Breve historia de la marcha de la moda
La marcha de la moda fue la denominación del manifiesto costumbrista publicado en Buenos Aires el 18 de noviembre de 1837 en ocasión de la aparición del primer número de la revista La Moda, la publicación pionera en analizar los estilos porteños y cuya aparición se extendió hasta el 21 de abril de 1838. Sus señas particulares remitieron a una portada elegante que pronunció: Gacetín semanal de música de poesía, de literatura, de costumbres y también a una puesta en página cimentada sobre cuatro hojas de tamaño extragrande, conformando una secuencia visual de ocho columnas. A modo de epílogo tuvo un correlato sonoro y allí, las corcheas de una partitura musical compuesta por Figarillo; tal fue el seudónimo de Juan Bautista Alberdi, el director de esa publicación rara avis.
También doctor en jurisprudencia, autor de El espíritu de la música y de las Bases para la organización política de la Confederación Argentina que ofició de toile para la Constitución Nacional Argentina de 1853. Con sus arbitrariedades sobre levitas, los colores en boga y los peinados matizados con la vida de salón, compusieron un extraño corpus de moda y literatura distribuidos en 32 ejemplares, que se vendieron en la imprenta de la Libertad, en la librería de los señores Sastre, Balcarce, Seadman y Mompiey.
Entre las proclamas y el recorrido sobre usos y costumbres trazado por Alberdi y sus colaboradores (muchos de los cuales pertenecían al Salón Literario de Marcos Sastre) se anunció que La Moda abordaría un recorrido por los movimientos de la moda contemporáneos a su tiempo “en Europa y entre nosotros en trajes de hombres y señoras, en géneros, en colores, en peinados, en muebles, en calzados, en puntos de concurrencia pública” sumadas a “ideas sucintas del valor específico y social de toda producción inteligente que apareciere en nuestro país, ya sea indígena o importada”. Así como también admitió entre sus temas de estudio “nociones claras y breves, sin metafísica al alcance de todos, sobre literatura moderna, música, poesía, costumbres y muchas otras cosas cuya inteligencia fácil cubre de prestigio y de gracia la educación de una persona joven”.
Y en el mismo orden de intereses editoriales y estéticos, destacó: “Las nociones simples y sanas de urbanidad democrática y noble en el baile, en la mesa, las visitas y los espectáculos. Haciendo énfasis en la belleza pues nuestras columnas serán impenetrables a toda producción fea y de mal gusto”. Un recorte de las crónicas pioneras en su género ahondó en los sombreros en boga: “Los grises podrán tener suceso como moda excepcional; los sombreros negros son muy encorvados y parecen huir las orejas y las sienes” y, por sobre todas las cosas, cautivó en sus licencias poéticas para con las paletas cromáticas, las estampas y las texturas: “El azul violeta y el pan quemado son siempre los colores favoritos de la paquetería para andar en la calle. Así como también la afirmación: “Se distingue el gusto en los pantalones el uso del gris perla, el lomo de liebre, el manzana. La bitácora que se anticipó tanto a la publicación Dernière mode, del poeta Stéphane Mallarmé y a la columna Why dont you de la editora inglesa Diana Vreeland para Harper’s Bazaar y en sus arbitrariedades se refirió a diversas piezas de los básicos masculinos circa 1937. Aquí algunas sentencias:
- “La levita siempre muy corta y con menos vuelo, su cuello de terciopelo se ornamentaba con botones chicos”.
- “El pantalón de corte derecho, angosto abajo, en colores rayados y a cuadros generosos obscuros” para medio tiempo, y en el verano se lleva en brin blanco y aplomado.
- “El chaleco con el cuello doblado formando con la orilla esterna del cuello más bien un óvalo que una v”.