Bayly: "Yo me despojé de la culpa cuando rompí con mis padres y con la religión"
Desde 2006, Jaime Bayly conduce de lunes a viernes su programa de TV desde Miami, por el canal Mega TV. Acaba de publicar la novela Pecho frío. En este Cuestionario Sehinkman, el siempre controvertido comunicador peruano se refiere a la conflictiva relación con su padre militar y su madre religiosa, y a cómo haber conocido a su actual mujer le salvó la vida.
–El conflicto puede ser un motor creativo. Creciste en una casa que podría definirse como una doble C: cuartel, por la impronta militar de tu padre, y convento, por la religiosidad de tu madre. ¿Cuánto influyó esta doble C en tu rebeldía adolescente y luego en tu profesión?
–Me marcó mucho. Mi mamá quería que yo fuera cura. Mi papá creo que quería que fuera militar, o por lo menos que fuera como él, coleccionista de armas, cazador, amante de los safaris. Yo no podía ser cura ni cazador de animales. Trataba, pero no podía. Fui una doble decepción para mis padres. Para mi madre, porque ella me decía: "¿Por qué no has ido a comulgar? ¿Qué pecado horrendo has cometido?". Y me tenía que confesar ante ella, le tenía que contar que me había masturbado, y para ella eso era desolador. Me pedía que no lo hiciera, pero a los 12 o 13 años, ¿cómo dejar de hacerlo? Y mi padre me pedía que le disparase a un venado. Yo tenía al venado en la mira, pero no podía apretar el gatillo. Era demasiado apocado o sensible. Yo diría que era un niño delicado, y eso a mi padre lo ofendía. Todo eso me distanció de ellos y me arrojó a un lugar extraño, porque me sentía un exiliado en mi familia, un intruso.
–¿Recordás alguna frase de tu padre, de esas que podían resultar lacerantes?
–Que yo no era un hombre, que era una señorita o una bailarina de ballet. O me decía: "Vas a ser un fracasado, vas a ser un perdedor". Dividía al mundo entre ganadores y perdedores, y estaba bien confiado de que yo no sería un ganador, no tenía ninguna fe en mí.
–Uno sospecha qué significaba para tu padre ser un hombre. ¿Y para vos qué significa?
–Bueno, ser un hombre… La dotación genital no lo define. Probablemente, lo contrario. Para mí, un hombre puede ser delicado, puede llorar, puede tener unas reservas femeninas, puede entregarse a ellas, puede amar como un hombre, femeninamente, delicadamente. Yo estoy casado con una señora muy jovencita, muy linda, Silvia. Tiene apenas 30 años. Y yo la amo, pero la amo muy delicadamente. No creo que ser un hombre entrañe ser una persona áspera o prepotente o matonesca. A mí me parece que, al contrario, los hombres valientes son los que se atreven a ser delicados y a aceptar que tienen unos pliegues femeninos.
–¿Y cómo convive tu esposa con tus pliegues?
–Cohabitamos muy bien, llevamos 10 años viviendo juntos. Porque así como yo tengo pliegues femeninos, ella tiene texturas masculinas. De modo que en ese lugar intermedio nos encontramos muy a gusto.
–¿Cómo te sentís charlando de esto?
–Encantado. Yo me despojé de la culpa, de las inhibiciones, de las máscaras cuando rompí con mis padres y con la religión. Me quité las caretas y dije: "Yo voy a ser auténticamente quien soy. Si me gustan los hombres, además de las mujeres, lo voy a contar. Si me gustan las drogas blandas, pero también las duras, no lo voy a ocultar. Y trataré de ser un escritor y un periodista aceptando mis miserias, mis defectos tan humanos".
–¿Tu padre llegó a verte con el éxito tan importante que conseguiste?
–Sí. El murió hace 12 años, a finales de 2006. Yo ya tenía cierto éxito con los libros y en la tele. Pero él nunca pareció contentarse con mi éxito.
–¿No entendió que se podían cazar venados de otra manera?
–(Se ríe) No, no lo entendió así. Él deploraba mis libros, lo mismo mi mamá. Veían mis libros como obras satánicas, creían que yo los escribía poseído por Lucifer. Y luego tampoco mi papá veía con simpatía mi trabajo en la tele, le parecía que era obsceno, impúdico, que yo era un exhibicionista, que no cuidaba el honor de la familia, si tal cosa existía, y es bien debatible. No lo vi nunca demasiado orgulloso de mí. O sea que fuimos persistentemente enemigos o adversarios, no hubo un armisticio.
–¿Te hubiera gustado?
–Me hubiera gustado. Cuando estaba por morir, fui a visitarlo a la clínica, le di un beso en la frente, pero él ya no podía hablar, era muy tarde para decirnos lo que yo hubiera querido que nos dijéramos, que era perdonar los agravios del pasado. Me descargó darle un beso en la frente y decirle que lo quería y que lo perdonaba. Mamá tenía razón, me dijo: "Debes hacerlo no por él, sino por ti mismo".
–¿Tu mamá fue la que no te quiso financiar tu carrera política?
–En realidad, ella estaba bastante tentada de financiármela. Aun ahora. Tiene 79 años, vive en Lima, es una mujer muy querida, muy generosa. Y sí, quiere que yo sea presidente. Pero no nos conviene, porque si yo me postulo a presidente de la Nación, mi agenda moral no va a coincidir con la de mamá. Ella es una conservadora religiosa del Opus Dei y yo soy un libertario…
–¿Cuál sería una primera medida de Jaime Bayly presidente de Perú?
–No sería una, serían tres. Primero, disolvería por completo las Fuerzas Armadas. Todas. Ejército, Marina, Aviación. Las disolvería.
–Papá...
–Haría lo que hizo Costa Rica en 1948, pero... sí, es una forma de parricidio. "No solo no voy a ser militar, papá, sino que no habrá militares en Perú". Segundo, dejaría de darle dinero a la Iglesia Católica. Y tercero, haría todo lo posible para que la marihuana, como mínimo, se venda libremente. Al día siguiente me dan un golpe de Estado los militares a quienes yo he despedido.
–En tu novela, Pecho frío, el protagonista es feliz –aunque no lo sabe– hasta que la repentina fama le arruina la vida. Hablemos entonces de la fama.
–Todo el mundo en estos tiempos quiere ser famoso, sube fotos y suplica la mirada ajena. Cuántos seguidores tienes, cuántos te dieron me gusta, pero no tienen idea dónde se están metiendo, porque perder el anonimato y entregar tu espíritu a la tribu de caníbales, a la jauría de hienas y chacales que somos, es un riesgo alto. Te van a canibalizar, te van a fagocitar, te van a devorar. Y no serás más lo que eras. Y acaso lo echarás de menos.
–Pero a vos no te trataron tan mal los caníbales.
–(Se ríe) Porque me los comí yo, yo también soy caníbal. La fama me obligó a volverme antropófago, me los comí yo antes.
–¿Pero estás contento con vos?
–Más contento que nunca. Silvia, mi mujer, me cambió la vida. Yo no tenía ganas ya de seguir viviendo, te confieso, antes de conocerla. Estaba muy sombrío, no le veía sentido alguno a mi vida, y eso que me iba muy bien. Pero tomaba 15 o 20 pastillas cada noche para dormir. Simplemente, la vida me había fatigado, estaba exhausto de vivir. Sentía que ya lo había probado todo y que ya la travesía se me hacía pesada, tediosa. Tomaba muchas pastillas cada noche. Yo ya no quería despertar. No sé cómo no me maté de una sobredosis. Me ayudó mucho la aparición de Silvia (Núñez), que luego sería mi mujer.
–¿Qué te impresionó tanto de ella?
–Era Lolita y yo era Nabókov. Tenía 20, pero parecía de 18. Y era y sigue siendo bellísima, de una belleza sobrecogedora. Yo la vi y en ese momento me temblaron las piernas, quedé hechizado, dije "estoy perdido". Y me dio una nueva vida. Como es tan joven, tuve que ponerme en forma. Yo creo en la libre competencia incluso en el amor. En el amor uno compite siempre. Siempre hay otros candidatos merodeando, desafiándote. Hay que estar atento.
–¿Cómo es esa competencia con otros que la desean?
–Tienes que ofrecerle a tu pareja la mejor versión de ti mismo. Cuando se acerca alguien yo le doy la bienvenida, me gusta conocerlo, le digo: "¿Te gusta mi mujer? Me parece muy bien. A mí también me gusta. Tenemos algo en común". Yo los invito a mi casa, los alojo en el cuarto de huéspedes, y les hago sentir, sin decírselo, que vamos a jugar una partida de ajedrez, a ver si me ganan. De momento, no me han ganado. Yo creo que en la seducción no gana siempre el mejor cuerpo. En ese territorio estoy perdido. Pero en otros ámbitos quizás puedo ganar yo, sí.
–Por último, ¿cuál es un sueño profesional pendiente o algo muy especial que todavía no se haya producido en tu vida?
–(Piensa) La mejor entrevista que he hecho en mi vida se la hice a mi madre.
–¿Qué recordás de esa charla?
–Bueno, hablamos risueñamente de todo lo que nos divide. De su fe y de mis dudas, de su certeza de que yo debo ser presidente de la Nación y de mi escepticismo al respecto. Y de mis libros, que ella no lee. Ella no ha podido terminar nunca ninguno de mis libros, y ya son bastantes. Entonces, si me apuras, te diría que antes de morirme me gustaría que mi madre me dijera: "Leí tu libro y me encantó, llegué hasta el final y me reí, me conmovió, no me disgustó". Me encantaría que ella me dijera eso. Hasta ahora no ha podido.