Borges y Bioy, criaturas para querer
Removiendo lejanas conversaciones que mantuvo con los dos escritores, el autor de esta nota reúne hoy a Borges y a Bioy Casares. ¿Por qué motivo se permite esta reunión cumbre del Sumo Ciego y del Sumo Seductor? Porque sí. Porque es verano y el verano tiene pulso.
No es aniversario de nada en particular. Al caraxus con la cómoda manía de escribir al compás de los aniversarios. Resulta que ahora me dan ganas de retomar tramos de conversaciones, ya lejanas, que mantuve con don Borges y con don Bioy.
Las palabras que vienen me fueron expresadas por ellos en muy distintos ratos de sus vidas, en diferentes momentos de este parpadeo de eternidad que tenemos los humanos para estar y, mal que mal, respirar. Las oí y las escuché a esas palabras, las guardé en cintas, grabadas. Después las recuperé, las desmenucé y muchas fueron a parar a Borges-Bioy: Confesiones, confesiones , un libro que publiqué hace ya más de diez años. Una década es nada, o es mucho, si consideramos que vivimos en un país propenso a la histeria y a la desmemoria. Y sin que medie ningún bendito aniversario mortuorio, hoy recupero ráfagas de aquello.
Hoy, frente la misma ventana
Todo es posible, y más si estamos vivos y en esta patria idolatrada. Imaginemos la escena: ellos, Borges y Bioy, los entrañables viejos, se encuentran aquí, sentados frente a una misma amplia ventana. Yo trato de no espantar el sosiego de este momento; desde la penumbra de un ángulo observo sus espaldas, sus nucas tranquilizadas por la edad... Están juntos. Pero están solos. No hablan entre sí; en realidad, monologan. Cada uno dice lo suyo como quien piensa en voz alta. Escuchémoslos en este verano de un 2009 que recién brota sus primeros días, mientras detrás de la ventana la vida sucede.
Borges : -Bueno, pasé la noche y aquí estoy, despierto. Sigo con vida; no sé si es una buena noticia.
Bioy : -Se va estrechando el número de cosas que puedo hacer, pero quiero hacer las que puedo.
Borges : -No creo que haga falta decirlo otra vez, no he sido bastante valiente; bah, ni poco valiente tampoco. La prueba es que no he conseguido suicidarme; esperé demasiado tiempo y me parece que ya no hace falta. He tenido más desdicha que felicidad pero, bueno, no puedo culpar a nadie por eso: fui el artífice de algunas páginas perdonables y el artífice de mis propias dichas y desdichas.
Bioy : -Se suele decir que no hay nada más triste que recordar los lejanos tiempos felices. Porque ya pasaron. Yo no estoy de acuerdo: recordar la felicidad me trae una brisa de felicidad.
Borges : -Usted, Rodolfo, que nos mira ahora desde la penumbra, el otro día insistió en regalarme nueces y una barra de chocolate de taza... bueno, muchas gracias. Pero esto, como las condecoraciones de varias universidades del mundo, demuestra que los países y la gente cometen errores. Yo no lo merezco. Tampoco merezco castigo alguno. ¿Quién soy yo para merecer el castigo...? No ser católico me libera del tormento de pensar en mi salvación personal. La confianza en una muerte absoluta me facilita esta espera... De todos modos, gracias por el chocolate. Y muchas gracias por las nueces; le confieso: nunca había comido nueces y menos como usted me propuso, al atardecer y con pan. Fui Adán de esas nueces.
Bioy : -Vengo de estar unas semanas en el mar, en la costa francesa. Todos los días salía a una terraza con balcones de madera y abajo veía el mar que se movía... Después bajaba a bañarme, mar adentro... ¡sin salvavidas eh! Sería ridículo con salvavidas yo.
Borges : -A veces pienso que no tengo derecho a ser tan terminante, a decir que ya no seré feliz. Con eso castigo a quienes se obstinan en quererme. No sé por qué procedo así... En los días que no viene nadie a trabajar, a estar conmigo, suelo entretenerme: me pongo a revisar esa irremediable inclinación mía a afligir a quienes me rodean. Bueno, así llega la hora de mi cena y entonces cumplo con la costumbre de comer.
Bioy : -Generalmente almuerzo y ceno. Y me gusta comer con hambre. Soy de gustos sencillos, por eso no eludo un buen bife y papas al natural. No me gusta adjetivar la papa con sal o con aceite o con mayonesa. Me gusta como es. También me gusta mucho el pan, pero me irrita esa tendencia a hacer pan con gusto a esto o con gusto a aquello. A mí me gusta el pan con gusto a pan. El pan sin adjetivos.
(Borges está con sus dos manos cruzadas sobre su bastón y el bastón, vertical. Bioy al bastón lo tiene como olvidado, afirmado en su pierna izquierda. Una y otra vez trata de ajustar su corbata en el cuello de una camisa que ahora le queda holgada... Desde la penumbra, apenas en voz alta, para no trizar el sosiego, les pregunto qué les sugiere la expresión "el día de mañana"... El hombre ciego inesperadamente sonríe, y dice.)
Borges : -Ambiciones no tengo... El afecto de tanta gente me resulta incomprensible, un misterio estadístico. No voy a permitirme por eso la insolencia del júbilo, ¿no?
Bioy : -Vuelta a vuelta, Rodolfo, usted me dice que mi entusiasmo es asombroso. No creo que sea un mérito mi entusiasmo, es una gracia heredada, que agradezco. Me divierto con mis invenciones y espero que pueda divertir a los demás... Quiero decir: que algo de adolescente queda en este viejo de miércoles. Uno dice "de miércoles" para no asustar al burgués. Debería decir "de mierda", claro…
Borges : -Viene usted de la calle, ¿no? Tal vez presenció algún incidente, algún asesinato. Recién oí gritos que informaban que había sucedido algo irreparable por aquí cerca, ¿una muerte tal vez...? Es curioso: sabemos que el que muere, muere absolutamente, pero nosotros igual caemos en el desconsuelo; no queremos aceptar que la muerte nos borra y que eso sí es una buena noticia... Por mi parte, lo único que me preocupa hacia el futuro es que algún atolondrado cometa la mala ocurrencia de proponerme como nombre de una calle, de alguna perdida plaza o de algún andén.
(Afuera la tarde sucede tardecita, empieza a tejerse con la noche. El silencio baja como para quedarse. Les propongo a estos dos viejos, que ahora parecen tener la misma edad, que dejen de hablar sobre "el día de mañana", que veamos eso que llamamos "hoy"... Bioy con su pañuelo seca lágrimas neutras de sus ojos acuosos. Aclara que no son lágrimas debidas a la emoción: "Lo que pasa es que soy un viejo de miércoles. Transparente para las mujeres..." Se ríe con una carcajada juguetona, inesperada, y sigue.)
Bioy : -Cuando tengo un día demasiado solo, leo; si no encuentro un libro que me agrade... bueno, entonces pienso en aquellos veranos tan felices de mi niñez. Porque usted sabe, en los veranos yo iba a la estancia de mi padre, posiblemente el lugar de la Tierra que más quiero.
Borges : -No quiero convertirme en un profesional de la longevidad; además, me parece que vengo siendo póstumo desde que nací... No sé quién dijo alguna vez -tal vez yo lo dije- que nuestra tarea postrera es repartirnos como ladrones el caudal de los días y de las noches... Pero hasta esa tarea es vana; quiero decir que la vida no me suscita el menor fanatismo.
Bioy : -Hay días en que me entrego a la pereza; y no son días buenos para mí. Por eso siempre, al levantarme, mientras me baño y me afeito, trato de pensar algo interesante; trato de darme cuerda diariamente.
Borges : -Ya no me entretiene, como hace años, la obligación de ser memorable. Ultimamente me avisan que me han concedido premios y distinciones en países que no llegaré a conocer; bueno, es un halago, pero ningún halago sobrevive a la inexorable muerte. El halago de la posteridad no me consuela porque vale tanto como el halago de nuestros contemporáneos, que no vale absolutamente nada. Pero no soy desdichado por tener la certeza de esto; al menos tengo para mí el consuelo de saberlo de antemano... Ah, uno muere por haber nacido, ¿no?
Bioy : -Sabe una cosa, hace dos, tres días, yo estaba francamente desesperado... El perro que era de mi hija muerta, un perro que a veces vive acá y a veces en la casa que habitaba con ella, ese perro que está echado allí, ¿lo ve?, destrozó los sillones de la sala. Puede verificar el desastre si mira por sobre mi hombro... Pero mi desesperación no era por los destrozos, era porque el pobre animal me trajo de nuevo la evidencia, el horror de cosas que han pasado últimamente aquí... Son momentos insoportables, porque las piezas, las camas vacías no tienen remedio... Qué mal estaba yo el otro día... Por fortuna miré hacia afuera y sentí el sol... El sol no era una cosa, digamos, espléndida, pero lo sentí como un bálsamo que lo consuela a uno... Pedí un vaso de agua, lo bebí, y encontré que el agua estaba deliciosa.
Abrazo pendiente
Sé que la propuesta de este encuentro ilusorio es una impertinencia, pero la impertinencia es también una forma del amor. No voy a irme de esta página sin escribir en voz alta algo que se cae por maduro: a don Borges y a don Bioy, tan generosos, tan entregados a la confesión, les quiero dar algo que no tiene nada que ver con el análisis de la entretela de sus escrituras, ni con el mentado estructuralismo, ni con la semiología, ni con la especulación literaria: les quiero dar un abrazo. Y fuerte. Este abrazo, así.
¿Cómo decir sin más vueltas que yo, a los dos, les tengo un hondo afecto? Tantas, pero tantas veces la admiración literaria disimula y enmascara intelectualmente el afecto que nos viene directamente del corazón. Sí, ya sabemos que el asunto del corazón carece de prestigio y es sospechoso a la hora del empeño literario. Pero al diablo con eso: lo dicho, dicho está. El impulso es irreparable, y a este abrazo ni Dios con toda su mayúscula lo puede impedir.
Quedan unas pocas líneas por delante. ¿Cuál de los dos pronunciará las últimas restantes palabras? ¿Borges o Bioy? ¿El Sumo Ciego o el Sumo Pícaro? No importa quién. El orden de los factores aquí no modifica, no soluciona el misterio. Los dos, como todos los arrojados a nacer, son portadores de desolación. Los dos, como todos los que alguna vez han respirado, son personajes de una infinita novela. El uno, hacedor de laberintos que después intentaba descifrar; el otro, detective cordial de esa ambigüedad que entreteje la realidad con lo fantástico. El uno y el otro, tan diferentes, tan opuestos, tan polares, y tan encontrados en la amistad. Los dos sumamente criaturas, tan criaturas que hasta los prodigios de sus libros podrían volverse un detalle menor.
Ahí están, don Bioy y don Borges, desguarnecidos y desolados frente al renovado misterio; como cualquiera: como tú, como él, como nosotros, vosotros y ellos. Como yo, que he decidido dejar de esconderme en la admiración literaria para repetir, lisa y llanamente, que los quiero.
Dos criaturas que tienen ahora la última palabra, porque la palabra es con ellos, es de ellos.
BorgesBioy ya están escribiendo sobre el papel de la única memoria capaz de atravesar la inmortalidad; en voz alta, están escribiendo en la memoria del aire. Escuchémolos, ahora, mientras el verano tiene pulso.
Borges : -Usted me pide que le responda sobre la palabra maestro y sobre la palabra infamia. Si con esas palabras quiere aludir a mis cualidades, le contesto que no tengo nada de maestro, en todo caso soy un alumno cada día más antiguo... Infamias seguramente he cometido; admito el pecado de querer ser escritor, pecado sin duda favorecido por la indulgencia de la gente y la suya además, que ha venido a elogiarme con su atención y hace un rato a entretenerme con la evocación de Greta Garbo y sus ilustres facciones... Otro pecado que cometí -le estoy robando una vez más la palabra a los católicos- es haber sido impiadoso con mi madre. Ella persistía en la esperanza; le agradaba suponer que mi vista algo mejoraba, pero yo no le daba tregua y siempre le contestaba que estaba irremediablemente ciego. Qué me hubiera costado decirle que estaba viendo un poco más... Ni cuando ella se moría le concedí la dicha de esa dulce mentira. Bueno, aquí tiene mi respuesta a su interrogante sobre la infamia. Siento una honda culpa por lo que no le di a mi madre... me hubiera costado tan poco... En fin, quisiera tenerla viva por un rato; quisiera que ella otra vez me preguntara cómo estoy de la vista para decirle: "Madre, qué curioso, estos días ando mejor, estoy viendo un poco más..." Pero ahora ya es tarde para eso, sólo me queda el consuelo de haber aprendido que mucho más importante que las muertes heroicas son las vidas heroicas. Ser un poco más bueno con mi madre... Eso hubiera sido heroico para mí.
Bioy : -Puede ser un lugar común, pero el verano, esas flores, los árboles aquellos... me dan un impulso vital, ciertas ganas de seguir en esto. Pienso que la tristeza de morir es saber que va a venir una mañana que no voy a ver. Aparte de eso, me gusta esto: la vida... Antes de nacer yo no estaba preocupado. Después, con la muerte, estaré igual, supongo... Pero si usted, Rodolfo, me pregunta por hoy, por este instante, le digo que me gustaría estar un poco más ágil, bajar con usted por el ascensor, caminar un buen rato por cualquier vereda, pararme frente a la vidriera de una panadería y comprarle medio kilo de pan recién hecho a la mujer que atiende... Aunque admito que soy lo que le dije, ¡un viejo de miércoles!, quisiera ahora tomar la vida con las dos manos. Pero la vida fluye y se va. Caray, no la puedo apresar... Sin embargo yo insisto igual: me bebo este vaso de agua... ahhh... ¡está riquísima...! Gracias al sabor del agua, si estaba algo triste dejo de estarlo y recupero ahora una alegría decorosa... En fin, mi amigo, últimamente lo más importante para mí es llegar a ver la luz del día siguiente.
(La posdata se desprende por madura: Borges y Bioy, más allá y más acá de sus libros, ante todo y después de todo, finalmente, dos criaturas para querer.)
rbraceli@arnet.com.ar
Para saber más: www.rodolfobraceli.com
Autor de una veintena de libros, algunos traducidos al inglés, italiano, francés y polaco; entre ellos, El último padre; Don Borges, saque su cuchillo porque...; De fútbol somos, y el reciente Vincent, te espero desnuda al final del libro.
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