A comienzos del siglo XX, en una manzana en el límite entre Palermo y Recoleta existían dos lugares refinados ideales para el ocio y la vida social de los porteños que marcaron una época en la ciudad
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La Buenos Aires de comienzos del siglo XX, en proceso de modernización, era una ciudad pujante. La llegada masiva de los inmigrantes europeos le daban vitalidad a una urbe que crecía sin tregua. Eran los tiempos en que se levantaban edificios emblemáticos y en la antigua gran aldea se percibía el genuino deseo de convertirse en ‘la París de Sudamérica’. En ese contexto, muchos porteños que disfrutaban de la Belle Époque en la ciudad ansiaban hallar lugares para reunirse y pasar sus momentos de ocio. Con ese propósito la municipalidad creó, en un predio ubicado en el límite de Palermo y Recoleta, el Pabellón de las Rosas, un lugar donde confluían múltiples eventos sociales. Entre otras cosas, había allí milongas, bailes de carnaval y de primavera, un restaurante, cine, presentaciones de renombrados artistas y un campo de deportes que llegó a albergar su propia cancha de fútbol.
Además, contiguo a este pabellón, en el mismo predio, se encontraba el lujoso restaurante Armenonville, lugar de reunión de la aristocracia porteña, que contaba con uno de los primeros cabarets de la ciudad.
El Pabellón de las Rosas se ubicaba en la avenida Alvear (actual Del Libertador) al 2800. El edificio y el área abierta ocupaban en total gran parte de la manzana actualmente limitada por las avenidas del Libertador, Figueroa Alcorta, Tagle y Mariscal Ramón Castilla. El predio donde hoy se encuentra la Plaza Chile. Rodeada de hermosos jardines, la edificación en sí era una amplia construcción señorial de dos pisos con enormes ventanales. Contaba con un gran salón central y, a lo largo de las galerías laterales, distintas dependencias. En su parte posterior tenía una terraza que daba hacia el campo de deportes.
El lugar era un centro de recreación elegante y de categoría, frecuentado en gran medida por las clases altas porteñas, aunque también asistían allí integrantes de la naciente clase media con aspiraciones de ascender socialmente. “Había allí una pista de patinaje, se hacían banquetes, eventos, algunos con fines benéficos”, cuenta a LA NACION Alicia Braghini, integrante de la Junta de Estudios Históricos de Recoleta, que explicita el tipo de actividades que podrían encontrarse en el Pabellón. Ella añade que, en el campo de deportes, era frecuente que se realicen despegues de globos aerostáticos. De hecho, Jorge Newbery, un activo practicante de esta disciplina, era un asiduo concurrente al Pabellón de las Rosas. Tal era la conexión entre este aviador, púgil y bon vivant con este lugar que allí se realizó su velatorio en 1914. El piloto había fallecido en un accidente aéreo en Mendoza y una multitud compungida despidió sus restos en el Pabellón de las Rosas.
Artistas, visitas ilustres y bailes de todo tipo
Además de las actividades sociales y deportivas, en el Pabellón también se llevaron adelante diversos espectáculos artísticos con personajes relevantes de la época: “Allí actuó la compañía de Florencio Parravicini, la de Enrique Muiño. Lola Membrives debutó cantando cuplé”, enumera Alicia Braghini, que añade a la lista la singular presentación en el lugar de un actor estadounidense que luego se haría famoso: “En 1914 vino al Pabellón Oliver Hardy, el gordo de El gordo y el flaco, que hizo un espectáculo cómico antes de formar el dúo con Stan Laurel”.
Además, una visita real piso el campo deportivo del Pabellón de las Rosas en el año 1910. “La infanta Isabel de Borbón fue la representante de España que vino para las fiestas del Centenario de nuestra Revolución de Mayo. Ella inauguró en los jardines un concurso hípico internacional”, cuenta la secretaria de la Junta de Recoleta, quien también es guía de turismo e integrante de la Junta Central de los Barrios de Buenos Aires.
En ese lugar de divertimento colectivo se celebraban bailes de carnaval y de primavera. La revista Caras y Caretas retrata uno de estos últimos eventos, organizado en 1906 por las damas el Patronato de la Infancia. Se ven allí imágenes que permiten deducir que la concurrencia fue masiva. También se percibe que los hombres y las mujeres derrochaban elegancia en la pista de baile. Riguroso uso de traje, corbata y sombrero para ellos y de vestido largo y vistosas capelinas, para ellas.
También era tradicional que se celebrasen una vez al año en el Pabellón los “bailes del internado”, al que concurrían los estudiantes de la Facultad de Medicina. “Esos bailes eran terribles por las cosas que se hacían entre ellos”, asegura Braghini. Según señala el historiador Leonel Contreras en un artículo sobre el tango en Buenos Aires, lo “terrible” de estos bailes consistía en que en ellos había “desnudos, drogas y bromas sádicas con cadáveres”. Más allá de estas barbaridades, las controversiales reuniones de los futuros médicos dieron lugar a la creación de tangos como “El cirujano”, “Rawson”, “Anatomía” o “Clínica”.
En materia de eventos sociales, el Pabellón fue escenario de dos grandes exhibiciones. La primera, en 1910, alrededor de los festejos del Centenario, se instaló allí la Exposición Internacional de Higiene, dedicada a la salud y la medicina. La segunda, que se hizo desde 1920 hasta el cierre del predio, fue el Salón del Automóvil, un clásico para ver cada año los avances en términos automovilísticos.
En la faz deportiva, lo más destacado que ocurrió en el campo del Pabellón fue que, a partir de 1912, la Sociedad Sportiva Argentina, un club presidido el Barón de Marchi, comenzó a administrar el lugar. Poco después, esta institución formó un equipo de fútbol para competir en la Federación Argentina de Fútbol (FAF) y jugaban de locales en una cancha que armaron en el propio Pabellón. En 1914, la FAF se diluyó y ya no se jugó más a la pelota en ese territorio. Pero quedó como anécdota que allí llegaron a jugar equipos que existen aún hoy en la primera división como Independiente, Estudiantes de La Plata, Argentinos Juniors y Tigre.
Pero el Pabellón de las Rosas también se destacó por dar lugar a otra de las expresiones porteñas por excelencia: el tango. Era frecuente que por las noches se armara la milonga. Este fue uno de los primeros sitios donde la música ciudadana empezaba a dejar de ser una expresión orillera para llegar a otros estratos sociales. “Allí estuvo presente el tango, con las orquestas de Osvaldo Fresedo, Vicente Greco, Francisco Canaro. Ahí también, en 1909, se presentó la primera cantante de tango, que se llamaba Andrée Vivianne. Y era también un escenario de concursos tangueros”.
El lujoso restaurante donde debutó Carlos Gardel
Pero si se habla de escenarios para disfrutar del 2x4, así como sitios de reunión de la más distinguida elite de Buenos Aires, debemos mencionar el restaurante y cabaret Armenonville, ubicado al lado del Pabellón de las Rosas, en la esquina de Alvear (Del Libertador) y Tagle. Inaugurado en 1911, propiedad de de Carlos Bonifacio Lanzavecchia y Manuel Loreiro, este lugar, con claras reminiscencias parisinas, era un derroche de fastuosidad. Se trataba de un chalet de estilo inglés rodeado de frondosos jardines donde también se podía comer al aire libre, entre glorietas y pérgolas. Una gruta con cascadas y un pequeño lago le ponían el moño a un paisaje ideal para banquetes, comidas y fiestas sociales.
“Al Armenonville iban, por ejemplo, Marcelo T. de Alvear con Regina Paccini. Disfrutaban de los almuerzos en las terrazas rodeadas de jardines con orquídeas, que era una cosa espectacular, en un lugar donde servían el mejor champagne francés, el mejor vino, la mejor comida francesa”, cuenta Braghini.
Además de ser un reducto de lo más granado de la sociedad porteña, en el Armenonville tuvo lugar un evento artístico de vital importancia. Es que allí, en el año 1913, debutó como cantante nada menos que Carlos Gardel, en dúo con José Razzano. “El dúo tenía la particularidad que todavía no cantaba tango, sino cosas criollas, por eso vas a ver a Gardel en fotos vestido con bombacha y botas, como gaucho”, aclara Braghini, que suma otro dato: “Allí lo lleva a Gardel un estanciero que se llamaba Francisco Taurel, fanático de la música criolla, que conocía a los dueños del restaurante y les presenta a la dupla para que actúen ahí”.
Al respecto, parece que la paga para los artistas de ese restaurante sofisticado era bastante buena. “A Gardel le pagaban 70 pesos por actuación, que era una fortunita en ese momento -dice la integrante de la Junta de Recoleta-. Tanto, que él decía que por esa plata era capaz de atender el guardarropas y lavar los platos. Está claro que todavía no era el Gardel con todas las letras, pero era muchísimo lo que le pagaban”.
Allí también brillaron orquestas como la de Roberto Firpo, que estrenó allí su emblemática obra “Alma de Boehmio”. El lugar se identificó tanto con la música ciudadana que el bandoneonista y director de orquesta Juan Maglio, amigo de los dueños del restaurante, compuso el tango “Armenonville”.
“Los vecinos querían cerrar ese lugar”
Más allá del buen jornal para los artistas y la suntuosidad que exhibía este particular lugar de Buenos Aires, cabe decir que por las noches arrancaba la farra y la situación cambiaba. Con la milonga y el cabaret, por más sofisticado y lujoso que fuera, el ambiente se tornaba más espeso. “Si bien el tango empezaba a hacerse más público, era bastante marginal, no se había metido todavía en los salones porteños, era todavía de gente especial, de compadritos, de señoritas no muy santas”, dice Braghini.
Así también, más allá de la destacada ornamentación del salón principal, consistente en arañas con caireles de cristal, empapelados en las paredes alternados con grandes espejos, en el primer piso sobre el ambiente principal, separados por grandes cortinados de terciopelo, se encontraban los reservados para las parejas y más atrás, las garçonnières, es decir, las habitaciones destinadas a la intimidad. “Imaginate eso para la sociedad de la época, que era completamente puritana”, dice la guía de turismo, que agrega: “Los vecinos querían cerrar ese lugar, se lo pedían al concejo deliberante, porque para ellos era un lugar promiscuo. De día, era un sitio majestuoso. De noche, se complicaba. El Armenonville era un lugar contradictorio, difícil de definir”.
Sin la mínima sutileza, la revista Caras y Caretas se encuentra entre las entidades que abogan por el cierre de este restaurante y cabaret. En una nota de la época, la publicación define a este último como un “envenenadero de los niños bien”.
Y cuando llegaba la noche, los alrededores del lugar también se convertían en un ámbito pesado, frecuentado por compadritos y malevos preparados pasa sumarse a cualquier reyerta. Uno de los que sufrió este clima fue el mismísimo Carlos Gardel, quien el 10 de diciembre de 1915, cuando se aproximaba al Armenonville luego de festejar su cumpleaños número 25 con amigos en el cercano Palais de Glace, recibió un tiro en el tórax. Los biógrafos del zorzal criollo aseguran que la bala se alojó para siempre en el cuerpo del cantor. Y también señalan que el ataque fue realizado por un tal Roberto Guevara, como un ajuste de cuentas por los amoríos que el morocho del Abasto llevaría con una mujer que regenteaba el cabaret céntrico Chantecler.
Los años pasaron y un día llegó el final para estos dos lugares, símbolos de la buena vida y la movida porteña nocturna de la primera mitad del siglo XX. Luego de los bailes de carnaval de 1929, el Pabellón de las Rosas fue cerrado para siempre y muy poco tiempo después, demolido. El Armenonville, en tanto, cerró un par de años antes. Sin embargo, el lugar se volvió a levantar en Figueroa Alcorta y Salguero. Allí va a llamarse primero Armenonville II, para finalmente convertirse en El Ambassadeur. Un lugar donde años más tarde se establecerían los primeros estudios del Canal 9.
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