Bendito tú eres: un hombre entre las Cincuenta Sombras de Grey
Un cronista se sumerge en la marea femenina que inunda los cines el mismo día del estreno de la película erótica más esperada (por ellas)
"Todo pasa en el cuarto rojo." "Es una historia que leés 33 veces." "El libro es muy gráfico, la película no va a poder representar todo." Es jueves y, minutos antes del estreno, las ávidas lectoras de las Cincuenta Sombras de Grey me rodean y me expresan sus inquietudes (y su ansiedad) antes de entrar a ver la película, versión animada del último fenómeno literario que sacudió a los Estados Unidos, avivó una polémica sobre la frontera entre lo erótico y lo pornográfico, y causó un revuelo del cual había logrado abstenerme. Hasta hoy.
El desafío es ir a ver la película el mismo día de su entreno, en un cine de Belgrano. Acá estoy yo: soy una boya masculina en un océano de mujeres que arden por ver en la pantalla lo que hasta hoy sólo habían podido imaginar.
Antes de entrar en la sala, se me cruza la idea de robar una ubicación más cómoda que el mísero "Fila 3 -Asiento 2" que pude comprar en la venta anticipada, pero rápidamente me abstengo, temiendo una pelea con la peligrosa turba de mujeres de la que muchos me advirtieron. Seres fuera de sí, capaces de arrancarle la cabeza a quien se interponga entre ellas y el adorado multimillonario Christian Grey...
Todavía tengo fresco el diálogo que compartí con unas chicas que fumaban fuera de las escaleras, frente a la avenida Monroe.
-¿Vas a ver Cincuenta Sombras?
-Sí
-¿Solo?
-Sí
-Uh, va a ser un mar de hormonas.
Como sea; el comentario de un par de desconocidas no es excusa para el fatalismo. Ayer mismo, investigando sobre el libro en cuestión, encontré un artículo de la Cosmo con ilustraciones de cómo se verían las parejas idílicas de Disney si practicaran algunas de las escenas del libro. Es obvio que la masividad de la saga de E.L. James encontró sus propios caminos.
Desigualdad de género
En eso voy pensando cuando entro a la sala y veo la cantidad de mujeres que hay. Como mínimo, intimidante. No recuerdo una inferioridad numérica tal desde que fuimos 120 hinchas de Boca en un Estadio Azteca colmado por más de cien mil almas mexicanas borrachas hasta los pies.
El grupo de chicas con remeras "Keep Calm and Obey Master Grey" que se había juntado en las escaleras de afuera está ahora varias filas arriba mío. Un vistazo a mi alrededor y dos sorpresas inmediatas: la primera, que la mayoría de las presentes parece estar más en los 20-30, que de los 30-40. La segunda, descubrir a otros siete varones, desperdigados como espías de incógnito, acompañando a sus parejas. Junto a mí se sienta un pobre muchacho de camisa a rayas junto a la novia y la suegra.
Mientras el ruido de las gaseosas y el pochoclo inunda el aire, infinitas e indiscernibles conversaciones simultáneas se montan unas a otras, a la espera de que Christian Grey y Anastasia salten a escena y hagan lo suyo.
Bajan las luces y surgen unas risas, aplausos y grititos cortos como exabruptos. La excitación y la ansiedad dominan el lugar. La primera imagen de Jamie Dornan en la piel de Christian Grey, de lejos, atándose los cordones, provoca un alarido de la tribuna femenina: "¡¡Wuuuu!!"
Luego aparece Dakota Johnson, que no es otra que Anastasia, y para delirio de los guionistas, cada línea causa risas. Recuerdo esa incómoda sensación que uno tiene cuando escucha un chiste interno que no termina de entender y no sabe si reírse o qué. Juntos, Anastasia, Christian, y las chicas de la sala, comparten un mundo del cual yo estoy excluido. Todas estas mujeres viven algo que han largamente esperado, mientras que yo no soy más que un intruso. Cada movimiento y diálogo tenso entre los protagonistas, repleto de insinuaciones, va acompañado de suspiros, de puños que se aprietan sobre los posabrazos y de nerviosos puñados de pochoclo. Y otra vez: "¡¡Woooo!! ¡¡Wuuuu!!"
Grey se acaba de sacar la remera. Delirio. Aplausos, gritos, risas.
Para cuando llega el primer beso, las demostraciones de la tribuna ya me han sumado a la causa. Y sí: hasta el final de la película, no me queda otra opción que ver en Christian Grey al hombre más atractivo del mundo.
Los desnudos se hacen esperar. El Gran Cuarto Rojo, el pulso que hizo latir de excitación a todas las lectoras que vinieron hoy, ni siquiera es mencionado. Se van terminando el pochoclo y las gaseosas, y las manifestaciones del público son cada vez más apagadas. Salvo cuando aparece Grey, impecable de traje, frente a su helicóptero blanco. Plata y poder: la tribuna femenina devuelve aplausos.
Bastante corta de recursos, Anastasia se muerde el labio una vez más, recordando el erotismo nunca consumado de Crepúsculo. Es que la saga de los vampiros y la de las Cincuenta Sombras están íntimamente ligadas, teniendo en cuenta que la obra de su autora, E.L. James, nació originalmente en un blog, como una secuela no autorizada de Crepúsculo, donde Bella y Edward, en vez de atajarse las ganas de -literalmente- comerse al otro, se abandonan al sadomasoquismo. Touché, pero hasta ahora, quien haya calificado esta película de porno es, para mí, un puritano.
El momento tan deseado
Y de pronto irrumpe en la pantalla el momento tan esperado: Grey le muestra el famoso Cuarto Rojo a la inocente Anastasia. Mis compañeras, antes tan bulliciosas y risueñas, se paralizan en silencio. Ante ellas se materializa el plató donde se corrieron las escenas que han venido a buscar. Es su momento. Látigos, varas, cueros, camastros en la pantalla. En las butacas, caras iluminadas de tenue y rojo silencio.
Si la mirada de Christian es cortante, nadie respira. Pero si Anastasia confiesa que es virgen, si Grey la desviste o se ve vello púbico, surgen las risas.
Cuando la cola desnuda de Grey aparece en pantalla y estallan otra vez los gritos, pero ya no llevan el vigor de antaño. El muchacho de camisa a rayas a mi lado sigue callado y de brazos cruzados.
Una chica se hunde en su butaca y se tapa la boca. No solo a mí me desconcierta la necesidad de violencia de Grey. No es que sea bruto, sino que exija dolor, lo que me incomoda. Me quedo pensando a cuántas de las presentes les gustará realmente lo sado. Los pechos de Anastasia aparecen desnudos por enésima vez. "Ya parece porno soft", pienso, y me río por enfrascarme en una discusión infértil de la que prometí evadirme.Sucede que a esta película la han acusado de todo: de ser un símbolo de la liberación femenina, de representar la opresión masculina, de ser una apología de la violencia contra la mujer y una flagrante ofensa moral, de ser lisa y llanamente porno, o de ser , incluso, menos que una versión edulcorada de un libro de por sí bastante light.
No sé si tengo una conclusión clara al respecto; a lo mejor la autora, confesa inexperta en el arte literario, sólo quiso escribir un libro subido de tono y salió bueno...lo que salió. Vuelvo a concentrarme en la pantalla. Anastasia y Grey se conocen cada vez más. Cambian, se transforman. La música, antes ligera, escala a un sonido más espeso y oscuro. Las sombras de Grey se están develando y el público se somete a su pulso. Las pupilas laten al compás del soundtrack.
Llegan las últimas escenas y abruptamente, el negro domina la pantalla.
"¡No!", gritan todas al unísono. Ninguna quería que acabara.
Pasan varios segundos hasta que nacen los aplausos desde alguna esquina de la sala. Inmediatamente vuelven las luces y el bullicio. Infinitos comentarios se superponen, otra vez. De a poco las chicas se van parando. Las escaleras arden. Afuera, los dos baños de mujeres tienen filas larguísimas. El baño de hombres está vacío.
-¿Cómo te dejas hacer eso? -pregunta una.
-Por él me dejo hacer todo -le contestan.
Ya en la calle, varios grupos de chicas siguen discutiendo. "No se podía hacer igual-igual", coinciden varias. "Yo le cambiaría el peinado", se indigna otra, sonrisa de por medio. La amiga que la acompaña se ríe y pregunta cuándo juega San Lorenzo. Y así la excitación se va diluyendo y el tema pasa a ser Huracán, que ya entró en la Libertadores.
Fin de la velada, señoras. Las Cincuenta Sombras acaban de terminar y sus fanáticas tendrán que esperar un buen tiempo para ver la secuela. Un humilde interesado, también.