

Hijo de Angélica Caccia Torres (una de las herederas de la gran Lolita Torres) y Juan Moreira. Sobrino de Diego Torres y primo de Ángela Torres. Para Benjamín Torres (22) fue imposible escaparle a la música que carga en su ADN familiar. Y tras haber derribado algunas dudas y prejuicios personales, se lanzó profesionalmente como cantante después de terminar el secundario. Tranquilo y escapándoles a las inevitables comparaciones con su tío y su prima que llegarán algún día, Benja escribe su propio camino y estudia canto, actuación, baile y compone sus canciones.
–¿Cómo fue el cambio de Diego Moreira a Benjamín Torres?
–Lo hablé mucho con mi papá porque cuando decidí apostar de lleno a la música quería ponerme Torres, el apellido de mi familia materna, y aportar mi granito de arena a una familia de artistas que tiene una gran trayectoria en la música y la actuación. Pero con ese apellido quedaba Diego Torres, igual que mi tío… [Se ríe]. Entonces, como soy el más chico de tres hermanos, elegí Benja, por el benjamín de la familia. Obviamente, mis íntimos me siguen llamando Diego.
–¿Cuándo decidiste dejar el fútbol para dedicarte a la música?
–Siempre jugué al fútbol y hasta llegué a probarme en la escuelita de River Plate cuando tenía 10 años. Quedé seleccionado, pero tenía que ir a entrenar a la mañana. Eso significaba cambiarme de escuela y dejar a mis compañeros y no me dio. A los 15, volví a entrenar fuerte y empecé a jugar en un club de la D, Victoriano Arenas, y ahí estuve hasta los 18. Cuando estaba terminando el colegio sentía que ya no disfrutaba tanto del fútbol, había algo que estaba empujando muy fuerte dentro de mí. Nunca había pensado en la música como una profesión –si bien desde chico canto y toco la guitarra– porque creo que inconscientemente yo me ponía una traba. Era un prejuicio tonto pensarme como "¿otro Torres más en el ambiente artístico?".
–¿Quiénes fueron los primeros que te alentaron?
–Las charlas más profundas que tuve fueron con mi mamá y mi papá. Y después, obviamente, con mi tío Diego. Tanto él como mi madre me dijeron lo mismo: "No te confíes en que las cosas van a ser rápidas porque venís de una familia de artistas, tenés que prepararte mucho, esforzarte, estudiar e ir armando tu propio camino". Fue lo mejor que pudieron aconsejarme.
–Es que el apellido Torres puede abrirte puertas, pero también es un gran peso.
–Tal cual. Igualmente, nunca me interesó "chapear" con el apellido. Durante todo el secundario, sólo mis dos mejores amigos sabían que yo era el nieto de Lolita y el sobrino de Diego. Mi mamá me dijo muchas veces: "Seguramente se te van a abrir muchas puertas por ser Torres, pero si después no tenés preparación y talento, así como se abren se cierran". Mi abuela y mi tío pusieron la vara muy alta y tengo que estar a la altura. Eso es una gran motivación para dar lo mejor de mí.
–¿Qué recuerdos tenés de tu abuela?
–Tengo flashes porque cuando yo nací ella estaba enferma y se murió cuando yo tenía 5. Me hubiera encantado tenerla más. A mi abuela la fui "armando" con lo que me cuentan mi mamá, mis tíos, mis hermanos mayores… Era una apasionada por lo que hacía, muy detallista, una grande de verdad. Además, me encanta escuchar las anécdotas familiares de los almuerzos con Mercedes Sosa o cuando León Gieco iba a tomar el té a su casa…
–¿Qué admirás de tu tío Diego y de tu prima Ángela?
–Diego es un gran ejemplo. Admiro cómo manejó y maneja su carrera, el camino que hizo, cómo lo quieren y respetan los que trabajaron o trabajan con él. Y a Ángela la admiro porque siempre supo que quería ser artista y fue para adelante para cumplir sus sueños. Además de ser sincera, decir lo que piensa y la garra que le pone a su profesión.
–¿Cómo te trata el aislamiento?
–La cuarentena tiene sus días y sus días. Pero este tiempo de encierro, sin tantos ruidos del afuera, me sirve para conectarme y estar más creativo para escribir, componer y seguir adelante con mi música. También aproveché para empezar a estudiar producción musical.
–¿Qué te inspira a escribir una canción?
–Historias personales o de alguien que conozco. Desde un amor fallido hasta una charla con mi papá pueden dispararme ideas para sentarme al piano o agarrar la guitarra. A veces es más fácil componer desde la melancolía o la tristeza, pero no tengo dudas de que también puede salir algo muy bueno de la alegría y el buen humor.





