Recorrido por los barrios que conforman el gran mapa del distrito más dilatado de Nueva York: Williamsburg, Bushwick, Coney Island, Brighton Beach, Dumbo, Brooklyn Heights, Dyker Heights… Para llegar, es preciso cruzar el río Este.
Brooklyn todavía es broccolino para muchos de los italianos que integran una comunidad con más de un siglo de arraigo. Fue entre 1880 y 1914 que desembarcaron en los Estados Unidos más de cuatro millones y medio de peninsulares provenientes, en su mayoría, del sur. Brooklyn se concibió extensa a partir de un denso y numeroso conglomerado demográfico de diversos orígenes, al punto que llegó a ser una urbe autónoma, hasta 1898, año en que quedó anexada al rompecabezas neoyorquino. La historia registra este hecho como "the big mistake", el gran error de ese fin de siglo.
1) DUMBO
Dos puentes –el de Manhattan y el de Brooklyn– unen las dos orillas del East river. Y entre ambos hilos conductores se definen los límites de las dos áreas que abarca esta zona, cuya identidad nada tiene que ver con el elefantito volador de Walt Disney. Dumbo es el acrónimo de Down Under the Manhattan Bridge Overpass y que, según dicen que dijeron los recién llegados al lugar a finales de los 70 –después de su reconversión de zona de fabril a barrio residencial–, pensaron que con un nombre tan poco glamoroso nadie iba a perturbar la paz conquistada en esta orilla. Error. El milenio que transitamos se inauguró prácticamente con la gentrificación de Dumbo, como resultado de la cada vez más sobrevalorada Manhattan.
El sector occidental del barrio era conocido por Fulton Landing, en referencia al sitio donde, hasta la última década del siglo XIX, atracaba el trasbordador antes de la construcción del puente de Brooklyn. El otro sector del barrio es el que continúa en dirección al este, desde el puente de Manhattan, hacia Vinegar Hill.
El césped se extiende entre ambos puentes a lo largo de la costa y se hace parque bajo el emblemático puente de Brooklyn que le da nombre. Es uno de los miradores favoritos para contemplar la conclusión del Lower Manhattan que se apretuja en la orilla de enfrente. Hay varios bancos dispersos y es fácil darse cuenta quién es un recién llegado; a solas o en compañía, miran ese banco, el otro, aquel más allá, por fin se deciden por uno y se instalan, sintiéndose Woody Allen y Diane Keaton en estado de contemplación del skyline de aquel Manhattan que ostentaba la altivez de las torres gemelas. Las que dejaron de estar el 11 de septiembre de 2001 para espanto de buena parte del mundo.
Todo el tiempo, lanchas taxis y particulares van y vienen. Por momentos, helicópteros sobrevuelan la skyline y se pierden en la bruma más allá de la estatua de la libertad. De aquel lado, otro ritmo, otra vida.
Hay un puñado de calles en este barrio que tienen nombres vegetales. Entre Pineapple St. y Orange St., sobre Willow St., está la casa que habitó Truman Capote; allí escribió sus célebres novelas Desayuno en Tiffany’s y A sangre fría. La mansión, de 11 habitaciones, estuvo en venta en 2010 por un valor de 18 millones de dólares.
2) Brooklyn Heights
Sin casi desviarse del camino costero y después de una buena caminata que transcurre entre la autopista elevada 278 y la estrecha franja urbanizada, se accede a este barrio por un cruce bajo la autopista. Ese umbral tiene un efecto mágico. Es pasar de la impersonalidad y agresividad inherentes a cualquier autopista, al encantamiento de un barrio signado por la belleza de sus veredas arboladas y de sus casas finiseculares (del XIX al XX), por la quietud de su atmósfera impregnada de tiempo y la gentileza de sus habitantes que circulan casi sumidos en un silencio sagrado.
Dan ganas de golpear en las puertas de estas residencias de estética tan inglesa (la breve escalera hasta el portal, la estrecha franja de tierra entre la reja y la pared, a ambos lados de la entrada, el ladrillo a la vista oscurecido por los años) y pedir permiso para recorrerlas por dentro, hurgar en el pasado de las vidas que allí fueron transitando, rastrear esas líneas invisibles a través de sus nuevos moradores… porque alguien habrá en esas casas habitadas que se pregunte de quién, quizás sin saberlo –parafraseando a Borges–, alguna vez se despidieron.
3) Williamsburg
Territorio históricamente habitado por afroamericanos (en Bedford Stuyvesant), caribeños, judíos jasídicos (en Crown Heights) y, en menor medida, por asiáticos y latinos, con la inauguración del siglo XXI, hípsters y otras faunas urbanas de nueva estirpe le echaron el ojo y decidieron que este barrio sin gracia aparente, de viviendas a valores posibles, era buen lugar para instalarse.
Artistas plásticos, músicos y diseñadores se fueron juntando hasta conformar una comunidad que empezó a dar señales de buena vida relajada, de horas y días a ritmo amable, y otros empezaron a tentarse. Cuando el real estate empezó a olfatear que ahí había buen negocio, los residentes del nuevo romanticismo empezaron a levantar campamento, y muchos enfilaron hacia Bushwick.
La piel de Williamsburg cambió. Sus actuales habitantes sí están dispuestos a que sea un foco de buena vida burguesa. Su arteria principal, la avenida Bedford, es un espejo de la transformación. Se ven muchas parejas noveles con hijos chicos o en camino; hay negocios trendy, bares con onda, una galería con locales de identidad japonesa, boutiques caras, restaurantes de moda, casas de clase media-media remozadas, nuevos edificios en dirección al río, jóvenes muy bien "lookeados", chicas muy modernas. Son los efectos de la gentrificación que, en los últimos siete-ocho años, revalorizó el metro cuadrado de Williamsburg.
Laura Dayan canta, toca la guitarra, tiene banda propia y, además, enseña español a chicos a través de la música, un proyecto muy personal que lleva adelante bajo el rótulo de Rock´n´LoLo. Laura también es argentina, va camino a cumplir nueve años en estos pagos y, hoy por hoy, su lugar en el mundo se llama Williamsburg. A los dos días de llegar consiguió su primer trabajo, y ya no paró más. Empezó haciendo covers, ganaba buena plata, pero lo dejó porque quiso volver a producir sus canciones y a rearmar un grupo. La banda musical se llama como ella, Dayan, y hacen música folktrónica: "sonidos de nuestra tierra mezclados con texturas cinematográficas, que crean melodías nostálgicas".
El barrio tiene dos íconos ineludibles: Rough trade, la disquería más grande de NY, y un mega outlet que concentra prendas y accesorios de las mejores marcas internacionales a precios ridículos.
4) Bushwick
Otro es el ambiente de este barrio –tomado por artistas plásticos, diseñadores, galeristas– en el que el 80% de la población es latina y con una disponibilidad de espacios públicos como sólo puede proveerla un área de pasado industrial.
A escasa media hora de subte del Lower Manhattan, presume de un tesoro visible que aflora a cada paso: el street art. El arte callejero ocupa frentes y contrafrentes de edificios, puertas de garajes y galpones, ventanas, cortinas metálicas, tapiales, tanques de agua… intervenidos hasta el límite de sus superficies y bajo la estricta autorización de sus propietarios. Sin ella, el solo gesto de una pintada espontánea puede conducir a su responsable a la cárcel por cinco años. Ya hay quienes pagan para lucir una obra callejera.
La calle Trautman y sus transversales conforman un entramado de diseños insólitos y que, cuando la pared no es suficiente, se continúa en la vereda y en el cruce peatonal de una calle. Los tours para reconocer técnicas, materiales y estilos –stencil, bubble & wild styles, tags– son una realidad cotidiana.
En 2006, la asociación Arts in Bushwick, inauguró el Bushwick Open Studios, evento que arrancó con un puñado de artistas del barrio que abrieron sus lugares de trabajo al público, y no para de crecer. Hoy se entremezclan las obras de anónimos talentosos con las de los nombres célebres.
5) Coney Island
Es la imagen viva del anacronismo en el extremo sur de Brooklyn, una imagen sepia de aquellos brillos emitidos en las primeras décadas del siglo XX. Entonces los neoyorquinos ricos sacaban provecho de sus playas anchas y cundió el desarrollo hotelero en el lado oriental de la península, mientras en el otro extremo se nucleaba la gente humilde.
Casinos, hipódromos y salas de juego proliferaron; el paisaje marítimo se fue transformando a medida que surgían montañas rusas, carpas de circo, parques de atracciones, locales de baile y, como no podía ser de otra manera, puestos de comida. Ya alguien llamado Charles Feltman se había encargado de popularizar el hot dog; de ahí a los patios cerveceros hubo un paso. Después, el olvido se fue adueñando de Coney Island y su parafernalia, que pervivió como el daguerrotipo de un sueño sólo para sus residentes y el cine de autor.
Woody Allen no sólo inmortalizó la montaña rusa de madera, inaugurada en 1925, en Annie Hall (1977), sino que reincidió con un homenaje en The wonder wheel (2017), ambientada en los 50; la trama se desarrolla en el sector de la noria (o vuelta al mundo, en criollo) que, desde 1920, no para de girar.
El oeste de esta península (que antes supo ser isla) tiene seis kilómetros de largo por 800 metros de ancho y concentra una población de 60.000 almas. El paseo marítimo –Riegelmann boardwalk– es una vasta plataforma de madera con un largo de 1,7 millas. En pleno verano, hierve de gente. Junio celebra la llegada del verano con un desfile de sirenas, hay fuegos artificiales en la playa por las noches, esas cosas.
El paseo pasa a ser parte de Brighton Beach a partir del encuentro de la avenida Sur con el boulevard Ocean. El paso de uno a otro barrio es imperceptible y la sensación de estar en un tiempo ajeno al presente, también.
Al este de Coney Island, es un fuero soviético al que le dieron vida los emigrantes rusos llegados entre 1940 y 1950, de Odesa, Ucrania, razón por la que también se la conoce como Little Odessa. A partir de los 90, el barrio se fue transformando; de judíos rusos en su mayoría pasó a integrar musulmanes oriundos de Uzbekistán.
Cuando pasa el tren elevado, la tierra vibra con un ruido ensordecedor, pero nadie se inmuta. Se ve gente mayor y muy mayor que no habla sino en ruso, que viste ropas y gorros fieles a las que usaba en el pasado, antes de emigrar. En la calle principal de Little Odessa, la cartelería de los locales no muestra otro alfabeto que no sea el creado por San Cirilo y los insumos que allí se venden también remiten a sus hábitos originales, a mundos hoy no demasiado ajenos gracias al mundial de fútbol.
CÓMO LLEGAR
American Airlines. T: 0800 444 84253. Desde Buenos Aires, T: +54 4318-1111.
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