El 25 de junio de 1982 se estrenó el film futurista de Ridley Scott y fue un fracaso comercial... recién algunos años más tarde se convertiría en una película “de culto”
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Harrison Ford nunca se encargó de desmentir lo que es un secreto a voces en Hollywood: que odió cada minuto de la filmación de Blade Runner. Dicen que el rodaje fue un infierno, que el director Ridley Scott repetía cientos de veces cada escena y se llevaba mal con todos, que su pareja de ficción Sean Young era inestable y caprichosa, que la llovizna que azota a los personajes durante toda la película y que se consiguió con siete aparatos de riego suspendidos a seis metros por encima del plató transformaban el piso en un pantano imposible…
No solo eso. El lindo y carismático Harrison, que recién arrancaba el camino de los grandes con su sonrisa registrada y sus legendarios personajes de Indiana Jones y Han Solo, tuvo que vérselas aquí con su papel del sombrío detective Rick Deckard, a quien no terminaba de entender…
Hubo más y peor. Blade Runner se estrenó el 25 de junio de 1982, hace hoy 40 años, los críticos la masacraron y el primer fin de semana fue un fracaso tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Competía con la imbatible E.T: El extraterrestre, que se había estrenado el 11 de junio, era aclamada por la crítica y rompía récords de taquilla.
Y sin embargo, muy sin embargo, contra todos los datos y pronósticos, Harrison Ford y Blade Runner harían historia: dieron vida a la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos, una verdadera joya del séptimo arte.
Harrison, el irresistible
Alguna vez catalogado como el actor con mejores ingresos de taquilla del mundo y también como el más sexy, Harrison Ford ya había filmado Star Wars y Los cazadores del arca perdida cuando se topó con la encrucijada Blade Runner. Atrás habían quedado los tiempos en que tuvo que apelar a su segundo oficio de carpintero porque las mieles de Hollywood se le hacían esquivas y había que mantener a la familia. En aquellos tiempos, ni en sus sueños más optimistas debe haber imaginado que llegaría a ser una leyenda del cine ya que, de hecho, los estudios lo encontraban falto de carisma (¿¿de verdad??) y arrogante, y solo le ofrecían pobres papeles.
Casado en aquel entonces con una colega tampoco muy afortunada en los sets, Mary Marquardt, y con dos hijos, Ford había combinado por un tiempo la carpintería con pequeñas incursiones en el cine. Hasta que todo cambió. Contratado como actor de reparto en la película American Graffiti (1973), tuvo la oportunidad de conocer allí al director George Lucas, quien cuatro años después le daría su primer papel importante en La guerra de las galaxias: nada menos que el de Han Solo, uno de los personajes más icónicos de la historia del cine. Harrison Ford cobró 650 mil dólares y se transformó en estrella, abandonando su mesa de carpintero para siempre. En 1981 vendría otro protagónico paradigmático de la mano de Steven Spielberg y George Lucas: el arqueólogo aventurero Indiana Jones, al que interpretaría en cuatro películas. Entretanto, pasarían por su vida una segunda esposa, luego una tercera y otros tantos divorcios millonarios. Harrison, huraño, reservado, celoso de su vida privada y por lo general malhumorado con los periodistas, lograría mantener los detalles en reserva.
Así las cosas, hace 40 años llegaba Blade Runner y Harrison Ford se ponía en la piel de un héroe distinto a los que le habían permitido conquistar al público. Deckard era oscuro, taciturno, atormentado, pero prodigiosamente también le calzó al dedillo, tanto que el escritor Philip K. Dick, autor de la novela en la que se basó la película, declaró cuando lo vio en acción en el set: “Es más Deckard de lo que yo había imaginado”. Se habían barajado para el papel los nombres de Dustin Hoffman, Tommy Lee Jones y Christopher Walken, pero parece imposible imaginar hoy otro Deckard que Ford, con su desolación y su gabán impermeable a cuestas.
El rodaje, decíamos, fue una pesadilla. Harrison Ford estuvo de muy mal humor casi todo el tiempo. Había mucha tensión con el director, quien disparaba sobre todos una exigencia desmedida y una obsesión sin límites. Harrison, que no es justamente un tipo fácil, no se quedaba atrás y demostraba todo el tiempo su disgusto. También había cortocircuitos con su coprotagonista Sean Young, la bellísima Rachel en el filme y conocida por su personalidad excéntrica, a quien solo le dirigía la palabra cuando no le quedaba otro remedio.
Quedó tan molesto por la filmación que, a lo largo de los años, apenas participó en alguno de los infinitos programas y documentales que analizaron la película, ya considerada por todo el mundo como una obra maestra. La reconciliación con su Rick Deckard llegaría recién en 2017, cuando coprotagonizó junto a Ryan Gosling Blade Runner 2049, la continuación de la saga de los replicantes dirigida por Denis Villeneuve, con Ridley Scott como productor ejecutivo.
Para entonces ya había corrido mucha agua bajo el puente y muchos personajes que lo habían hecho muy popular en cada rincón del planeta. No solo Indiana Jones, Han Solo y Deckard, sino otros tan emblemáticos como John Book en Testigo en peligro, el coronel Lucas en Apocalypse now, Jack Ryan en Juego de patriotas y el doctor Richard Kimble en El fugitivo. ¿Quién no los recordaría? El tipo, evidentemente, es más que una cara bonita.
Cine negro
Deslumbrante y visualmente perfecta, Blade Runner rinde homenaje al cine negro de Hollywood de los años cuarenta y cincuenta. La acción transcurre en la ciudad de Los Ángeles, en un futuro distópico en 2019. La estética, el vestuario y la ambientación, entre vintage, punk y postmoderna con espíritu de comic, crearon tendencia y rozan la perfección.
Ridley Scott imaginó un escenario de contrastes: hay una arquitectura de vanguardia sobre una capa de avejentados edificios que parecen de inframundo, mientras sofisticados autos voladores esquivan masas de gente que pululan solitarias por callejuelas atestadas como en una claustrofóbica Chinatown, todo esto teñido de una oscuridad brumosa provocada por la contaminación y una llovizna que no para. En ese universo teje su historia nuestro duro detective retirado Deckard, que es obligado por sus superiores a aceptar un trabajo final en el que debe liquidar a cuatro replicantes (especie de máquinas androides que se parecen peligrosamente a los humanos). En el camino se enamora de una mujer que le salva la vida, pero resulta que ella también es una replicante a la que hay que eliminar. En el final los vemos huir a ambos, sin demasiadas esperanzas, en un mundo en el que ningún humano la tiene…
Se buscaron locaciones reales en Nueva York, Boston y Londres, pero finalmente se decidió recrear la ciudad en un estudio, lo que llevó a la edificación de uno de los platós más gigantescos jamás construidos. Lo apodaron “Ridleyville” porque se transformó en el centro de la obsesión de Ridley cada minuto de cada día de rodaje. Todo estaba diseñado con extremísimo detalle: los edificios, los autos, las señales de las calles, las sillas, los aparatos que no existían en los 80 y que se suponía se iban a inventar… Fuentes lumínicas externas generaban extraños haces de luz que daban cuerpo a la oscuridad de la noche eterna del filme, mientras sonaba la banda sonora de Vangelis y un enorme globo aerostático servía de banner publicitario igual que cada pared disponible. Varias empresas reales pautaron en la película y paradójicamente (o no tanto; se habla de “la maldición Blade Runner”) la mayoría de ellas desapareció o fue reestructurada en poco tiempo, caso Pan-Am, RCA, Atari o Toshiba.
Un detalle del final: en una de las versiones, el largo travelling de cielos y bosques que acompaña la huida de la pareja fue agregado a último momento por los productores y no es de Scott sino de Stanley Kubrick. Son sobrantes de la filmación de El resplandor, que Kubrick estuvo encantado de ceder, ya que perteneció a la enorme legión de fanáticos de Blade Runner.
Como lágrimas en la lluvia
“He visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”. El célebre monólogo final del replicante Roy Batty, cuasi shakespeareano, eterno como la película, contiene una improvisación del actor Rutger Hauer (lo de “todos esos momentos se perderán…”) reproducida ad infinitum en los innumerables foros, polémicas y discusiones que a lo largo del tiempo analizaron la dimensión fílmica, técnica y filosófica del film. Rutger también tuvo la idea de la palomita que sale volando de su mano en esa escena inolvidable, aunque en el rodaje la paloma estaba tan mojada (como todo en el set) que no pudo volar y salió caminando, obligando a volver a filmar a otra palomita en un lugar seco.
Entre los datos duros de la película, figura que el título original del libro de Philip K. Dick de 1968 que le dio origen es ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, y que ya Martin Scorsese había querido adaptarlo al cine en 1969 pero no le alcanzó el presupuesto. Ridley Scott le cambió el nombre por el pegadizo Blade Runner, que tomó de un guión nunca filmado de William Burroughs previo pago de 5 mil dólares.
Ridley, director de otras grandes películas como Alien, Thelma & Louise y Gladiador, se dio el gusto también aquella vez de contratar a un dream team de actores: además del duelo entre Harrison Ford y el genial Rutger Hauer como uno de los mejores villanos de la historia, hay una soberbia Daryl Hannah con los ojos maquillados como un antifaz en la piel de la replicante Pris, una frágil y glamorosa Sean Young como Rachel y un misterioso y siniestro Edward James Olmos como el detective Gaff, entre otros grandes personajes.
Hubo cinco versiones de Blade Runner: la de los preestrenos de Dallas y Denver, la del preestreno en San Diego (con el agregado de una narración en off de Harrison Ford y el final feliz de la pareja huyendo en el auto), una con retoques que se estrenó en Estados Unidos, la versión internacional (un poco más larga y violenta) y el director’s cut (montaje final del director restaurado y remasterizado). En julio de 2000 la televisión inglesa emitió además otra versión con escenas inéditas.
Como decíamos, Blade Runner se estrenó el 25 de junio de 1982 en 1290 cines de Estados Unidos, y llegó a la Argentina en el otoño de 1983. El estreno fue un fracaso, con malas críticas y un resultado comercial más que mediocre: había costado 28 millones y recaudó 17. Parecía que no le gustaba a nadie.
Pero lentamente el film empezó a adquirir un estatus de culto a partir de una minoría silenciosa que se dio cuenta desde el principio de que Blade Runner es muchísimo más que otra peli de ciencia ficción y futuro distópico. Lanzadas esas primeras voces entusiastas, la Warner emitió la película por su canal de cable y lanzó el video y disco láser en 1983 (todo funcionó muy bien), mientras se estrenaba el comic y prestigiosas revistas como American Film y Film Comment empezaban a publicar críticas cada vez más eufóricas, lo que trajo una nueva cosecha de espectadores. La película se fue convirtiendo en centro de foros, polémicas y tesis universitarias y su estilo visual comenzó a imitarse en infinidad de videos musicales y películas de ciencia ficción. En los 90, con la llegada del cyberpunk y las computadoras domésticas, Blade Runner se transformó en furor, con cientos de sites para discutir los aspectos más oscuros y luminosos de la película y el aporte de críticos de cine, filósofos, novelistas, científicos y diseñadores. Blade Runner, sin duda, es ya un capítulo esencial de la magia del cine.
Tras la secuela de 2017 (la ya mencionada Blade Runner 2049), Amazon Studios acaba de anunciar que empezó a preparar Blade Runner 2099, una serie ambientada 50 años más tarde que contará con algún tipo de participación de Ridley Scott. Nada se dijo aún sobre la presencia de Harrison Ford, hoy un señor de casi 80 años, que tiene cinco hijos y tres nietos, y conserva la misma magia de sus tiempos de perseguir replicantes. Continuará.
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