Borges, el objeto de mi afecto
Alejandro Vaccaro tiene 53 años, tres hijos pequeños, cinco matrimonios y es coleccionista de objetos y libros relacionados con el escritor argentino Jorge Luis Borges. Su casa es un museo con más de 30.000 libros, 7000 artículos de diarios y pertenencias insólitas del autor, sobre el que escribirá una biografía que planea publicar Edhasa en 2006
El pelo del muerto asoma, incontenible. Bucles rojos y secos, todavía saludables, rebasan el sobre de papel.
–Mirá. Los pelos de Jacobo.
El hombre que sostiene orgulloso el mechón en la mano derecha es Alejandro Vaccaro, tiene 53 años, cinco matrimonios, tres hijos de ocho, cinco y tres años, y es la clase de persona que puede mostrar con orgullo el pelo de un muerto: un coleccionista.
La casa donde vive, un caserón de los años 20, con cuartos y entrepisos multiplicándose hasta el laberinto, está repleta de libros, periódicos, objetos y fotos relacionados con el hombre que él colecciona: Jorge Luis Borges. Vaccaro tiene 7000 recortes de diarios y revistas que mencionan al escritor, más 2000 libros –todos de primera edición– de temas relacionados con él, discos en los que se recitan sus poemas, cartas, invitaciones a conferencias, recibos de pago de clases y charlas; todo debidamente digitalizado y clasificado, y resguardado del paso del tiempo y la humedad, dispuesto en cajas especialmente construidas y preservado en papel de ecobotánica. Una fortuna puesta al servicio de esa colección compuesta por rastreo minucioso: comprobantes de viaje, certificados de vacunación contra la viruela, un folleto turístico de la empresa Varig en el que Borges se prodiga en elogios al paisaje argentino con tono de agente de viajes, la colección completa de revistas en las que el escritor colaboró, como Proa, Sur, Ultra, y un billete de lotería –el 10061– al que jura que Borges le jugaba.
–Escolaseaba con ese número. Pero yo primero soy biógrafo y después coleccionista. Me ha ido bien en los negocios, y eso me permite comprar estas cosas.
Buscando los trozos esparcidos de Borges por el mundo, Vaccaro no se fija en gastos. Para conocer a la hija de Concepción Guerrero (una novia antigua del escritor), Vaccaro tomó un avión, voló a Londres, alquiló un auto, viajó a Gales, y la mujer le contó detalles importantes de la relación de su madre con el escritor que se transformaron en algunas líneas del libro Georgie 1899-1930 - Una vida de Jorge Luis Borges, firmado por Vaccaro y publicado por Editorial Proa/ Alberto Casares en 1996.
–Pero son cuatro líneas probadas. Certeras. Yo sólo trabajo con material de primera.
Borges y Boca
El living de su casa tiene las dimensiones de un departamento pequeño. El comedor es un sitio dramáticamente empapelado de negro. Vaccaro no viene de casas como éstas. Es hijo de una familia pobre, de un padre que trabajaba como empleado de comercio y una madre ama de casa. No había hambre, pero tampoco lujos ni ropa en exceso. Vivían en Caballito y Alejandro no era lo que se dice un lector asiduo.
–El primer libro que leí, a mis 16 años, fue Crimen y castigo (de Dostoievski). En la esquina de mi casa había un chico que vivía en una pensión y jugaba al fútbol en Platense. Yo era amigo de él por el fútbol, pero un día me preguntó si había leído Crimen y castigo. Me lo compré y a partir de ese momento ya no paré.
Todo lo demás lo cuenta así: que se recibió de perito mercantil, estudió para ser contador público en la UBA mientras trabajaba en Vialidad Nacional donde conoció a su primera mujer, lectora como él, voraz, se recibió, no ejerció nunca, pero ganó mucho dinero dedicándose a los planes de ahorro previo.
–Son esos sistemas de autofinanciación en los que se hacen grupos de personas que pagan una ava parte de un bien y en general se hace para comprar autos. Hace 25 años que me dedico a eso. En los 90 me fui a Polonia y a Ucrania a aprovechar la apertura y abrir negocios ahí, y gracias a eso tengo como cien viajes a Europa. Pero en 2003 vendí todas las empresas; ya no tengo ninguna. Estoy dedicado a terminar una biografía de Borges, que saca en 2006 Edhasa, y a un libro de ediciones B que se llama Borges en imágenes.
Y además de dedicarse a Borges, Vaccaro ha invertido buena parte de su tiempo en otra pasión bastante más popular.
–En abril de 2005 voy a ser socio vitalicio de Boca. Presido la Agrupación Azul y Oro de Boca desde hace años. Peronista, boquense, futbolero. Sí, soy como la antítesis de Borges. De hecho, yo soy setentista y militaba en la izquierda.
A principios de los 80, por una conversación con un librero, descubrió que había tres libros de los años 20 –El tamaño de mi esperanza, El idioma de los argentinos e Inquisiciones– que no habían sido reeditados por explícito mandato del autor.
–Y eso me despertó curiosidad. Qué misterio habría en esos libros que Borges no quería revelar. Empecé a transitar por librerías de viejo. Primero conseguí esos tres libros; después seguí y hoy ya me transformé en una especie de blanco a quien cualquiera que quiere vender algo de Borges llama.
Así fue como hace algunos años lo contactó Epifanía Uveda de Robledo, Fanny, la mujer que había trabajado en casa de Borges y su madre durante treinta años desde la década del 50. Estaba en la peor de las miserias y quería vender un zapato de Borges.
–El problema de esta mujer no se solucionaba si yo le compraba un zapato. Así que la fui a ver y le ofrecí que fuera a vivir a la casa que tiene la Agrupación Azul y Oro en La Boca. Los primeros dos años nunca hablamos de Borges, hasta que un día Fanny me dijo: “¿Cuándo vamos a hablar de Borges usted y yo?”. Empezamos esa noche.
El resultado de esas conversaciones es el libro El señor Borges, que Edhasa publicó en la Argentina en 2004 y acaba de salir en España. Está firmado por Fanny y Vaccaro, pero él le cedió a ella los derechos de autor.
El pelo de Jacobo
En todos estos años, Vaccaro se topó con la generosidad de algunos parientes, como Miguel de Torre, el sobrino de Borges que le regaló muchas cosas de su tío, aunque también tuvo diversos enfrentamientos, algunos legales, con la viuda del escritor, María Kodama. No obstante, nada parece mermar el ímpetu de este coleccionista entusiasta. Hace años, cuando Vaccaro empezó a ir tras los pasos de Borges, éste todavía estaba vivo. Sin embargo, los caminos del coleccionista y el coleccionado jamás se cruzaron. Vaccaro nunca lo vio. Borges jamás sospechó de la existencia de Vaccaro.
–Lo vi en alguna conferencia, alguna charla. Pero nunca me acerqué. Qué le hubiera podido decir. Le hice un favor. Se le acercaba tanta gente, todo el mundo a decirle algo.
Con su maniática obsesión de coleccionista perfecto arrasa en las librerías del mundo con cualquier libro que lleve una referencia a –o firma de– Borges, Jorge Luis. Así, tiene ejemplares en ruso, coreano o japonés, y también, claro, cosas más impresionantes, como 200 cartas manuscritas de Leonor Acevedo de Borges.
–Todo el tiempo te enfrentás a cosas que decís “esto lo tengo que tener, no lo puedo perder”. A veces me pregunto qué pasaría si la gente que me vende cosas supiera lo que yo estoy dispuesto a pagar por eso. Cuando buscábamos el colegio donde Borges había estudiado el secundario, encontramos las clasificaciones, los legajos, las firmas, en un cuarto con ventanas rotas, barro, humedad, un colchón y cientos de cientos de archivos. Entre sus compañeros de colegio figuraba Roberto Godell. Dimos con la hija de ese hombre y se apareció con el epistolario más antiguo que se conoce de Borges, que eran las cartas a Godell. Se conocieron en la primaria, y antes de morir Borges lo llamó desde Ginebra. Esa noche no dormí. Me quedé leyendo esas cartas.
–¿No es una invasión meterte en las cartas de otra persona?
–Claro. Yo digo siempre: si Borges se levantara de su tumba yo estaría en problemas. Pero hay cosas peores.
Hay cosas peores. Vaccaro se levanta y regresa con una caja de la que saca objetos como un chico muestra sus figuritas: la libreta de casamiento con Elsa Astete fechada el 4 de agosto de 1967, un reloj Movado que Bioy le regaló a su amigo, una bufanda y, sí, el sobre con los pelos del muerto.
–Esto me pasó en España. Fui a comprar unas cartas de Borges a un poeta, Jacobo Sureda. Hago la operación, que siempre son operaciones complicadas porque no hay valores establecidos, y hay gente que cree que lo que tiene vale fortuna. Hago la operación con el sobrino de Jacobo Sureda. Cerramos la operación y se va. Era viernes. Yo estaba contento, me fui a tomar una botella de champagne. El sábado a la mañana me llama este hombre a la habitación. Y yo pensé: se arrepintió, pero las cartas no las devuelvo ni muerto. Baja y el tipo me dice: “No, mire, le quiero hacer un regalo, le quiero regalar los pelos de Jacobo Sureda, mi tío”. Y sacó este sobre con los pelos y me lo regaló.
Sacude el sobre, Vaccaro, no lo suelta y lee una carta, prendida al sobre, que dice así: “Primer cabello que le cortamos a nuestro hijo Jacobo cuando tenía diez años y fue porque tenía que empezar a estudiar en el Instituto y no quería ir con el pelo largo porque le dirían que era una niña”.
–Me vine con las cartas y con esto a mi casa.
Y si alguien se preguntara por qué guarda con tanto cuidado los pelos de un poeta muerto hace décadas al que ni siquiera conoció, Vaccaro –obseso, coleccionista– lo explica fácil.
–Borges habrá visto esta cabellera alguna vez.