Quiso aprender a surfear a los 15, pero las cosas no salieron como esperaba. Enojado, Benjamín Alfonso (35) vendió su primera tabla de surf. Pasaron siete años hasta que unas primas que viven en Costa Rica lo convencieron de que volviera a intentarlo. "Eran olas fáciles. Un día fui solo y logré pararme en una ola muy larga. Lo disfruté mucho. Ahí dije: ‘Listo, esto es lo mío’", recuerda el actor, con la mirada puesta en el mar bravo de José Ignacio que acaba de domar con su tabla para las fotos con ¡HOLA! Benjamín llegó a Punta del Este el 27 de diciembre. Vino con toda la familia –padres, hermanos y sobrinos– a festejar Año Nuevo y a recargar las baterías de su alma que quedó un poco lastimada después del golpe profesional que vivió hace unos meses en Madrid, adonde se mudó en febrero de 2019 para rodar Valeria, una serie de Netflix. Según trascendió, Benja grabó su papel –un protagónico– durante ocho meses, pero al concluir el rodaje los directores decidieron volver a grabar todas sus escenas con otro actor, el español Maxi Iglesias, la revelación de Velvet. "Hubo un problema del lado creativo. Creo que una vez que vieron el resultado final se dieron cuenta de que querían ir por otro lado con mi personaje", reflexiona él, mientras se entrega a la charla.
–La noticia te debe haber caído como un balde de agua fría.
–Fue muy fuerte. Para mí fue mucho sacrificio estar grabando, solo, allá. Alquilé mi departamento de Buenos Aires por Airbnb y me lo hicieron bolsa, extrañaba horrores a mi familia y a mis amigos y me maté componiendo el personaje.
–¿Te angustiaste?
–Mucho. Tenía muchas expectativas puestas en el proyecto. Fue casi un año de entrega y no terminó bien: terminó mal. Fue duro. Igual, uno aprende que en la vida pasa lo que tiene que pasar y que lo único que podés hacer es disfrutar cuando toca disfrutar. El tema es que los malos tragos como este te hacen revisar todo.
–¿En qué sentido?
–Me dieron la noticia y me replanteé si realmente era eso lo que quería para mí. Los contratos [con Netflix] son muy gruesos: tienen muchas páginas y muchas condiciones.
–Haber sido despedido, entonces, ¿te liberó?
–En algún punto, sí, me dio libertad. De todas maneras, era un proyecto interesante, yo tenía muchas ganas de estar ahí y di todo para que saliera. Pero bueno, son cosas que pasan. El camino del actor es largo y no hay que desesperarse.
–¿Cuándo volviste a Buenos Aires?
–A principios de noviembre, pero antes agarré un motorhome que conseguí de canje y me fui a surfear por España y Portugal.
–Una suerte de retiro espiritual.
–Sí, leí mucho. Julia [Zanettini, su novia] me acompañó una semana y el resto del tiempo estuve solo. El viaje me hizo muy bien. En Lisboa me encontré con un amigo más grande, que también es actor, y él me cobijó con toda su familia. Durante el trip se me despertó el lado creativo, que lo tenía dormido. Escribí un par de obras y una serie, que quiero presentar en España y en Argentina. Estoy con proyectos míos y me gustaría desarrollar mi lado de productor.
–¿Cómo te recibió Buenos Aires?
–Con los brazos abiertos. Muchos actores amigos me dijeron que si había alguien a quien le podía pasar algo así y salir airoso era mí. Tanto mis amigos como mi familia resaltaron mi tesón. De todas maneras, fue un golpe a mi confianza como actor. Cuando eso se pone en duda, es difícil.
–Pasaron varios meses desde entonces. ¿Qué sensación tenés?
–Lo de España podés verlo de dos maneras: una, que me quedé afuera de un proyecto enorme; la otra, que tuve la chance de grabar un protagónico para Netflix en España, que hoy es un semillero de grandes series, y que abrí huella.
–¿Julia, tu novia, sigue instalada allá?
–Está yendo y viniendo porque tiene un contrato en Madrid.
–¿Desde hace cuánto están de novios?
–Estamos juntos desde hace un año y medio. Ella es una persona muy linda, muy inspiradora. Es mi musa.
PASIÓN POR EL SURF
Su amor por el surf se terminó de consolidar hace una década, cuando fue a visitar a su tío, Marcelo Alfonso –uno de los pioneros del deporte en Mar del Plata–, y su familia a Costa Rica. Lo que iban a ser quince días se convirtieron en tres meses. "No tenía un mango, así que salí a buscar trabajo. A la noche, trabajaba de barman. La plata me alcanzaba para la granola de la mañana, comer arroz o fideos a la noche y surfear entre ocho y nueve horas por día", recuerda Benja.
–¿Qué te exige el surf?
–Este deporte te exige poner todo el cuerpo en movimiento y es, además, un estilo de vida. Si surfeás, no salís de fiesta. En Costa Rica, me despertaba a las cinco de la mañana para meterme al mar.
–Dicen que es muy difícil de aprender.
–Es un deporte duro, de los más difíciles que hay. Requiere de la concentración del golf y de la precisión y la fuerza del boxeo. Al cuerpo le lleva tiempo acostumbrarse al agua. Hay etapas, como en la vida misma, que no podés saltear. Un día, sin entender mucho cómo ni por qué, lo incorporás. Es un flash.
–¿Algo así te está pasando con el mal trago de España, que lo incorporaste?
–Sí. Este año me gustaría que me salga un proyecto copado para sanar la herida. Quiero volver a sentirme bien conmigo mismo en el trabajo.