Benetton abre un museo en la Patagonia
El valioso legado que hizo un inmigrante ucranio a Carlo Benetton fue el origen de una idea más ambiciosa: la de reunir, exhibir y estudiar los documentos históricos del sur argentino. El museo Leleque se inaugurará en noviembre
"¿Por qué aparece un hombre de la nada que dice que quiere regalarme parte de la historia de su vida a mí? ¿Por qué tengo que creerle? Esto me huele... a trampa."
A medida que cruzaba la puerta del humilde hogar del inmigrante ucranio Pablo Korschenewski, en Puerto Madryn, sus suspicacias se multiplicaban: un hombre maduro que decía padecer de una enfermedad terminal le donaba a la Compañía Tierras del Sud Argentino, de los Benetton, una colección de 10.000 piezas arqueológicas, recolectadas de la superficie del suelo, fruto de larguísimas y solitarias expediciones de a pie y de a caballo durante más de 40 años de trajinar por los confines más recónditos de la Patagonia. ¿Por qué? ¿Por qué justamente a él y a su grupo, que después de todo no recibieron vítores efusivos cuando, en 1991, desembarcaron cercando 900.000 hectáreas de pura estepa patagónica, con el fin excluyente de criar ovejas?
Dentro de aquel hogar raído por la fatalidad y el tiempo, 10.000 años de historia indígena, dispuesta anárquicamente sobre paneles de telgopor, obnubilaron al mismísimo Carlo Benetton. Sobre la mesa, un sinnúmero de pedazos de sílice y basalto mostraban puntas de flecha, mazas estrelladas para boleadoras, raideras, morteros, trebejos para moler granos; enseres de civilizaciones remotas. Había -según el dueño de casa, que persuadió por escrito a Benetton para que viera con sus propios ojos la colección- hasta vestigios de nociones de geometría espacial entre aborígenes, y evidencias de una ignota civilización que podría haber experimentado con la metalurgia. La historia viviente de los pueblos que habitaron parte de esa gran meseta sureña que hoy él gobierna.
El menor de los Benetton se tragó sus dudas. Afloró en él una vez más el deseo de haber sido un explorador, si hubiera vivido en el 1200, y desapareció la desconfianza de este hombre de 51 años, alto, corpulento, atlético y musculoso.
¿Por qué no transformarse en un mecenas de la cultura indígena? Un mecenas de esa región que tanto lo ha fanatizado; a punto tal de convencer a sus amigos del Véneto de que no hay tierra más sagrada para el espíritu que ésta, que él conoce como pocos y hasta ha contemplado desde la cumbre misma del Aconcagua.
Benetton firmó un acuerdo con Korschenewski por el que éste le cedía en comodato su patrimonio arqueológico. A cambio, en la entrada de la más dilecta de sus estancias en Esquel, Benetton adquiría -un año después, en 1997- un predio de 16 hectáreas: valuado en 400.000 dólares, para erigir el museo Leleque y mostrar 13.000 años de historia de los pueblos patagónicos. Asimismo, se comprometía a solventar el pleno funcionamiento de un centro de investigaciones científicas para que el museo pudiera nutrirse de una labor sistemática y actualizada de producción de conocimiento científico en la región y acrecentar también -mediante los trabajos de campo de investigadores y becarios- el patrimonio original del museo. Con la guía de la antropóloga e investigadora del Conicet y la UBA María Teresa Boschín, se amplió el concepto original del museo, incluyendo en la exhibición objetos de las distintas inmigraciones -galesas, libanesas, americanas, inglesas e italianas- como parte no menos medular de la historia de los pobladores patagónicos.
El proyecto fue tomando forma a contramano de todo lo que hace el grupo de Treviso: en el más absoluto mutismo. Las denuncias mediáticas sobre los incumplimientos fiscales con dos municipios chubutenses -recientemente resueltos judicialmente a favor del grupo- no debían opacar el futuro y estratégico golpe de efecto planeado para el Viejo Continente: los Benetton ahora tienen en sus tierras del fin del mundo un museo sobre la vida y evolución de los pobladores de la Patagonia. Una noticia que, por lo exótica, en el imaginario italiano y europeo se lee como una sucursal privada y terrenal del Edén, con sus tesoros sacros expuestos detrás de una vitrina.
Pero el marketing no le quita méritos al proyecto. Al contrario, lo ubica. Cuando el 19 de noviembre, para su bulliciosa inauguración, desembarque directamente desde Italia un charter en Esquel, atestado de periodistas, la Patagonia argentina consolidará, en medios europeos, su cetro de privilegio como destino turístico.
"En el mercado global, la Patagonia es el bastión que más ha crecido y crecerá en el turismo receptivo del globo. No sólo eso; nosotros tenemos un estudio que muestra que al turista americano y europeo no le interesa siquiera pasar por Buenos Aires. La tendencia es huir de las grandes ciudades y buscar lugares exóticos, el contacto con la naturaleza virgen", comenta un alto ejecutivo de Aeropuertos Argentina 2000, por el lado de Odgen, convencido de que el fenómeno de la Patagonia trasciende la fugacidad de un mero destino de moda.
El grupo mantiene su política inusual, con el lema: "Nosotros no auspiciamos ni sponsoreamos proyectos ajenos; hacemos los propios". Con ella cimentaron ya el ambicioso centro de investigaciones experimentales en comunicación, Fabrica, en Catena di Villorba (a 30 minutos de Venecia), ideada y dirigida por el siempre controvertido Oliviero Toscani.
Así se entiende que el museo, aunque "tiene una libertad absoluta en la dirección científica", se haya enclavado dentro del dominio de la Compañía Tierras del Sud y no en algún otro lugar anodino. La inyección de buena imagen al vincular el emprendimiento científico-cultural con la marca -que, después de todo, hace ostentación de tener un 10 por ciento de lana patagónica en sus tejidos- no es para desdeñar.
Similar cuidado y monitoreo insumió el reclutamiento de los cerebros científicos y del museógrafo que impulsaron el proyecto.
El fundador y director de la Fundación Ameghino es una eminencia en el área de la etnología, rama de la antropología que estudia comparativamente las razas, pueblos y culturas en sus diferentes aspectos y relaciones. Investigador del Conicet y del Centro Nacional Patagónico, el doctor Rodolfo Casamiquela trabajó mancomunadamente con la licenciada Boschín para delinear lo que según los científicos es la piedra fundamental que articula el montaje de cualquier museo: "El guión, es decir, el hilo conductor sobre el cual se sustenta aquello que se quiere mostrar y contar. Porque, hoy, todo museo moderno es antes que nada una narración".
Con un criterio más abarcativo, se optó por incluir en esa narración no sólo el modo de vida de los pueblos originarios -procesos de manufacturas en piedra y cuero, conflictos intertribales, arte rupestre e ideología-, sino que se extendió hasta la evangelización jesuita, la llegada de expedicionarios y viajeros, la transgresión de malones y de bandoleros, como Butch Cassidy, y hasta se incluyó la reconstrucción a escala real -sobre la base de equipamiento original de época- de un negocio de ramos generales, o boliche, de los que se establecieron en las décadas del 20 y el 30, entre otros puntos fuertes del guión histórico.
Además, no se soslayó la presencia de artesanos in situ para practicar a la vista del visitante el arte del quillango y la soquería (cuero trenzado), de manera de integrar a los artesanos regionales y preservar un modus vivendi que asegure la continuidad de las antiguas tradiciones.
"Quisimos hacer un museo vivo, dinámico -explica Casamiquela-, que no fuera exclusivamente arqueológico. Porque fósiles y colecciones de piedras hay en todos lados. Lo distintivo fue haberle agregado el capítulo histórico para mostrar 13.000 años de historia en el modo de vida patagónico.
"En lo arqueológico -continúa-, completamos la colección original de Korschenewski trayendo otras colecciones del interior de la meseta, como de la zona de Ingeniero Jacobacci, y de la precordillera, como Pilcaniyeu, producto de las excavaciones que hace 20 años realiza la Fundación Ameghino. De manera que se le agregó un condimento de equilibrio, para romper con posibles monotonías."
El aceitado funcionamiento, desde hace un año, del Centro de Investigaciones Científicas El Hombre Patagónico y su Medio, que dirige Boschín, permitió completar el proyecto con un exhaustivo programa de entrevistas a familias de descendientes indígenas y de inmigrantes, el capítulo más reciente de la población blanca.
La genealogía e historia de estas familias estará presente a través de documentos, material fotográfico y objetos cedidos en custodia al museo.
"La gente -dice Boschín- ha participado con mucho entusiasmo. Quieren rescatar la historia de sus propios antepasados, de cómo y por qué llegaron aquí... No se puede seguir contando la historia sólo a partir de tres o cuatro grandes acontecimientos. La historia que queremos contar parte también de rescatar las singularidades en ese sincretismo cultural que caracterizó a la región, e incluir el modo de vida cotidiano."
En lo referente a los aportes científicos, el centro ha puesto a prueba líneas de investigación tendientes a avanzar en la aplicación de nuevos enfoques teóricos y metodológicos. Tal es el caso del programa de colaboración con el Departamento de Química Orgánica de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, que analizó la adherencia de los pigmentos minerales utilizados en el arte rupestre (sobre roca y cuero) y en la pintura corporal de los indígenas.
"Los resultados -explica Boschín- no indicaron, como se piensa, que agregaran orina y sangre a los pigmentos minerales. Pero sí hubo evidencias del uso de algún tipo de materia grasa, que todavía no se ha podido precisar. No obstante, el que lo da a entender es el naturalista italiano Clemente Onelli, que cuando en 1905 llega a una toldería en Chubut hace una referencia a una bolsa de cuero que llevaban las indias, donde depositaban lo suyo. Y esto, aparentemente, sería sangre de menstruación, que guardaban para mezclarla y preparar la pintura."
Hay, entre otras, por lo menos dos creencias populares, consagradas como verdades, que sendos científicos se encargan de rectificar. El más trillado de los mitos es quizás el de la impresión que se llevaron los expedicionarios españoles por el tamaño de las huellas de pisadas indígenas.
Dice Casamiquela: "Lo del pie es falso. Si bien eran el pueblo más corpulento y alto del mundo, en relación no tenían pie grande. A través de la exégesis literaria se sabe que lo de patagones hace referencia a un gigante de las novelas de caballería de la literatura española, de nombre Patagón. Los primeros navegantes, entre los que había letrados, les leían esas novelas a la tripulación. En ellas dominaban gigantes y ogros. (De ahí que dos siglos después aparece Cervantes burlándose de las novelas de caballería.) Y cuando Fernando de Magallanes llega en 1520 a estas costas y captura con una trampa a un indio, los cronistas de las expediciones trasladan esa escena a otra similar de la ficción, en la que aparece un héroe en una isla, capturando al jefe de una tribu de salvajes. Ese jefe de ficción se llamaba Patagón y los miembros de la tribu, patagones. Así surge el nombre".
También se tiende a pensar -continúa Boschín- que los galeses fueron los primeros blancos en establecerse en la Patagonia. Sin embargo, antes hubo aventureros y pioneros como Piedra Buena en Santa Cruz, el asentaniento en Carmen de Patagones que, desde que se fundó en el siglo XVIII se mantiene hasta el día de hoy y hasta intentos de establecer una comunidad en San Julián que luego no prosperó.
"Y, por otro lado, después de la guerra que emprendió Roca en 1879 (hablamos de guerra y no de conquista, en tanto hubo dos partes que confrontan) había lo que se conoce como inmigración de llamadas: un propietario de un boliche de ramos generales llamaba a sus parientes que estaban en el Líbano, o en España, para que vinieran a asentarse acá. Al llegar, el pariente hacía de mercachifle, trasladándose con sus mercaderías más al Sur todavía. Cuando finalmente conocía el terreno, se independizaba de su pariente y abría un nuevo boliche, siempre donde había indiada. Así se fueron armando las cadenas de boliches de ramos generales, junto con las existentes de las grandes compañías."
Otra atracción que presentará el museo Leleque será la instalación de una vivienda tehuelche o toldo, a escala real, en la primera de sus cuatro salas de exposición. Cuentan los científicos que los toldos tenían un valor sagrado: la vivienda representaba la imagen del universo. "Eran cupuliformes, hechos con cueros de guanaco imbricados, con la piel hacia afuera para que fueran impermeables. La decoración de los toldos también tenía un valor simbólico: representaban cadenas genealógicas, probablemente vinculadas con los linajes; lo mismo que los tatuajes que usaban en las muñecas, de lo que se conoce poco", resume Casamiquela.
Era la mujer tehuelche la que confeccionaba las capas y los toldos, que se rompían a menudo. La dimensión de los toldos variaba de acuerdo con el número en la composición familiar, y la posición y el prestigio de los propietarios, pero por lo general tenían un ancho de tres metros por cinco de largo. En tanto, las capas que usaban como vestimentas también eran de guanaco, aunque algunos usaban pieles de avestruz y zorrino.
Hubo toda una especialización en torno del curtido de pieles. "Cumplían con una serie de pasos, algunos de los cuales se desconocen. Primero procedían al raspado, la tarea que más tiempo demandaba, ya que debían vencer el nervio del cuero para que quedara flexible. Luego, lo restregaban con hígado de vaca o caballo, que actuaba como mordiente. Y después le pasaban arena o una piedra porosa para matar el nervio y después pintar y coser", relata Casamiquela.
Con entrada gratuita, estas y tantas otras historias quedarán plasmadas a partir del 19 de noviembre en el flamante museo Leleque, en Chubut. De cara al nuevo milenio, la historia de la Patagonia y sus pobladores ha despertado finalmente de su letargo para mostrarle a la gente sus costumbres y los tesoros que ella misma ha engendrado en su pródiga y fecunda geografía.
Un sueño largamente acariciado por los científicos que, valga la paradoja en lo que hace a la preservación y difusión de identidad de una región, es apoyado por un grupo extranjero, con sede en Europa.
"Es mi casa..."
En una de sus cuatro visitas al año que hace a la Patagonia, para supervisar la producción de lana, Carlo Benetton recaló junto con cinco amigos de Treviso en Leleque. Afable, de sonrisa fácil, carece del training mediático de su hermano Luciano.
"Uno desconfía -dice, en perfecto castellano- de alguien que te dice que me quiere dar todo a mí; y más si eso que te quiere dar ha sido una parte importante de su vida. ¿Por qué? Uno piensa que es una trampa. Nos tomanos un avión, junto con Josefina Braun, responsable de prensa y comunicación de Benetton en la Argentina, y fuimos a visitarlo... El me dijo: se lo doy a ustedes, porque si dicen que van a hacer un museo, yo les creo...Y ahí estaba el doctor Casamiquela, que me pareció una persona muy seria. Y me entusiasmó el proyecto.
"Uno lo hace porque le gusta la historia. Yo tengo poco tiempo para interiorizarme en profundidad, pero me gusta mucho. Si no me dedicara a lo que hago, estoy seguro de que hubiese sido un investigador, y un explorador de lugares. El que se ocupa de los campos y viaja aquí soy yo. Pero le comenté la idea a mis hermanos y les pareció simpática."
-¿Por qué compró tierras en la Argentina y no en Chile, Australia o Nueva Zelanda?
-Australia era una opción; tengo familiares allí. Pero a míi personalmente me gustaba la Argentina, y aquí me sentía y me siento como en mi casa... Lo que me atrajo de estas tierras es que en Italia, por ejemplo, los campos son totalmente planos y aquí hay sierras, que los hacen más atractivos. Y si bien es cierto que el valor de 400.000 hectáreas acá es el mismo que el de mil hectáreas en Italia, con 1000 hectáreas allá se gana más que con 400.000 acá.
-¿Siente que hay mala predisposición aquí hacia los terratenientes extranjeros?
-No veo por qué la gente debería tener mala relación con nosotros. Después de todo, les compramos estos mismos campos a otros extranjeros. Durante un siglo correspondieron a capitales ingleses; ahora son capitales italianos. ¿Dónde está la diferencia?
-¿Siente que parte del auge turístico de la Patagonia para los europeos se debe en parte al desembarco de los Benetton?
-Creo que muchos europeos descubrieron que existía este lugar porque la RAI vino a filmar aquí un programa.
-Circuló el rumor de que usted estaba dispuesto a vender la estancia El Maitén porque lo desgastaron los problemas con los impuestos...
-Ahora no lo sé, pero sí, lo pensé. ¿A quién le gustan los problemas?
Historia de todos
"Hoy la vedette de cualquier museo es el público y eso ocurre cuando se trabaja sobre un concepto de museo vivo y dinámico, donde el público participa, y no sobre la idea de un lugar sagrado y solemne donde van a morir los objetos, la gente habla en voz baja y se va sin entender cabalmente lo que se le ha mostrado", dice el museógrafo Patricio López Méndez, diseñador de exhibiciones del Museo Isaac Fernández Blanco y del Etnográfico de la UBA, convocado para traducir en lenguaje de divulgación el guión histórico provisto por los científicos.
"Siempre digo que montar una exhibición no sólo es una cuestión estética, sino partir de que toda expresión, muestra, objeto que se exhibe, tiene que estar respaldado por una historia", comenta. El como otros museógrafos han seguido conceptualmente a Ralph Applebaun, el cerebro revolucionario que desde hace 10 años viene imprimiéndole un giro a las exhibiciones en Estados Unidos, y cuyas creaciones -Museo del Holocausto, Museo del Inmigrante de la Isla de Ellis, entre otros- se han ubicado como paradigma.
Un criterio similar aplica López Mendez en el museo Leleque. "La historia -dice- no pertenece sólo a los grandes personajes, sino a la gente común. Hoy el criterio es contarte mucho más de la historia de lo que un gran hombre en particular te puede contar. La historia del hombre común que no se llama Napoleón o San Martín no se trató y ahora se está empezando a tratar porque a la gente le interesa ver en un museo el plato de plata donde comía el señor de muy buena posición y que se le muestre cómo lo hacían los demás; saber cómo vivía el hombre anónimo, con el cual se identifica."
-¿Hay una tendencia hacia la creación de museos regionales que rescaten las singularidades de los pueblos como resistencia a una globalización cultural?
-No sé si se trata de una tendencia o no. Pero sí hay una vuelta en el tema del resurgimiento de las identidades, un rescate de las singularidades y de los rasgos peculiares que caracterizan a cada región. Cada grupo social empieza a buscar lo que las generaciones intermedias descuidaron. Pero además, sobre todo en el tema de las inmigraciones, la gente quiere ver su historia en el museo.
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