
Bien lejos juntos Juana Molina & Federico Mayol
El plástico de bajo perfil y la actriz por entonces exitosa se conocieron y se entendieron de inmediato. Hoy, tienen hecha una vida en común, una hija de 7 años y un refugio campero. Allí viven, alejados de urgencias urbanas
Federico Mayol: –Sí, fue así.
A Juana la había invitado una amiga.
–¿De casualidad o para hacerles gancho?
Juana Molina: –No, qué de casualidad. Para nada. Ella me invitó para que yo dejara de ser tan amiga de su novio, de quien era muy amiga, pero mucho antes de que ella apareciera. Y no sé de qué se preocupaba, porque su novio y yo nunca habíamos sido amantes. Ni antes de ella ni después de ella. Tenía necesidad de ubicarme con alguien y por eso me llevó.
–No me diga que fue con el avieso propósito de...
J. M. (Imita la forma de hablar de su amiga): –Ella habla toda modosita, y me dijo: “Te voy a presentar a un chico que es muy lindo y que pinta muy bien”. Ella intentaba disimular sus propósitos, pero como ya me había hecho lo mismo con otro pibe, yo estaba al tanto de sus procedimientos.
–¿Y este nuevo amigo te gustó?
J. M.: –Mmm... me cayó bien. Yo en esa época era muy bestia en pintura, pero de todas las exposiciones de Federico no fue la que más me gustó.
F. M.: –Ojo, porque la amiga que trajo a Juana también era amiga mía de muchos años. Pero, en serio, no sabía que se proponía presentarme a una amiga. Esto me lo dijo en plena exposición. La verdad es que yo estaba en otra. Estaban todos mis amigotes en la galería y cuando los busqué, me di cuenta de que me habían dejado solo. Medio desesperado, salí a la puerta a buscarlos y ahí encontré a la amiga común y a Juana.
J. M.: –La verdad que de todo eso no me acuerdo. Sólo me acuerdo de tus mocasines. Eran espantosos, una especie de zapatos de linyera bastante venido a menos. Y encima, sin medias. Yo no lo podía creer, en especial porque hacía mucho, mucho frío. El andaba muy desabrigado.
F. M.: –Entonces fuimos a comer.
–¿Cuánto tiempo pasó hasta que llegara una formal declaración de amor?
J. M.: –Mirá, mejor empecemos por un dato claro y contundente: a los 15 días de ese encuentro, yo ya estaba embarazada.
(Risas generales.)
F. M.: –No puede ser...
J. M.: –Veinte días, como mucho. Y ya a esa altura él me largó duro, porque desapareció por una semana.
F. M.: –No desaparecí, me fui a esquiar.
J. M.: –No hubo una declaración formal. Al principio, lo ocultábamos mucho, pero hubo una persona que se dio cuenta, como un brujo.
F. M.: –Es cierto, fue Eduardo Bergara Leumann. El me había invitado a su Botica en TV para mostrar mis pinturas y, apenas entré en el estudio, Bergara gritó: “¿Y vos quién sos? ¿Un hermano secreto de Juana Molina?” Nadie sabía de lo nuestro y esa pregunta me dejó helado.
J. M.: –Después, muchas veces, coincidimos en que Fede se parece a mamá (N de la R: la modelo y actriz Chunchuna Villafañe) por la forma de la cara, en especial.
F. M.: –La verdad es que no recuerdo si uno se le declaró al otro, pero sí que eran pocos los que apostaban por nuestro matrimonio. Varias parejas, hoy fracasadas, dijeron que lo nuestro no iba a andar.
J. M.: –A mí, me fascinó uno de sus lemas: “No hay que hacerse problema por los problemas”.
F. M.: –¿Así que decía eso? Qué lástima, lo fui perdiendo. Lo que recuerdo también es que todo el tiempo decía: “Tan mal no nos va”.
–¿Están legalmente casados?
F. M.: –Sí, pero en los Estados Unidos. En la Albertson’s Chappel, de Los Angeles, California.
J. M.: –No sabés lo que fue. Era civil, pero también religioso. Era uno de esos sitios en que te alquilan los trajes de novia, si no tenés y querés uno.
F. M.: –Tenía que resolver la situación de la visa y me dijeron que debía casarme...
–Pero tenías que haberlo hecho con una norteamericana.
F. M.: –Sí, ya sabía, pero yo quería con ella.
J. M.: –Lo que recuerdo es la bronca de Francisca, que tenía 4 años. No se bancó el casamiento, estaba de pésimo humor.
–¿Por qué se habían ido del país?
J. M.: –Muy simple: allá me empezaba a ir bien con la música. Había estado grabando y mezclando el disco en Los Angeles y el productor lo llevó a una radio, prendió, empezaron a difundirlo mucho y se abrió una perspectiva nueva.
–Se iban, entonces, por motivos relacionados con Juana. ¿Vos sentiste que te tocaba renunciar a muchas cosas o la seguiste con placer?
F. M.: –No, yo soy de levantar campamento muy rápido. No soy demasiado ligado a los lugares ni a los trabajos. En Los Angeles trabajé mucho en arte de comerciales. Quería trabajar en cine, pero para eso hay que entrar en un sindicato y eso sólo se consigue cuando uno reside legalmente.
–¿Llegaron a tener los papeles en orden?
F. M.: –Era mucho más sencillo que los papeles salieran por el lado de Juana. Pero la persona que se ocupaba de tramitarlos resultó un estafador. Era un argentino chanta y, como sucede en este tipo de cosas, uno siempre se entera un poco tarde de que fue estafado. Por eso nos volvimos, los papeles nunca llegaron a tiempo. Allá, vivir sin papeles es como estar preso.
J. M.: –El tipo que nos tramitaba los papeles hizo lo más bajo que se puede hacer en los Estados Unidos: nos denunció al Servicio de Inmigraciones. Un día, cansada de sus promesas con el disco, me llevé las cintas que llevábamos grabadas. Ahí empezaron las amenazas, que terminaron en denuncias concretas. Después el trámite siguió su camino y ahora que ya no vivimos allá nos están por aprobar la tarjeta verde. Pero ahora nosotros no tenemos ganas de volver.
–¿Vivir en esta quinta, aislados de Buenos Aires, es como seguir estando en Los Angeles?
J. M.: –Puede ser que estemos un poco lejos, pero no estamos aislados. El país de uno es el país de uno, y a eso no hay con qué darle.
F. M.: –No vivimos Los Angeles como un aislamiento. Lo que esa estada me enseñó es que cuando uno tiene ganas sobrevive en cualquier lado. Yo arranqué manejando camiones de filmación y terminé trabajando en lo mío y ganando un dinero diario que aquí no gano ni en una semana.
–Antes de conocerla, ¿sabías de ella? ¿Veías sus programas de televisión?
F. M.: –Sí, naturalmente, a pesar de que no tenía televisor en mi casa. Incluso, tuve una novia que era una verdadera fanática de ella y de todos sus personajes. La veía bastante cuando estaba en el ciclo de Antonio Gasalla. Todo el ciclo de Juana y sus hermanas lo vi después, como si fuera en retrospectiva, en video.
–¿Te sentó delante de un televisor y te obligó a verla?
F. M.: –No, fue por propia voluntad. Y con acuerdo mutuo.
–En el ámbito hogareño, ¿seguís haciendo tus personajes? (N del R: durante la entrevista, Molina apela espontáneamente a algunos de sus personajes.)
J. M.: –Sí, siempre. Hago la cosmetóloga, la adolescente judía, la concheta. Sí, los hago. Federico prefiere a la concheta, porque muere de risa cuando pongo la mirada como si fuera de vidrio. Francisca, en cambio, no conoce mis personajes, pero se divierte con mis caras. Ella es como la mayoría de los chicos: los padres le dan un poco de vergüenza. Así que cuanto más lejos la dejemos de la puerta de la escuela, así no nos ven con ella, mejor.
–¿Cuáles son las actividades en común de la pareja?
F. M.: –Tenemos muchísima actividad en común. Ahora soy el manager de Juana, a pesar de que no me gusta serlo.
J. M.: –Sin embargo, lo hacés muy bien, como si te gustara. Los sábados a la noche, de 20 a 22, con Nora Guerra, trabajamos en la FM Supernova, en un programa llamado Sonamos. Y de hecho, aquí, pasamos muchas horas juntos. También es de los dos una letra que canto, la de El pastor mentiroso.
–No sé cuál será la influencia del manager, pero en el ambiente artístico está la idea de que sos una máquina de decir que no a todo lo que te proponen.
J. M.: –No es eso. Sucede que casi todas las veces me llaman para trabajar de actriz. Y he llegado a la conclusión de que tengo un cerebro con capacidades limitadas, y que si me dedico a cantar y a componer no me puedo dedicar a escribir personajes y a actuar. Hacer por necesidad dos cosas a la vez me dispersa. Durante años, en mi análisis me pasé soñando con un trabajo artístico bien pago que no tuviera que compartir con ocho o diez horas de oficina. El analista me decía: “Pero, ¿quién te creés que sos? ¿La reina de Java?” Bastó que me dijera eso y, casi como un desafío, a la semana había entrado a trabajar en La noticia rebelde. Unicamente grababa el lunes a la tarde, aparecía en la tele el resto de los días, cobraba como si fuera un trabajo de cinco días y tenía tiempo para estudiar, para componer, para escribir.
–Te sentías la reina de Java. ¿Se lo dijiste al psicoanalista?
J. M.: –No tuve oportunidad porque decidí no ir más. Enseguida, me llamó Gasalla y ahí se inició eso que la prensa llamó la carrera meteórica, que sin darme cuenta me alejó de la música. Luego vino Juana y sus hermanas, en donde por lo menos hacía los musicales de los que casi nadie se acuerda, pero a mí era lo que más me gustaba hacer. Mi verdadero propósito en la vida es la música. Ya era conocida, pero me costaba mucho enfrentar al público que esperaba de mí a la actriz que venía a hacer unos chistes. Y ahí vuelve la estada en Los Angeles, porque ahí aprendí a que me dejara de importar la opinión ajena y a elegir lo que yo realmente quería. Y, en especial, a tener conciencia de una limitación: no puedo hacer dos cosas a la vez. No puedo. Así que prefiero morir con las botas puestas. Ahora terminé de hacer los Monólogos de la vagina, pero al costo de apartarme de la música durante cinco meses: tres meses antes del estreno con lecturas y ensayos, el mes de la representación y un mes después para retomar. Yo no quiero actuar, y a veces me ayudan a decidirme ofreciéndome un dinero ridículamente bajo. Así que elijo seguir con mis shows que es lo que más me gusta y, por lo menos, algo gano.
–Cuando la conociste, ¿dijiste: “Sí, es ella”?
F. M.: –Sí, exactamente sentí eso.
J. M.: –¡Ay!, ¿en serio? No lo sabía. ¿Ahora me lo decís?
F. M.: –Lo nuestro fue fácil y lleno de coincidencias desde un principio.
J. M.: –Yo, si Federico no está me aburro. Si voy sola a algún lugar lo lamento, porque no tengo con quien hablar ni comentar lo que vi. Creo que somos el uno para el otro.
–¿Qué tiene Francisca de cada uno?
J. M.: –De Federico sacó el mutismo.
–¿El tipo no habla?
J. M.: –En especial, cuando le está pasando algo difícil, se pone como una piedra. Y Francisca es igual: a veces tengo que amenazarla para que me cuente y lo máximo que consigo es que me diga: “Bueno, vos preguntame y yo te voy diciendo sí o no”.
–Pero por lo que te conozco vos tampoco sos la elocuencia.
J. M.: –Pero tampoco soy el laconismo. Mi caso es que a veces no encuentro cómo decirlo. Y ahí apelo a los personajes. Es más fácil. Cuando yo no lo puedo decir, lo dicen ellos.
–¿Se consultan los temas de trabajo?
J. M.: –El jamás me consulta nada. A veces me entero de grandes decisiones que está por tomar por sus amigos. No cuenta nada y yo cuento cada tontería que hice en el día. Y si me doy cuenta de que se está aburriendo o durmiendo, lo codeo y le aviso: “Pará, que me falta como media hora”.
F. M.: –¿Y qué querés que te cuente? ¿Los goles que hice en el partido con mis amigos?
–¿Cada uno opina sobre el trabajo del otro?
F. M.: –Es terrible cómo opina ella. Hasta hace un tiempo, compartíamos el estudio y ella entraba y se ponía a opinar sin medida. Y eso es lo peor, porque te viene la duda.
J. M.: – El, en cambio, es un plomazo. Siempre dice: “Está buenísimo”.
F. M.: –No seas mentirosa. No es así. Te explico: ella mueve una coma o una nota y pretende que uno se dé cuenta al detalle.
–¿Cuánto vale en el mercado de arte un Mayol auténtico? ¿Cuánto cobra Juana por recital? ¿Sobre esos valores también opinan? ¿Se ponen de acuerdo?
F. M.: –Juana siempre cree que los cuadros valen mucho más del precio que les pongo.
J. M.: –No, lo que sucede es que él vende barato. Yo, algunas no las vendería porque se trata de obras únicas. Y con los recitales me pasa lo mismo. A veces estoy conforme con lo que cobro, pero en otras devolvería yo mismo lo que cada espectador pagó porque no me gustó el resultado o porque me enojó algo que pasó y no se pudo completar con felicidad.
F. M.: –¿Sabías que Juana es una muy buena dibujante?
J. M.: –Pero él me inhibió.
–Cuando la conociste, Juana estaba en un gran momento de su popularidad. ¿Te resultó sencillo bancarte la fama de ella mientras vos eras casi un desconocido?
F. M.: –Al principio, no me importaba. Yo era una especie de cirujita que acompañaba. Al verlo de afuera, todo me parecía fascinante. Cuando Juana quedó embarazada, la presión de la prensa se volvió insoportable. A partir de ahí empecé a registrar los costados desagradables de la fama. Esa invasión me violentó. Pasé de ser un desconocido absoluto a no poder salir ni a la esquina.
–¿Piensan tener más hijos?
J. M.: –Como pensarlo, no.
–¿Por qué?
J. M.: –Por egoísmo. A los chicos hay que dedicarles mucho tiempo. Además, Francisca se muere y nos mata si yo quedo embarazada otra vez.
F. M.: –No, no es para tanto. Dice que si es mujer se lo bancaría mejor.
–¿Cuál es el tema de pelea más común en la pareja?
(Silencio prolongado.)
F. M.: –¿Cuando llego tarde?
J. M.: –No es exactamente la llegada tarde. Es que me avisa que se queda a tomar una cervecita con sus amigos y que en media hora vuelve, y se aparece a las 5 de la mañana.
F. M.: –No, no es cierto...
J. M.: –Bueno, a las 3 de la mañana. Me enoja que me dé una información que no es la cierta.
F. M.: –Otro tema es cuando ella se pone demasiado pesimista, ve negro y siente que está todo mal.
J. M.: –La verdad es que, pensándolo bien, no nos peleamos mucho. Más que peleas son descargas, que no duran más de un minuto y medio.
–¿Pretenden cambiar la forma de ser del otro?
J. M.: –Yo no quiero cambiar que él se encuentre con sus amigos los viernes. Lo único que pretendo es saberlo, para relajarme y no esperarlo, o para hacer mi propio programa.
F. M.: –Lo que ella no entiende es que no son retrasos deliberados, sino que son cosas que se dan.
J. M.: –Me indigna que estés orgulloso de semejante estupidez.
F. M.: –No es que esté orgulloso. Es así. Las horas se van pasando y uno no se da cuenta. Otro motivo de pelea es a quién le toca apagar la última luz que queda encendida en el cuarto, antes de dormirnos.
–¿Cuál de los dos está consagrado en la pareja como el más sociable?
J. M.: –Yo soy la que abre las puertas. Después, también soy la primera en irme, y el que se queda o al que le cuesta más arrancar es a Federico. Al final, todos se hacen amigos de él y a mí me dejan de lado.
–¿Y eso te hace sufrir?
J. M.: –No, primero porque ya me pasó muchas veces y segundo, porque a mí a veces me cuesta hablar y a él no.
–¿Se prometieron envejecer juntos?
J. M.: –No como promesa, pero sí es algo que imaginamos. Me parece que vamos a a ser una pareja exactamente igual a como somos hoy, hablando de las mismas boludeces y criticando lo mismo. Prefiero pensar que la nuestra es una pareja sin edad.
–O sea, que no le temen al envejecimiento.
J. M.: –Yo sí le temo, pero por suerte sé que voy a estar con él. A menos (N del R: le vuelve a dar tono de personaje) que me deje por otra más joven.
F. M.: –Yo me siento muy acompañado por Juana y si la cosa sigue así, creo que vamos a envejecer bien.
J. M.: –Yo todavía quiero cumplir un sueño: hacer una fiesta de casamiento en Buenos Aires, con amigos y todos los que me quieran, con dos listas de casamiento: una en una ferretería y otra en una sedería, para elegirme toda clase de sierras y cortes de telas.
–¿Quién maneja el control remoto del televisor?
F. M.: –Los dos, y el que se distrae o lo abandona por un segundo perdió, porque el otro se lo apropia. Los dos estamos pendientes para ver cuándo nos toca.
J. M.: –El es el más maniático del zapping. Lo que más me enoja no es que me saque el control de las manos, sino que cuando lo tengo yo lo que veo le parece un plomo. Yo puedo ver cualquier cosa, pero sin cambiar.
F. M.: –Es cierto, yo soy el que más cambia. Pero no vemos tanta televisión.
J. M.: –Con el Gran Hermano, no me enganché, porque me parecía de bajo nivel. Todos los amigos hablaban del programa y yo me quedaba afuera. Entonces, dije: “Con Gran Hermano 2, no me va a volver a pasar. Con gran esfuerzo, me enganché y resulta que ningún amigo lo ve.
Dos chicos muy inquietos
Juana recibe numerosas propuestas para trabajar como actriz, pero prefiere apostar a la canción. Federico trabaja en publicidad, continúa pintando y es el manager de Juana
Juana Rosario Molina Villafañe, comediante de condiciones, en retiro voluntario y cantautora en actividad por propia decisión y el autodidacto de la pintura Federico María Mayol no confiesan sus edades. Pero queda claro que son jóvenes. Mantienen como aniversario de bodas la fecha en que Juana confirmó su embarazo: el 22 de julio de 1993. Tienen una hija de 7 años, Francisca; una casa preciosa y cómoda (que supo ser de la abuela y de la bisabuela de Juana y que la madre reformó) en el campo, a unos 40 kilómetros de Buenos Aires. Allí viven permanentemente Rosa, un ama de llaves que cuidó a Federico en su casa materna cuando era un niño y ahora se ocupa de todo con eficiencia, y varios perros, propios e invitados.
Federico sigue pintando y trabaja actualmente en dirección de arte de cortos publicitarios y de largometrajes, y conduce la carrera artística de su mujer. Hace poco, Juana Molina integró el trío protagónico de actrices de Monólogos de la vagina, pero cada vez está más decidida a subir a escenarios para cantar y tocar que para actuar. Aquel exitoso Juana y sus hermanas, que tanta repercusión tuvo durante tres temporadas, es apenas un buen recuerdo. Ya sacó dos discos con temas propios, Rara y Segundo. Gracias a uno de sus temas, su segundo disco se convirtió en suceso en Japón, en donde se están vendiendo a razón de 200 copias por semana. Con una traductora está trasladando al japonés su original tema Que llueva. Casi no hay semana en que no haga uno o dos shows en boliches. El 29 del actual, en el Teatro Presidente Alvear, afrontará un singular desafío: ella como solista, secundada por el grupo que dirige su arreglador, Fernando Kabusaki.