno. Ariel Staltari entró por casting.
Después llegó la filmación. "Empezamos a estar faltos de tiempo y eso está en el gen de la serie. Era un esquema muy poco realista para darles profundidad a la historia y a los guiones", cuenta Stagnaro. "El día a día era un infierno, una presión de la maquinaria televisiva exigiendo que cumpliera con los plazos que eran imposibles. Por otro lado, sentía que eso le daba un frenesí al proceso que lo favorecía. Ese ritmo al final fue llevado al extremo, pasándola como el orto".
Cuando Stagnaro gritó corte en la escena final de Okupas –la despedida del grupo–, hacía más de 26 horas que estaban filmando. El último día de rodaje se extendió porque los guiones estaban escritos en un 20%. Stagnaro tenía en claro la estructura del capítulo y qué cosas iban a suceder, pero no cómo. Entonces, mientras se filmaba, él escribía en un bar, en las servilletas del bar, y su hermano dirigía algunas escenas. También escribía, en pleno set, junto con Alberto Muñoz y Esther Feldman, los otros guionistas de la historia. Los tres ahí, tirados encima de una computadora. Terminaban los textos, imprimían, una lectura rápida y a filmar. Había que cerrar la historia.
Bruno
En los años 80, el Bajo Belgrano era una zona con monoblocks. Había edificios de dos tipos: con cuatro pisos y con ocho. Los más altos eran considerados "chetos" por los vecinos. Ahí vivía Bruno Stagnaro, que cuando visitaba a sus compañeros del colegio del centro al que iba, sentía que su departamento estaba lejos de ser como las casas de esos niños. Dependiendo de dónde estuviese, lo miraban de una u otra forma. Y él mismo se veía de esa manera bipolar. Ese chico fue creciendo y buscando a qué sitio, a qué gente pertenecía. Y encontró en la calle un océano de realidades que ampliaron su universo.
"La calle tiene misterio", dice. "A mí me formó muchísimo el hecho de deambular de pendejo. Muchas veces con amigos y, otras, de un modo solitario. Había algo en eso que me resultaba subyugante y como vinculado a la vida".
En cierto punto, la historia de Okupas y de Ricardo tienen algo de su propia historia. "Yo me siento muy identificado con esa búsqueda del personaje", reconoce Stagnaro. "En alguna escala, esa búsqueda de Ricardo era una búsqueda en la que yo también estaba inmerso. Tratando de expandir los horizontes".
La calle definió, entonces, algunos parámetros de la serie. Que el villano –El Negro Pablo– viviera en las torres de Dock Sud tiene que ver con una experiencia personal callejera. Una tarde, Bruno estaba deambulando por La Boca y decidió cruzar a la Isla Maciel. Apenas se adentró en las calles del Docke, un grupo de pibes lo frenó, le robó y le hizo una advertencia: "Subite a ese bondi que viene ahí, aquellos que están allá son peores que nosotros". Stagnaro recuerda la historia con añoranza. "Tuvieron como un gesto paternal. Y ahí, volviéndome, miré para atrás, estaban las torres y fue «ok, ahí anida el mal»: me refiero en términos del personaje del Negro Pablo. Nada más. En Okupas nos tomamos el laburo de dejar en claro que en todos lados hay gente buena y gente mala. Porque es una manipulación presuponer que porque sos pobre sos malo".
Walter
En marzo del año 2000 Ariel Staltari todavía estaba en tratamiento para combatir la leucemia que lo enfermaba desde hacía un año, tocaba pocas veces con su banda de rock and roll y había comenzado a estudiar actuación con Lito Cruz. Era agosto cuando estaba en su casa comiendo y un compañero de clases le avisó que había un casting en el Teatro Palermo. Y Ariel, que tenía 26 años y había hecho tres o cuatro castings antes, fue. Ahí se encontró con Diego Alonso, que conocía de esas pruebas anteriores. Ariel llegó un viernes al mediodía. "Tenés que hacer de rollinga", le dijeron. Lo hizo, Stagnaro lo vio y se rio. El fin de semana lo llamaron para pedirle medidas de vestuario. El martes hizo una segunda prueba, el jueves otra y a los días firmó el contrato.
"Fue todo recontraintenso. Después entendí en qué condiciones laburamos, con qué dinámica. Lo aprendí con el paso del tiempo. Para mí era un juego. Venía de pelear contra fantasmas tremendos y de ahí para abajo todo lo demás era joda", dice Ariel. "Rodrigo (De la Serna) siempre lo vio. Decía que era algo maravilloso, que no se iba a repetir fácil. Yo no veía lo extraordinario por ser un inconsciente. Con el tiempo valoré esos libros, esa dirección, esa historia. Me llevó mucho tiempo comprender dónde estaba metido".
Ariel, sin saberlo, se estaba convirtiendo en el personaje que cambiaría su vida: Walter. Entre simpático, gracioso y como representante de una subcultura argenta popular en los 90, como fueron los rollingas, Staltari compuso su obra maestra. Un tipo que definió el resto de sus interpretaciones: en cierta forma, varios de sus personajes guardan el gen de Walter, que quizá sea, la esencia misma de Staltari.
El Pollo
Diego Alonso estudiaba Dirección de Cine y Guión. Trabajaba en una heladería de Ramos Mejía –donde nació y creció– y había preproducido una película cuando uno de sus profesores le dijo que su hijo, que estaba trabajando en una serie, buscaba actores. El hombre era Juan Bautista Stagnaro, el padre de Bruno. Para él, Diego –que en ese momento tenía 28 años– era un potencial actor. Lo había comprobado en los ensayos de los talleres, donde era el primero en ofrecerse para actuar ("Lo hacía para empujar el laburo de otros, que pudieran hacer su guion y dirigir"). Y había visto que era ideal para interpretar al Pollo, el amigo de Ricardo, el pibe que venía del barrio marginal, que tenía códigos callejeros e iba a "iluminar" el recorrido del protagonista.
"Okupas era un proyecto para Canal 7, un canal que no se miraba en ese momento. Sabía que laburar con Bruno me daba la tranquilidad de que era algo serio. No teníamos la expectativa de hacer un programa para romperla", recuerda Alonso. "Me gustó el proyecto porque con Bruno teníamos la misma manera de abordar esa construcción social que se evitaba en la televisión. Encontré en los libretos esa construcción social que hacía falta. Me pasaba que no podía cortar. Quería leer y leer".
Ahí comenzó el armado del que sería uno de los personajes más emblemáticos y empáticos de la serie. El Pollo fue el que encarnó al pibe del barrio. Fue el que le valió el Martín Fierro y revelación. Y fue mucho más. "El Pollo me dejó el reconocimiento del igual. De los pibes, de los laburantes. Eso es lo mejor que me dio".
El después
"Okupas me dio muchísimo y me quitó bastante también. En el balance es algo que fue un sueño de adolescencia hecho realidad. Era algo que anhelaba hacer y el impacto de toparme con eso concretado no me fue fácil".
Okupas me dio muchísimo y me quitó bastante también.
Después de que Okupas se convirtiera en el bicho raro que conquistaba la televisión y de que Stagnaro se volviera de golpe en el mejor director argentino del momento, todo se vino abajo para él. Las cosas llegaron a un extremo tal que estuvo un año sintiéndose enfermo, con fiebre y dolores permanentes. El estrés en el cuerpo. Bruno se alejó de toda esa exposición y se recluyó haciendo documentales y producciones que no trascendieron.
"Estuve varios años buscándole la vuelta desde otros proyectos. Un gallo para Esculapio fue, en algún sentido, una revancha. Recuperar algo de esa época que había quedado trunco. Porque lo empecé a escribir en 2005", dice Stagnaro, que ahora, tras el éxito que representó su regreso al mainstream, fue contratado por Netflix para adaptar El Eternauta. "Es una obra muy importante en mi vida y me di cuenta tarde. La historieta de Oesterheld es uno de los hitos de mi infancia. Me marcó en esto de la espacialidad. A tal punto que creo que todo lo que hice regresa a eso. En Pizza, el motor inicial tenía que ver con el Obelisco; en Okupas, con la casa. Me resulta muy loco las vueltas de la vida".