Sobre las ruinas del hotel más lujoso en la historia de Mar del Plata, David Graiver (reconocido como “el banquero de Montoneros”) puso en marcha un proyecto tan ambicioso como polémico
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En la manzana 169, frente a la playa Bristol, la primera generación de marplatenses vio crecer al Bristol Hotel. Fue el más lujoso en la historia de la ciudad. No hubo ninguno igual: en su staff había mozos y cocineros llegados desde París para atender a la elite porteña. Luego de tres décadas doradas y un abrupto final, en la misma parcela se radicó “de forma provisoria” un centro comercial con dos cines y negocios de todo tipo. Resultó un fracaso. Finalmente, a principios de los 70, de la mano del empresario David Graiver, mejor conocido como “el banquero de Montoneros”, brotaron en aquella tierra los cimientos del Bristol Center, un proyecto monumental compuesto por tres torres que tocarían las nubes. Sin embargo, 50 años después, la obra continúa inconclusa. Sólo se erigieron dos torres que no alcanzaron la altura proyectada. La tercera torre jamás se comenzó. Por alguna razón, los tres primeros pisos del complejo quedaron vacíos, sin paredes, exhibiendo el esqueleto del esperpento. Lleno de misterios, el Bristol Center está ahí, en el corazón de la ciudad y en todas las postales de Mar del Plata.
Víctor Pegoraro, marplatense, doctor en Historia por la Universidad de San Andrés y autor del libro ‘Mar del Plata vertical. Piqueta, construcción y progreso’, conoce todos los secretos de la manzana 169. “La de los condominios Bristol es una historia inconclusa... Empezó rodeada de lujo, pero luego las cosas cambiaron, y los edificios que se levantaron allí nunca dejaron de tener una connotación negativa por una enorme variedad de razones. La presencia de estas torres simboliza las décadas de contradicciones en torno a la construcción urbana de Mar del Plata, donde hubo negocios inmobiliarios que taparon a una ciudad que le pertenecía a otros y que ya no está, que ya fue”, dice a LA NACION.
El mejor hotel en la historia de la ciudad
La manzana 169 tiene una ubicación estratégica. Fue, durante décadas, la más cara de la ciudad. El 8 de enero de 1888, plena Belle Epoque argentina, se funda allí el fantástico “Bristol Hotel”, un alojamiento rimbombante de una exclusividad inédita en el mundo de hoy.
-Víctor, ¿en qué contexto surge la construcción de este hotel?
-Todo tenía que ver con la necesidad de la elite porteña por vacacionar en un balneario de aguas templadas. Ellos querían tener un lugar de descanso similar a los que, por entonces, existían en Europa, particularmente en Biarritz, Francia, y en Brighton, Inglaterra. Antes de eso, existía un alojamiento llamado Grand Hotel, pero en determinado momento no alcanzó, ni en tamaño ni en comodidades, para satisfacer las necesidades de aquellos primeros turistas que recibía la ciudad. En esto tuvo que ver la llegada del ferrocarril a Mar del Plata: permitió que los veraneantes llegaran de a muchos.
-¿Quién, o quienes, estuvieron detrás de este proyecto?
-Quien hizo todo esto fue José Luro, el hijo de Pedro Luro, junto con un grupo de inversores privados. Crearon la firma Bristol Hotel S.A y se propusieron imponer a Mar del Plata como “el primer y mejor” balneario argentino.
-¿Cómo impactó en la ciudad la construcción del hotel?
-Produjo cambios radicales. El hotel de 5 estrellas, frente a la playa Bristol, creaba un espacio restringido para esa elite. Esto puso a Mar del Plata en un lugar muy especial.
“La casa vieja”
El casco original del edificio, de estilo chalet normando, fue construido en 1888, en tiempo récord: 10 meses. Se lo conocía como “La casa vieja” y tenía 45 metros de largo y 28 metros de profundidad. Contaba con 3 pisos y 67 habitaciones. La planta baja era de mampostería, mientras que los pisos superiores se sostenían en una estructura de madera con entrepaños de ladrillo. Tenía una rambla francesa muy distinguida, toda de madera. Luego, a partir de 1890, se agregaron el comedor y los salones de baile. Estaban en un edificio aparte que luego sería ampliado aún más, durante las primeras décadas del siglo XX.
La primera temporada, con mozos que venían desde Francia
“Así como el edificio asimilaba a los de Biarritz, todo el armado de servicio del hotel también estaba inspirado en el modelo europeo. Por eso, muchos mozos y cocineros eran traídos desde Francia. Venían a trabajar desde diciembre hasta abril, la temporada completa”, continúa Pegoraro.
-¿Cómo era la convivencia entre los huéspedes del hotel y las personas que ya vivían en Mar del Plata? Los pescadores, por ejemplo.
-Se mezclaban lo menos posible. Convivieron durante algunos veranos en la Bristol, que era la playa que usaban históricamente los pescadores. Pero a medida que fue llegando la elite porteña, comenzaron las presiones para alejar a los pescadores. Los veraneantes insistieron para que el puerto fuese trasladado al sur de la cuidad, y eso fue lo que terminó sucediendo. Pero no inmediatamente. Entonces, durante un par de décadas, mientras los pesqueros desarrollaban sus tareas en la Bristol, ambos grupos intentaban cruzarse lo menos posible. Era un espacio público, pero simbólicamente restringido.
-¿Cómo era la experiencia de ir a la playa para los veraneantes de la época?
-Iban vestidos, porque el bronceado no estaba bien visto. De hecho, era característico de la gente que trabajaba y que permanecía horas al sol, como los pescadores. Los huéspedes del Bristol Hotel usaban paraguas y ropas largas para mantener la blancura de la piel, que era símbolo de un estatus social. De hecho, la experiencia de meterse al mar, para ellos, era muy distinta a la de hoy. Lo hacían con una especie de carreta tirada por caballos. Iban acompañados por un bañero y hacían un chapuzón corto, nada más. Se separaban por horarios y por segmentos: hombres y mujeres. Los hombres espiaban a las mujeres con larga vistas, pero ellas se vestían con trajes que les llegaban hasta el cuello. Era la Belle Époque, había otras reglas de decoro y otros modos de elitismo... Más que para meterse al mar, ellos venían a Mar del Plata a socializar, tanto en la playa, como en el comedor y en los salones de baile del hotel. En el “Bristol” comenzaron muchos romances, se hicieron mil negocios y, seguramente, varios casamientos arreglados.
-¿Cuánto duró el apogeo del hotel?
-Tuvo tres décadas doradas. Pero lenta y progresivamente, sus huéspedes dejaron de concurrirlo. Hubo varias razones. En 1938, durante la gobernación de Manuel Fresco, se terminó de asfaltar la ruta Buenos Aires-Mar del Plata. Esto permitió que se masificara el viaje en automóvil. Entonces comenzó a venir un público distinto. Ya no eran los aristócratas de doble apellido, sino burgueses, trabajadores de una clase media pudiente. No les faltaba el dinero, pero pertenecían a otros círculos sociales. Esto fue visto como algo malo por las clases altas tradicionales que, al mismo tiempo, comenzaron a construir sus propias casas de veraneo en las lomas de Santa Cecilia y Stella Maris. Así el hotel perdió su clientela. Y si bien empezó a alojar a los nuevos turistas, nunca se pudo reinventar para satisfacer las necesidades de ese nuevo segmento, que era mucho menos exigente en cuanto al lujo. Se convirtió en un lugar muy caro para las personas que llegaban a Mar del Plata. Pero esa no fue la única razón, el decaimiento fue progresivo. También lo golpeó brutalmente la crisis financiera de 1929: muchas de las familias que lo llenaban durante su época de oro pasaron de la riqueza a la quiebra. Y luego, además, se demolió la rambla de madera y se la reemplazó por una parecida a la actual, con una explanada abierta para que caminara quien quisiera. Esto, de alguna manera, le quitó exclusividad al hotel y a sus alrededores. También hay que tener en cuenta que la clase política no estaba interesada en que el Bristol Hotel subsistiera. En la década del 20, los socialistas ganaron la intendencia y se produjo un quiebre de mentalidad: ellos buscaban abrir el balneario a otra gente.
La última cena
El 16 de junio de 1944, el Bristol Hotel sirvió su última cena. Después cerró sus puertas para siempre. Una inmobiliaria local se encargó de rematar el mobiliario, los adornos y otros objetos. La subasta se extendió durante ocho semanas consecutivas. Más tarde salieron a la venta los distintos edificios que componían el complejo hotelero, que se dividieron en 42 locales externos, 38 internos, 24 stands y tres cines.
Continúa Pegoraro: “Ahí entró a jugar fuerte Rodolfo Peracca, un martillero de la época. Decía que tenía ‘la mejor manzana de Mar del Plata’, pero fijó un precio tan elevado que no consiguió compradores. Mientras tanto, para aprovechar las instalaciones, un grupo inmobiliario creó un centro comercial, la ‘Galería Bristol’. Allí funcionaron dos cines, entre otros comercios. Pero tampoco duró mucho. Los inmuebles que alguna vez recibieron a la elite porteña fueron pasando por diferentes manos, pero todas las inversiones fracasaron”.
-¿Cómo es posible que nadie ofertara por una de las manzanas más importantes de la ciudad?
-Recién en 1966, 22 años después del cierre del Bristol Hotel, la firma Atarasico compró la manzana por 100 millones de pesos. Casi acto seguido, varios de sus inversores se pusieron de acuerdo en presentar un mega proyecto llamado “Gran Galería Bristol”. Ellos querían derrumbar lo que quedaba del casco y salones del hotel para construir un complejo de tres torres de 30 pisos cada una. En una de las torres iba a funcionar un hotel con 660 habitaciones. Las otras dos torres serían destinadas a viviendas. El proyecto fue promovido como “de vanguardia” y fue aprobado, entre polémicas, por el intendente, que era un interventor designado por el gobierno de Juan Carlos Onganía. Fue una época de muchas “excepciones” en cuanto a construcciones urbanas en Mar del Plata.
David Graiver, el banquero de Montoneros
A pesar de haber desarrollado el ambicioso proyecto, la firma Atarasico no pudo llevar adelante su construcción. “En el año 68, la manzana cambia de dueño: la compra David Graiver, el banquero vinculado con el grupo Montoneros, a través de sus empresas ‘Fundar’ y ‘Construir’. Su intención era continuar el proyecto de Atarasico. Demolió lo que quedaba del hotel y cavó el pozo de obra, pero no dio inicio a la construcción inmediatamente. Los derechos de edificación estaban endebles, faltaba la aprobación de la oficina de Obras Privadas de la municipalidad. Los trámites burocráticos avanzaban muy lentos”, explica Pegoraro.
Finalmente, en 1972 empezó la construcción del Bristol Center, con capital provisto por las empresas de Graiver. El trabajo estuvo a cargo del empresario Nicolas Dazeo que, increíblemente, se retiró a los pocos meses de haber firmado. Completó las primeras plantas y abandonó el trabajo alegando “falta de pagos”.
-¿Cuál era la opinión de los marplatenses sobre el proyecto Bristol Center?
-Despertó una gran polémica. Se puso en tela de juicio a las personas involucradas con el proyecto, por varias razones. Primero, por el simple hecho de que fuera aprobada una edificación de semejante altura. Segundo, porque de concretarse la construcción, las torres proyectarían un enorme cono de sombra sobre la Bristol al atardecer, quitándole varios minutos de sol a los turistas. El problema había atravesado todos los canales de la sociedad marplatense. Se discutía entre vecinos, partidos políticos, sindicatos, secretarios de planeamiento, periodistas y arquitectos. Y, por inercia, quien también sintió el calor de la discusión fue el intendente Luis Nuncio Fabrizio (socialista), quien no tuvo más remedio que intervenir. Fabrizio entregó el expediente al Concejo Deliberante: “Háganse cargo”, les pidió.
Piñas, sillazos y tiros al aire
-Las crónicas de la época describen que la reunión del Concejo Deliberante fue tremendamente violenta.
-En la reunión se debatió sobre el cono de sombra. Pero luego la charla se profundizó y tomó un tinte político. Hubo una atroz pelea entre los políticos de turno, entre la izquierda y la derecha peronista, y también entre los socialistas y los radicales de acá. El oficialismo y los federalistas querían terminar el edificio, estaban convencidos de que generaría trabajo. Se reunieron a la noche, en una sesión maratónica que duró muchísimas horas. A eso de las 2 de la madrugada, todo estalló. El radicalismo estaba decididamente en contra. Fue una sesión violenta, con varias interrupciones, debates, insultos, forcejeos y también corridas. En medio del caos, algunos quisieron quitar los cuadros de María Estela Martínez de Perón que colgaban en el recinto, lo que generó la reacción de la derecha peronista. Y llegaron los tiros: hubo 9 disparos al aire. Afortunadamente, nadie salió herido. La sesión se interrumpió momentáneamente, pero se retomó minutos más tarde.
-¿A qué conclusión llegaron?
-Se votó y hubo un empate técnico: 11 a 11. Definió el entonces presidente del Concejo Deliberante, un señor de apellido Junco, que votó en consonancia con su partido político, el socialismo, y dio el visto bueno al proyecto.
-Retomaron la construcción, entonces.
-Por poco tiempo, porque vino el Rodrigazo y todo se volvió a paralizar. Luego, en plena dictadura, mal o bien se avanzó un poco más: llegaron al piso 24 de la primera torre. Pero en agosto de 1976 murió David Graiver y se hizo toda una reconstrucción de su figura, se dijo que la plata del edificio venía de Montoneros... Hubo mucha polémica, se dijo de todo, y el proyecto quedó trunco nuevamente, esta vez por muchos años.
-¿Cuándo terminaron las torres que vemos hoy?
-En la década del 90 se retomó la construcción. Terminaron el hotel, que finalmente alcanzó los 18 pisos y se llama Bristol Condominio Apart Hotel. La otra torre, la más alta, de 24 pisos, es el Edificio Bristol. Eso es lo que vemos hoy. La tercera torre nunca se construyó.
-¿Qué destino tenían, en el proyecto original, las tres primeras plantas del complejo?
-En esos tres pisos iban a funcionar locales comerciales y una zona cultural. Iban a haber dos cines, una confitería, un restaurante, un solarium y hasta una pileta de natación con agua de mar. Cuando la idea se discutió con el Concejo Deliberante, los dueños de las firmas de Graiver arreglaron con la municipalidad que, de ser aprobado el proyecto y de concretarse, le donarían a la ciudad un auditorio de 360 metros cuadrados y una sala de exposiciones de 390 metros cuadrados. Esa donación fue un soborno encubierto, pero soborno al fin, para que la votación saliera a favor de ellos... algo que finalmente sucedió.
Las primeras tres plantas aún hoy permanecen vacías. “Hubo muchas ideas sobre cómo aprovechar ese espacio: alquilarlo, demolerlo... pero, por arriba de todo, hay una cuestión: todos los dueños tienen que estar de acuerdo, de manera unánime, sobre qué hacer allí. Durante muchos años fueron un símbolo de decadencia. Luego se las mejoró, pero siguen dando un aspecto llamativamente feo”, concluye Pegoraro.
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