Entre todo lo que podían prever para mantenerse a flote nunca imaginaron una pandemia pero, sin cambiar de rumbo, así la enfrentaron
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Viajan y viven en velero hace casi tres años. Con el cierre de fronteras, y para cuidar a sus dos hijos, dejaron de recibir huéspedes a bordo y encontraron el impulso y el escenario perfecto para cumplir otro sueño.
Debe ser uno de los grandes mitos de este siglo: hay que ser millonario para ser libre. La segunda temporada de La Casa de Papel arranca con los protagonistas viviendo “la buena vida” tras haber robado mil millones de euros. Se los muestra en islas tropicales, relajados en hamacas paraguayas, comiendo frutas exóticas y envueltos en harapos de lino y algodón. Bueno, por acá les cuento que no hay que ser millonario para tener ese estilo de vida, o por lo menos, no es la única forma.
Hace tres años...
Dejamos atrás la vida que conocíamos para empezar una nueva, totalmente distinta, en el mar. Ulises tenía dos años, usaba pañales y apenas decía algunas palabras, cuando nos embarcamos en una aventura que no sabíamos muy bien hasta dónde nos llevaría ni por cuánto tiempo. El tema económico era una de nuestras mayores preocupaciones: ¿cuánto se gasta por mes viviendo y viajando en velero por Brasil? Y sobre todo, ¿de dónde íbamos a sacar la plata? Habíamos comprado El Barco Amarillo con un retiro voluntario que acepté de mi puesto como redactora en una revista de viajes; y dos años después Juan también hizo un arreglo para salir de la aerolínea en la que trabajaba como psicólogo, un dinero que inmediatamente se convirtió en un fondo de reserva para este viaje. Fueron dos oportunidades que se presentaron en medio de una crisis económica general y que supimos aprovechar, por un lado con muchas dudas y angustia por la incertidumbre que genera quedarse sin ingresos fijos, pero por otro lado -sobre todo al verlo en retrospectiva-, con el foco bien puesto en cumplir nuestro sueño.
¡Un dólar de 23 pesos a 42!
En tres meses de preparativos bajamos las persianas en Buenos Aires, vendimos el auto y alquilamos nuestro departamento de Núñez con todo lo que tenía adentro. “Todo” es literal: entregamos las llaves, cerramos la puerta del lado de afuera y nos quedamos en la vereda con las almohadas, una mochila de ropa, otra de herramientas y medicamentos, y una tercera de juguetes de Ulises. Ese día firmamos el contrato de alquiler, y apenas una semana después el peso argentino se desplomó de golpe: ¡el cambio pasó de 23 pesos por dólar a 42! El viaje no había empezado y ya teníamos la mitad de la plata que habíamos calculado. Indignados y preocupados, pensamos en revertir el contrato, hacerlo de nuevo con alguna cláusula especial ligada a la inflación, pero enseguida resolvimos no permitir que cuestiones de afuera afectaran nuestro viaje, no dar pasos hacia atrás. Mientras soñábamos con esta vida habíamos visto, demasiadas veces, un video en Youtube de un navegante que aseguraba que si uno está dispuesto a trabajar, se consigue trabajo y nunca se pasa hambre, especialmente con un estilo de vida austero y simple como el que planeábamos.
Antes de zarpar tuvimos que invertir casi la mitad del retiro voluntario de Juan en un bote de apoyo inflable y un motor fuera de borda, jornadas de astillero y pintura para el fondo del barco, arneses y un equipo satelital de ubicación y rescate. Largamos amarras y los primeros seis meses del viaje por la costa de Santa Catarina y Sao Paulo nos gastamos el resto del dinero. Gastamos, o mejor dicho, invertimos, porque de este primer tramo apareció una nueva oportunidad de financiación: a través del instagram de @el_barco_amarillo nos contactó una pareja, Florencia y Agustín, que quería venir a pasar sus vacaciones con nosotros. Dudamos, ¿entraremos todos? ¿se marearán? Y les explicamos: no tenemos ducha caliente, van a compartir 24/7 con nosotros, tenemos un niño pequeño y una cachorra que adoptamos en el camino. Aceptaron y a partir de esa primera experiencia pasaron muchas personas por la cabina de nuestro barco, la mayoría argentinos. Recuperamos aquella inversión y empezamos a ganar dinero -incluso más de lo que hacíamos ejerciendo nuestras profesiones- hospedando y haciendo paseos a vela en los destinos turísticos de Brasil por los que pasábamos. Todo iba muuy bien hasta que el Corona Virus cruzó el Atlántico.
La llegada del COVID-19
Para entonces yo estaba embarazada de cinco meses de Renata, así que no sólo tuvimos que dejar de hospedar turistas a bordo para cuidarnos y no correr el riesgo de contagiarnos, sino que tuvimos que replantearnos y reprogramar varias veces dónde iba a nacer nuestra bebé. Se cerraron las fronteras, la familia ya no consiguió venir para Brasil ni nosotros ir para Argentina; y una maternidad privada resultó la opción más cuidada en tiempos de pandemia. Fue una inversión: ahí se fueron los dos mil dólares que habíamos juntado durante la temporada. Renata nació perfecta. Pero el ingreso que nos quedaba ahora era el alquiler del departamento, que estaba más devaluado que nunca: el dólar blue había tocado los 178 pesos, lo que nos daban cada mes por usar nuestra casa no alcanzaba ni para comprar la comida. Sin planearlo, teníamos la motivación y el escenario ideal para concretar otro proyecto, con el barco vacío por las barreras sanitarias y el silencio que merece una recién nacida, terminé el libro que venía escribiendo hacía casi un año de la mano de la editora Josefina Licitra.
La publicación fue un proceso hermoso y difícil, porque la industria editorial está en crisis hace tiempo, más ahora con la pandemia, y la recomendación en general era que esperara: me ofrecían publicar en el año 2022. No quise demorar en contar nuestra historia -muy actual porque el libro va hasta el nacimiento de Renata-, además, ya vendrían otras avenuras más adelante. Por otro lado, muchas personas a través de las redes sociales nos pedían más contenido, relatos y hasta consejos sobre cómo cambiar el estilo de vida. Así fue que, de la mano de mi amiga Florencia Catania, que casualmente estaba escribiendo otro libro, armamos una pequeña editorial. Ella desde Buenos Aires y yo desde el mar, conseguimos publicar, vender y distribuir nuestros libros por toda la Argentina y en otros países del mundo. En el mes que duró la preventa de “El Barco Amarillo” se vendieron más de mil copias. Y otro tanto con el libro de Flor, “Mi primer ciclo”, pensado para acompañar a las niñas en sus primeros ciclos ovulatorios. Si bien Amarillo Ediciones nace en un principio para poder dar curso a nuestros propios libros, ya estamos trabajando con textos de otros viajeros, influencers y escritores que, como nosotras, no encontraban el camino para poder llevar sus historias al papel. Un sueño que se sigue multiplicando.
Más info: podés acompañar el viaje y comprar un ejemplar del libro en www.instagram.com/el_barco_amarillo
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