Bobby Flores: la bendición del maestro
El musicalizador enmarcó como un trofeo la remera que Rosko, mítico DJ norteamericano, le regaló después de que pasaran música juntos
Bobby Flores trepó el Everest y plantó bandera en la cima. Lo dice él, y tiene con qué probarlo: enmarcó el recuerdo de esa experiencia y lo colgó de la pared para certificar que aquello no fue un sueño. Allí está, bajo el vidrio, doblada con esmero, la remera que su ídolo y maestro, Rosko, le regaló después de que pasaran música juntos en el Soul Café de Las Cañitas una noche de 1995. Mientras la gente bailaba, Bobby supo dos cosas. La máxima autoridad en lo suyo le estaba dando su bendición: por fin, había llegado. Pero también aprendió que el camino no termina nunca, porque el teacher le ofrecía, con el ejemplo, secretos y revelaciones sobre el oficio que nunca olvidaría.
Rosko era el Jimmy Hendrix de los DJ. Nacido en Los Ángeles en 1942, Mike Pasternak (tal su verdadero nombre) fue el primero que hizo programas de radio centrados en el rock y el pop que duraban horas. Su estilo se impuso en los años 60 y principios de los 70 en Radio Caroline, una emisora pirata, y en la BBC de Londres. Dio a conocer a Marc Bolan, David Bowie, The Doors y el propio Hendrix.
¿Cómo llega este personaje a Buenos Aires? Lo trae Michel Peyronel, ex baterista de Riff y también hombre de radio, para hacer algunos shows. Además de pasar música en el Soul Café, por esos días Bobby conducía un programa en la Rock & Pop los sábados por la noche. Cuando lo llamaron para decirle que Rosko lo iría a ver, pasó algo raro: “Corté y me quedé dormido. Literalmente. Fue un knock out sentimental”, dice.
Ya no era un bebe de pecho. Lejos habían quedado los carnavales del club Deportivo San Andrés donde, a los 17 años, se inició en el oficio casi por azar. “Tenía un primo que vivía en Nueva York. Desde allá me mandaba discos para que se los cuidara hasta que él volviera. Un día, en febrero del 77, llevé al club unos discos de The Doors. El DJ me los pidió. Le dije que se los prestaba si los pasaba yo. Así empecé, en carnavales multitudinarios.”
Cuando los presentaron, la noche del Soul Café, Bobby sintió que tenía enfrente todo su pasado. Nunca antes había estado con nadie que venerara tanto. Pusieron manos a la obra con los discos de Flores. Por suerte, Rosko buscaba y encontraba: James Brown, Aretha Franklin, Marvin Gaye, Otis Redding. Bobby intervenía y metía algo más rockero. “Soul, dear deaf” (Soul, querido sordo), lo reprendía cariñosamente Rosko. “Trabajaba parado. Era un asunto corporal. Llevaba el beat en la rodilla, todo el tiempo. Desde ese día, yo en la radio trabajo parado.”
También aprendió que el DJ puede hablar en la intro del tema, en los puentes, pero jamás encima del que canta. Y si lo que dice no suma, mejor callar. Pero la gran lección fue el modo en que enhebraba los temas. Antes de ver al maestro en acción, Bobby decidía con qué empezar y luego se dejaba llevar. Rosko en cambio sabía adónde quería llegar. Toda su secuencia era un viaje hasta allí, sin pasos en falso. Para llevar el hilo de una historia, aprendió Flores, hay que pensar de atrás hacia adelante.
Así, en secuencias, nada resulta ajeno. Las músicas más distantes, dice Bobby, guardan entre sí no más de cinco grados de separación. Hace poco le explicaba a un grupo de musicoterapeutas cómo hacer para que un pibe que escucha Damas Gratis llegue a Miles Davis sin sentirse agredido. “El primer paso sería Diego Torres, algo latino más elaborado; de allí, un tema de Bob Marley; después, un poco de Horace Andy; ahí Miles Davis te queda a la vuelta de la esquina.”
Bobby mira el cuadro con la remera que Rosko le dedicó. “Es mi foto en el yate con Demi Moore en los años 80”, dice. Habrá que creerle. Se puede llegar a cualquier lado. A la cima del Everest. A una cita con la mujer más infartante de Hollywood. En la música y en la vida, sólo hay que encontrar la secuencia.